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Les encanta dejarnos mal

Pues sí, a veces a nuestros hijos les encanta dejarnos fatal. Aún sin ser conscientes de ello.

Ayer estuve con una madre reciente y su bebé de dos meses, que es de los de mucho llorar y poco dormir.

Pues resulta que durante toda la tarde no hizo otra cosa que dormir plácidamente.

La mía, que tiene fama precisamente de plácida, estuvo todo el rato despierta y un tanto refunfuñona.

Eso con los bebés. Pero con niños más mayores también suele suceder.

Anda que no es frecuente que el padre reciente de visita diga «no le gustan las salchichas» y de repente su niño se llene la boca de salchicha feliz de la vida, como si no hubiera manjar más exquisito y tú se lo hubieras estado negando.

Si dice «siempre pasa de las pelotas», seguro que nada más soltarlo el angelito se vuelve como Oliver y Benji, pateando la pelota sin parar toda la tarde.

O que se lo deje una noche a los abuelos comentando «es imposible dormirle antes de las diez de la noche» y que precisamente esa noche caiga a las nueve y duerma doce horas.

Mis peques lo hacen. Yo también lo hice siendo niña.

Creo que es una ley de Murphy particular de la paternidad.

Cómo ayudar a una madre reciente y cómo no hacerlo

Este post no va dedicado a madres futuras y recientes, sino a todas aquellas personas más o menos bienintencionadas que quieren ayudar durante sus primeros días en casa. Lo que se conoce técnimamente como puerperio y que es la fase más dura de todo el proceso.

Y si vais a ser padres o madres recientes, podéis enviárselo a quien consideréis oportuno para que se pongan las pilas.

Es relativamente frecuente que durante esos primeros momentos aparezcan por casa madres, suegras, padres, suegros, cuñados…

Quieren hacerte compañía y ayudarte dicen. Pero muchas veces lo que entienden por ayudarte es quedarse arrullando al bebé para que tú tengas tiempo de planchar, sacar al perro, ir a hacer la compra, preparar la comida…

Pues no. El bebé ya tiene una madre. Y esa madre probablemente estará molesta por los puntos, superando una cesárea que es una cirugía mayor, cansada, mal dormida, agobiada por la nueva rutina que se está estableciendo…

La mejor manera de ayudar es llevarte comida hecha a casa, hacerte la compra, plancharte o sacar al perro…

Los que de verdad desean ayudarte y te quieran probablemente lo entenderán. De hecho es muy posible que salga de ellos.

Y a los que se enfaden cuando se les plantee que si quieren ayudar bajen por papel higiénico y huevos al súper de la esquina, que les den.

También son importantes las horas a las que quieran ir a ayudar. Conozco un caso en el que la suegra dijo «Yo vendré a ayudarte todos los días de 15:00 a 17:00 cuando salga de trabajar». A esa hora lo que quería la madre reciente en cuestión de la que hablo era echarse la siesta aprovechando que su pequeña solía dormirse un rato.

Pues si te viene mal. Dilo. Explícale amablemente que estarás encantada de que venga. Pero que a esa hora no te viene bien.

Un último consejo: dejaos ayudar. A veces cuesta. Ya sea porque nos gusta sentirnos independientes o por que te puedas sentir incómoda viendo planchar a tu suegra mientras tú estás en el sofá dando el pecho, pero viene bien relajarse y permitir que nos mimen un poco esos días.

Las visitas de los primeros días

Ayer unos muy buenos amigos, sobre cuyo embarazo he hablado en ocasiones, tuvieron a su primer hijo.

Sobre las cuatro de la tarde nos enviaron un mensaje en el que comunicaban que habían comenzado a empujar. Cerca de las siete llegó otro en el que comunicaban el nacimiento, decían que madre y niño estaban bien, enganchado a la teta sin problemas, y pedían que no llamáramos por teléfono.

Hoy por la tarde nos acercaremos al hospital a conocer al pequeño. Seremos rápidos y prudentes, si hay mucha gente, esperaremos lo que haga falta, y nuestros amigos no nos verán el pelo por su casa hasta que ellos decidan y a la hora y de la manera que mejor les venga. Hay confianza para hablar las cosas afortunadamente.

Uno de los grandes inconvenientes de esos primeros días, en los que descubres lo que es la maternidad (y la paternidad), es la afluencia de visitas.

Es normal que la familia y los amigos quieran dar la bienvenida a este mundo al recién nacido y cotillear si se parece a papá o a mamá, y la mayoría se comportan como es debido, pero siempre los hay que arman alboroto en el hospital, que se plantan en tu casa horas esperando que les des de cenar, que se presentan a horas poco apropiadas o pretenden despertar al niño para conocerle.

Mi matrona nos contaba en la clase de preparación al parto que la principal labor de los papás recientes esos primeros días es hacer de escudos humanos, lidiando con las visitas y poniendo orden y límites para que el bebé y la madre recientísima no se vean demasiado afectados.

También nos decía que era mejor ir al hospital cinco minutos que plantarte en su casa, que molestaba menos. Y estoy de acuerdo.

En el hospital, que era público (el mismo en el que lo ha tenido mi amiga), las enfermeras de la planta decían que se trataba de la sección que más satisfacciones daba pero también la que más problemas causaba con las visitas.

Yo tuve suerte. Prácticamente todas las visitas supieron comportarse. Además, nosotros pusimos unos límites de horas muy claritos. A las ocho de la tarde no nos dolían prendas si habría que echar al personal a la calle.

Pero sobre todo, mi suerte fue tener al peque en pleno agosto. Había tanta gente de vacaciones que las visitas llegaron con cuentagotas, me libré del aluvión inicial que tantos padres recientes padecen.

Menos mal, que con la cesárea que me hicieron tampoco estaba para aguantar muchas tonterías.

¿Cómo te fue a ti con las visitas?