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Resiliencia. Capítulo 11: No deberían hacerte llorar

Cuando dos personas se encuentran pueden pasar varias cosas: todo o nada.

Y después está esta historia.

Capítulo 1: Dos semanas antes de la colisión
Capítulo 2: Una semana antes de la colisión
Capítulo 3: Un día antes de la colisión
Capítulo 4: Seis horas antes de la colisión
Capítulo 5: Colisión
Capítulo 6: 30 segundos después de la colisión
Capítulo 7: No solo los aviones vuelan
Capítulo 8: Cuesta abajo y sin frenos
Capítulo 9: Todo contigo
Capítulo 10: Lo que te mereces

Capítulo 11: No deberían hacerte llorar

Las palabras de Andrés todavía resonaban en su cabeza cuando llegó a la casa de Fer. «Ojalá cojas un sida». «Ojalá cojas un sida». Habían formado un eco que se repetía en bucle sin parar. Se paró frente al portal enrejado. Más de diez años de amistad y seguía sin saberse bien la puerta del piso de su amigo. En comparación al modesto telefonillo de su casa, el de la urbanización de Fer tenía más edificios que un cuartel. Mia apoyó la frente contra el portal suspirando con impotencia.

No se sentía a gusto. Algo estaba fallando y podía notarlo interiormente. Aquello no iba bien y no sabía si alguna vez lo iría. Sus ganas de fiesta nunca habían sido menores. Cuando decidió que lo mejor sería volver a casa, algunos de sus amigos aparecieron por la esquina con botellas y un considerable pedo encima. Incluso con alcohol en vena sabían dónde marcar.

El griterío y la música se oían desde el bajo, y, teniendo en cuenta que el piso de su amigo era el octavo, aquello hablaba bastante bien de la fiesta. Fer les abrió con la misma tranquilidad que lo hubiera hecho si estuviera preparando uno de sus exámenes de ingeniería y no siendo el anfitrión de una fiesta de más de cincuenta personas. Aunque no llevaba ni cinco minutos, Inés ya le había acercado un vaso de sangría y se había llevado su bolso a una de las habitaciones.

Mia trató de echarle las ganas que no tenía a la velada y se sentó junto a Judith que se encontraba hablando de su cumpleaños con las otras chicas. Al instante la quemazón de la culpabilidad le atenazó por dentro. Volvió a disculparse con su amiga, pero Judith estaba demasiado bebida como para enterarse de nada por lo que se limitó a abrazar a Mia y a decirle cuánto la quería. La chica le devolvió el abrazo y empezó a sentirse un poco más ella misma. Al poco ya estaba en el centro del salón con Inés y Judith moviéndose al ritmo de Unstoppable de Afrojack. Cuando el móvil le empezó a vibrar insistentemente se apartó de la improvisada pista sabiendo que sería Andrés.

Una serie de mensajes del chico reventaron aquella pequeña burbuja de felicidad que había creado con sus amigas.

«Todavía no me creo que te hayas ido dejándome así, no sé quién te crees que eres»

«¿Piensas que alguien te puede querer una décima parte de lo que te quiero yo?»

«No te das cuenta de que lo que siento yo por ti no lo va a sentir nunca nadie»

Con un nudo en el estómago la chica se guardó el móvil y salió a la terraza. El aire fresco le sentó peor de lo que esperaba. Si buscaba consuelo le transmitió una amarga soledad.

-Siempre que pones esa cara suele ser porque, poco antes, has mirado el móvil.

Una voz grave la sacó de su ensimismamiento. Fer se acercó a ella con su vaso de sangría y se lo ofreció.

-Debe ser que solo te dan por ahí malas noticias-dijo el chico mientras se apoyaba a su lado en la barandilla. Viendo que Mia no contestaba, siguió hablando -. Te voy a decir una cosa, Mia. No te la voy a decir a malas ni porque te esté intentando lavar la cabeza, sino porque soy tu amigo, pero desde que estás con ese chico pareces distinta. Todos te notamos diferente-. Fer parecía no encontrar palabras para expresarlo con delicadeza- Te notamos más triste.

-Supongo que no puedo pretender que todo sea perfecto, ¿no?-replicó ella con amargura.

-En eso te equivocas. Lleváis poco tiempo. Este debería ser el mejor momento, en el que todo son citas, primeras veces, sorpresas, detalles… O al menos así debería serlo.

-Eres tan inocente. Así no es el mundo real Fer, las grandes historias de amor nunca tienen todo a favor, siempre hay un poco de drama. Quien bien te quiere te hará llorar.

-Y una mierda. No creo que tú merezcas eso. Si yo estuviera contigo haría que cada día fuera una gigantesca demostración de amor.

Fer lo dijo de pasada pero a Mia no se le escapó lo que pasaba por la cabeza del chico. Un año antes, en una fiesta parecida a aquella, Fer se le había declarado, pero ella le había rechazado. Por aquel entonces, no había noche que Fer no acabara liado con alguna chica. Aprovechaba que estaba en casi todas las discotecas de Madrid de relaciones públicas para engrosar agenda. Mia, en cierto modo lo entendía, a los dieciocho entrar gratis a los mejores reservados era lo más parecido al cielo, y si a eso le sumabas que Fer era uno de los chicos más guapos de su colegio, las calabazas no las veía ni en pintura. Fue por eso por lo que Mia no cupo en su asombro cuando Fer le dijo de tener algo serio. Le quería mucho, pero la forma de ser de su amigo le ‘repateaba’.

-Me estoy quedando fría. ¿Tienes una chaqueta?

Fer la condujo a su cuarto y se puso a tirar por el aire sudaderas hasta que dio con una que pudiera servirle a la chica. Tras ponérsela, Mia curioseó por la habitación de su amigo. Todos los pósters de mujeres medio desnudas de la FHM habían desaparecido de las paredes. Lo único que tenía ahora era una foto que ocupaba todo el cabecero de su cama del viaje que hicieron de fin de curso.

Mia se sentó en la cama. Estaba llena de libros y apuntes llenos de fórmulas. Estaba claro que en un año Fer había cambiado. No solo físicamente, que un par de centímetros de altura también había ganado, sino mentalmente. El chico que antaño era el depredador de las fiestas, estaba ahora sin interés por integrarse en la suya propia habiéndose quedado a estudiar el examen que tenía esa semana hasta que llegaron los primeros invitados.

El móvil de Mia volvió a vibrar.

«¿Cuántas pollas has comido ya?»

La chica leyó el mensaje mientras sentía arcadas. Apagó el móvil rápidamente y se le humedecieron los ojos. Intentó que Fer no la viera, pero el chico ya se encontraba escrutándola. Se sentó a su lado y la rodeó la espalda con el brazo.

-Nadie debería hacerte llorar nunca. Nadie, ¿me oyes? Y menos a quién consideras parte de una «gran historia de amor». No deberías estar con nadie que te haga daño. Mereces ser feliz.

Mia se abrazó al chico tratando de no perder el control de unas emociones que amenazaban con desbordarse por sus ojos. Fer se puso a acariciarle la cabeza mientras le repetía en voz baja al oído que merecía ser feliz. Mia se incorporó retirando con la sudadera unas lágrimas que le empañaban la vista antes de llorarlas. Fer se encontraba a unos centímetros de ella, tan cerca que la chica casi podía contar las rayas verde botella que cruzaban los ojos azules de su amigo. Jamás le había sentido tan cercano a ella. No físicamente sino que, por una vez, sentía que estaba viendo la verdadera cara de Fer. Y le gustaba. «A la mierda» pensó Mia mientras se acercaba más a él. Fer tomó aquello como una invitación y cogió la cara de la chica entre sus manos mientras la besaba cuidadosamente. Mia exploró los labios de Fer y al poco se separó.

-Creo que deberíamos volver- dijo mientras se ponía en pie. La chica sintió que no se refería solamente a la fiesta, sino a la realidad, esa realidad en la que ella estaba con Andrés y Fer solo era su amigo.

-Sí, no quiero que alguien apoye los vasos en la mesa de madera de ébano porque no encuentra los posavasos- añadió Fer para quitarle hierro al asunto.

Salieron en la habitación riéndose como tantas otras veces mientras un nuevo mensaje llegaba al móvil apagado de Mia.

«Lo siento, perdóname por favor. Soy un gilipollas. Te quiero. Te esperaré toda la noche aquí para disculparme si es necesario»

Ciudad por la noche. GTRES

Ciudad por la noche. GTRES

Resiliencia. Capítulo 10: Lo que te mereces

Cuando dos personas se encuentran pueden pasar varias cosas: todo o nada.

Y después está esta historia.

Capítulo 1: Dos semanas antes de la colisión
Capítulo 2: Una semana antes de la colisión
Capítulo 3: Un día antes de la colisión
Capítulo 4: Seis horas antes de la colisión
Capítulo 5: Colisión
Capítulo 6: 30 segundos después de la colisión
Capítulo 7: No solo los aviones vuelan
Capítulo 8: Cuesta abajo y sin frenos
Capítulo 9: Todo contigo

Capítulo 10: Lo que te mereces

– Espero que hayas dejado todo tal y cómo te pedí- Raúl salió de la habitación cuando oyó que Andrés entraba por la puerta.

-Tranquilo. Luces apagadas, chanclas y toallas recogidas y persiana metálica echada. Todo lo demás que llevé está a buen recaudo en la mochila.

-Más te vale. Mi jefe es un hijo de puta y como se entere de que le he dejado las llaves a alguien para echar un polvo, me veo de vuelta al paro.

-Ni te rayes, que no va a pasar- Andrés le dejó las llaves en la mano y le dio una palmada en el hombro-. Mil gracias tio, te debo una.-Se dirigió a su habitación.

-¡Dos si cuentas la moto!- Raúl le siguió a la habitación- ¿No vas a contarme qué tal ha ido?

-Eres una maruja. Ahora mismo solo quiero dormir. Mañana hablamos.

-¿Te ha dejado seco, eh cabrón? Mejor. Me alegro por ti.

Andrés espero a que su amigo volviera a encerrase en la habitación y se tumbó en la cama. Tenía demasiadas cosas en la cabeza después de la velada que habían pasado. Se le aceleró el pulso al recordar como Mia había dejado el bikini por el suelo y se había acercado a él con determinación. No sabía cómo pero habían acabado tumbados en una de las estrechas camillas que se usan para masajes. Mia no había dejado de mirarle a los ojos en cada momento, ni siquiera cuando se puso el condón y entró en ella. Casi parecía que la chica no había querido perderse ni un detalle. Recordó como habían empezado lento para que después Mia se subiera encima de él para deslizarse de arriba a abajo. Sus manos no se habían soltado ni un momento.

Por mucho que se revolvía en la cama no conseguía conciliar el sueño. Quería gritar a los cuatro vientos que se sentía feliz. De pronto se le ocurrió una idea estúpida de esas que solo surgen cuando se está borracho o enamorado. Buscó en su cajón unas latas de spray para maderas que se había llevado del almacén de Sanz Manualidades, para pintar unos estantes del salón, y, procurando no despertar a su compañero, dejó el piso silenciosamente.

Cuando a las doce seguía sin recibir noticias de Mia, Andrés empezó a dar vueltas por el almacén como un animal enjaulado. Odiaba no saber nada de su novia, era algo que le volvía loco. Le sorprendía como todo el amor que le despertaba la chica se convertía en algo amargo que le quemaba en la boca y le recorría cada centímetro del cuerpo. Esta vez ni su Facebook arrojaba una pista de dónde se encontraba. Mia llevaba horas sin poner nada. Se imaginaba que debía de seguir dormida ya que sino no se explicaba no haber sabido nada de ella. Sebas le distrajo con un pedido que tenía que mandar a Segovia, algo que, a lo máximo, le mantendría ocupado unos 30 minutos. Al poco tiempo de empezar a tramitar el envío, sintió vibrar el teléfono. «Mia» pensó automáticamente mientras se llevaba la mano al bolsillo. La chica le había mandado por Whatsapp una versión para piano de Nothing else matters, de Metallica. Sin pararse a escucharla, llamó. Al cuarto toque la chica contestó.

-¿Qué tal?-preguntó entre susurros.

-¿Qué haces? ¿Por qué hablas bajito? ¿Dónde estás?- Andrés se alarmó. ¿Por qué tenía que ser todo tan complicado con ella? ¿Tan difícil le resultaba tenerle al tanto?

-Estoy en las prácticas de televisión, no puedo hablar. ¿Te parece si hablamos luego?

-No, hablamos ahora.- Andrés se puso serio.- ¿Estás segura de que estás en clase? Porque yo creo que me estás mintiendo.

-Andrés, claro que estoy en clase. ¿Dónde iba a estar si no?

-No lo sé, tu sabrás… Lo que no entiendo es que si de verdad estás en clase no me hayas dicho nada de mi sorpresa.

-¡De verdad que estoy en clase y no puedo hablar! Me estás poniendo en un compromiso. No sé de que sorpresa hablas.-Andrés se planteó que quizás la chica le estaba diciendo la verdad.

-Si realmente estás en clase me habrías dicho algo de la sorpresa que te he dejado en la puerta del edificio.-Andrés aguardó la respuesta de Mia mientras la chica guardaba silencio.

-No he visto nada. Me encontré con una compañera de camino y entramos por la cafetería- La chica bajó la voz-. Luego lo miro, te lo prometo.

-No. Si de verdad estás ahí quiero que me lo demuestres, porque esto de tu amiga me suena muy raro a excusa recién sacada de la manga.

-Joder, Andrés. Te estoy diciendo la verdad. La chica no había desayunado y se cogió un café. ¿Puedes dejar de rayarte tanto con todo?

-¡No! No puedo. Porque no paras de hacer cosas raras y no me cuentas nada. Así es imposible tener algo contigo. Si de verdad esto te importara, saldrías de esa clase e irías a ver lo que te estoy diciendo para dejarme tranquilo. Porque salirte un segundo y volver no te cuesta nada y para mi significa mucho. -Andrés pensó la sencillez de su lógica y Mia debió de pensar lo mismo porque la oyó resoplar al otro lado del teléfono.

-Está bien- La chica cedió al fin-. Voy a decir que voy al baño. Luego hablamos.

-Mia, espero que no tardes más de unos minutos porque no quiero pensar que en realidad estás en otro sitio.

-Te estoy diciendo la verdad, Andrés.-La chica sonaba dolida.- Hablamos.

Andrés colgó el teléfono. Sebas le llamó la atención recordándole el envío de Segovia, pero Andrés hizo oídos sordos. Se moría de ganas de que Mia descubriera su sorpresa. Le habría encantado estar ahí viendo la cara de la chica cuando saliera de la facultad y viera las tres palabras que le había escrito con spray en las puertas acristaladas. Había sido demasiado sencillo, aunque haberlo hecho en una zona que solo estaba habitada por estudiantes durante las horas del día había facilitado las cosas. Por fin su teléfono volvió a vibrar. Mia le había enviado una imagen. Andrés la abrió. Definitivamente la frase ganaba de día. Cada letra de «Todo contigo, Caramelo» ocupaba una de las transparentes puertas, por lo que se veía a ambos lados del edificio. Aunque la pintura no quedaba tan lucida en el cristal como en la madera de su salón, era lo más adecuado que había encontrado. Mia había acompañado la imagen con un pie de foto: «¿Sabías que la multa menos grave por pintar un grafiti es de casi 800 euros?». Andrés miró incrédulo el teléfono. No podía creerse que aquella niñata le hubiera puesto eso. La respuesta se le vino a la mente al instante.

-¿Sabías que eres una zorra?

Aunque al segundo de mandar el mensaje se había arrepentido y no había tardado en disculparse, se ganó el enfado de Mia. Nada más terminar la jornada cogió el coche para ir a buscar a la chica. Aparcó en el mismo lugar donde la había esperado por primera vez. De camino había comprado en una gasolinera un par de snacks de chocolate. Sabía que eran la debilidad de Mia y esperaba que ayudaran a la chica a olvidarse del mal trago. Por mucho que ella le había dicho que no quería verle, acabó bajando a donde se encontraba aparcado. Andrés la vio aparecer subida a unas sandalias de tacón y con un vestido demasiado ligero para una primavera en la que todavía apretaba el fresco.

-¿A dónde vas?- Preguntó sin saludarla.

-Tengo fiesta en casa de Fer. Nos ha invitado a los del grupo y no sé si luego saldremos de fiesta. ¿No tienes nada más que decirme?

-Ya me he disculpado cincuenta veces. Si no pillas una broma no es mi culpa. Y no entiendo por qué tienes que ir a esa fiesta precisamente hoy que nos ha pasado esto.

-Que me insultes no es una broma ¿sabes? A mi me ha sonado muy en serio. Y aunque lo hubiera sido no me gusta que me digas eso de ninguna forma.- La chica no había dicho nada del plan de la noche y Andrés no lo dejó pasar.

-¿De verdad vas a salir de fiesta estando mal con tu novio?

-Andrés, no estamos mal. Estamos hablándolo. No tiene más vueltas.

-Pues para mi si las tiene. Si fueras una buena novia entenderías que ahora te necesito a mi lado- Andrés trató de convencerla de buenas acercándose a ella.-. Estás preciosa. ¿Por qué no dejas que te invite a cenar a un sitio especial y hacemos después las paces en el asiento de atrás del coche?

-No, ya he dicho que iba a ir. No voy a darle plantón a mis amigos por una tontería. De verdad, no te preocupes.

-No es una tontería. ¿Prefieres a tus amigos antes que a mí? Dice poco de tus sentimientos.

-Dice menos de ti que me hagas elegir.-La cabezonería de Mia sacó a Andrés de sus casillas.

-No me quieres una mierda. ¡No me puedo creer que vayas a dejarme tirado en un momento así!

-¡A mí no me eches la culpa de esto! Has sido tú el que me ha llamado «zorra».

-¡Era de broma! ¿Por qué eres tan imbécil?

-¡Dios! ¿Lo ves? ¡Otra vez me insultas! -Mia se alejó de él y bajando el tono se puso seria.- Yo no quiero esto Andrés. Así no. Así que espero que esta noche pienses en cómo me estás tratando- Echó un vistazo al móvil.-. Me marcho ya, no quiero llegar tarde a casa de Fer.

-Eso suponiendo que realmente vayas a esa supuesta fiesta con todos tus amigos y no me la estés liando.

-Ya basta, Andrés -La chica intentó darle un beso pero él apartó la cara. La rabia que tenía dentro amenazaba con desbordarle y liarse a puñetazos con todo lo que le rodeaba. Trató de contenerse pero no pudo evitar soltar una última granada.

-Ojalá cojas un sida, que es lo que te mereces.

Amor. MARA MARIÑO

Amor. MARA MARIÑO

Resiliencia. Capítulo 9: Todo contigo

Hace años me instaron a escribir esta historia. Aunque, cuando me lo dijeron, esa historia no era esta historia. Así que supongo que, aunque no he elegido que sea de esta manera, he elegido compartirla tal cual es ahora. No es una historia personal aunque algunas vivencias son propias. Si he decidido escribirla es porque, si a mi me sirve de terapia, quizás a ti te pueda servir de ayuda.

Resiliencia te puede haber pasado a ti, a tu madre, a tu compañera del trabajo, a tu prima pequeña, a tu mejor amiga. Puede sucederle a tu hija. Es la historia de superación del mayor trauma de una vida. El maltrato puede adoptar muchas formas, pero, sobre todo, puede adoptar muchas caras.

Mia tiene 20 años, compagina sus clases en la universidad con su nuevo trabajo de azafata de eventos mientras saca tiempo para ver a Hugo, su novio adicto al gimnasio. Andrés a sus 28 años parece que tiene la vida resuelta con un trabajo fijo en una empresa de repostería y una relación de más de cinco años. Acaban de encontrase y ninguno sabe lo que se les viene encima.

Capítulo 1: Dos semanas antes de la colisión
Capítulo 2: Una semana antes de la colisión
Capítulo 3: Un día antes de la colisión
Capítulo 4: Seis horas antes de la colisión
Capítulo 5: Colisión
Capítulo 6: 30 segundos después de la colisión
Capítulo 7: No solo los aviones vuelan
Capítulo 8: Cuesta abajo y sin frenos

Capítulo 9: Todo contigo

Al coger el móvil y ver más de diez mensajes y una llamada de Andrés, Mia se temió lo peor. Había quedado con sus amigos a tomar algo y ni se había dado cuenta del tiempo que había pasado. Tras despedirse de Inés y lanzar besos al aire salió corriendo de la cervecería y llamó a Andrés. A Mia nunca se le había hecho tan larga una hora al teléfono. Después de explicarle que solo había salido a por unas cervezas no había manera de que Andrés se tranquilizara respecto a ella, algo que continuó las semanas siguientes. Cada vez que ella quería salir o quedar con unos amigos despertaba el nerviosismo de Andrés. Era algo que la chica no entendía, pero él parecía no querer dejarla nunca sola.

-Mia, me gustas demasiado. No hay nadie con quien esté mejor que contigo.-Andrés no paraba de repetírselo mientras ella trataba de hacerle entender que también quería espacio para así poder echarle de menos.

La gota que colmó el vaso fue el cumpleaños de Judith, otra de las chicas del grupo. Habían ido todos a cenar a un centro comercial para salir después de fiesta. En medio de la cena empezó a sonar su teléfono sin parar. Viendo que la llamada era de Andrés, Mia puso el móvil en silencio. Era el cumpleaños de una de sus mejores amigas y no le parecía el mejor momento para ausentarse, por lo que decidió devolverle la llamada después de la cena.

-¿Quién era, Mia?-preguntó Inés oliéndose la respuesta.

-Andrés, pero ya le llamaré luego.-dijo ella mientras posaba para el selfie cumpleañero que estaba haciendo Inés.

Después de varias llamadas silenciadas y algún que otro botellín de cerveza, salieron del restaurante listos para comerse la noche o incluso repetir al día siguiente si fuera necesario. Mia iba abrazada a Fer y a Judith cuando se topó con Andrés en la puerta del centro comercial. La mirada del chico era gélida.

-Buenas noches, Mia- dijo él mientras le cogía la cara y le plantaba un beso en la boca sin que Mia tuviera tiempo ni a decir «Hola».- ¿No me presentas a tus amigos?- Andrés soltó el brazo de Fernando que mantenía sujeto a la chica y pasó el suyo alrededor de ella. Judith, Fernando y los demás del grupo miraban la escena esperando la reacción de Mia.

-Hola Andrés, ¿qué tal? Soy Inés. Mia nos ha hablado tanto de ti…-Inés irrumpió efusivamente dándole dos besos para romper el hielo. Mia le fue presentando a los demás del grupo mientras seguía preguntándose qué hacía el chico ahí y como era posible que hubiera dado con ella.

Tras las presentaciones de rigor, todos se encaminaron al metro para ir a la discoteca. Mia y Andrés cerraban la comitiva.

-¿Por qué no has cogido mis llamadas?- preguntó el chico mientras la llevaba agarrada contra él.

-Estaba en el cumpleaños de mi amiga, no quería que nadie le robara el protagonismo. Y no hace falta que me cojas tan fuerte, que voy perfectamente.- Mia se zafó de su brazo y continuó andando a su lado.

-¿Sabes acaso para qué te llamaba?- Andrés empezó a parecer enfadado, pero bajó la voz para que sus amigos no oyeran la conversación- Tenía algo especial preparado para esta noche.

-¿Ah sí? Pues que pena, yo ya tenía planes. Te dije que era el cumpleaños de Judith.

-Ya has estado con ella, y lo menos que puedes hacer después de tener semejante feo pasando de mí es compensarme.

-¿Cómo?- Mia se detuvo incrédula – ¿Compensarte de qué? Es el cumpleaños de mi amiga y lo lógico es que esté con ella.

-Cierto, pero lo lógico es también que hagas caso a tu novio y no pases de él como de la mierda. ¿Crees que así funciona una relación, Mia?

-No creo que funcione haciendo siempre lo que a ti te da la puta gana-replicó ella. Andrés la miró cabizbajo y suavizó el tono.

-¿Sabes por qué te había llamado? Llevaba una semana organizando algo que no dependía de mí totalmente. Y no sé por qué pero el universo se ha puesto de acuerdo para que pasara esta noche. Sé que tienes lo de tu amiga, pero quería darte la sorpresa. Como no conseguía contactar contigo ví que te etiquetaron en una foto en la que salía la ubicación del restaurante, así que quise venir a buscarte. Pero no quiero que te sientas obligada. A fin de cuentas tú decides lo que haces.

-Mia, ¿vienes o qué?- Fernando la llamó a lo lejos. El grupo se había detenido en la entrada del metro esperando a que la chica se despidiera.

Mia miró al grupo y giró la cabeza hacia Andrés, que la miraba con una mezcla de ilusión y lástima. La chica suspiró para sus adentros rezando por que su decisión no la metiera en más problemas.

Cuando veinte minutos después llegaron Mia no reconoció el lugar.

-¿Un spa?- dijo mientras trataba de contener la risa viendo la persiana metálica echada. -Creo que a estas horas va a ser difícil que nos den cita para un masaje.

-Lo importante no es el momento sino el modo- dijo Andrés mientras sacaba de su bolsillo un manojo de llaves.

-Pero, ¿cómo…?- Mia presenció incrédula como Andrés subía la persiana ante sus narices. El chico la invitó a pasar y según entraron volvió a cerrar la persiana tras ellos. El interior del spa estaba oscuro. Mia reconoció el olor característico de sales de baño e incienso y casi automáticamente se relajó. Mientras tanto Andrés andaba buscando algo a su derecha. Tras un chasquido, las luces de la recepción del centro se encendieron y Mia puedo apreciar el interior. Estaba decorado como un templo asiático lleno de budas y divinidades con muchos brazos. Andrés se volvió hacia ella con varias cosas en la mano.

-Bikini, toalla y chanclas. El bikini te lo puedes quedar, pero la toalla y las chanclas tienes que dármelas a la salida- seguidamente le indicó dónde estaba el vestuario femenino-. En cuanto estés lista sal por la puerta que está al final. Nos vemos allí.

Mia no terminaba de creerse que aquello estuviera pasando. En esos momentos el cumpleaños de Judith era el último de sus pensamientos. Tras quitarse la ropa y dejarla amontonada a un lado cogió el bikini que Andrés le había dado. Le quitó las etiquetas sin apenas fijarse en el traje de baño y se lo puso. Por muy sueltos que había dejado los nudos de los laterales, la braga le quedaba minúscula y apenas le tapaba nada. Mia se fijó en la etiqueta que había arrancado y se lo explicó al ver que se trataba de una talla 38. La parte de arriba en cambio le quedaba perfecta. Impaciente se enrolló la toalla alrededor del cuerpo y cruzó la puerta que le había descrito Andrés. Nada más salir se encontró en una sala decorada como un templo en ruinas con vegetación natural saliendo de las grietas de las paredes. La única iluminación procedía de las decenas de velas que Andrés se encontraba colocando en el suelo alrededor de una gigantesca piscina termal. La chica le llamó desde el otro borde.

-¿Pero qué es todo esto?

-Te dije que tenía algo especial- dijo Andrés esbozando una sonrisa de felicidad. El chico dejó la última vela y se metió en el agua-. Esta es la piscina templada, pero también tenemos la de agua fría, la de agua caliente, sauna y baño turco- enumeró. Después se acercó braceando a los pies de Mia-. ¿Entras o te vas a quedar ahí plantada hasta que se nos derritan las velas?

La chica, sabiendo que los ojos de Andrés seguían cada uno de sus pasos, dejó la toalla en uno de los colgadores de la pared y entró en la piscina lo más dignamente que la braga del bikini le permitía. El agua estaba sencillamente perfecta. Lo suficientemente caliente como para relajar todo su cuerpo pero no lo bastante como para quemarle la piel. Mia dio un par de brazadas y seguidamente rodeó a Andrés. Con el agua cubriéndola se sentía más tranquila. No tenía complejos de su cuerpo. Venía de una familia de mujeres curvilíneas y siempre se había aceptado y querido tal cual era, pero el minúsculo trozo de tela no terminaba de hacerla sentir cómoda. Andrés la miraba como si fuera un tiburón y se dispusiera a pegarle un bocado de un momento a otro.

-Ese bikini te queda genial, caramelo- dijo-. ¿Has visto que bueno soy adivinando tallas?

-En realidad te equivocaste con la parte de abajo.- Andrés estalló en carcajadas que botaron por el silencioso spa.

-Si eso es lo que quieres pensar…- dijo mientras se acercaba a ella en busca de un beso. Mia se lo dio de buena gana y le rodeó el cuello con los brazos. Andrés se zafó de ellos y la agarró mientras la giraba contra el borde. La chica se clavaba el saliente de la piscina en la tripa, pero solo podía pensar en la boca de Andrés bajando por su nuca y por su espalda. Si en un principio el agua de la piscina le había parecido agradable, en esos momentos la notaba hervir. Cuando Andrés terminó de marcarla a besos la volvió a girar apretando su cuerpo contra el de ella. Mia aprovechó para deslizar sus manos por su pecho. El agua de la piscina les llegaba un poco por debajo de los hombros, por lo que tuvo que sumergirlas. Andrés tenía los hombros anchos. No tenía los pectorales ni la tripa definida, pero, después de su experiencia con Hugo, a Mia no le importó lo más mínimo, al contrario. Le encantaba su naturalidad. Entendía que Andrés prefiriera pasarse una tarde viendo series antes que levantando pesas mecánicamente, algo que a su parecer, aportaba menos que nada. Cuando Andrés empezó a explorar el interior de su bikini, Mia empezó a hiperventilar. Aquello estaba pasando demasiado rápido y no sabía si era el calor o las manos de Andrés pero no era capaz de pensar con claridad por lo que en un destello de lucidez, frenó las manos del chico.

-Andrés… para- Él se detuvo al instante-. Es que no estoy segura, está pasando todo muy rápido.- Él la miró largamente y se apartó. Tratando de serenarse el chico se pasó las manos por la cabeza humedeciendo sus rizos. Ni siquiera el agua conseguía que se le quedara el pelo liso.

– Ojalá dejaras de pisar el freno. – Andrés se salió del agua sin que Mia pudiera detenerle y buscó algo en una mochila que había dejado en el borde del baño. Seguidamente apuntó con un mando al techo y el sonido de violines se mezclo con los vapores.- Han pasado semanas y sigues sin entender la magnitud de esto, sin hacerte una idea de todo lo que siento por ti, de que no quiero perder un solo momento de mi vida lejos de tu lado. Quiero tenerlo todo y quiero tenerlo contigo- Mia aguantaba la respiración mientras reconocía la canción que sonaba de fondo-. Te quiero, Mia- declaró Andrés mientras Steven Tyler acompañaba de fondo sus palabras con Don´t wanna miss a thing.

La chica notó como se le encogían las tripas. Tomó aire profundamente y salió del agua dirigiéndose hacia Andrés. Por el camino soltó los nudos de la braga del bikini y se quitó por la cabeza la parte de arriba.

– Dame un beso- pidió ella.

– Te daría el puto universo si me lo pidieras.

 

Baños turcos. HAMMANALANDALUS

Baños turcos. HAMMANALANDALUS

 

Resiliencia. Capítulo 8: Cuesta abajo y sin frenos

Hace años me instaron a escribir esta historia. Aunque, cuando me lo dijeron, esa historia no era esta historia. Así que supongo que, aunque no he elegido que sea de esta manera, he elegido compartirla tal cual es ahora. No es una historia personal aunque algunas vivencias son propias. Si he decidido escribirla es porque, si a mi me sirve de terapia, quizás a ti te pueda servir de ayuda.

Resiliencia te puede haber pasado a ti, a tu madre, a tu compañera del trabajo, a tu prima pequeña, a tu mejor amiga. Puede sucederle a tu hija. Es la historia de superación del mayor trauma de una vida. El maltrato puede adoptar muchas formas, pero, sobre todo, puede adoptar muchas caras.

Mia tiene 20 años, compagina sus clases en la universidad con su nuevo trabajo de azafata de eventos mientras saca tiempo para ver a Hugo, su novio adicto al gimnasio. Andrés a sus 28 años parece que tiene la vida resuelta con un trabajo fijo en una empresa de repostería y una relación de más de cinco años. Acaban de encontrase y ninguno sabe lo que se les viene encima.

Capítulo 1: Dos semanas antes de la colisión
Capítulo 2: Una semana antes de la colisión
Capítulo 3: Un día antes de la colisión
Capítulo 4: Seis horas antes de la colisión
Capítulo 5: Colisión
Capítulo 6: 30 segundos después de la colisión
Capítulo 7: No solo los aviones vuelan

Capítulo 8: Cuesta abajo y sin frenos

Cuando al día siguiente Mia le comunicó que, oficialmente, había roto con su novio, Andrés alzó un puño tirando al suelo el bol de pasta que estaba compartiendo. Su compañero de piso se asustó por la reacción de su amigo.

-¿Qué pasa, macho?
-Ha dejado a su novio por mí -dijo ufano mientras recogía los macarrones que estaban desperdigados por la alfombra.
-Enhorabuena tío. Ya me la presentarás. -Su amigo le dio una palmada en el hombro y se unió a Andrés en la recogida de comida. Tras dejar el bol en la cocina Andrés sintió la necesidad de verla urgentemente.
-Raúl, ¿me prestas la moto? -Un ruido de llaves chocando contra la mesita baja del salón llegó hasta él.
-Ya sabes dónde está aparcada.

Según llegó a la facultad de Ciencias de la Información la dejó aparcada en la puerta. Apenas tenía una hora libre para comer y ya casi había pasado. Le quedaban unos minutos antes de que Sanz le llamara dándole por culo recordándole que tenía que entrar a las tres. Entró a la facultad y se dirigió a la ventana de información.
-Buenos días, ¿podría mandar un mensaje por megafonía? Es una emergencia familiar.

Cuando Mia llegó a la ventana de información, su cara era de sorpresa hasta que vio a Andrés. El chico supo al instante que ella le seguiría la corriente.
-Mia, es tu abuelo. Tenemos que irnos. -La chica, manteniendo el semblante serio, cogió uno de los cascos de moto que Andrés llevaba enganchado del brazo y se dirigió a la puerta.
Cuando salieron ella siguió andando hacia el aparcamiento. Andrés la seguía de cerca. No entendía a qué venía tanta prisa. Mia ya sabía de sobra que todo había sido para sacarla de clase.
-¿Qué cojones ha sido eso? -dijo ella sentándose en el borde de la acera, lo bastante alejada para que no les viera el bedel.
-He leído tu mensaje, quería que me contaras como ha sido. -dijo él tranquilo. Le lanzó una sonrisa mientras ella seguía taciturna.
-¿Me has sacado de clase para decirte algo que podría haberte contado más tarde? -Andrés alucinó. ¡O sea que estaba enfadada por haberle hecho salir! No se lo podía creer. Él había ido con toda la ilusión del mundo a verla y lo único que recibía por su parte era un jarro de agua fría.
-Bueno, yo entro ahora a trabajar… Entonces no podríamos habernos visto hasta más tarde. -dijo él tratando de justificarse.
-No es excusa, no puedes hacer esto. No puedes llegar y sacarme de clase como si nada. Esto es mi futuro ¿sabes? Tú el tuyo ya lo tienes, pero yo aún estoy construyendo el mío… -Andrés explotó sin dejarle acabar la frase.
-No me puedo creer que seas tan desagradecida. He hecho esto porque me moría por verte. Y sí, soy tan pasional que quería que me contaras en persona cómo has hecho para volver a ser libre. Fíjate si me interesas, Mia… ¿Por qué tienes que ser tan racional? Simplemente me he dejado llevar por mis sentimientos. -Notó cómo sus palabras empezaban a calar en ella hasta que al final la chica se puso en pie y se acercó a él.
-Tienes razón. Ha sido un gesto bonito. No me lo tengas en cuenta, es solo que no estoy acostumbrada a tanta… espontaneidad.
-Claro, claro, tu ex no estaba tan zumbado por ti, ¿no? ¿Es eso? -dijo él alzando la voz. Seguía molesto por el recibimiento frío de la chica.
-No Andrés, no es eso. No quiero hablar de Hugo. Ya no estamos juntos y eso es lo que importa.
-¿Le has dicho que le dejabas por mí? -preguntó cortándola otra vez mientras le clavaba la mirada. Ella la retiró y supo que no le iba a gustar la respuesta.
-Le he dicho la verdad, que no funcionaba y que no podía estar con alguien que no me hacía “mariposas” en la tripa.
-O sea que no sabe nada de que ha sido por mí -atajó.
-No le he dejado por ti, Andrés. Hemos roto porque no funcionaba.
-¿Y qué vas a hacer ahora? -demandó él.
-Pues no lo sé… creo que deberíamos tomarnos un tiempo de recuperación. Ya sabes… Los dos hemos estado emparejados mucho tiempo y no creo que empezar de repente sea una buena idea. Necesitamos salir, conocer gente, airear las sábanas antes de que volvamos a meter a alguien en ellas. -Andrés la miró incrédulo.
-¿Cómo que un tiempo? ¿Quieres ver a otra gente? Yo he dejado a mi novia por ti. -Las dudas de la chica le exasperaban. Había movido cielo y tierra para estar con ella y ahora se le iba de las manos.
-Yo nunca te dije que fuéramos a empezar nada. Estamos conociéndonos y pasar de cero a cien es una locura.

Andrés se alejó dolido. No podía creer que aquello estuviera sucediendo. De pronto sintió rabia. Tenía ganas de coger aquella moto que ni siquiera era suya y escapar de todo. Pero no podía. Fuera a dónde fuera sabía que sus pensamientos seguirían atados a ella de una manera o de otra. Notó como unos brazos le rodeaban la cintura y como una cabeza morena se acomodaba en su pecho.

-Andrés…di algo -pidió Mia en un susurro.

El chico le quitó los brazos y aún sujetándolos la cogió de ambas manos. Levantaría las cartas. Era o en ese momento o nunca.

-Mia, lo que he visto en ti no lo he visto nunca. He quitado de mi vida todo lo que me impedía estar contigo y solo quiero tenerte, aunque sea sin frenos y cuesta abajo y nos demos una hostia. Si eres tú quien se la pega conmigo, dolerá menos el golpe. Pero si no estás dispuesta a aprovechar esta oportunidad, me voy, porque no quiero perder el tiempo. Ya no soy un niñato de veinte años. Soy un hombre que tiene claro lo que quiere y es a ti, pero si no puedo tenerte te dejaré en paz y seguiré con mi vida.

Pensó en las conversaciones de la feria de manualidades, en su abrazo de despedida, en aquella escapada tan loca a Barcelona que le había sabido a días aunque se hubieran tratado de horas y supo que por la cabeza de la chica estaba pasando lo mismo.

-Está bien – dijo ella al fin-. Veamos a dónde va esto.

Andrés la abrazó contra sí. Mia respondió de buena gana hasta que notó que algo vibraba contra su cadera.

-¿Tanto te alegras? -dijo ella mirándole descaradamente la entrepierna.
-Joder, ¡es Sanz! -Andrés descolgó el teléfono. -Sí, sí, estaba yendo para allá pero ha habido un accidente en la M-30… han tenido que atender a una epiléptica –dijo mientras le guiñaba un ojo a Mia -. Perfecto, ahora te veo. –Tras colgar miró con pena a la chica- Me voy, caramelo. ¿Tú qué vas a hacer?
-Ahora que ya he salido iré a casa o algo. No es plan de que vuelva a entrar.
-Vale, ¿hablamos luego? -dijo mientras bajaba la moto a la carretera.
-Sí. Luego nos vemos. -Mia se giró para marcharse pero Andrés la detuvo.
-¿No vas a darme un beso?- dijo el chico- Ahora ya no tienes excusa.
-¿Aquí? ¿En un parking de motos?- Andres bufó internamente. Otra vez la lógica Mia que nunca se dejaba llevar por el momento.
-Sí, aquí. ¿Qué tiene de malo?
-Pues… que es un primer beso.-titubeó Mia como si aquello lo explicara todo.
-Lo especial de un primer beso no es el sitio sino con quién te lo des.

Cuando más larga se le hacía la tarde era a partir de las cinco, cuando ya no tenía nada más que hacer. Pero aquel día no podía de parar de dar vueltas por el almacén subiendo y bajando cajas simplemente cambiándolas de sitio. Estaba extasiado, pletórico, se sentía ligero y efervescente, como si por dentro tuviera las burbujas de todo un stock de Coca-Colas. Rememoraba una y otra vez el beso con Mia. Había empezado con un roce casi hasta tímido y por poco tienen que separarles con agua hirviendo de las ganas que acabaron poniéndole al beso. Lo volcaron todo: los días de espera, la tensión creciente, la química más que evidente de cada roce y mirada… Y tenía ganas de más. Aquello le había sabido a tan poco que, mentalmente, ya se estaba organizando para ir a verla en cuanto saliera del trabajo.

-¿Qué haces en tres horas, caramelo? -El chico escribía el whatsapp cuando se percató de la imagen de perfil de la chica. Mia todavía tenía la foto con su ex novio. Andrés sintió sus entrañas hervir de rabia.
-¿Se puede saber por qué todavía tienes esa foto? Porque es como si dijeras que aún estáis juntos y te recuerdo que estás conmigo.

El chico se mordió las uñas tratando de tranquilizarse. Mia seguía sin aparecer en línea y su preocupación iba en aumento. No tenía ni idea de cuándo había visto el teléfono por última vez al tener oculta la hora de conexión más reciente.

-Caramelo, necesito que te pongas la hora de conexión. No me gusta sentirme así de intranquilo.

No había manera. Andrés trató de contener su imaginación que ya iba kilómetros por delante de él. ¿Y si había vuelto con su ex? ¿Y si estaban juntos en ese momento? La duda le estaba matando por dentro.

-Mia, ¿qué haces? ¿Dónde estás?

Era el cuarto mensaje y no quería escribirle más. Se puso a buscar a la chica en las redes sociales y la encontró en Facebook donde también salía con su ex novio en la foto de perfil. Andrés mandó la solicitud de amistad e inmediatamente volvió a escribirle al Whatsapp.

-¿En Facebook también? No me jodas Mia…

Viendo que la chica seguía sin contestar, tiró con rabia el teléfono. Si ella esperaba que toda la relación fuera así, lo tenía claro.

Caída de una montaña rusa. PUBLICDOMAINPICTURES.NET

Caída de una montaña rusa. PUBLICDOMAINPICTURES.NET

Resiliencia. Capítulo 7: No solo los aviones vuelan

Hace años me instaron a escribir esta historia. Aunque, cuando me lo dijeron, esa historia no era esta historia. Así que supongo que, aunque no he elegido que sea de esta manera, he elegido compartirla tal cual es ahora. No es una historia personal aunque algunas vivencias son propias. Si he decidido escribirla es porque, si a mi me sirve de terapia, quizás a ti te pueda servir de ayuda.

Resiliencia te puede haber pasado a ti, a tu madre, a tu compañera del trabajo, a tu prima pequeña, a tu mejor amiga. Puede sucederle a tu hija. Es la historia de superación del mayor trauma de una vida. El maltrato puede adoptar muchas formas, pero, sobre todo, puede adoptar muchas caras.

Mia tiene 20 años, compagina sus clases en la universidad con su nuevo trabajo de azafata de eventos mientras saca tiempo para ver a Hugo, su novio adicto al gimnasio. Andrés a sus 28 años parece que tiene la vida resuelta con un trabajo fijo en una empresa de repostería y una relación de más de cinco años. Acaban de encontrase y ninguno sabe lo que se les viene encima.

Capítulo 1: Dos semanas antes de la colisión
Capítulo 2: Una semana antes de la colisión
Capítulo 3: Un día antes de la colisión
Capítulo 4: Seis horas antes de la colisión
Capítulo 5: Colisión
Capítulo 6: 30 segundos después de la colisión

Capítulo 7: No solo los aviones vuelan

-Inés, necesito que me cubras esta noche-susurró Mia al teléfono esperando que no la oyeran sus padres- Y sin preguntas.
-¿Cómo? ¿Qué? ¿Con quién has quedado?- Por lo visto lo de «Sin preguntas» solo funcionaba en las películas, pensó Mia
-¿Recuerdas el chico del que te hablé? Voy a quedar con él esta noche.-dijo al fin.
-¿Esta noche?! Habíamos quedado en casa de Fer por el cumpleaños.
-Lo sé, por eso es la excusa perfecta para que Hugo no sospeche. Le he dicho que volvería mañana por la mañana porque dormiría contigo.
-¡¿A dormir?! Mia…¿estás segura?
-No va a pasar nada, solo quiero salir de dudas con él.
-Ya, claro…salir de dudas. ¿Dudas de qué?
-De por qué mirándome me ha hecho sentir algo que con Hugo no he sentido nunca.-reconoció ella.
-Pfff…no sé tía. ¿No podrías averiguarlo hablando por chat?
-No, tiene que ser en directo.-Mia se apuró viendo que acababa de llegarle un mensaje.-Está abajo, te dejo.
-¿Pero a dónde vais?
-No lo sé, imagino que a estas horas a cenar algo. No tengo ni idea.
-Bueno, pero mándame ubicación cuando llegues, ¡que a lo mejor es un psicópata!- A Inés le encantaba exagerar, pero sabía que detrás de la broma de su amiga había una preocupación malamente disimulada.
-Vale, hablamos mañana. ¡Gracias, pajarito!

Después de colgar cogió los primeros vaqueros que encontró por delante y una camiseta de manga francesa. Los días de mayo empezaban a ser cálidos, pero por si acaso, agarró en el último momento una chaqueta algo más gruesa. Cuando llegó a la calle Andrés la esperaba apoyado en su coche como si fuera un acto cotidiano que hubiera repetido mil veces y no la primera vez que quedaban. Ella volvió a mirarle de arriba a abajo conforme se acercaba. Esta vez llevaba unos pantalones metidos por dentro de las botas de cordones junto a otra camisa de cuadros que se escondía bajo una cazadora de cuero. Le parecía más salido de un ensayo en un garaje que vestido para una cita. Conteniendo el entusiasmo se subió al coche después de darle los dos besos de rigor aguantando las ganas de darle otro abrazo. Nada más abrocharse el cinturón se volvió hacia él expectante.

-¿A dónde vamos?- El chico esbozó una sonrisa amplia y arrancó. Parecía mucho más relajado que la última vez que le vio.
-¿Conoces Scorpions?-preguntó él a su vez. Mia alzó una ceja.
-Mmm…no. ¿Tiene que ver?
-Todo tiene que ver, caramelo. A veces una banda alemana puede ser la que te señala el camino.-Dicho eso pulsó el play de la radio del coche y empezó a sonar una canción de rock que Mia desconocía.
Tras ella llegaron muchas otras, pero tenía la sensación de que ninguno de los dos le prestaba atención a la música. La conversación entre ellos era demasiado interesante.
-No es por interrumpirte, pero hemos llegado.-Mia miró por la ventanilla del coche. Se encontraban aparcados en el nivel inferior de la estación de Atocha.
-¿Vamos a algún bar por aquí cerca?-preguntó Mia mientras cerraba la puerta.
-No, venimos a la estación.
-¿A buscar a alguien?- Se sorprendió cuando Andrés negó con la cabeza y esbozaba una sonrisa. Seguidamente el chico miró la hora y la cogió de la mano mientras apretaba el paso dirigiéndose a la entrada de la estación.
-Vamos a coger un tren a dónde quieras y volveremos en el de primera hora de la mañana. Y ahora corre, que cogiendo billetes a estas horas no suelen quedar muchos asientos libres.
Mia le seguía el paso acelerada mientras trataba de ordenar todo en su cabeza, sin embargo en lo único en lo que podía pensar era en el roce de la mano de Andrés sosteniendo la suya.

Jamás habría imaginado que dos horas y algo podrían pasar tan rápido. Haber ido hablando todo el camino con Andrés había facilitado mucho las cosas. Todavía se reía cuando se acordaba de que, nada más entrar, Andrés había persuadido a un hombre para que les cambiara el sitio, ya que a esas horas solo quedaban asientos sueltos y les había tocado estar separados..

-Verá caballero, no quisiera molestarle pero mi amiga-dijo mientras señalaba a Mia-es epiléptica. Como suelen darle crisis a menudo y sé cómo actuar en ese tipo de casos, me gusta estar cerca de ella.-No había terminado el relato y el hombre ya se había puesto de pie para cederles el asiento. Andrés se lo agradeció mientras ocupaban el sitio.

-Muchas gracias, muy amable. Oh, espera Mia, tienes un poco de saliva de cuando te dio el episodio antes.-dijo Andrés mientras simulaba limpiarle una baba imaginaria. Mia contuvo la risa. Aquel chico no solo era una caja de sorpresas sino que nunca se lo había pasado tan bien en su vida. Con Andrés cerca se abstraía de lo que le rodeaba y solo le prestaba atención al chico. Fue por eso por lo que no se enteró cuando llegaron a su destino. Andrés se puso en pie y la condujo a la salida.

-Por favor, dejen paso. Los niños y los epilépticos primero.-Mia se moría de la vergüenza pero no puedo evitar reírse con ganas. Si con él iba a ser todo así firmaría dónde hiciera falta. El reloj de la estación marcaba la una de la madrugada y sin embargo la ciudad bullía de actividad. Cogieron un taxi que Mia insistió en pagar, ya que Andrés había cogido los billetes, y en menos de 15 minutos y 20 euros estaban plantados en un paseo. La única luz era la de las farolas que alumbraban el camino y, frente a ellos, se extendía una masa inmensa negra que parecía infinita desde donde se encontraban. Mia inspiró el olor del mar, miró a Andrés con todos los rizos despeinados por el viento y se sintió ligera. Cuando le parecía que el momento no podía ser más perfecto sintió vibrar su móvil en el bolsillo del pantalón, como si fuera la misma realidad la que le devolviera a la tierra.

-Como no me mandes ubicación me va a ser muy difícil colaborar con la policía cuando estén buscando tu cuerpo.

El tono aún preocupado pero divertido de Inés le hizo sonreír.

-¿Quién te escribe a estas horas?-Preguntó Andrés mirando la pantalla de la chica.
-Es mi mejor amiga, me está cubriendo esta noche.-Mia tecleó rápidamente activando el GPS y tras darle a «Enviar» volvió a guardarse el móvil en el bolsillo. Casi podía ver la cara de su amiga cuando leyera en el Whatsapp su ubicación: «Passeig Maritim La Barceloneta, Barcelona»

 Tras dejar el mar a sus espaldas empezaron su visita turística por Barcelona de madrugada. Atravesando el Parque de la Ciutadella llegaron al Arco del Triunfo bajaron por la Gran Vía de las Cortes Catalanas y acabaron en las Ramblas buscando un sitio donde poder comer algo. Un Kebab con el cartel luminoso de 24 horas fue para Mia lo más parecido a la salvación. Ya eran las tres de la mañana y llevaba casi 12 horas sin probar bocado. Andrés se reía de ella según iba devorando el kebab. Cuanto más comía más salsa salía por todas partes.

-¿Por qué la ponen toda al fondo?-Preguntó Mia frustrada arrugando la vigésima servilleta. Andrés se rio con ganas. No solo se había comido el suyo en un santiamén sino que no se le había movido un rizo.

-Espera, tienes algo aquí.-dijo mientras se señalaba un lado de la cara- Ahora sí que pareces en plena crisis epiléptica.
-¿Aquí?-dijo Mia mientras se rascaba el lateral de la cara.
-No, aquí.-Andrés se acercó a ella con la servilleta en la mano, pero en vez de eso le dio un beso en la comisura del labio. Mia sintió su mejilla arder y trató de respirar con normalidad recordando que tenía la boca llena de comida y no quería atragantarse. El chico seguía mirándola a escasos centímetros. Ella se apartó aún acelerada y se limitó a comer el kebab mientras se preguntaba qué pasaría por la inescrutable cabeza del chico de las coberturas.

Tras reponer fuerzas siguieron con la visita turística. Aunque todo estaba cerrado la mayoría de los monumentos estaban iluminados, por lo que no se perdieron las Torres Venecianas de la Plaza de Barcelona con Montjuïc al fondo. Unos chicos que pasaban por la plaza les indicaron dónde podían tomarse una copa y acabaron en un pub tranquilo que ponía de todo un poco, desde OBK hasta Estopa.

Cuando llegaron las 6 y tomaron el camino hacia la estación Barcelona Sants, Mia apenas se sentía cansada. No fue hasta que se encontró sentada en el tren, de vuelta a Madrid, cuando le entró el sueño.

-¿Andrés?- preguntó la chica conteniendo un bostezo mientras se acurrucaba en su hombro- ¿Por qué me preguntaste lo de la banda esa de música?- El chico sonrió y le pasó el brazo por detrás para abrazarla.
-Esa canción de Scorpions se llama Catch your train.- Pero Mia ya no le escuchaba.

Playa por la noche. PEXELS

Playa por la noche. PEXELS

Resiliencia. Capítulo 6: 30 segundos después de la colisión

Hace años me instaron a escribir esta historia. Aunque, cuando me lo dijeron, esa historia no era esta historia. Así que supongo que, aunque no he elegido que sea de esta manera, he elegido compartirla tal cual es ahora. No es una historia personal aunque algunas vivencias son propias. Si he decidido escribirla es porque, si a mi me sirve de terapia, quizás a ti te pueda servir de ayuda.

Resiliencia te puede haber pasado a ti, a tu madre, a tu compañera del trabajo, a tu prima pequeña, a tu mejor amiga. Puede sucederle a tu hija. Es la historia de superación del mayor trauma de una vida. El maltrato puede adoptar muchas formas, pero, sobre todo, puede adoptar muchas caras.

Mia tiene 20 años, compagina sus clases en la universidad con su nuevo trabajo de azafata de eventos mientras saca tiempo para ver a Hugo, su novio adicto al gimnasio. Andrés a sus 28 años parece que tiene la vida resuelta con un trabajo fijo en una empresa de repostería y una relación de más de cinco años. Acaban de encontrase y ninguno sabe lo que se les viene encima.

Capítulo 1: Dos semanas antes de la colisión
Capítulo 2: Una semana antes de la colisión
Capítulo 3: Un día antes de la colisión
Capítulo 4: Seis horas antes de la colisión
Capítulo 5: Colisión

30 segundos después de la colisión

De pronto ya no le importaba haberse pasado casi dos días dentro de un pabellón. No le importaban las tonterías de Sanz ni los insultos de Mimi. No le importaba nada más que la cabeza que se encontraba entre sus brazos. Acercó su nariz al pelo de la chica e inspiró. Casi podía sentir los chispazos entre las neuronas de su cerebro. Tenía colocón de Mia. La chica, pese a que se había mostrado dubitativa en un principio, le agarraba ahora con fuerza. Andrés no quería soltarse. No sabía cuánto llevaba agarrado a ella, por un lado le parecía toda la vida, por otro le angustiaba la sensación de que apenas llevaban un segundo. Notaba tan fuerte la energía entre los dos que pensó que podrían haber iluminado el pabellón con un simple roce por meses.

Cuando Mia se separó, sintió los brazos tan vacíos y el corazón tan lleno que, tuvo que resistir las ganas de volver a cogerla.

-Qué bien abrazas- dijo en su segundo ataque de frases estúpidas mientras mentalmente se volvía a recriminar. Era increíble lo que esa chica era capaz de provocarle en el cerebro.

Mia esbozó una sonrisa que pedía a gritos ser besada, pero se contuvo y se limitó a verla marchar con la melena negra ondeando tras ella.

Siempre había odiado el sonido que producían las luces de neón cuando se encuentran a punto de fundirse y se limitan a parpadear de manera irritante, pero en ese momento nada le afectaba. Lo único que le devolvió a la realidad fue el ligero apretón que le dio la mano de su abuelo. Miriam, viendo que el anciano se despertaba de la siesta, se acercó a la cama en la que se encontraban el abuelo y el nieto. Andrés se volvió hacia él para darle un beso.

-¿Cómo estás abuelo?

El anciano se fijó en la otra presencia de la habitación.

-Miriam, preciosa, ¿qué tal?

La chica se acercó a la cama e hizo el amago de darle dos besos, aunque a Andrés no se le escapó cómo su novia torcía el gesto. En cuanto se incorporó, la chica volvió hacia la ventana, al lugar más alejado de la cama. Miriam nunca había sido especialmente amable con su familia. Se limitaba a pisar su casa lo menos posible.

-¿Te encuentras mejor?- insistió Andrés preocupado viendo las gasas que sobresalían por el cuello del camisón.

-Sí hijo. Tengo unas ganas locas de levantarme de esta cama. ¿Cómo ha estado la feria esa?

Andrés, que días antes le carcomía la rabia por tener que cubrir la feria y no poder visitar a su abuelo, se sentía agradecido por haber tenido que trabajar. Quería hablarle de Mia, de la conexión que había sentido que nunca había sentido con nadie. De cómo le recordaba a la historia de amor que tuvieron él y su abuela.

-Bien, bien… Pero lo importante ahora eres tú y que te recuperes. La abuela está como loca porque vuelvas.- Su abuelo cerró los ojos y sonrió.

-Qué mujer… Miriam, ¿te he contado la historia de cuando conocí a la abuela de Andrés?

-Sí- contestó ella cortándole- Dos veces.

Andrés le lanzó una mirada de enfado, afortunadamente, la sordera del anciano hizo que no oyera a la chica.

-Fue en 1952, yo tenía 33 años y su abuela 19. Estaba esperando al metro en la estación de Bilbao cuando vi a Adela en el andén de enfrente. Nos quedamos mirando unos segundos y supe que quería que fuera la mujer a la que mirara el resto de mi vida. Me cambié de andén y cogí el mismo tren que ella. Llevamos viajando juntos desde entonces.- Andrés le apretó la mano emocionado como cada vez que oía la historia. – Me alegra ver que tú has tenido también suerte. ¿Cuándo vas a pasar por la vicaría? Yo no voy a estar aquí siempre, Andrés, y sabes que quiero verte casado.

Todo el desinterés que tenía Miriam por la conversación se esfumó en cuanto el tema versó sobre bodas.

-Eso es lo que le digo yo, pero su nieto es muy cabezota.-dijo la chica sin perder oportunidad. Continuó hablando como si el anciano no estuviera- Andrés, tus abuelos están ya mayores y no les debe quedar mucho por delante. ¿No crees que es el momento de que te plantees dar el paso?

Andrés no la escuchaba. Solo de pensar en compartir su vida con cualquiera que no fuera la azafata que había conocido, se le antojaba un suicidio emocional. Todavía no le había escrito. El papel con el ‘SÍ’ y el número de teléfono de la chica estaban a buen recaudo a su bolsillo. Se había memorizado cada número por si acaso. Lo único que le había frenado a la hora de escribirla era que, desde que había terminado la feria, no se había separado de Miriam.

Cuando subieron al coche Miriam seguía hablando del matrimonio.

-Porque claro, tienes que tener en cuenta que se tarda un año en organizarlo todo: las invitaciones, las flores, el restaurante… La mayoría de los sitios que me gustan tienen lista de espera de meses y me niego a casarme en otoño o en invierno solo porque no nos den otro día.

Andrés se abrochó el cinturón y arrancó el coche. Como cada vez que la llave hacía contacto, la radio se encendió automáticamente. El estribillo de Across the universe inundó todo el coche. El chico se quedó paralizado con las manos sobre el volante mirando algún punto en el infinito. Si aquello no era una señal, no sabía qué podía serlo.

-Qué mierda de música. Ya sabes que cuando entro al coche me gusta que esté la KeBuena.-Miriam pulsó otro botón de la radio y John Lennon enmudeció inmerso en una canción de reggaeton.

Andrés volvió a poner la emisora de la canción y se giró hacia su novia.

-Mimi, tenemos que hablar.

-Al fin- dijo la chica satisfecha.-Es lo que llevo intentando decirte toda la visita, que tus abuelos son muy mayores y a los pobrecitos les encantaría verte casado. Eres su único nieto y no te quedan más abuelos, así que yo creo que…

-No es de bodas.- dijo el chico con calma. Trató de pensar cuál sería la mejor manera de soltar lo que tenía en mente. Decirle a Mimi que rompían se le antojaba mil veces más peligroso que enfrentarse a cualquier animal salvaje. Si ya de por sí el ‘pitbull’ era arisco no se imaginaba cómo reaccionaría después de aquello.

-Bueno, ¿pues qué es? Suéltalo ya que quiero llegar a mi casa en algún momento de esta tarde, si no es mucho pedir.

-Hemos terminado.-sentenció Andrés.

Miriam se quedó muda. Estaba claro que aquello era lo último que se había imaginado.

-¿Cómo?-dijo ella.-No te he entendido bien.-Estaba claro que Miriam le estaba dando la oportunidad de que reculara, pero Andrés casi podía sentir como la ira se iba acumulando en el pequeño cuerpo de su, ahora, exnovia.

– No quiero seguir contigo. Se acabó.-La imagen de Mia se sobrepuso en su cabeza a la mueca de ira que empezaba a recorrer la cara de Miriam. Solo le quedaban unos segundos antes de que el volcán de metro y poco estallara por lo que se metió prisa.- Esto no funciona. Nunca ha funcionado. No eres para mí, a la larga esto habría pasado y seguir juntos solo serviría para hacernos daño

Miriam estalló gritando.

-¿CÓMO QUE ME DEJAS? ¿Qué nunca ha funcionado? Yo a ti te mato.

Seguidamente la chica se lanzó encima de Andrés y empezó a propinarle puñetazos con rabia por todo el cuerpo. Andrés, manteniendo la calma la agarró de los puños y la miró a los ojos.

-¡Hay otra! ¡Eres un cerdo gilipollas! ¡Te vas a arrepentir de esto!

-Si te calmas te acerco a tu casa, sino te bajas del coche-dijo tranquilo.

La chica llorosa tratando de contener los sollozos se bajó cerrando la puerta delicadamente. Andrés aún incrédulo de que hubiera sido tan fácil se quedó mirándola a ver si iba hacia la parada de autobús del hospital. Pero Miriam, en vez de moverse, seguía junto al vehículo. Lentamente, sacó su llavero y recorrió la puerta derecha dejando una línea en la carrocería tras su paso.

-Muérete, cabrón- le plantó el dedo corazón contra la ventanilla y se marchó dando media vuelta con violencia.

-Será hija de puta… -dijo Andrés mientras arrancaba el coche. Aunque pensándolo bien, un arañazo en el coche le parecía un precio demasiado barato en comparación al peso que sentía que se había quitado de encima. Subió el volumen de la radio y bajó las ventanillas mientras aceleraba por la M-30. Se sentía tan ligero que habría podido flotar. Pensó en Mia, en el olor de su pelo que le había llegado cuando le abrazaba. Era una mezcla entre champú suave, colonia afrutada y chocolate. Aunque posiblemente eso último fuera por el olor del pabellón. Apoyó el codo en la ventanilla abierta y dejó que el viento le despeinara los rizos. Las ganas de escribir a la chica eran acuciantes ahora que volvía a estar solo. No quiso esperar a llegar a casa. Tomó un desvío y se salió por una vía de servicio hasta detenerse cerca de una gasolinera cerrada.

Sin quitarse el cinturón agarró el teléfono y añadió a la chica a sus contactos. Al poco de actualizarla, salió su foto de perfil de Whatsapp en su pantalla. Aparecía abrazada a su novio. Debía de ser una celebración porque ambos estaban vestidos de punta en blanco. Andrés no dejó que eso le amedrentara. Pinchó sobre su nombre.

-¿Me has echado de menos, caramelo?

Esperó a ver si la chica aparecía en línea, pero no se dio el caso. Al tener desactivada la última hora de conexión no podía saber cuándo había mirado el teléfono por última vez. Empezó a ponerse nervioso. ¿Y si estaba con él? ¿Y si él la estaba besando? No podía imaginárselo poniéndole las manos encima. Desde el momento que la había visto en el stand de la feria la había sentido suya e, imaginar al orangután de la foto con ella, le enfermaba, le ponía violento, le daban ganas de partirle esa cara de gilipollas que tenía. Respiró hondo tratando de tranquilizarse y volvió a arrancar el coche. Se incorporó a la carretera con un ojo pegado a la pantalla del teléfono. Cuando pasados unos minutos este se iluminó casi se sale de la carretera al cogerlo. Un coche del carril continuo le pitó y masculló algo que a Andrés le pareció la palabra más bonita del mundo al ver que Mia le había contestado.

-Ni lo más mínimo 🙂

Andrés sonrió. Los cinco años de aguantar borderías, enfados, discusiones y desplantes se habían terminado. Por primera vez en mucho tiempo se sentía esperanzado.

Coche circulando por una carretera. GTRES

Coche circulando por una carretera. GTRES

 

 

 

 

 

Resiliencia. Capítulo 5: Colisión

Hace años me instaron a escribir esta historia. Aunque, cuando me lo dijeron, esa historia no era esta historia. Así que supongo que, aunque no he elegido que sea de esta manera, he elegido compartirla tal cual es ahora. No es una historia personal aunque algunas vivencias son propias. Si he decidido escribirla es porque, si a mi me sirve de terapia, quizás a ti te pueda servir de ayuda.

Resiliencia te puede haber pasado a ti, a tu madre, a tu compañera del trabajo, a tu prima pequeña, a tu mejor amiga. Puede sucederle a tu hija. Es la historia de superación del mayor trauma de una vida. El maltrato puede adoptar muchas formas, pero, sobre todo, puede adoptar muchas caras.

Mia tiene 20 años, compagina sus clases en la universidad con su nuevo trabajo de azafata de eventos mientras saca tiempo para ver a Hugo, su novio adicto al gimnasio. Andrés a sus 28 años parece que tiene la vida resuelta con un trabajo fijo en una empresa de repostería y una relación de más de cinco años. Pero ninguno sabe lo que se les viene encima.

Capítulo 1: Dos semanas antes de la colisión
Capítulo 2: Una semana antes de la colisión
Capítulo 3: Un día antes de la colisión
Capítulo 4: Seis horas antes de la colisión

Capítulo 5: Colisión

Mia masticaba a toda prisa el último cupcake que le había regalado uno de los talleristas mientras hacía que buscaba algo agachada tras el mostrador. Cuando oyó al de las coberturas llamándola, tragó corriendo sobresaltada mientras se ponía en pie rezando por no tener en la boca alguna mancha de chocolate. Últimamente se pasaba por su puesto más de lo que a ella le gustaría. Un chico cabizbajo le acompañaba. Lo primero que pensó de él fue que parecía tímido, lo segundo le vino a la mente cuando cruzaron la mirada. “Tiene ojos de lobo” pensó preguntándose de dónde podía venirle un pensamiento como aquel.

Tras presentarse cordialmente y darse los dos besos de rigor, Sanz se marchó a atender una llamada. La conversación fluyó educada. Ella le contó sin mucho interés que trabajaba de azafata mientras estudiaba la carrera. Al poco de que el chico de las coberturas le dijera que tenía una banda de rock y que era fotógrafo, su interés por la conversación empezó a aumentar. A Mia le apasionaba la gente creativa.

Cuando quiso darse cuenta, era la hora del próximo taller. Tuvo que hacer un esfuerzo enorme por dejar la conversación que ahora versaba sobre sus grupos favoritos, ya que coincidían en la mayoría de ellos.

-¿Estarás aquí todo el finde?- preguntó Andrés.

-Sí- dijo ella con resignación- no me dejan moverme ni para mear. Literalmente. Tengo que hacer pis en esta botella de aquí-dijo mientras sacaba del mostrador la botella de agua que usaba para humedecer las bayetas.

Viendo la cara de susto que puso el chico, supo que había llegado lejos con el chiste.

-Es broma, pero lo que si es cierto es que este es mi puesto en la feria- le dijo. No sabía si había sido sensación suya o realmente le parecía que él se quitaba un peso de encima.

-Genial. Luego me paso a verte entonces y seguimos discutiendo por qué mi McCartney siempre será mejor que tu Lennon.-dijo él mientras se alejaba después de guiñarle un ojo.

-¡Eso nunca!- remató Mia alzando la voz para que la oyera mientras se alejaba.

Siguió con la vista sus pasos renqueantes según enfilaba el pasillo. Iba con las manos en los bolsillos, lo que hacía parecer sus pitillos aún más caídos. Para completar sus aires de rockstar llevaba una camisa de cuadros que parecía hecha para él.

Le llamaba la atención lo rápido que se le pasaba la feria cada vez que el chico de las coberturas sacaba un rato para hablar con ella. Incluso cuando estaba liada recogiendo los restos de algún taller y no podía pararse a hablar, él le dejaba una Coca Cola o una chocolatina en la mesa. Y si dejaba de acercarse, empezaba a echar en falta su conversación.

-Hasta mañana, caramelo-dijo él mientras se colgaba una cartera del hombro y se dirigía a la salida. ‘Caramelo’ había sido el mote que Andrés le había puesto tras descubrir que ambos eran fans de Pereza. Ella se sintió un poco decepcionada al ver que no le pedía el teléfono. Al instante se recriminó pensando en lo gilipollas que era. Su novio estaría fuera esperándola.

Cuando al día siguiente no le vio aparecer hasta el mediodía tenía una mezcla entre alivio y enfado.

-¿Dónde te habías metido?-preguntó Mia tratando de disimular el mosqueo.

-Al imbécil de mi jefe se le habían olvidado las coberturas en el almacén. Adivina quién ha tenido que ir a buscarlas- dijo él. Ahora tenía sentido por qué Sanz se había pasado toda la mañana de un lado a otro de la feria pegando voces al teléfono.- ¿Me has echado de menos, caramelo?- dijo él cruzándose de brazos y apoyándose en el mostrador con una sonrisa torcida de suficiencia.

“¡Con lo tímido que parecía ayer!” pensó ella alucinada.

-Desde luego que no- exclamó Mia retirando con violencia los cuadernos que habían quedado bajo los brazos de Andrés.

-Pues yo estoy casi seguro de que sí, al igual de que estoy casi seguro de que te preguntaste por qué no te pedí el número.

Ella trató de reprimir un bufido.

-Aunque me lo pidieras no te lo daría- replicó Mia sin salir de su asombro. ¿Es que ese chico tenía una ventana a su cerebro?

-¿Por qué no?- dijo él curioso mientras se inclinaba más hacia ella.- ¿Es porque no quieres admitir que te gusto?

-Pues claro que no me gustas.-dijo la chica tratando de parecer serena.- Llevas ‘peligro’ escrito en la frente.

Mia trató de no retirarle la mirada. No quería sentirse intimidada. Andrés, en vez de tomarse aquello como una invitación para marcharse, se inclinó más hacia ella. El pelo le colgaba a ambos lados de la cara y, del enfado, no fue consciente de que Andrés alzaba como hipnotizado una mano hacia su cara y enrollaba un mechón de su melena entre los dedos. Ella se apartó sobresaltada como si hubiera recibido un calambre.

-¡¿Pero qué haces?!-gritó y un par de personas se giraron a mirar a qué se debía el revuelo.

Andrés parecía tan sorprendido como ella, como si en vez de haber actuado a propósito lo hubiera hecho inconscientemente. Con la respiración acelerada trató de sonar serena. -No vuelvas a hacer eso nunca, ¿me oyes?

-¿El qué? ¿Un ricito?

-¡Sí! ¡Un ricito! Algunos estamos aquí trabajando.

-Pues no serás tú, según el horario de la feria, no tienes nada hasta las cuatro- dijo él con sorna. Si en algún momento parecía amedrentado por la reacción de Mia, ya se le había pasado.

-Quiero empezar con las cuentas del día, así me iré antes cuando se acabe la feria.

-Pues yo no quiero que la feria acabe nunca, Mia-dijo él clavándole la mirada.

Desde el incidente del mechón de pelo, Mia no podía pensar con claridad. Se sentía desubicada, como si alguien le hubiera descolocado las piezas de la ordenada forma en que veía el mundo. Nunca se sintió tan agradecida de ver a Sanz como cuando este apareció para llevarse a Andrés a negociar con los comerciales de una empresa de utensilios de cocina.

-Vengo a despedirme, mina-dijo José acercándose al stand. Apenas quedaban un par de horas para que todo acabara y por lo visto no había más clases, así que el argentino había terminado la jornada.

Tras despedirse brevemente y darle dos besos notó que José se quedaba mirando al techo del pabellón.

-Parece que no soy tu único admirador-dijo él manteniendo la vista fija en un punto a varios metros del suelo.

Cuando ella se giró dirigió la mirada a donde se encontraba mirando José. Suspendido en las alturas, en uno de los andamios que recorrían el techo del pabellón, se encontraba Andrés observándoles. Mia reprimió un escalofrío. No sabía cómo había llegado hasta ahí, pero sabía que estaba ahí por ella, y, extrañamente, en vez de sentirse halagada, no se sintió a gusto.

José se marchó y ella contuvo las ganas de volver a localizar a Andrés. Miró el reloj. En poco más de una hora todo habría acabado.

-¿Te ibas a ir sin despedirte, caramelo?- preguntó Andrés mientras observaba a Mia guardando los papeles con las cuentas en la pequeña caja fuerte.

Ella se sobresaltó. El recuerdo de la silueta de Andrés desde las alturas le intrigaba, pero no podía dejar que él la notara impresionada.

-Claro que no. Encantada, un placer –dijo Mia extendiendo la mano. Andrés la miró con extrañeza.

-Dame tu número de teléfono.

-No.

-¿Por qué no?

-Porque darte mi número significaría que esto no se queda aquí.

-¿Y qué es ‘esto’ exactamente? –preguntó Andrés acercándose a ella

-Pues… ¡esto! Ya sabes. Conocernos. Lo mejor es que sea cosa de un fin de semana.

-¿Por qué?

-Porque sí-dijo ella tratando de sonar rotunda mientras pensaba en Hugo esperándola.-Porque…tengo novio-admitió entre dientes mientras agarraba su bolso.

-Yo también tengo novia-él se puso delante de ella interfiriendo su paso.- Pero también creo que esto no debería quedarse en ‘cosa de un fin de semana’.

-¿Por qué no? –preguntó esta vez Mia. Sentía como le palpitaban los oídos. Su cabeza llegaba a la altura del pecho de Andrés y podía notar como a él también se le había acelerado la respiración.

-Ayer me dijiste que Across the universe era tu canción favorita de los Beatles- recordó Andrés- Veamos qué opina el universo de nosotros.

Acto seguido, el chico cortó dos trozos de papel idénticos de un folio que le había sobrado a Mia y escribió algo en cada uno. Después los hizo una bolita y metió cada bolita en una de sus manos.

-Ohhh Universo poderoso, ¿Mia y yo estamos destinados a vernos otra vez?- Mia le miraba incrédula. El chico parecía estar tomándose en serio lo del universo pensó cuando Andrés le acercó sus puños cerrados.

-Elige uno.

¿Qué podía perder? Aquello no era más que una tontería. Golpeó con el índice el puño izquierdo y Andrés lo abrió para que ella cogiera la bolita de papel. Cuando ella la desenredó un “SÍ” mayúsculo ocupada su interior.

-Ha sido cuestión de suerte.- dijo ella- No una señal del universo.

El chico pareció indignado y propuso hacerlo otra vez, por lo que se guardó las bolitas en las manos después de cambiarlas varias veces de lado.

Mia volvió a elegir la izquierda y el papel con el “SÍ” volvió a aparecer. Aún escéptica, aunque un poco alucinada, pidió una tercera ronda. Esta vez Andrés las cambió de mano unas veinte veces hasta que Mia le pidió que parara. Sin quitar ojo de sus movimientos, escogió esta vez la mano derecha. El chico, ansioso porque la abriera, le preguntó qué contenía. Ella alzó la mano mostrándole el “SÍ”. Aquello no era posible. Una vez vale, dos puede…pero ¿tres?

-Has hecho trampas.-afirmó Mia –En los dos papeles habías escrito “SÍ” para que escogiera cual escogiera tuviera que darte mi número.-Se sentía idiota por haber caído en un truco tan tonto.

-¿Eso piensas? ¿De verdad no te crees que el universo pueda estar diciéndonos algo? Bien- dijo dejando la otra bolita de papel aún cerrada encima del mostrador. Parecía decepcionado.- Te hacía diferente, pero si eres así lo mejor es que ‘esto’ acabe aquí. –Dicho eso le dio la espalda a la chica de vuelta a su stand.

Mia le siguió por enésima vez con la mirada. Una vez hubo desaparecido recogió la bolita de papel y se dispuso a abrirla. No quería darle la satisfacción de que él la viera dudar después de haber sonado tan convencida.

-¡Andrés, espera!- el chico se encontraba arrodillado cerrando su cartera. Mia recortó la distancia que les separaba y le extendió un papel. Andrés recogió la notita con el “SÍ”. Debajo de la palabra se encontraban nueve cifras perfectamente visibles.

Mia esperaba nerviosa a que el chico de las coberturas reaccionara de alguna manera. El pabellón estaba vacío y tenía la sensación de que el retumbar de su pulso hacía eco en las paredes de cristal.

Andrés se incorporó lentamente mientras no separaba los ojos del papel, memorizándolo.

-No se va a desintegrar- dijo Mia. Si esperaba alguna reacción por su parte, no parecía que fuera a llegar.- Bueno, pues eso…me voy. Hablamos si quieres, sino quieres…

-Antes de irte, ¿me das un abrazo?- interrumpió Andrés clavándole los ojos sin pestañear.

La chica se quedó congelada en el sitio tratando de averiguar hasta qué punto un abrazo con Andrés podía desencadenar algo más.

-Solo un abrazo, nada más. Te lo prometo.- insistió el como si volviera a leerle el pensamiento.

-Ehh…vale- Mia se acercó y alzó los brazos alrededor de su cuello mientras Andrés rodeaba la cintura de la chica con los suyos. Encajó la cabeza en su pecho y sin pensarlo cerró los ojos. El mundo podría haber terminado fuera del pabellón de cristal que ella ni se habría enterado.

Sector de la Vía Láctea. GTRES

Sector de la Vía Láctea. GTRES

Resiliencia. Capítulo 4: Seis horas antes de la colisión

Hace años me instaron a escribir esta historia. Aunque, cuando me lo dijeron, esa historia no era esta historia. Así que supongo que, aunque no he elegido que sea de esta manera, he elegido compartirla tal cual es ahora. No es una historia personal aunque algunas vivencias son propias. Si he decidido escribirla es porque, si a mi me sirve de terapia, quizás a ti te pueda servir de ayuda.

Resiliencia te puede haber pasado a ti, a tu madre, a tu compañera del trabajo, a tu prima pequeña, a tu mejor amiga. Puede sucederle a tu hija. Es la historia de superación del mayor trauma de una vida. El maltrato puede adoptar muchas formas, pero, sobre todo, puede adoptar muchas caras.

Mia tiene 20 años, compagina sus clases en la universidad con su nuevo trabajo de azafata de eventos mientras saca tiempo para ver a Hugo, su novio adicto al gimnasio. Andrés a sus 28 años parece que tiene la vida resuelta con un trabajo fijo en una empresa de repostería y una relación de más de cinco años. Pero ninguno sabe lo que se les viene encima.

Capítulo 1: Dos semanas antes de la colisión
Capítulo 2: Una semana antes de la colisión
Capítulo 3: Un día antes de la colisión

Capítulo 4: Seis horas antes de la colisión

-Ya verás la azafata de talleres, ¡está buenísima!-aulló Sanz de contento.

-Es una niña muy linda-coincidió con su acento malagueño Sebas.

Andrés les escuchaba a medias. Aún no hacía ni dos días que habían operado a su abuelo y lo último en lo que estaba su cabeza era en mujeres. Sanz y Sebas, su compañero, seguían alabando las virtudes de aquella chica. Cómo si no les conociera lo suficiente. Sabía de sobra cuándo exageraban, y presentía que esa vez no sería la excepción. Subió el volumen de la radio a ver si así conseguía que se callaran. Heaven is a place on earth retumbó por la furgoneta, tenía suerte, era de sus favoritas

-Pues yo creo que le molo-afirmó Sanz seguro de sí mismo sin dejarse amilanar por la repentina subida de volumen- Siempre que la he visto le he dicho alguna cosilla y se nota que hay química. Además me sonríe un montón. Yo voy a intentarlo a ver si…

-Ya estamos aquí- interrumpió Andrés. Empezaba a estar un poco harto del tema. Solo quería que ese fin de semana pasara lo más rápido posible para volver a su vida.

Sanz se adelantó mientras Sebas y él se encargaban de cargar las cajas del stand. “No es listo ni nada el muy cabrón” pensó Andrés con amargura. Al menos solo tenía que currar esos dos días, de la mitad de la feria se había librado. Aún por encima, el chico de la puerta no le dejaba entrar. Pese a que era obligatorio llevar la acreditación colgada del cuello, Andrés era totalmente contrario a hacerlo, le parecía una horterada, y por mucho que ese niñato le insistiera, iba a seguir sin ponérsela, de modo que se limitó a sacarla de malos modos del bolsillo para que leyera el código de escaneo. Aquel distaba bastante de ser un buen comienzo de día. Empezó a recorrer la feria con las cajas mientras buscaba el stand, que sabía que se encontraba justo en la punta opuesta a la puerta. Girando por un pasillo le pareció ver a Sanz hablando con alguien. Retrocedió sobre sus pasos para ver mejor. Sanz, apoyado en un mostrador, había adoptado su típica pose relajada que parecía totalmente forzada dadas las circunstancias. Cuando Sanz se hizo a un lado Andrés por fin pudo ver con quien hablaba.

De pronto sintió su cuerpo desaparecer de allí más ligero que nunca, sintió como se elevaba por encima de todo el pabellón y aparecía en medio de una playa. Podía sentir el sol calentándole la cara como si de una caricia se tratara. Las olas rompiendo sobre la orilla, a escasos metros de él, ponían melodía al momento. Le llegó un suave olor a flores que provenía de un arco de madera bajo el que estaba. Alguien había entrelazado pequeños ramos de violetas con tul blanco. Delante de él había varias sillas divididas en dos hileras, y, pese a que estaban llenas, no distinguía ninguna de las caras que miraban hacia él sonrientes. De pronto, sobreponiéndose a la banda sonora que había puesto el mar con sus olas, una versión para piano del Canon de Pachelbel empezó a sonar. Allí donde acababan las sillas había una figura morena vestida de blanco. Con el pelo largo negro al viento, sin nada de maquillaje y luciendo una sonrisa desnuda, se encontraba ella, que, feliz, avanzaba lentamente hacia él. Andrés saboreó cada paso, sabiendo que él era el destino de ese breve camino. Su mente estaba en blanco, solo estaba ella, y sabía que, por el resto de su vida, siempre lo estaría.

No se le resbalaron las cajas de milagro. Se quedó en shock. Por una vez, tanto Sanz como Sebas se habían quedado cortos. La chica llevaba el pelo largo y suelto, de un tono negro tan vivo que habría hecho envidiar al cielo de cualquier noche. Sus labios se encontraban continuamente curvados en una sonrisa constante que suavizaba su mirada. Andrés se quedó hipnotizado viendo aquellos ojos enormes, aún a lo lejos, podía sentir la atracción que ejercían sobre él. Finalmente y a regañadientes, se obligó a avanzar. No podía quedarse en medio del pasillo mirándola. Llegó excitado al stand y soltó las cajas sin casi darle tiempo a Sebas a cogerlas.

-¿Qué pasa illo? Que parece que has visto un fantasma.

Andrés se asomó al pasillo impaciente, a ver si Sanz llegaba de una vez. Por fin le vio aparecer con la carpeta bajo el brazo y una sonrisa satisfecha en la cara.

-Mira lo que traigo, la azafata empezó ayer a dibujar cartelitos con los sabores de las coberturas para que los pongamos delante de los botes. Es una cara bonita que sabe dibujar-dijo mientras se reía socarronamente.

Andrés notó la sangre hervir, estaba seguro de que era mucho más que eso. Disimulando sus ganas de soltarle una bofetada a Sanz se dirigió a él con amabilidad.

-¿Podrías presentármela? Lo digo porque estando de azafata de nuestros talleres…

-Claro que sí hombre, después os presento- contestó Sanz sin darle tiempo a acabar la frase encantado de tener una excusa para volver a hablar un rato con la chica.

Aquello tranquilizó a Andrés. Solo unas horas más, se dijo mientras sacaba los botes de coberturas y empezaba a calentarlos. Se sentía eufórico, emocionado, pletórico, hinchado de felicidad, nervioso. Jamás, en sus veintiocho años de vida se había sentido así, le recordaba vagamente a lo que había sentido en un pasado por Gema. De repente su gesto se torció, ¿y si aquella azafata era Gema 2? O peor, ¿y si aquella azafata era el karma de lo que había sido su vida hasta entonces? No sabía cuál de las dos opciones le preocupaba más. Tenía que volver a verla. Mascullando una excusa dejó a Sebas ultimando el stand y fue hacia la salida diciendo que necesitaba algo de la furgoneta. Pese a que la zona de talleres le pillaba justo de paso, prefirió ir por un pasillo paralelo para poder observarla sin que ella le viera. Apretó el paso apurando los últimos metros y se paró en seco.

Asomándose por el lateral del puesto de manualidades de ganchillo pudo obtener una visión perfecta de donde se encontraba ella. La azafata sonreía mientras hablaba con un par de señoras mayores. Parecía estar indicándoles algo ya que extendió el brazo para señalarles la dirección. Las señoras sonrieron a su vez y se alejaron en busca de quién sabe qué. Una vez sola de nuevo, la azafata miró a ambos lados y se agachó tras el mostrador para salir apenas dos segundos después con un cuaderno y un boli. Andrés la miraba hipnotizado mientras pensaba en todo lo que daría por averiguar qué estaba escribiendo.

Decidió ir rápido a la furgoneta para poder observarla un poco más a la vuelta. Después de coger los primeros papeles que encontró en el maletero y volver a maldecir al chaval de la entrada que le pedía el pase de expositor, emprendió el camino de regreso por el pasillo paralelo al stand de talleres. Una vez de vuelta en su puesto de observación, volvió a asomarse. Esta vez la azafata no estaba sola, un hombre había arrimado una silla y se encontraba hablando con ella animadamente. Ella se echó a reír por algo que dijo él y Andrés sintió como le ardían las entrañas por los celos. Él debía ser quién la hiciera reír, no aquel patético cuarentón con bigotillo y perilla. Sorprendido por la fuerza de sus sentimientos hacia ella sin tan siquiera conocerla, se alejó con disimulo de vuelta a Sanz Manualidades.

Definitivamente no era una Gema 2 y eso era algo que fue confirmando en sus numerosas idas y venidas a la furgoneta. Para empezar la azafata comía. Comía de verdad. Gema vivía obsesionada con su figura. En el tiempo que estuvieron juntos, cada vez que salían a cenar, después de terminar con los platos, Gema se retiraba al baño para volver al rato con los ojos llorosos y la boca hinchada. Él sabía que vomitaba todo lo que comía y nunca pudo hacer nada. En cambio la azafata daba buena cuenta de lo que le ofrecían los talleristas: una galleta de mantequilla, una magdalena… En segundo lugar, la azafata le parecía preciosa, no era guapa como Gema que seguía los cánones típicos de modelo, alta, delgada, plana y con la cara chupada; sino que tenía curvas por todas partes. Lo había confirmado cuando en uno de sus viajes la vio salir del stand a colocar los folletos. Era delgada pero tenía la clase de figura que le volvía loco. Cintura estrecha, cadera ancha y un buen culo rematando la jugada. La azafata le parecía la mujer más perfecta que había visto nunca.

-Pero chaval, ¿qué haces ahí de miranda?- pegó un respingo cuando Sanz le sorprendió -Estás fichando a las dependientas de RodillArte, ¿eh? No sabía que te iban mayorcitas jajaja. Vente conmigo, que voy a ir a la furgo y así de paso te presento a la chavalita.

“Al fin” pensó Andrés mientras se recolocaba su camisa de cuadros. Trató disimuladamente de peinarse, pero los rizos contenidos por el cemento armado que era su gel fijador parecían en orden.

Según se aproximaban Andrés se iba poniendo más y más nervioso. Cuando llegó a la altura del stand se limitó a quedarse al lado de Sanz mientras se lamentaba de que justo en ese momento le diera el ataque de timidez.

-Mira, este es Andrés, trabaja también en Sanz Manualidades.

Ella se giró hacia él mostrando su enorme sonrisa.

-Hola ¿qué tal?-dijo mientras se incorporaba de la silla y se apoyaba en el mostrador para darle dos besos. -Yo soy Mia.

Por fin Andrés fue capaz de abrir la boca. Los sitios dónde ella le había dado dos besos le ardían. Solo podía pensar en tirar todos los folletos de encima del mostrador y hacerle el amor ahí mismo, como si fueran animales.

-¿De dónde viene Mia? ¿De Amalia? ¿De María?

-Mia de Mia-contestó ella con la tranquilidad propia de quién ha contestado mil veces a la misma pregunta.

-Es un nombre muy bonito-dijo él. “Qué estúpido” pensaba “¿No podía hacerle un comentario más típico e infantil?”

-Gracias-respondió ella sinceramente -¿Cuánto hace que trabajas en Sanz?

Su cerebro se desconectó, sabía que seguían hablando porque notaba cómo sus labios se movían, pero, siendo sincero, hacía tiempo que había dejado de escucharla.

Feria en Madrid. WIKIMEDIA

Feria en Madrid. WIKIMEDIA

 

 

 

Resiliencia. Capítulo 3: Un día antes de la colisión

Hace años me instaron a escribir esta historia. Aunque, cuando me lo dijeron, esa historia no era esta historia. Así que supongo que, aunque no he elegido que sea de esta manera, he elegido compartirla tal cual es ahora. No es una historia personal aunque algunas vivencias son propias. Si he decidido escribirla es porque, si a mi me sirve de terapia, quizás a ti te pueda servir de ayuda.

Resiliencia te puede haber pasado a ti, a tu madre, a tu compañera del trabajo, a tu prima pequeña, a tu mejor amiga. Puede sucederle a tu hija. Es la historia de superación del mayor trauma de una vida. El maltrato puede adoptar muchas formas, pero, sobre todo, puede adoptar muchas caras.

Capítulo 1: Dos semanas antes de la colisión
Capítulo 2: Una semana antes de la colisión

Capítulo 3: Un día antes de la colisión

A las 19.45 se cerraba el stand de talleres de repostería. Mia sacaba la caja de debajo del mostrador y llevaba las cuentas del día. En un lateral del formulario ponía el número de gente que se había apuntado, en otra columna el dinero que había cobrado y en la última, el total. Tanto el día anterior como ese día los ingresos no habían superado los 200 euros, cosa que agradecía, ya que sus compañeras de talleres de manualidades podían cerrar la caja con más de 1000 euros. A la hora de hacer los cálculos era más sencillo hacerlo con cifras pequeñas. Es por eso por lo que ella salía normalmente cinco minutos antes de la hora, mientras que sus compañeras tenían que quedarse media hora más hasta que las cifras encajaban. No había sido un día especialmente duro, estar ocho horas sentada tras un stand no requería mucho esfuerzo físico, pero aún así se sentía cansada. Por suerte había alcanzado el ecuador del trabajo, ya solo le quedaban el sábado y el domingo. Un fin de semana que se iba a pasar entre las paredes acristaladas del Palacio de Cristal Juan Carlos I. Solo había trabajado dos veces de azafata, pero aquella era, sin duda, su feria favorita.

Nada más llegar le adjudicaron el puesto de talleres. La mayoría de sus compañeras estaban o en las entradas o en el mostrador de información, por lo que agradeció tener un puesto más dinámico. Cuando vio que su taller estaba pegado al escenario donde se impartían clases de cocina, su alegría fue mucho mayor. Mientras duraban los talleres, ella sacaba la libreta en la que llevaba las cuentas y tomaba nota de los trucos y recetas que iban dando. Aunque no se lo habían pedido le gustaba, tras acabar cada taller, barrer su espacio. Se sentía responsable de aquellos veinticinco metros cuadrados donde pasaba tantas horas. Con mucha discreción, esperaba que cada tallerista diera por finalizada la clase y procuraba dejar la moqueta lo más limpia posible, cosa algo complicada teniendo en cuenta que la mayoría de productos que se caían al suelo eran grasos.

En aquel trabajo se sentía más a gusto que nunca. No era solo porque el uniforme eran vaqueros y bailarinas, lo que le hacía sentir cómoda, sino que había conocido brevemente a los talleristas de cuyos cursos informaba. Amelia, licenciada en periodismo y reconvertida a las artes reposteras, era la creadora de Amelie´s y enseñaba a decorar galletas con fondant. Rocío daba los talleres de cocina sin gluten y Bruno enseñaba a decorar galletas y magdalenas con coberturas de sabores Sanz. El cuadro de personajes de la nueva historia en la que se sentía que estaban lo completaban Jesús, su supervisor, un argentino que llevaba la melena rizada recogida en un moño con aires de skater y Toni Sanz, el director de Sanz Manualidades. Pese a encontrarse en el otro extremo del pabellón, Sanz acudía a menudo a supervisar a su tallerista y a reponer las existencias de coberturas que servían de reclamo para las señoras en el stand de Mia. Cada vez que pasaba por delante, le hacía comentarios a la azafata, pero ella se limitaba a sonreírle amablemente esperando a que pasara de largo. Y por último, el que montaba los escenarios, José, una especie de Hugh Jackman bajito y cuarentón de la empresa de Jesús que había acercado una silla al stand de talleres y se pasaba las horas hablando con ella como si de una barra de bar se tratara. Mia había encontrado en él una pequeña fuente de admiración. José, cuya vida florecía en Argentina, de dedicaba a montar escenarios por todo el mundo: de conciertos a pasarelas de moda, de ferias a festivales. Mientras él narraba las ciudades que conocía, Mia bebía de sus palabras mientras viajaba a los sitios que él describía. Aquel día, fruto de una pequeña conversación, José saltó:

-Recuérdame que en otra vida me case contigo-sentenció envolviendo la declaración en su fuerte acento argentino.

Mia se echó a reír a carcajadas, era la declaración menos comprometida del mundo. Aquel caradura, aún con todo, le resultaba simpático. Sin José, al llegar la media jornada del jueves, posiblemente se habría suicidado metiendo la cabeza en el microondas.

Esa era una de las cosas que le molestaban de su ‘profesión’, porque ya empezaba a considerarse azafata, que existía una creencia equívoca de que era un trabajo sencillo destinado para gente guapa pero con poca cabeza. Incluso algún visitante de la feria se había atrevido a decírselo. Mia pensó que le gustaría ver a más de uno en su puesto. Con las ocho horas de la jornada por delante sin poder moverte de tu puesto más que para comer. Parece relativamente sencillo, pero a la hora de estar sola, su cabeza empezaba a volverse loca. Necesitaba ocuparse, y José era el único que le mantenía distraída del insondable silencio de su cerebro. La fama que descubrió que injustamente cargaban las azafatas de ser un mero objeto decorativo estaba totalmente injustificada. No solo tenía compañeras de todo tipo, estudiantes de derecho, de medicina, de ingeniería, de arquitectura, sino que ser azafata era ser psicóloga, cocinera, mujer de la limpieza, comerciante, asesora, periodista, maestra, promotora… Era hacer varios oficios a la vez mientras recibes el salario de uno. Era mostrar seguridad ante momentos de flaqueza, ayudar a quién lo necesite, informar a quién se pierda. Eran horas y horas rodeada de un puñado de caras conocidas mientras a su alrededor pasaban mareas de caras extrañas. Ser azafata te hacía conocer muy profundamente a la gente en muy poco tiempo.

Tras dejar la caja en el cuarto de azafatas a buen recaudo en manos de Jesús, se dirigió a la salida, dónde la esperaba su novio impaciente. Bajo aquel paraguas, Hugo se le antojó más tierno que nunca. Para que sus padres no supieran que se había perdido dos días de clase trabajando en la feria, les había dicho que quedaba con Hugo nada más acabar las clases y que llegaría a casa sobre las nueve, lo que les dejaba una hora para estar juntos al día.

-Tengo unas ganas de que acabe ya esto…-dijo Hugo tras terminar de besarla.

-Y yo-dijo Mia- Solo nos quedan sábado y domingo y seré toda tuya.

-Más te vale, baby-dijo él mientras la volvía a besar.

Una vez entraron al metro Hugo sacó un tupper de su mochila.

-¿Cuántos kilos te faltan?-preguntó Mia fingiendo interés mientras el olor del pollo a la plancha con arroz le llegaba a la nariz.

-He ganado cinco, me quedan quince-dijo su novio con orgullo mientras comía con avidez el contenido del recipiente.

-¡Pero eso son casi cien kilos!-Mia se alarmó- ¿No podrías dejarlo ya? Estás lo bastante fuerte.

Era la enésima vez que tenían la conversación y Mia sabía que llevaba las de perder antes de tan siquiera empezar. Incluso sabía de memoria lo que él iba a contestarle.

-Esto es lo que me hace feliz, y no le hago daño a nadie, al contrario. ¿Por qué salir los findes de botellón está bien y en cambio ir todos los días al gimnasio y comer sano no lo está? Si no lo entiendes es tu problema, yo no te obligo a comer nada distinto, soy yo el que sigue la dieta.

-Vale, no te digo nada.-dijo Mia conciliadora. Suspiró acordándose de aquel chico que había conocido casi dos años atrás. ¡Y pensar que en un primer momento le pareció que Hugo estaba gordo! Pero no era la única que lo pensaba, la mayor parte de sus compañeras, despistadas por las sudaderas tan grandes que usaba, pensaban que estaba algo bajo de forma. Por eso, cuando empezaron a salir y le vio por primera vez sin camiseta, su sorpresa fue mayúscula. No solo no estaba gordo, sino que era un palillo. Tenía el cuerpo fibroso de los entrenamientos de béisbol, estaba incluso más delgado que ella. Fue al poco de dejar béisbol cuando empezó a obsesionarse con el gimnasio y con ganar peso.

-Además, si me pongo más fuerte te gustaré más-afirmaba él.

-Cuando te conocí pensaba que estabas gordo y me gustaste igual-remataba ella.

Aquella máquina musculosa en que se había convertido su novio, le asqueaba más que gustarle. Tenía la sensación de que ya no eran libres, sino que estaban condicionados por los horarios de comidas de Hugo: un ciclo continuo de tuppers de arroz y pollo, de batidos de proteínas, de entrenamientos asesinos de gimnasio. El chico sano y natural que era antes, era ahora una mole que aprovechaba cualquier ocasión para sacar bíceps, ya fueran comidas familiares o salidas nocturnas. Ese tipo de cosas le producían a Mia todo lo contrario a morbo. Recordó incluso que hubo una época que ella también llegó a obsesionarse. Cuando empezó a sentirse culpable por lo mal que comía en comparación con su pareja. Por suerte, le duró poco la tontería, ya que si Hugo quería privarse de cosas en la vida, ella no tenía por qué hacerlo. Mientras que muchas de sus amigas le decían lo cachas que estaba su novio, ella solo podía pensar en lo incómodo que era pasear con el pesado brazo de Hugo alrededor de su cuello, lo difícil que era conciliar el sueño al lado de una persona que la aplastaba por las noches, lo fría que se sentía al abrazar a Hugo y sentir que se abrazaba a una piedra. Incluso el sexo había cambiado. Recordó también como había vuelto una semana antes de sus vacaciones familiares para pasárselas durmiendo sola, ya que Hugo tenía gimnasio por las mañanas y no podía perdérselo.

Baby, ¿quieres un poco?-preguntó él interrumpiendo sus pensamientos mientras le acercaba una pinchada de arroz blanco reseco.

-No, gracias-contestó Mia pensando en la cantidad de dulces que tomaba en la feria a lo largo del día. Si Hugo la viera la pondría a hacer flexiones sin dudar, pensó con una sonrisa.

Aunque sentía que le quería, y que era su primera relación seria, Mia no podía dejar de preguntarse si eso era todo. A largo plazo, la idea de felicidad de Hugo era imaginarse a Mia haciendo su tortilla de claras de huevo para desayunar antes de ir al gimnasio. ¿Quería ella eso? se preguntaba. ¿Eso era todo a lo que iba a aspirar en la vida? ¿A pasarse el día pendiente de las siete comidas de Hugo? Una parte de ella se resignaba con la comodidad que le daba saber que no pasaría el resto de su vida sola, otra parte se rebelaba contra todo, las comidas, el gimnasio, Hugo… La parte rebelde quería irse de España, trabajar de periodista en cualquier parte del mundo, conocer todos los países y culturas que pudiera, escribir sobre ello, cultivarse, aprender, en definitiva, autorrealizarse cada día. Vale que quizás apuntaba demasiado alto, pero soñar era gratis, y por tanto, ¿por qué tendría que conformarse con menos? Hugo tenía muchas cosas buenas, pero aún así, no sentía que estuviese hecho para ella desde que había empezado a vivir de esa manera tan sacificada. Se llevaban bien, pero le daba la sensación de que no se entendían. Hugo necesitaba a alguien con quien compartir su pasión por el cuidado del cuerpo y el culto al físico, Mia necesitaba a alguien con quien compartir su pasión por el mundo y el culto a la vida.

Mar en calma. WIKIMEDIA

Mar en calma. WIKIMEDIA

 

Resiliencia. Capítulo 2: Una semana antes de la colisión

Hace años me instaron a escribir esta historia. Aunque, cuando me lo dijeron, esa historia no era esta historia. Así que supongo que, aunque no he elegido que sea de esta manera, he elegido compartirla tal cual es ahora. No es una historia personal aunque algunas vivencias son propias. Si he decidido escribirla es porque, si a mi me sirve de terapia, quizás a ti te pueda servir de ayuda.

Resiliencia te puede haber pasado a ti, a tu madre, a tu compañera del trabajo, a tu prima pequeña, a tu mejor amiga. Puede sucederle a tu hija. Es la historia de superación del mayor trauma de una vida. El maltrato puede adoptar muchas formas, pero, sobre todo, puede adoptar muchas caras.

Capítulo 1: Dos semanas antes de la colisión

Capítulo 2: Una semana antes de la colisión

La voz de Leiva salía de los cuatro altavoces del coche, era tan clara que si cualquiera cerraba los ojos, habría jurado estar escuchándola en directo. O eso le gustaba pensar a él. Mientras esperaba poder atravesar una rotonda usó sus dedos como baquetas para acompañar sobre el volante la percusión de la canción. Había un riff en la melodía que le encantaba. Tenía que usarlo para alguna canción suya. Solo de imaginar que dentro de poco podría hacerlo, le aleteaba el corazón en el pecho. Y la culpa la tenía aquella que ya tendría que haber llegado, la que tenía curvas suaves y le enloquecía con su sonido: su nueva guitarra española. Cuando por fin encontró sitio para aparcar, apagó el coche y subió un poco más el volumen. Cerró los ojos y movió sus dedos marcando los acordes de la canción en una guitarra invisible. Sol sol do fa…

-¿Pero dónde coño estabas? ¡Te he esperado más de veinte­­­ minutos!

Un portazo le devolvió a la realidad. En el asiento estaba su novia echando chispas.

-Andrés, ¿me estás escuchando? ¿Qué estabas haciendo? Visto desde fuera pareces gilipollas, ¿lo sabías?

Por lo visto hoy iba a ser uno de esos días.

-¿Qué tal el día, Mimi?-preguntó él conciliador, tratando de darla un beso.

-Aparta, déjame en paz. ¡Me tienes contenta! Te pasas el día en las nubes, ya podrías estar un poco más centrado.

-Tengo novia desde hace cinco años,-empezó a enumerar Andrés- un trabajo con un sueldo fijo con su respectivo horario de ocho horas, vehículo propio y prácticamente independencia económica. ¿Qué puede haber más centrado que eso a los 28 años?

-Sustituir novia por mujer-replicó ella convencida.

Andrés, sin mediar palabra, arrancó el coche y emprendió la ruta a casa de su novia pretendiendo que la discusión se diluyera en el camino.

Las horas que pasaba en el almacén le daban la impresión de no acabar nunca. Incluso al viejo reloj de la pared parecía costarle consumir los segundos. El tic tac del mecanismo acompañaba el ritmo de las canciones de Youtube. De no ser por el ordenador, habría dejado el trabajo. Durante ocho horas hacía pedidos, revisaba inventarios, cotejaba las cuentas y escuchaba a los Rolling Stones, Los Ramones, The Beach Boys o cualquier grupo de pop o rock que tenía la suerte de caer en sus listas de reproducción. Entre las innumerables cajas de coberturas de sabores Sanz, se encontraba él, el rockero de almacén.

Andrés repasó la última lista de clientes. Cada vez le estaban comiendo más mercado a Sweet&Sweets, su enemigo acérrimo en el campo de guerra de los proveedores de suplementos de repostería creativa. La culpa del éxito la tenía su producto estrella, la cobertura de sabor Sanz. Al poco de que se pusieran de moda los cupcakes y la decoración de galletas y bizcochos todo el mundo se percató de algo: el fondant es incomible. Incluso había corrientes puristas de repostería que pretendían que se volviera a poner de moda el sabor por encima de la estética. Toni Sanz, el director jefe de Sanz Manualidades, vio una oportunidad única de hacerse un hueco aprovechando la crisis del fondant y empezó a vender su cobertura de sabores. No era tan maleable como el fondant, pero tanto su textura parecida al chocolate, como su sabor, se hicieron con el público contrario al fondant. Su máxima era presentarlo como el “chocolate de sabores, más rico y sano que el fondant”.

“Si todos mis clientes supieran…”-pensó Andrés mientras completaba el formulario del último pedido del día. En su primera semana en el almacén de Sanz Manualidades se había atiborrado de las coberturas, en especial de las de caramelo, frutas del bosque, menta y mora. Tal había sido su posterior empacho, que la simple visión de la etiqueta de las cajas le producía náuseas. En su segunda semana se dedicó a investigar los componentes de las coberturas, lo cual contribuyó a que las náuseas fueran aún mayores. Más de una vez su madre le había pedido que llevara a casa alguna de las coberturas, pero Andrés, con conocimiento de los ingredientes, se había negado en rotundo.

-¿Qué pasa Andresito?- retumbó una voz al final del almacén al mismo tiempo que se cerraba una puerta.

Andrés minimizó corriendo la página de Youtube mientras ampliaba el Excel lleno de tablas con datos de la empresa que tenía preparado para esos casos.

-Buenas tardes, Toni-contestó Andrés. No sabía hasta que punto era bueno tener a Sanz en el almacén, él no solía ir allí a no ser que fuera estrictamente necesario.

-Pues nada, macho, que tenemos otra feria.-empezó Sanz como si el tema hubiera salido a colación con el escueto saludo- Además esta es de las tochas, va a ir todo el mundo, incluido Sweet&Sweets. Tenemos que estar allí. He movido al de los stands y tendremos todo listo en la furgo para montarlo allí la próxima semana, así que resérvamela, que es importante que vayas.

– Lo miraré, no te preocupes-contestó tratando de parecer, al menos, la mitad de emocionado de lo que parecía estar su jefe.

– Además vamos a estar en los talleres, he hablado con el hermano de Loli para que haga cakepops con niños y gilipolleces de esas. No creo que saquemos mucho de ellos, pero al menos nos sirven para hacernos publicidad con las madres. Va a estar guapo.-remató haciéndose el moderno.

Esa era una de las cosas de Sanz que más irritaban a Andrés. Odiaba que su jefe cuarentón con pelo casi blanco se comportara como si tuviera veintiún años. Mientras Sanz seguía parloteando sin parar sobre las ventajas que acarrearían a Sanz Manualidades la asistencia a la dichosa feria, Andrés veía como las posibilidades de escaquearse de ella y tener el fin de semana libre se alejaban cada vez más y más de él. Sin embargo había algo que no podía quitarse de la cabeza, la fecha de la feria le resultaba extrañamente familiar, como si la hubiera oído antes o ya tuviera algo que hacer ese día.

-Perdona, Toni, ¿de qué día a qué día me has dicho que era?- interrumpió el monólogo de su jefe.

-Del 24 al 27, Andrés. ¡Que no te enteras tío! Mas te vale subrayarlo en el calendario porque para mí es fundamental…

De pronto recordó. ¡La operación de su abuelo! ¿Cómo había podido olvidarse? Su madre llevaba más de un mes hablando del dichoso 24 de abril. Esperaba que Toni fuera un poco comprensivo, aquello era serio, además era el único nieto de su abuelo por parte de madre. Él iba a ser el encargado de llevar a su abuelo al hospital.

Con la música más baja esta vez, Andrés esperaba en el parking del centro comercial. Convencer a Sanz había sido un juego de niños en comparación con lo que le tocaba hacer ahora. Sabía que por muchos “Mimis” y “Te quieros” que usara, no habría manera de que a Miriam le pareciera bien que trabajara en fin de semana. Cuando la vio salir por las puertas acristaladas, se preparó. Esbozando una sonrisa le dio las luces para que ella le localizara.

-Hola, Mimi, ¿qué tal el día?

-Hola-contestó ella mientras se acomodaba el cinturón.- ¿A dónde vamos?

-¿Qué te parece si nos quedamos por aquí cerca? Quiero que hablemos de una cosa.

Ella le miró con cara de pocos amigos. Algo le hacía sospechar que no iban a ser precisamente buenas noticias.

-Bueno, ¿me vas a decir de una vez qué pasa?-preguntó Miriam rompiendo el silencio que casi llegaba a los siete minutos.

Andrés, viendo que no iban a tener tiempo a llegar a casa de su novia antes de que estallara la tormenta, puso el intermitente y paró a la derecha de la vía.

-Hoy vino Toni al almacén…- empezó mientras cogía aire.

-¿Y bien?- preguntó ella.- ¡Espero que sea un ascenso! Llevas ya un tiempo trabajando en su empresa.

-No, Mimi, no es eso. Este fin de semana hay una feria y Toni quiere que vaya.

La cara de Miriam cambió súbitamente de una expresión avinagrada a preocupación. Frunció el ceño y se puso a suplicar. A fin de cuentas, eso con Andrés siempre le había funcionado.

-¡¿Qué?! No vayas por favor Andrés, iremos a dónde sea. ¡Vámonos de viaje! Invito yo. Nos vamos a París, que sé las ganas que tienes de conocerlo.

-Mimi, cariño, no puedo hacer otra cosa. Es mi jefe

-¿Eres gilipollas? Te estoy diciendo que nos vamos a París, así que llámale. Que no cuente contigo, en esta feria tendrá que apañarse sin ti.

-No puedo, Miriam

-Dios… ¡te odio! Pues así te pudras en la feria de mierda

Como un tornado y con toda la fuerza que su corta estatura le permitía, Miriam salió del coche y cerró la puerta furiosa. Mientras Andrés la veía alejarse estuvo tentado de preguntarle “¿Has cerrado?” irónicamente, pero sabía que no estaba el horno para bollos. Al menos había conseguido decírselo. Sabía que lo que quedaba de semana se lo pasarían discutiendo, y, posiblemente, sin sexo. Por eso fue por lo que le extrañó que Miriam le llamara al día siguiente a invitarle a merendar a su casa como si nada hubiera pasado. Andrés aparcó el coche y llamó al timbre. Miriam fue a abrirle mientras un sonido suave se colaba por la puerta. Jazz. Su novia siempre se ponía jazz para cocinar. Mientras Miriam le invitaba a sentarse con demasiada amabilidad para tratarse de ella, Andrés trató de relajarse. Sin embargo no podía evitar estar en guardia. La tensión, por mucho que Miriam se esforzara en disimular, estaba ahí, tan palpable que casi podía sentirla arremolinándose a sus pies. Se sentía en la típica escena de película en la que de repente entra el loco con una metralleta y mata a todos los que, un segundo antes, habían estado hablando animadamente sin sospechar lo que pasaría a continuación. Tuvo que interrumpir sus pensamientos en el momento en el que Miriam entró con una fuente de cristal. La apoyó sobre la mesa ceremoniosamente.

-Tarta de Donetes, Nocilla y Huesitos- dijo con el orgullo de quién presenta a un hijo- Tu favorita- remató mientras Andrés sentía como su boca se hacía agua. Su novia tenía el peor genio del mundo, no en balde se refería a ella delante de sus amigos como “El dóberman, pero a la hora de cocinar Miriam era un ángel. Tenía un don entre los fogones, y eso era innegable. Partió un trozo más grande de lo normal y empezó a comerlo con avidez, no fuera que Miriam cambiara de idea y se llevara la tarta. Ella le observaba con evidente satisfacción. Y eso solo era el principio de la merienda. Cuando su novio dejó el plato impoluto, se levantó del sofá y le condujo a su habitación.

-Y ahora el postre…-dijo ella mientras bajaba las persianas y se quitaba la ropa.

Andrés no podía creérselo, aquello era demasiado bueno para ser cierto. Y él que se veía a pan y agua hasta después de la feria. Tras un breve polvo, su novia se tumbó a su lado.

-¿A que ya no quieres ir a esa feria?-dijo ella con picardía

Fue entonces cuando Andrés se dio cuenta de que había caído en la trampa. Miriam no pretendía hacer las paces por la discusión, sino chantajearle para que no fuera a la feria. Por un momento se sintió asqueado, jamás pensó que su novia fuera capaz de utilizar el sexo como moneda de cambio. Aquello le repugnó.

-No, Mimi, no quiero ir. – empezó el acariciándola el costado tratando de elegir con cuidado las palabras- Pero tengo que hacerlo, es mi trabajo.

Todo rastro de dulzura o amabilidad que hubiera estado mostrando Miriam se borró de golpe.

-¿Cómo que tienes que hacerlo? ¡Te he hecho tarta! ¡Y te he dejado que me hicieras eso que te gusta!- vociferó ella presa del enfado. Aquello no iba a acabar bien.

-Pero ¿cómo iba yo a saber…?

-¡Que te calles!- gritó ella. – ¡Eres un mierda! Y que sepas que te acabas de perder la oportunidad de ir a París conmigo gratis. Dicho eso empezó a pegarle golpes en el brazo.-Vete de aquí imbécil. ¡Que te largues te digo!

Andrés recogió su ropa lo más rápido que pudo y salió de la casa vistiéndose sobre la marcha mientras dejaba la furia draconiana de su novia a la espalda. Una vez a salvo en el coche, se miró el cuerpo de arriba abajo. Parecía que había salido ileso.

Vista de Gran Vía. GTRES

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