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Los blogs como motor de ilusión, como instrumento de terapia

Hace unos días gracias a una amiga llegué a este artículo de finanzas.com: Padres coraje 2.0 «Quiero que este blog sea un motor de ilusión»

Un día recibieron la noticia de que su hijo tenía cáncer, como guzmán, o autismo, como Erik, o síndrome de down, como Anna. Pero, lejos de rendirse, decidieron luchar y plasmar sus esperanzas en un blog. Con el tiempo, sus experiencias han aglutinado tantos seguidores que se han convertido en auténticas brújulas vitales de la red y en la mejor medicina para otros padres que atraviesan la misma situación

Cuando nos dieron el diagnóstico de Jaime o, dicho de otra manera, cuando nos confirmaron lo que ya sabíamos, una de las primeras cosas que hice fue crear un blog.

En mi caso no era un blog público. Era un blog que no indexaba en buscadores y cuya dirección facilité a muy poquitas personas.

No era un blog en el que desahogarme o despotricar sobre mi mala suerte, sino un sitio en el que me obligaba a mí misma a ver de manera positiva la lucha en la que nos encontrábamos inmersos.

Casi todos los días entraba allí y procuraba escribir unas líneas con las pequeñas mejoras, los destellos de esperanza que ese día habíamos cosechado.

Antes de dormir, con mi hijo dormido en su cama y mi hija poco más que recién nacida también dormida en mi pecho, hacía balance del día y me quedaba sólo con lo bueno.

Y funcionaba. Ser optimista, ver el vaso medio lleno, afrontar lo que te venga con ilusión de disfrutarlo (si es bueno) y ser capaz de afrontarlo (si no lo es), es una predisposición personal pero también algo que hay que trabajar, como un músculo más. En determinadas ocasiones hay que echarle mucha fuerza de voluntad.

Pasado un tiempo hubo una persona, madre de un niño ya mayor con autismo, terapeuta y muy implicada, a la que le pasé la dirección del blog creyó que los había comenzado por recomendación de algún experto.

No era así. Salió de mí. Escribir siempre me ha sido un buen medio de centrar el tiro.

Ese blog lleva más de un año abandonado. Ya no es necesario. Ya hemos asumido y normalizado la situación. Ha cumplido su función terapéutica.

Volviendo al artículo: estoy completamente de acuerdo en la labor terapéutica que puede tener escribir un blog, ya sea público o privado. Y es cierto que abundan por lnternet blogs maravillosos de padres y madres que se enfrentan con dificultades especiales. Blogs que les ayudan mucho a ellos y en algunos casos aún más a muchos otros

Os invito a planteároslo si sentís la necesidad. Escribir puede ser una terapia maravillosa, aunque nadie más que tú vaya a leerlo.

Me niego a no ser feliz

Lo escribí en julio, en otra parte. Pero me apetecía compartirlo aquí con vosotros.

Se podría considerar un propósito de año nuevo. Aunque no lo es. Es un propósito extrensible a toda la vida.

Creo que ser felices es uno de los mejores regalos que podemos hacer a nuestros hijos.

Por que así les enseñaremos también a ellos a serlo.

Me niego a no ser feliz.

Ser feliz no te lo garantiza ser multimillonario. Tampoco tener una vida de cuento de hadas sin problemas de ningún tipo. La única posibilidad de ser feliz es que querer serlo sea un objetivo consciente, forme parte de tu personalidad, de tu manera de ver la vida.

Así que soy feliz. Con días mejores y peores, con momentos buenos, malos y regulares. Pero lo soy.

¿Cómo no serlo? ¿Es que hay otra opción mejor?

Y sí, soy consciente del dolor que hay en el mundo, y cuando me paro a pensarlo me parte el alma. También sé que mi vida podría ser mejor en muchos aspectos, pero también mucho peor.

No tiene que ver con conformarse, tiene que ver con no compararse.

Me niego a no ser feliz por que no sé vivir de otra manera.

Cuando abandone este barco con destino a ninguna parte no quiero otra reflexión final que el haber sido razonablemente feliz y no haber causado mal a nadie.

Me niego a no ser feliz. Así que lo soy. Por todo y pese a todo.

Sobre todo por ellos. Sobre todo por mí.

¿Optimista como mamá o pesimista como papá?

Hace tiempo un psicólogo de cierta enjundia se lo contó a un amigo. Y ese amigo me lo contó a mí. Y yo no pude evitar indagar un poco.

Parece que es cierto: ser una persona optimista y positiva, o todo lo contrario, es algo que se hereda.

Como en todo valor genético potencial, la altura o la inteligencia son los ejemplos más típicos, luego influye mucho cómo se porte la vida contigo.

Pero parece que hay gente que nace programada para ser feliz pese a que la vida les vapulee y hay otros que lo tienen muy difícil, aunque les toque la euromillonaria y no tengan problemas graves de salud, familia o amores.

Yo, afortunadamente, soy del primer grupo de serie. La botella siempre está medio llena. Esa suerte que tengo. Y mi santo va por el mismo derrotero.

Así que ojalá mis peques hereden esa misma disposición ante la vida. Creo que es lo mejor que puedo darles en herencia.

Y si no lo heredan, o lo hacen en menor medida que su madre, que al menos sean capaz de racionalizarlo para vivir tranquilos y felices.

Aunque sea una pose tan poco de moda hoy día.

Este vídeo lo descubrí ayer gracias a Superwoman, que a su vez lo encontró en El mundo de Armandilio.

Protagonizado por Randy Pausch, un profesor de ciencias de la Carnegie Mellon que murió poco después y que ha publicado hace poco en España un libro llamado «La última lección».

Es un poco largo, pero os lo recomiendo desde el principio hasta, sobre todo, el final.

Aunque no dice nada que en el fondo no sepamos todos. No está mal que nos lo recuerden.