Ayer unos muy buenos amigos, sobre cuyo embarazo he hablado en ocasiones, tuvieron a su primer hijo.
Sobre las cuatro de la tarde nos enviaron un mensaje en el que comunicaban que habían comenzado a empujar. Cerca de las siete llegó otro en el que comunicaban el nacimiento, decían que madre y niño estaban bien, enganchado a la teta sin problemas, y pedían que no llamáramos por teléfono.
Hoy por la tarde nos acercaremos al hospital a conocer al pequeño. Seremos rápidos y prudentes, si hay mucha gente, esperaremos lo que haga falta, y nuestros amigos no nos verán el pelo por su casa hasta que ellos decidan y a la hora y de la manera que mejor les venga. Hay confianza para hablar las cosas afortunadamente.
Uno de los grandes inconvenientes de esos primeros días, en los que descubres lo que es la maternidad (y la paternidad), es la afluencia de visitas.
Es normal que la familia y los amigos quieran dar la bienvenida a este mundo al recién nacido y cotillear si se parece a papá o a mamá, y la mayoría se comportan como es debido, pero siempre los hay que arman alboroto en el hospital, que se plantan en tu casa horas esperando que les des de cenar, que se presentan a horas poco apropiadas o pretenden despertar al niño para conocerle.
Mi matrona nos contaba en la clase de preparación al parto que la principal labor de los papás recientes esos primeros días es hacer de escudos humanos, lidiando con las visitas y poniendo orden y límites para que el bebé y la madre recientísima no se vean demasiado afectados.
También nos decía que era mejor ir al hospital cinco minutos que plantarte en su casa, que molestaba menos. Y estoy de acuerdo.
En el hospital, que era público (el mismo en el que lo ha tenido mi amiga), las enfermeras de la planta decían que se trataba de la sección que más satisfacciones daba pero también la que más problemas causaba con las visitas.
Yo tuve suerte. Prácticamente todas las visitas supieron comportarse. Además, nosotros pusimos unos límites de horas muy claritos. A las ocho de la tarde no nos dolían prendas si habría que echar al personal a la calle.
Pero sobre todo, mi suerte fue tener al peque en pleno agosto. Había tanta gente de vacaciones que las visitas llegaron con cuentagotas, me libré del aluvión inicial que tantos padres recientes padecen.
Menos mal, que con la cesárea que me hicieron tampoco estaba para aguantar muchas tonterías.
¿Cómo te fue a ti con las visitas?