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Cómo es ir a comer a un restaurante con mi hijo con autismo

Entrar en un restaurante con Jaime no es tan sencillo como con Julia. Jaime, por su autismo, hace que tengamos que valorar mucho en qué establecimientos entramos y que vayamos poco. Cuando estamos de vacaciones buscamos con frecuencia planes de alimentación alternativos o que si, en casa, surgen planes con amigos que incluyen restaurantes nuestra familia tenga que dividirse, buscar canguros para él, llegar tarde o irnos antes.

Y no nos podemos quejar. Conozco otras familias con hijos con autismo que jamás pisan un restaurante con ellos.

También hay personas dentro del espectro autista que están como peces en el agua servidos por camareros, la variedad de manifestaciones del autismo es enorme y cada individuo (con o sin autismo) es diferente, incluso extremadamente distinto.

Pero tenéis que tener presente que mi hijo, con once años, está muy afectado, que apenas tiene unas pocas aproximaciones a palabras y pocos intereses. Yo hablo sobre todo de lo que conozco, de nuestra experiencia y de la de otros en situaciones similares.

¿Por qué es más difícil ir con Jaime a un restaurante?

Un problema es que muchos de nuestros niños tienen poca paciencia y escasas formas de entretenimiento. No entienden que haya que esperar a la comida, a la cuenta… ellos están acostumbrados a comer rápido y pasar a otra cosa. Y carecen con frecuencia de modos para distraerse. De hecho es algo que se busca y trabaja con ellos.

Otro es que se comportan raro: pueden chillar, tal vez de puro contento, aletear las manos, querer jugar con los cubiertos, romper las servilletas, hacer ruidos extraños… comportamientos tal vez similares a los de un bebé, pero teniendo el aspecto de un niño (o un adolescente o un adulto) normal. Encontramos con frecuencia miradas de censura, de reproche, cuando es algo que se disculparía en un bebé o en un niño con una discapacidad visible. De hecho sé bien que en chavales con Down o parálisis cerebral lo que despiertan esos comportamientos disruptivos es miradas de lástima o se evita directamente mirarles de ninguna manera, aunque eso da para otro tema. Los padres de niños con algún tipo de discapacidad tenemos que aprender a bregar con ello. Igual que los mismos niños. Jaime no es consciente, pero muchos otros sí. Ojalá textos como este ayuden a que la gente se lo piense dos veces antes de juzgar a la ligera.

Uno más. Los ambientes con mucho ruido, con muchos estímulos, pueden saturarlos, provocar en ellos rechazo o sobreestimularlos. Jaime aquí tampoco tiene demasiado problema, mucho barullo tiene que haber para que le sature.

Sigamos con otro. Este es un problema que Jaime no tiene, porque come de todo y le gusta probar lo que ve en otros platos, pero hay niños que tienen dietas muy restrictivas, que comen muy pocas cosas y se niegan a probar cualquier otra.

En fin, que no es fácil, que mucha gente se queda en casa y no sale con sus hijos con autismo (o con otros tipos de discapacidad).

Nosotros intentamos hacer una vida de familia normal y acudimos en ocasiones a restaurantes, sobre todo en las vacaciones de verano, pero tienen que cumplirse una serie de condiciones.

Lo primero es elegir bien. Los sitios de comida rápida, hamburgueserías, pizzerías y demás lugares en los que tú te sirves rapidito, no hay que esperar por la cuenta y no son precisamente lugares de etiqueta en los que el grito de un niño haga que todo el mundo se gire a mirarte. Son los más fáciles. En nuestro caso basta con buscar un sitio en el que podamos encajonar a Jaime (entre nosotros y la pared por ejemplo), para que no decida levantarse y le podamos ayudar a comer y limpiarse.

Respecto al otro tipo de restaurantes, los de mantel y camarero, lo cierto es que no nos atrevemos a ir a los de alto o mediano postín. Tampoco a aquellos que notamos bucólicos y románticos. Somos los primeros que no queremos molestar y que no creemos que sean lugar para nosotros. Además de que comemos a la carrera con frecuencia y no es plan pagar más para hacer tocata y fuga.

Nuestros favoritos son los establecimientos del tipo que tienen menú del día, sobre todo aquellos que son pequeños, negocios familiares. Si hay terraza y el tiempo lo permite, preferimos estar fuera. Buscamos de nuevo mesas apartadas, si podemos, y elegimos para Jaime un sitio en el que le podamos tener controlado y ayudarle. Hemos desarrollado buen ojo con el tiempo para escanear rápidamente las opciones y elegir la mejor.

Los momentos críticos son los tiempos de espera. La tablet con música puede ayudar, pero solo hasta cierto punto. También es verdad que con los años, como es un niño que disfruta con la comida, espera pacientemente que nos tomen nota y vayan llegando los platos. La paciencia se le acaba cuando ya ha comido. No existe para nosotros la sobremesa con el café. Es frecuente que uno de nosotros tenga que salir a la calle con él una vez ha terminado mientras el otro espera para pagar.

De hecho, Jaime come bien y disfruta con la comida, pero no suele tomar postre. El postre es algo que también uno de los dos se pierde con frecuencia. Normalmente su padre que es menos goloso.

Cuando nos sentamos bromeamos diciendo que venimos acompañados de una bomba de relojería. Una de la que desconocemos el tiempo que nos dará de margen para comer. Yo era de las que comía despacio, ahora soy como una bala por si acaso.

A veces explico a la persona que nos atiende, una vez que estamos en la mesa, que Jaime tiene autismo y puede tener comportamientos peculiares. No lo hago siempre, depende de si le veo más nervioso, de si me da la impresión de que camarero lo entenderá, de si tenemos muchos otros comensales cerca… mi experiencia es que hablar claro aumenta la comprensión de los demás y evita problemas.

No, no es especialmente fácil, pero como hace muchos años escuché a una madre que llevaba mucho más camino andado que yo, hay que intentarlo. Esos intentos no sólo mantienen unida a la familia, realizando actividades juntos, también son una terapia para ellos, un aprendizaje. Y también para nosotros, podemos llegar a alcanzar más dosis de paciencia, calma en situaciones difíciles y asertividad de la que creemos si nos ponemos a ello.

Ile de Ré, lugar de concentración para futbolistas y de disfrute para familias con niños

– ¿Sabes dónde está concentrada la selección para la Eurocopa? En la Ile de Ré. A ver si la van a poner de moda… –

Eso me dijo mi santo, evocando inevitablemente el día que pasamos hace dos veranos en aquel pequeño paraíso de mar, viñedos, ostras y ecos de buques balleneros. Ese fue el año en el que nos enamoramos del norte de Francia, desde Poitiers hasta Caen, de Burdeos a Nantes, de LeMans a LaRochelle, y entre medias sus pequeños pueblos, sus ciudades tranquilas y llenas de maravillas.

Un viaje que no dejo de recomendar a mi alrededor si lo que se busca es desconexión, cultura, naturaleza, sin agobios de gente, por poco dinero si se viaja en coche, se buscan buenos alquileres y se compra en sus mercados para cocinar luego los productos de la tierra. Este año volveremos. Será la primera vez que repitamos por tercera vez un destino. Nos queda mucho por conocer, explorar y disfrutar.

Así que no he podido resistirme a escribir hoy de esa pequeña isla, será que ya me pide el cuerpo vacaciones, por si a alguno os sirve de inspiración para viajar con niños. Va a ser un post con muchas fotos, lo advierto, aunque tres de ellas no son mías. Arena y niños, uno de ellos al que hay que llevar siempre de la mano para evitar fugas por su autismo, impide que me dedique a la fotografía tanto como me gustaría.

La Ile de Ré es uno de los lugares más turísticos  que hemos visitado junto con La Rochelle, aunque para nada estaba saturado de gente pese a que fuimos en época de máxima afluencia (en temporada alta puede llegar a tener 160.000 personas, cuando en baja son 16.000). A las fotos de las playas me remito.

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Está apenas a media hora (y 16 euros de peaje por cruzar en coche su espectacular puente) de La Rochelle.

Vista del puente une La Rochelle con la isla de Ré (EFE/Juanjo Martín).

Vista del puente une La Rochelle con la isla de Ré (EFE/Juanjo Martín).

La Ile de Ré es un sitio en el que disfrutar con los niños de sus playas enormes y tranquilas en las que no se pasa calor pero los valientes pueden bañarse, Julia lo hizo. Claro que tanto ella como su hermano osaron bañarse el año posterior en las playas del desembarco de Normandía.  ¿Quién dijo frío?

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Por Normandía con niños

Este verano hemos pasado una semana de nuestras vacaciones en Normandía. Quería traer aquí los lugares que mas gustaron a Julia y Jaime, por si en alguna ocasión os planteáis ir por aquella región con niños y nuestra opinión, sin ser en absoluto expertos en la zona, puede seros útil.

Advierto que va a ser un post largo, en parte porque voy a subir un buen puñado de fotos. De hecho pensé en partirlo en varios como hice el año pasado, pero como en éste he empezado tarde y no me parecía seguir hablando de las vacaciones en septiembre, aquí os he condensado todo.

Sobre el alojamiento. Nosotros buscamos una casa a buen precio en un pueblo bien situado para explorar la zona y acertamos por completo. Estuvimos muy a gusto en las afueras de Percy, en una finca cerrada por la que los niños podían correr y jugar y saludar a las vacas vecinas. Jaime, con su autismo, necesita sitios así, seguros y tranquilos. De todas maneras, paramos poco en la casa. Apenas un par de tardes. Todos los días hubo excursiones.

Por lo que vimos al buscarla, abundan las casas semejantes por aquella región: bien equipadas y por entre 350 y 500 euros la semana para una familia entera. Probablemente en torno al 6 de junio, aniversario del desembarco, será todo más caro.

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Elegimos Percy porque desde allí está todo mas o menos al alcance en coche, que no solo nos interesaba visitar las playas del desembarco, y también acertamos: resultó que había una pastelería (hay un montón fantásticas por toda Francia) con unos macarons buenísimos; también tenían una cabina británica, no es la única que vimos en Normandía.

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Lo primero que hay que tener en cuenta es que el clima es variable y poco predecible. «Estás en Normandía, dónde el sol no brilla», ponía en un folleto turístico. Al menos en agosto yo diría que es algo así como «estás en Normandía, dónde el sol brilla cómo y cuándo le da la gana». En un mismo día puede hacer de todo, hubo uno en concreto que empezamos con sudadera y tormentas y acabamos bañándonos en la playa, así que no es mala idea llevar en el coche apaño para reaccionar sobre la marcha. Y las previsiones más vale mirarlas justo la noche antes para planificar la jornada, hacerlo con más antelación no es nada seguro.

Voy a decir una obviedad, si no hubiera tanta lluvia no estaría todo tan florido y tan verde ni disfrutaríamos de esos paisajes en los que vacas y caballos pacen a los lados de la carretera e incluso algún ciervo se atreve a asomar del bosque a esos pastizales. Tres vi yo en terrenos de pasto ganadero a última hora de la tarde desde el coche.

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¿Qué vimos? Empezaré por el Mont-Saint-Michel, aunque es el último sitio al que acudimos. Se trata de uno de los lugares más visitados de Francia del que poco puedo contar yo aquí que no esté explicado mejor en otros sitios. Es una maravilla, una parada obligada. Pero también os digo que está tan lleno de visitantes que es difícil disfrutarlo como a nosotros nos gusta. Jaime se portó estupendamente bien pese al bullicio y a que ese día hacía mucho calor. Moverse por la mayoría de sus calles empedradas supone, por lo menos en verano, ir abriéndose paso a duras penas entre turistas de todas las nacionalidades, dejando a ambos lados tiendas de recuerdos y establecimientos de restauración en los que los precios llegan a triplicar lo que cobran en otras ciudades. Un ejemplo: un crepe con azúcar por el que en otros sitios te cobran entre uno y dos euros (uno y medio nos costó por ejemplo en la hermosa y también turística Bayeaux) aquí estaba en tres y medio.

Para llegar a la abadía hay que dejar el coche en un parking enorme que cuesta 12,50 euros. Y luego se pueden coger unos autobuses gratuitos que van y vuelven continuamente o caminar entre dos y tres kilómetros (dependiendo de dónde se haya aparcado) por un camino que luego se convierte en pasarela. Nosotros fuimos caminando y volvimos en autobús. No llegamos a entrar en el interior de la abadía (solo entran un tercio de los visitantes del Mont-Sainte-Michel), hubiera sido demasiado para Jaime, así que lo paseamos y luego nos fuimos a disfrutar de Carolles, las playas que hay a 40 kilómetros en dirección a Granville, ciudad en la que salen los ferries y en la que acabamos dando un paseo y merendando. Fue una jornada que nos salió redonda. Y entre Granville, el Mont-Saint-Michel y la playa, los niños lo pasaron mejor en la arena, todo hay que decirlo.

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Lo que no me esperaba cuando planificamos el viaje en Madrid es que mis rubios disfrutarían como locos en las baterías alemanas que había defendiendo las playas en las que se produjo el desembarco aliado del Día D. Ya sabéis que Normandía, además del Mont-Saint-Michel, es destino turístico por excelencia para aquellos que quieren conocer un lugar clave en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial. Julia no dejaba de pedir todos los días que fuéramos a alguna batería más, feliz, igual que su hermano, de explorar, saltar y correr al aire libre entre los restos de hormigón que formaron parte del intento de crear el llamado muro del Atlántico.

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En la foto superior están corriendo por las defensas que están a pie de la playa de Utah. También las hay en Omaha. Pero la que más nos gustó a todos, por variada y bien explicada, fue la de Crisbecq, en la que hay que pagar 7 euros los adultos y 4 los niños. También estuvimos en la batería de Longues-Sur-Mer, que es gratuita y conserva los cañones originales, pero en la que no hay explicaciones, ni dioramas ni variedad en las construcciones.

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Por toda la costa hay muchísimas baterías, unas de pago y otras gratuitas. Lo ideal es elegir bien dos o tres que sean diferentes. Lo mismo que con los museos/memoriales. Por cierto, ya que estoy hablando de precios. En muchos museos y memoriales los niños pequeños no pagan. Y, aunque no lo especifiquen, con el carné de familia numerosa suelen hacer descuento en todas partes.

Julia y Jaime también lo pasaron muy bien en el Point de Hoc, el punto que une las playas de Utah y Omaha por el que escalaron los rangers estadounidenses, por imposible que parezca al ver la pendiente e imaginar que al mismo tiempo estaban recibiendo disparos.

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Mis peques estuvieron brincando y trepando, junto a otros niños que había por allí, en los numerosos y profundos cráteres que dejaron las bombas y que ahora están tapizados de verde y sirven de lugar de pasto a las ovejas.

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Hay algo hermoso y esperanzador en ver a los niños jugando en lo que fueron escenarios de violencia y muerte, en ver a tu hijo recogiendo alegremente conchas en una playa cuyas arenas fueron rojas.

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Vayamos con las ciudades. Una de las primeras que visitamos fue Saint-Lo, bautizada tras la guerra como la capital de las ruinas. Y es fácil constatar los estragos que padeció viendo lo que quedó en pie de la catedral y que abundan las nuevas construcciones. Si hay poco tiempo y hay que ajustar las excursiones, yo dejaría Saint-Lo fuera.

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En cambio no me perdería por nada del mundo Bayeaux. Fue el sitio con mas gente que encontramos, si obviamos el cementerio americano y, por supuesto, el Mont-Saint-Michel. Pero que haya gente no significa que vayamos a estar agobiados ni mucho menos. En Bayeaux, primera ciudad liberada tras el desembarco, se merece al menos que pasemos un día entero. Además de ver la catedral y recorrer sus calles, tienen un interesante museo, no muy grande y que no se hace nada pesado a los niños. Lo mismo que sucede con el museo Overlord, de iniciativa privada y llenito de dioramas muy conseguidos.

Pero por lo que es mas famoso Bayeaux es por un tapiz del siglo XI que explica con una audioguía caminando a paso de procesión a lo largo de sus 70 metros la conquista de Inglaterra por parte de Guillermo el Conquistador. Es impresionante, hay algo de cola para acceder a él y me temo que no es apto para los niños más pequeños. Jaime no lo vio y Julia ya estaba cansada en sus últimos metros. Lo siento, no hay fotos. No estaban permitidas.

En Bayeaux vimos el primer cementerio militar: el británico. Fue el que mas nos impresionó, tal vez porque es menos majestuoso que el americano de Omaha, tal vez porque fue el primero, puede que porque tenía menos gente, también porque en muchas de las cruces la familia había podido dejar unas palabras pensando en su ser querido: «nuestro hijo único», «fiel y amante esposo», «padre de tres hijos»… vas leyendo mientras recorres sus cruces.

Además del británico y del estadounidense, vimos un sobrio cementerio alemán cercano. Creo que estos lugares son otra visita obligada, también con niños.  Estremece verlos tanto por el número de caídos como cuando te detienes en tumbas concretas. Te hace preguntarte cuándo dejaremos de seguir a los locos y a los monstruos. Y a los niños también les despierta preguntas interesantes que son un reto contestar.

También en Bayeaux está el memorial que Reporteros Sin Fronteras tiene dedicado a los periodistas caídos cubriendo conflictos. Aunque solo fuera por deformación profesional, yo tenía que ir, aunque entiendo que no a todos interesará. Está justo frente al cementerio inglés y, con citas de Simone de Beauvoir y Voltaire, se trata de un jardín con un sendero a cuyos lados hay monolitos con distintos años y los nombres de los reporteros muertos. Si ampliáis las imágenes, alguno os sonará.

Caen, liberada tras intensos combates. Otra ciudad que merece mucho la pena. La que más ambiente tenía, con mucha gente joven, comercios y recorridos interesantes en los que aún se ven muchas casas agujereadas por las balas.

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En Caen también estuvimos un día entero, con gran parte de la mañana dedicada a su enorme memorial, con una escultura aún más enorme en la puerta, que solo es recomendable para los niños más mayores. De hecho, los menores de diez años no pagan.

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El mas caro y grande de los memoriales, va mucho más allá del desembarco y sus consecuencias. Lo que muestra es variado y muy duro, la ascensión al poder de Hitler, su solución final que abarcaba judíos, comunistas, gitanos, personas con discapacidad… También la resistencia y el colaboracionismo francés, la evolución del conflicto y sus antecedente. Es imposible que no conmueva recorrerlo.

En todos los museos y memoriales vamos intentando adaptar a Julia todo lo que vemos, y le explico siempre la historia sin mentir, pero simplificándola y suavizándola.

Cuando llegamos a la zona en la que explicaban la solución de la Alemania Nazi para la gente con discapacidad la pobre no daba crédito. «¿Mataron a 10.000 personas como mi hermano?», me dijo desconcertada, abriendo aun mas sus enormes ojos. Decidió que ese museo no le gustaba y, pasado cierto punto, quiso ir rápido y salir pronto. Os dejo un cartel propagandístico destinado al pueblo alemán en el que se justificaba ese exterminio del que no recuerdo que haya ninguna película en términos de costes puros y duros: «este paciente hereditario cuesta a la comunidad 60.000 RM. Ciudadanos, es vuestro dinero también».

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Justo en ese museo Jaime también decidió a su manera que no quería seguir ni un minuto mas y hubo que salir entre gritos. En el mismo lugar del Memorial de Caen está el búnker en el que el general alemán Richter tenía su cuartel general en 1944. Puede que algún experto me lapide por lo que voy a decir, pero me pareció que tenía el interés justo comparado con todo lo que ya habíamos visto.

El museo que mas gustó a Julia (y a todos nosotros, todo hay que decirlo) es el que hay en Sainte-Mère-Eglise, el pueblo más protagonizado por la Segunda Guerra Mundial de todos los que vimos. Igual que el maniquí del paracaidista permanece en lo alto de la iglesia, todo está lleno de tiendas con todo tipo de recuerdos y archiperres de aquel entonces, pero es que incluso peluquerías, farmacias y pastelerías están decoradas con soldados americanos de uniforme y parafernalia militar de la época. Está solo a dos pasos del parque temático militar, y eso a mí no me gusta tanto.

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El museo tiene mucho material y varias zonas, al aire libre y en interior. Impresiona ver el frágil planeador en los que aterrizaban (o lo intentaban), pero lo que mas gustó a todos es una parte en la que se simula lo que fue el salto en paracaídas, primero recorriendo un avión en el que hay soldados sentados esperando a saltar; de ahí se ‘salta’ sobre un cristal que simula el paisaje que tenían los estadounidenses y luego se recorren mas dioramas muy conseguidos. A Julia le gustó tanto que lo recorrió cuatro veces, dos con su padre y dos conmigo. Para Jaime estaba demasiado oscuro y había mucho ruido extraño.

Para comprar camisetas, sudaderas, llaveros y demás recuerdos relacionados con el desembarco, este museo y el memorial de Caen creo que eran los mejores sitios, además de alguna tienda suelta que pueda ver por ahí (nosotros dimos con una tiendita estupenda en Bayeaux). Pero la mejor recomendación es comprar cuando veas algo que te guste, que no es uno de esos sitios en los que veas los mismos recuerdos repetidos continuamente durante todo el viaje.

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Pero la abadía del Mont-Saint-Michel, patrimonio de la UNESCO y la Segunda Guerra Mundial no deberían eclipsar los paisajes y pueblos de Normandía. Ir a preciosos lugares como Villedieu les Poeles, que es especialmente recomendable en día de mercado para comprar fruta, verdura o mariscos llenos de sabor, acercarse a la abadía de Hambye, en un entorno natural espectacular, hacer lo que nosotros llamamos «turismo de coche», eligiendo en el GPS rutas pintorescas que nos descubran paisajes y pueblitos en lugar de autovías.

Todos los museos, cementerios, memoriales y lugares reseñables relacionados con el desembarco están diseminados por diferentes pueblos. El coche (o la moto) es imprescindible. Y hacer una selección también. A menos que se pase allí un mes entero es imposible ver todas las playas y los lugares de interés.

Y como os decía al principio, hay playas para disfrutar más allá de su componente histórico. Playas tranquilas, limpísimas y no tan frías como pudiera parecer. Claro que lo dice una que pasó su infancia en Gijón, no en Murcia. Mis dos rubios se bañaron varias veces.

Hay que tener en cuenta que se come pronto, que los comercios tienen los horarios muy ajustados y es fácil encontrar todo cerrado a horas que a los españoles nos parecen inconcebibles. Los domingos no abre casi nadie. Y, ojo, que para nada estoy diciendo que sea malo. Simplemente hay que tenerlo en cuenta.

Se come bien: mejillones y pescados, quesos, fruta y verdura que saben de verdad, sidra (yo la prefiero dulce) y zumo de manzana, embutidos, dulces y chocolates… Es cuestión de explorar. Nosotros somos más de mercados y cocinar que de restaurantes, y en ese sentido hay mucha variedad.

No es nuestro caso, pero para familias que disfruten dando pedales juntas, hay pocos sitios mejores. También hay muchas facilidades para ir con caravanas. Es además un sitio fantástico para montar a caballo. Hay muchísimos y con un aspecto fantástico. Una forma especial de recorrer las playas del desembarco que en otra época de mi vida no hubiera perdonado es a caballo.

Es recomendable también acercarse a los diferentes puntos de información turística. Te van dando leyeras guías, que en muchos son pequeños libritos muy completos. Me dio la impresión de que hay mucha mas gente que hable inglés allí que en otras zonas de Francia. Lógico supongo, dada la proximidad con las islas.

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Fue solo una semana que nos dejó con ganas de más, aún no sabemos si repetiremos el próximo año. Así que, como ya os dije que no pretendemos ser expertos, estaremos encantados de escuchar vuestras impresiones y otras recomendaciones. Hay mucha más Normandía que la que he contado, seguro.

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Casi un mes por Francia

imageSe acabó. Acabaron los días disfrutando de la piscina en el minúsculo y precioso pueblo de La Chapelle Mouliere, un lugar en el que parece haberse detenido el tiempo. Acabaron también los días en Percy, en una hermosa casita de piedra normanda, rodeados de verde en el que correr y con unas vacas jóvenes como vecinas a las que amenizábamos por las tardes cantando ‘tengo una vaca lechera’. Jamás tuvimos Julia y yo público más entregado.

Se acabó el recorrer villas, baterías, ciudades, chateaus, museos, playas y abadías escuchando Tendance, Virgin y los hits franceses. Se acabó el descubrir olores y sabores de distritos quesos, frutas, panes y moules et frits. Se acabaron los bon jour, merci, au revoir y bon journé; se acabó vivir rodeados por la música que tiene otro idioma.

Se acabaron unas vacaciones en las que hemos disfrutado y desconectado, preparándonos todos para afrontar un nuevo curso con cambios: Jaime cambia de colegio, Julia pasa a Primaria y nosotros tendremos nuevos retos. Pero pronto estaremos planeando qué rincón de Europa conocer el próximo verano, buscando alojamientos tranquilos en pueblos pequeños a precios ajustados y situados de tal manera que nos permitan explorar la zona en viajes a una o dos horas de coche.

Hay tanta Europa por explorar, lugares poco bulliciosos, en los que descubrir y disfrutar. Tenemos suerte, ambos son buenos viajeros. Jaime, con su autismo, necesita vacaciones así. Tranquilas, huyendo del sol abrasador que le roba el sueño y de los lugares atestados.

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Quedan en la memoria los buenos ratos, hermosos destellos de mis niños riendo en el agua, corriendo en el verde, abriendo los ojos a paisajes diferentes, a detalles asombrosos, aprendiendo a aprender, a ser flexibles. Comprendiendo que somos perfectamente capaces de ser felices.

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Queda también algún post de viaje en el que os contaré lo que hemos hecho en el país vecino, por si nuestra experiencia os pudiera servir de algo.

Nos seguimos leyendo.

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Fin de curso: campamentos urbanos, abuelos, cuidadores…

Primer lunes con la sensación de que el verano está a la vuelta de la esquina. Conozco perfectamente el motivo: el fin del colegio de los niños.

Tanto Jaime como Julia se despidieron del curso el viernes; Jaime en una fiesta con patines, música y patatas fritas y Julia en la clásica fiesta del agua en la que llevan bañador y toalla y se ponen finos de agua en el patio. Les encanta.

Obviamente mi santo y yo no tenemos tanta suerte. El trabajo sigue (por suerte) y, como miles de padres, tenemos que organizarnos con nuestros niños. Jaime irá al campamento urbano de su cole, le espera piscina a diario así que volverá a casa dorado por el sol, agotado y feliz. Julia se irá parte de julio a Asturias con sus abuelos, como hacía yo. El resto del tiempo tiene quien la cuide en casa e irá al parque a jugar con su prima y los niños que encuentre atendidos por otros adultos. Muchos compañeros de su clase se quedarán al campamento urbano del colegio.

Imagen del campamento urbano de Faunia.

Imagen del campamento urbano de Faunia.

Lo de campamento urbano es algo que apenas se oía cuando yo era pequeña y que ahora está por todas partes. Los hay en colegios, en parques de bolas de barrio, en polideportivos, en escuelas de idiomas… Julia fue un par de semanas el año pasado al del cole de inglés al que va una tarde por semana.

Algunos tienen muy buena pinta. Yo tengo echado el ojo a tres que me parecen interesantes, al menos para alguna semana suelta (o incluso algún día suelto). Uno es un campamento deportivo que hay en las instalaciones municipales de la ciudad en la que vivimos. Allí se dedican a escalar, jugar al tenis, al baloncesto, a bañarse en la piscina… Padres cuyos hijos han pasado por ahí están encantados. Los otros dos son los que organizan en Zoo de Madrid y Faunia, en el que les instruyen sobre los animales que ahí tienen y ayudan a cuidarlos. Julia aún me ha parecido pequeña para intentarlos. Si los habéis probado me encantaría saber vuestra impresión.

Obviamente lo de los campamentos urbanos es una solución que con frecuencia requiere que se gaste un dinero extra e incluso cambios de turnos en el trabajo. En muchos casos la solución cuando ambos padres trabajan fueran de casa son los abuelos, mandándolos al pueblo o la playa con ellos o dejándoles en sus casas a su cuidado. También tirar de tíos o cuidadores pagados o coger las vacaciones por separado..

Siempre hay intendencia que organizar. Estamos hablando de una semana entera al final de junio, todo julio, todo agosto y el arranque de septiembre. Se habla con frecuencia de los gastos por el arranque del curso, pero los gastos por fin de curso pueden ser mucho más elevados. Sobre todo en casos como el mío que no tenemos libros de texto que pagar.

¿Cómo lo hacéis vosotros?

Ir a la playa con niños pequeños, no es lo mismo

Mi santo y yo nunca hemos sido muy playeros, somos de los de un par de bañitos, secarse e irse. Tomar el sol durante largo rato no nos motiva, leer en la playa nos ha resultado siempre incómodo y lo de comer allí ni nos lo planteamos. Teniendo eso en cuenta, siempre hemos ido con lo mínimo a la playa: un par de toallas, la crema protectora y listo. ¡Quién nos ha visto, y quién nos ve ahora que vamos con niños!

Nuestros peques, como ya os he contado en anteriores posts, nos salieron también poco playeros, al menos hasta ahora. Jaime, siempre ha estado peleado con la arena, no le gustaba estar rebozado, ni siquiera cuando era bebé. Julia igual. El año pasado solo intentamos en una ocasión bajar a la playa y duramos quince minutos en los que no salieron de la toalla. Ni quisieron entrar en el mar ni pisar la arena. Tengo amigos con niños a los que tampoco les gusta, pero la mayoría la verdad es que tienen hijos que en la playa disfrutan como locos jugando a disfrazarse de croquetas, acaban con arena masticada, hasta en los ojos… y tan contentos.

Este año parece que la cosa ha cambiado. Siguen siendo piscineros, pero Julia ya puede pasárselo bien en la playa, construyendo castillos y muros al borde del mar y bañándose en nuestros brazos. A Jaime no le gusta tanto, pero la soporta.

Este año hemos estado siete tardes en la playa, a partir de las 18:00 que es cuando mas suave está el sol y más tranquilos estamos. Y es interesante ver como hemos ido evolucionando día a día nuestras estrategias para sobrevivir a la arena con niños pequeños. El primer día, como buenos novatos, fue un desastre de arena, toallas rebozadas y niños crocantes. Poco a poco fuimos elaborando pequeñas estrategias en forma de más adminículos, distintas bolsas (esta para toallas limpias y mudas, esta de plástico para cacharros de arena…) y al final incluso sillas de playa.

Aún estamos lejos de esas familias (sabiamente, seguro) equipadas con sombrillas, neveras tumbonas, tiburones, tablas y colchonetas e incluso pequeñas piscinas inflables que llenar de agua de mar.

Lo que está claro es que, con niños pequeños, lo de ir con un par de toallas colgadas al hombro es imposible. Igual que es imposible lo de los dos baños y salir de la playa impolutos. Fabricar murallas, hacer dibujos con piedras y bañarse en la orilla lo impide.

Pero que queréis que os diga, pese a archiperres y pringamientos, la playa es mucho más divertida con niños.

Crónica de nuestras vacaciones almerienses

Imagino que nos sucede a todos. Una vez has regresado a tus escenarios habituales parece que las vacaciones fueron un sueño de pocos días. Nosotros estamos ahora en esa situación. Pero los quince días que pasamos al pie de las playas de Vera, en Almería, fueron muy reales y los disfrutamos enormemente. Han sido con toda seguridad las vacaciones familiares que mejor nos han sentado.

La zona a la que fuimos es muy tranquila incluso en agosto. Es fácil circular y aparcar cerca de dónde vas, no hay tiempos de espera ni colas, nada está masificado. Y la pequeñas urbanización a la que fuimos, en la que apenas media docena de sus treinta viviendas estaban ocupadas, era nuestro oasis de paz particular. El piso, de dos habitaciones, era acogedor y no le faltaba de nada. Y teníamos bajando unas pocas escaleras dos piscinas de agua caldeadita a nuestra disposición, una infantil y otra para adultos. Pocas veces coincidimos con alguien en la piscina.

Esa tranquilidad es algo que nos facilita la vida mucho con niños pequeños, pero sobre todo cuando un niño tiene autismo.

Nuestras jornadas han transcurrido de la siguiente manera:
desayuno, piscina, pequeña excursión para hacer la compra (salvo en dos días, siempre hemos comido y cenado en casa) o tomar una clarita en el chiringuito, regreso a casa para comer (si se volvía pronto, con piscina previa), megasiesta conjunta, merienda, piscina, excursión/paseo a algún pueblo próximo (Bédar, Garrucha, Mojácar, Vera, Níjar..) o paseo por la playa, vuelta a casa para cenar, niños dormidos y un rato para que mi santo y yo jugásemos una partida a algún eurogame y nos viésemos antes de dormir un episodio de Boardwalk Empire o Los Tudor.

El tiempo nos ha acompañado. El día que más calor hizo fueron 30 grados. En Madrid ha hecho mucho más calor.

Ha habido tres salidas de la norma que a los niños les encantaron.

Una fue una excursión al poblado del oeste, el minihollywood, parque temático Oasys o como quiera llamarse. El parque que mi santo recordaba de su propia infancia ha cambiado mucho y ahora es un lugar estupendo para los niños. Además de la parte del lejano oeste (Julia ha vuelto fascinada por las «princesas del cancán»), tiene una piscina enorme y con poco fondo en la que Jaime fue realmente feliz y una reserva de animales de un tamaño muy razonable. Ni siquiera allí había agobios de gente. Francamente recondable.

La segunda fue el concierto de Cantajuego en Vera. Fuimos Julia y yo, para Jaime hubiera sido mucho agobio. Además, son 20 euros la entrada sin distinción de edad. Lo pasó teta. Cuando aparecieron sus héroes televisivos no daba crédito, se le veía en la cara, y luego bailó y cantó como una loca.

La última actividad fue un paseo en pony por el paseo marítimo de Vera.

En fin, que hemos descansado y disfrutado todos, como véis.

¿Me contáis vuestras vacaciones?

Tras las vacaciones

He vuelto. Hemos estado de vacaciones y creía que contaría con Internet para poder actualizar el blog, por desgracia (o por suerte tal vez) he estado casi completamente desconectada.

Ayer regresamos después de un largo viaje en coche desde las playas de Vera, en Almería. Ya os contaré más despacio mañana cómo nos fue, prometido. Hoy estamos de zafarrancho. Seguro que os suena: vaciado de maletas, lavadoras, plancha, recoger la casa, hacer recuento de víctimas entre las plantas de la terraza, hacer la compra…

Y con los peques alborotados por el cambio de rutina y la vuelta a casa. En vacaciones los horarios no tenían nada que ver: nos levantábamos a las 10:30, comíamos a las 14:30 o 15:00, nos acostábamos pasadas las 23:00. Nunca habían trasnochado tanto. Y además las normas se flexibilizan: se consiente que se levanten de la mesa mientras comemos, más tele de la cuenta…

Ahora tendrán que adaptarse de nuevo a los viejos horarios y normas. Igual que nosotros.

La organización de las vacaciones de Navidad

Todos los padres recientes trabajadores con niños pequeños escolarizados que conozco tienen que organizarse como buenamente pueden para sobrevivir a las fiestas de Navidad.

Los niños tienen unas merecidas vacaciones entre el 23 de diciembre y el 10 de enero. Y la semana previa, la semana que viene, el día que no hay función de Navidad van los Reyes Magos al cole o se celebran los cumpleaños del trimestre. Es decir, la semana que viene sólo habrá dos días normales de clase.

Yo recuerdo con entusiasmo esas vacaciones de invierno cuando era pequeña. Para mi madre no suponía ningún problema, no trabajaba.

Para las parejas en las que ambos miembros trabajamos es un rompecabezas. Hay que reservar vacaciones, contratar canguros, solicitar la ayuda de tíos y abuelos…

Nosotros ayer terminamos de hacer cábalas y tomar decisiones: el martes, día de la función navideña, me cogeré el día y el jueves, día que los Reyes van al cole y entran más tarde, irá su padre. Nos habíamos planteado que yo me cogiera la última semana de diciembre y su padre la primera semana de enero. Por suerte nos quedan días. Pero así sería imposible hacer nada todos juntos, así que finalmente ambos tomaremos de vacaciones la última semana de diciembre y para la primera de enero contaremos con la ayuda de la familia.

¿Cómo os váis a organizar vosotros?

Los mejores hoteles para niños pequeños

Es difícil dar con la clave de lo que es un buen hotel para niños pequeños. Los que unos padres recientes recomendarían encantados para otros puede ser un horror.

Miradnos a nosotros sin ir más lejos. Seguro que a muchos no os cuadraría nuestra elección.

Estamos encantados con el hotel que tenemos. Íbamos buscando un sitio tranquilo que no agobiase al peque y lo hemos encontrado. Está en plena serranía de Ronda bien lejos del mundanal ruido, es un complejo de unas pocas casitas que cuentan con dos dormitorios, salón y baño. El personal es súper flexible con nuestras necesidades, en el restaurante el chef incluso accede a hacernos lentejas sólo para nosotros.

Tal vez el mayor inconveniente para nosotros sea ese: el pequeño restaurante con encanto. Pese a que son rápidos y solícitos (las lentejas es un ejemplo), la carta es escueta y los peques pierden pronto la paciencia. Además son muy pequeños para saber comportarse en la mesa (no comer con la mano, no chillar, no tirar cosas al suelo…)

Los bulliciosos buffets libres que abundan en los grandes hoteles de costa son mucho más socorridos con niños pequeños, para los que una paella, pizza o unos macarrones son siempre la mejor opción alimenticia en vacaciones.

Los apartamentos de alquiler o apartahoteles suelen ser una buena opción precisamente por la posibilidad de contar con cocina propia.

Por otro lado nosotros estamos a media hora en coche de la playa. Algo inconcebible para muchas familias. Pero teniendo en cuenta lo poco playeros que son nuestros niños no es ningún inconveniente. Vamos puntualmente y estamos poco rato. El hotel tiene una piscina estupenda en la que solemos estar solos o muy poco acompañados. Y en los alrededores hay un río en el que bañarse y muchas posibles paseos turísticos.

¿Cómo son vuestros destinos de vacaciones con niños pequeños?