Resiliencia. Capítulo 17: No me gusta para ti

Cuando dos personas se encuentran pueden pasar varias cosas: todo o nada.

Y después está esta historia.

Capítulo 1: Dos semanas antes de la colisión
Capítulo 2: Una semana antes de la colisión
Capítulo 3: Un día antes de la colisión
Capítulo 4: Seis horas antes de la colisión
Capítulo 5: Colisión
Capítulo 6: 30 segundos después de la colisión
Capítulo 7: No solo los aviones vuelan
Capítulo 8: Cuesta abajo y sin frenos
Capítulo 9: Todo contigo
Capítulo 10: Lo que te mereces
Capítulo 11: No deberían hacerte llorar
Capítulo 12: Jugando las cartas
Capítulo 13: Hacer sangre
Capítulo 14: Madrid me mata
Capítulo 15: Tú tienes la culpa
Capítulo 16: Hemos terminado

Capítulo 17: No me gusta para ti

Mia entró a su habitación sin pararse a saludar. Prácticamente arrolló a una de sus hermanas pequeñas que empezó a llorar desconsolada en el pasillo. Cerró tras ella la puerta de su habitación y se sentó delante para bloquearla. No podía dejar que nadie la viera en ese estado. Sus padres, alarmados con los gritos de Raquel, fueron a atender a la pequeña. Su padre golpeó la puerta llamándole la atención sobre su entrada. Mia farfulló que tenía que estudiar y que no la molestaran y sintió como los tres se alejaban de la habitación. Las manos le temblaban incontroladamente. Se las llevó a la cabeza y se agarró el pelo mientras trataba de no perder la calma. Emitió un quejido casi imperceptible mientras trataba de recuperar una calma que se había extraviado meses atrás. El móvil vibró. El nombre de Andrés iluminó la pantalla. Se tapó la boca con ambas manos sintiendo que empezaba a perder la cordura. Quería gritar, dejar salir la tormenta que se había formado dentro de ella pero se limitó a apagar el móvil. Necesitaba alejarse de todo, especialmente de Andrés.

El examen del día siguiente era el último de sus pensamientos. Se acurrucó sobre sí misma tratando de respirar correctamente. La imagen de los coches yendo hacia ellos en dirección contraria le volvía a la cabeza sin cesar. El sonido de las bocinas le retumbaba en los oídos como si nunca hubieran salido de la Castellana. Cogió el teléfono de su habitación y, tras comprobar que no había nadie hablando por él, marcó el único número que se sabía de memoria.

-¿Si?

-Hola Charo, soy Mia. ¿Puede ponerse Inés?

-Claro, cariño. Te la paso.- La pausada voz de la madre de su amiga le tranquilizó.

-¿Hola?

-¡Inés!

-¿Qué ha pasado?- Era lo bueno de que las unieran años de amistad, solo necesitaban escuchar una palabra para hacerse una idea del estado emocional de la otra.

-He roto con Andrés.

-¿Por qué? ¿Estás bien? ¿Quieres que vaya?

-Sí, sí, solo necesitaba soltarlo. Además tengo que ponerme con el examen de mañana. Llevo todo el fin de semana dispersa y no quiero suspender.

-Lo entiendo. ¿Puedo saber qué ha pasado?- Mia titubeó. La idea de decirle a su amiga que su vida había peligrado le avergonzaba.

-No funcionaba, estábamos todo el día discutiendo.

-Lo entiendo. Pero no te preocupes. Mañana voy a buscarte en cuanto salgas del examen, nos vamos a tomar algo y me cuentas todo bien, ¿vale?

-Vale -Mia notó cómo se le empezaba a quebrar la voz. Habría dado cualquier cosa por un abrazo de su amiga en ese momento. Necesitaba sentirse comprendida, pero la vergüenza de todo lo que había pasado al lado de Andrés le pesaba.-. Me pongo ya a estudiar. Mañana te escribo.

-Genial, hacemos eso entonces. Y Mia…-su amiga guardó silencio y por fin soltó lo que llevaba tiempo queriendo decir- Me alegro de que hayas tomado esta decisión. Andrés no me gustaba para ti. No parecía de fiar.

Mia colgó el teléfono y tras inspirar profundamente, se dispuso a centrarse en el presente y en los Power Points que esperaban en el ordenador. Para empezar, cambió la contraseña de su correo electrónico y, sucesivamente, la de cada una de sus redes sociales. Eliminó a Andrés de todas ellas y, tras imprimir los archivos, se puso a estudiar.

Tras varias horas en las que parte de los apuntes habían entrado a la fuerza en su cabeza, fue a darle las buenas noches a sus hermanas.

Raquel y Blanca intentaron convencer a su hermana de que se acostara un rato con ellas en las literas. Mia les acarició el pelo, casi tan negro como el de ella y le hizo arrumacos a la más pequeña mientras se disculpaba por el pisotón. Blanca la miraba con seriedad desde la cama de arriba.

-Tienes cara de haber llorado.- El carácter de su hermana le sorprendía cada día. Era una esponja que captaba todo lo que pasaba a su alrededor.

-Son unos días un poco tensos con los exámenes. Estoy un poco desbordada.

-Los exámenes y Andrés- corrigió Blanca mientras alargaba el brazo para acariciarle la cabeza a su hermana mayor. Mia contuvo las ganas de llorar ante la espontaneidad del gesto.

-Andrés malo- recalcó Raquel mientras volvía a desordenar las mantas de la litera.

-Pero bueno, ¿qué os ha dado a todos con Andrés?- se echó a reír para combatir las lágrimas que empezaban a agolparse en sus ojos y, tras arroparlas, apagó la luz de su habitación y se quedó unos instantes escuchando su respiración. Se sintió profundamente agradecida por aquel momento. Quizás si uno de los coches hubiera ido algo más rápido ella no estaría allí y su familia tendría muchas más palabras para definir a Andrés que únicamente «malo».

De vuelta a su habitación, tras pasar por la cocina a por una taza de café bien cargado, encendió la lámpara de su escritorio dispuesta a pasarse toda la noche en vela con tal de evitar un suspenso en el examen.

No fue hasta las tres y media de la mañana que se dio por satisfecha. Su cerebro no daba más de sí y sabía lo importante que era dormir antes de un examen para que los conocimientos calaran bien en su cabeza.

Pensó en encender el móvil antes de acostarse, pero sabía que no iba a gustarle lo que podría encontrar ahí. Una parte de ella tenía miedo. Había visto a Andrés perder los papeles y le asustaba. Era totalmente imprevisible. Como meterse en un campo de minas sabiendo que en algún momento todo puede estallar sin saber dónde está escondida la bomba.

Decidió dejarlo apagado hasta que hubiera pasado el examen. En aquel momento necesitaba tener la cabeza centrada en la prueba. Sin embargo no conseguía conciliar el sueño. Algo en su interior se revolvía como alertándola de que no todo iba tan bien.

Tras casi media hora de vigilia, se incorporó y encendió el móvil. En el momento en el que la pantalla se iluminó, se arrepintió de haberlo hecho. Como una cascada, todo tipo de mensajes colapsaron el dispositivo hasta el punto de que tuvo que reiniciarlo. Whatsapps enloquecidos, mensajes de texto, llamadas perdidas, mensajes en el buzón de voz y hasta correos electrónicos de Andrés le esperaban. A Mia se le encogían las tripas según iba poco a poco, leyéndolos.

Si los primeros dejaban ver un tono amedrentado y hasta casi de disculpa, los siguientes eran todo lo contrario. El cambio de actitud había sido que Andrés había intentado meterse en sus redes sociales y había descubierto que su novia había cambiado las contraseñas. Más de la mitad de los mensajes sucesivos eran insultos y humillaciones, así como explicaciones detalladas de todo lo que Mia se merecía que le pasara por haberle ‘traicionado’.

La chica siguió leyendo estoicamente recibiendo cada insulto y cada palabra hiriente como si fueran cuchilladas. Quería dejar de leer, pero no podía. Una parte de ella quería ese daño, buscaba algo que provocara el nacimiento de un odio tan profundo que la mantuviera alejada de Andrés para siempre. Los últimos mensajes fueron los que encendieron todas sus alarmas.

Habían sido enviados apenas tres minutos antes de que ella encendiera el móvil. Eran una despedida larguísima de Andrés que decía que se alegraba de haberla conocido pero que ella le hacía demasiado daño, por lo que había decidido matarse esa noche. Mia se puso en pie mientras sentía que le faltaba el aire. Llamó a Andrés sin pararse a pensar.

El móvil daba señal, pero Andrés no lo cogía. Mia se temió lo peor y siguió insistiendo marcando su número una y otra vez. Por fin, tras un sinfín de llamadas perdidas que a Mia se le hicieron eternas, Andrés descolgó.

-¿Qué?- El chico tenía la voz ronca. Mia había perdido el miedo, lo único que pasaba por su mente era que la vida de Andrés era demasiado preciosa como para perderla por una tontería.

-¡Andrés! Gracias a Dios. ¿Dónde estás?

-¿Y a ti que te importa? Has roto conmigo y bien rápido has empezado a rehacer tu vida cambiándote las contraseñas.-reprochó el chico.-Seguro que hasta has empezado a tontear con alguno.-La chica decidió pasar por alto el ataque.

-Claro que me importa, joder. No quiero que hagas ninguna tontería. Por favor, ¡dime dónde estás!

-Esto se ha acabado Mia, lo has dejado muy claro con tu mensaje y con las acciones que has realizado a continuación. Puede que para ti esto sea un punto y aparte en tu vida, pero para mí es el punto y final. Acabas de escribirle el cierre al libro de mi historia.- La chica trató de agudizar el oído intentando reconocer dónde podría encontrarse Andrés, pero le resultaba imposible captar ningún sonido identificativo.

-No digas eso, Andrés. El suicidio nunca es la solución a un problema, solo es la vía de escape de todo. Entra en razón, piensa en tu familia, en tus amigos, en tu grupo, en todo… ¡Piensa en mí!

-Lo estoy haciendo. Ya he dejado todo listo. Os he escrito una carta a cada uno con lo que quiero que conservéis de mí.- Mia sintió cómo se le rompía el corazón por dentro. La idea de perder a Andrés se le antojaba insoportable.

-Andrés, por favor… No lo hagas… Por favor…- La chica empezó a llorar mientras suplicaba en voz baja.

-¿Por qué no? No tengo nada por lo que vivir.

-Me tienes a mí. ¡Yo te quiero!

-Entonces ¿por qué no lo demuestras? ¿Por qué has dejado que esto pasara?-Mia se dio cuenta que si quería salir de esa situación lo único que podía hacer era dejar que Andrés le echara las culpas a ella. A fin de cuentas, no le importaba, lo único que quería era que Andrés cambiara de idea respecto a suicidarse.- Si no estás tú, no quiero seguir con vida.

-Voy a estar, ¿vale? Te lo prometo.

-¿Pero vas a volver a darme las contraseñas? ¿Voy a poder volver a fiarme de ti?-Mia suspiró por lo bajo mientras se despedía del retazo de libertad del que había gozado por unos instantes.

-Sí, si no haces ninguna tontería.

-No haré nada, de verdad. Gracias, Mia. Solo necesitaba escuchar eso. No sabes cuánto te quiero ahora mismo.- A la chica no se le escapó el ‘ahora mismo’ pero prefirió dejar las cosas como estaban.

-Y yo. Voy a ponerme a estudiar, ¿vale? Que mañana tengo el examen temprano.- Andrés guardó silencio al otro lado para contestar elevando el tono de voz.

-¡¿Cómo?! ¿Te enteras de que tu novio está a punto de suicidarse y le dejas tirado por un examen?

-¡No le dejo tirado! Pensaba que ya estaba todo hablado.

-Para mí no. Tenemos mucho de qué hablar.

– Como quieras…- Mia se mordió la lengua esperando a que Andrés terminara de hablar para así poder finalizar la conversación cuanto antes.

-¿Sabes dónde estoy? En la carretera que va a Guadarrama. Hay una curva llamada ‘La curva de los muertos’ en la que más accidentes hay registrados de toda la Comunidad -Mia no quería que Andrés siguiera hablando, pero el chico continuó imparable-. Iba a cogerla a toda velocidad sin girar. La altura es tal que nadie ha sobrevivido a una caída.-Mia empezó a llorar imaginándose a Andrés cayendo por el precipicio.- Tú ibas a ser mi último pensamiento Mia, eres todos y cada uno de ellos.

Cuando el sol empezaba a despuntar, Mia y Andrés colgaron el teléfono para que la chica pudiera empezar a prepararse para ir al examen después de una noche que nunca olvidaría, y no por los motivos que a ella le gustaría.

Lo que ella desconocía era que el chico no había salido de su casa en ningún momento de la noche.

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