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El miedo a que nuestros niños se pierdan, sobre todo si tienen una discapacidad

Todos los padres tenemos, en mayor o menor medida, el miedo lógico a que nuestros niños se pierdan. Por eso procuramos tener siempre un ojo pendiente de dónde están y qué están haciendo, sobre todo cuando hay mucha aglomeración de gente: playas, parques de atracciones, centros comerciales… Por eso también escribimos nuestros teléfonos móviles en sus manitas o les ponemos pulseras que lo lleven, les indicamos puntos de encuentro si se pierden, les decimos a qué personas dirigirse si nos pierden de vista, les cercenamos su radio de acción o les exigimos ir de la mano en según qué sitios.

Ese miedo es mucho más acusado cuando uno de nuestros hijos tiene una discapacidad que les resta recursos. Jaime, con su autismo, no enseñará la mano con el teléfono de su padres, no se dirigirá a ningún punto de encuentro ni sabrá buscar ayuda en otro adulto.

Creo que todos hemos pasado por algún momento, por breve que sea, de sentirnos perdidos de nuestros padres. Yo recuerdo, pese a que era muy pequeña, esos breves minutos de desolación y ansiedad previos al llanto.

Si Jaime se perdiera, uno de mis principales miedos, no se pondría a llorar, ni vagaría claramente desorientado ni buscaría ayuda. Jaime se dedicaría a deambular tranquilamente, con su aspecto de niño de siete años normal y corriente, por lo que tampoco llamaría la atención de los adultos de buen corazón que pasaran a su lado. Y si le diera por mostrar sus estereotipias, que por ser un comportamiento raro tal vez sí que llamasen la atención de alguien, no podría decirle ni su nombre. Las pocas palabras que usa van dirigidas a obtener agua y comida.

Si Jaime se perdiera es muy posible que si encontrase agua decidiera bañarse, sin valorar la profundidad, facilidad para salir luego o corriente. Por suerte ya sabe nadar, pero en según qué sitios nadar no te salva. También podría decidir cruzar cualquier carretera sin mirar o trepar a cualquier sitio que parezca divertido en plan Spiderman.

Existen archiperres que se les pueden poner: localizadores que emplean tecnología GPS, muy caros y normalmente en forma de pulsera. Jaime no tolera puesta ninguna pulsera. Insiste hasta quitárselas. Nuestro sistema es el de nuestros teléfonos con rotulador en la mano. Y tenerle siempre agarrado: de la mano, de la capucha, de dónde sea. No le soltamos nunca. Si necesitamos las dos manos usamos la técnica de arrinconarlo entre nuestro cuerpo y alguna esquina o entre uno y otro.

Estamos trabajando que ande solo, que se quede junto a nosotros. Pero aún no está del todo conseguido. E incluso cuando se consiga no podremos fiarnos en según qué sitios.

Los padres de niños con discapacidad que corren esos riesgos al perderse desarrollamos la vista de Ojo de Halcón y más manos que el Doctor Octopus.

Nunca lo hemos perdido. A Julia tampoco. Tocaré madera virtual.

A veces me doy cuenta, cuando estoy con otros padres con niños de la edad de mi hija, que nosotros estamos mucho más pendientes de ella y no la dejamos alejarse tanto. Influencia segura de tener a Jaime.

Una vez, en el laberinto de Alicia de Disneyland París, Jaime logró soltarse de mi mano y salió corriendo y riendo por el laberinto, puro juego. Mi miedo a perderle es tal que salí corriendo detrás y en cuanto le tuve al alcance le hice un placaje digno de la Superbowl. Llamarle a gritos no tenía sentido. Acabamos los dos en el suelo, llenos de barro. Yo con los pantalones rotos y las rodillas sangrando. El resto de turistas nos miraban alucinados sin entender lo que hacía esa madre que estaba claramente loca perdida. Pero es que Jaime es cada vez más fuerte y más rápido, no me puedo fiar.

Miguel tiene catorce años y se perdió en la Sierra de Cazorla, Jaén, el jueves. Esta Semana Santa también desapareció, aunque ya fue encontrada sana y salva, una niña de quince años que también tiene Down.

Ojalá puedas reunirte pronto con tus padres Miguel.

* Mala suerte. El cuerpo de Miguel ha aparecido esta tarde. Lo siento mucho por él y por todos los que le querían.

#Colabora y RT Buscamos a un menor con síndrome de #Down desaparecido de un cámping en #Cazorla #Jaén Si le vés #062 pic.twitter.com/2z8c4ZAJhI

— Guardia Civil (@Guardiacivil062) April 19, 2014

«Si te pierdes, busca a un policía»

Hoy he estado con Julia en comisaría poniendo una denuncia. Un tipo que debía aburrirse decidió reventar ruedas y espejos por la noche a todos los coches que estaban aparcados en la misma acera. Yo tuve suerte, sólo me tocó un retrovisor. Pero este post no va de eso.

El policía que nos atendió era de lo más agradable, incluso permitió que Julia estampara un sello en un folio en blanco. Y estando allí en comisaría con ella, mientras él rellenaba la denuncia, se me ocurrió decirle a mi hija «Julia, si alguna vez te pierdes, busca a un señor policía y pide ayuda».

Entonces él apartó la vista de la pantalla del ordenador y le dijo: «Claro que sí, nosotros nos encargamos de llevarte a casa con tu mamá».

Luego mirándome a mí me dijo que estaba muy bien que le dijera eso, que por desgracia la mayoría de la gente que se sentaba con niños frente a él decía cosas del tipo: «tienes que portarte bien o el policía te encerrará en la cárcel». Me contaba que lo último que se debe hacer es meter miedo a los niños a su costa, por que si alguna vez se pierden o necesitan ayuda lo último que harán será acudir a la policía.

No puedo estar más de acuerdo con él.

Y si me salió decirle a mi hija que si se perdía buscase a un policía (la guardia civil también vale) lo único que hacía era repetir lo que mis padres me decían a mí cuando era niña.

De hecho, ahora de adulta, sigo buscando un uniforme cuando me he perdido o necesito cualquier tipo de ayuda.

Recuerdo a una compañera de trabajo que se perdió camino a un hospital en una provincia extraña con su niño pequeño enfermo y la guardia civil la condujo y acompañó hasta los brazos del médico.

Vaya hoy este post por todos esos policías y guardias civiles que me constan están encantados de ayudarnos si les necesitamos.

Por si se pierden

En uno de los últimos post del mes de enero hablaba de los niños perdidos, del miedo a que se pierdan.

En ese post comentaba lo siguiente:

Llevo meses pensando en comprarle a Jaime una esclava discretita (oro amarillo nunca) con su nombre y mi número de móvil. Siempre tenemos mil ojos y mil manos puestas en él, pero si se pierde, será incapaz de decir su nombre, dar una dirección o un teléfono.

El jueves pasado tuvo una excursión al teatro a la que acudió con uno de nuestros teléfonos móviles pintado en el brazo con rotulador, pero a partir de la semana que viene ya tendremos en casa (gracias Sara por el enlace) unas cuantas pulseras compradas en Infoband.com.

Me gusta más la idea de esas pulseras flexibles de temas infantiles, resistentes al agua e imposibles de quitar por el niño, que la de la esclava.

Ya os contaré qué tal resultan.

En niños con enfermedades crónicas o con problemas como el mío, incapaz si se pierde de dar información que facilite que le encontremos, pueden ser de los más útil.

Pero realmente pueden venir bien a cualquier niño. Si no a diario, al menos en días en los que haya excursiones o actividades extraordinarias.

Sé que también hay localizadores gps, bastante más caros que estas pulseras.

Espero que Jaime vaya avanzando lo suficiente como para que no acaben siendo necesarios. Ojalá pronto sea capaz de buscarnos activamente si se pierde y pueda dar de viva voz nuestros nombres, dirección y teléfono.

Como decía en el anterior post, a su hermana se lo enseñaremos en cuanto crezca un poco.

El susto de verse perdido, el susto de haber perdido

Hoy hemos estado por la tarde en una gran superficie dedicada a la electrónica. Estábamos los cuatro: padre, madre, niño de cuatro años al que no se puede soltar de la mano y niña de casi dos a la que no hay manera de tenerla quieta y de la mano.

Los dos adultos del grupo intentando atender a las explicaciones sobre impresoras de un empleado con camisa roja (¡mamá! ¡señor rooofoo!).

Julia se ha soltado de mi mano, y se ha puesto a investigar el estante más bajo, lleno de cajas de impresoras selladas con fotos muy interesantes de ranas, flores y niños.

Diez segundos más tarde he mirado y no la he visto.
He pensado que se había ido corriendo de ese pasillo sin que nos hayamos dado cuenta y sin pensarlo he salido corriendo detrás, llamándola y asomándome por los pasillos vecinos.

Su padre me ha llamado y al darme la vuelta la he visto riéndose a ras de suelo en el mismo sitio en el que estaba en un principio.

No se había movido, simplemente se había escondido tras una de esas cajas enormes.

Toda la aventura ha podido durar medio minutos. Puede que menos. Pero he recordado la sensación de verme perdida cuando yo era niña y la verdad es que no sé qué es peor: sentirse perdida de tus padres o sentir que has perdido a tu hijo.

Y me ha recordado también que llevo meses pensando en comprarle a Jaime una esclava discretita (oro amarillo nunca) con su nombre y mi número de móvil. Siempre tenemos mil ojos y mil manos puestas en él, pero si se pierde, será incapaz de decir su nombre, dar una dirección o un teléfono.

Desde luego a Julia pronto habrá que enseñarle a dar todas esas referencias.

En la imagen un localizador de niños. Habrá que informarse…