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No pudo ser

No pudo ser. Acaba de ser noticia que Álvaro ha ido a reunirse con su madre, o a no sufrir más al menos. Dos vidas frustradas, segadas, arrebatadas. Una que aún estaba esperando unos pocos días más para empezar. No existe la justicia divina, las ventanas abiertas cuando se cierran las puertas, ni el karma. Hay días en los que sencillamente parece que todo es una mierda.

Hicieron muy bien en intentar salvarlo cuando su madre ya había muerto asesinada hace cuatro días en la para siempre tristemente célebre iglesia de Ciudad Lineal. Pero es también cierto que sufrió mucho, que su pequeño corazón se había parado, que con toda seguridad de haber sobrevivido había sufrido graves daños irreversibles. Aún así, de haberlo logrado habría sido un ser humano digno y merecedor de felicidad y amor. Pero quién sabe, tal vez sea mejor así. Tal vez sea mejor que haya ido a reunirse con su madre, o a no sufrir al menos.

Ahora lo único que deseo es que su padre de Álvaro, el marido de Rocío, que tenía a penas un año más que yo, sea capaz de reponerse. Si no del todo, que parece imposible, al menos sí lo suficiente para rehacer su vida y ser feliz, que está claro que lo merece.

Dar la vida dos veces, dar la vida y perderla

Una vez leí que el amor que los padres (no todos por desgracia, pero sí la mayoría) sentimos hacia nuestros hijos es el único realmente desinteresado. El único en el que siempre y en toda circunstancia ponemos al otro por delante nuestro.

Y creo que es cierto. Si tuviéramos que elegir en frío entre nuestra muerte y la de un hermano, un novio, un padre o un amigo, tal vez nos sacrificásemos, pero es muy probable que incluso haciéndolo dudásemos.

Con un hijo no hay dudas, ni en frío ni en caliente
. Con un hijo ahí estás tú, pero a él que no lo toquen.

Mira que no soy de lágrima fácil, pero me ha pasado como contaba Madredeunbebote en los comentarios del último post.

Ayer descubrí por la mañana, bien prontito, la noticia de este pequeño gran milagro en Lorca: una madre y sus dos niños sepultados bajo los escombros. La gente se lanza a rescatarlos. Los niños, ambos pequeños, están heridos pero vivos y bien. La madre muerta.

Lo comenté con mi santo antes de saberlo. «No me extrañaría que la madre los hubiera cubierto con su cuerpo para salvarlos». Ese poderoso instinto que tenemos las madres por proteger a nuestras crías incluso dentro de nuestro útero del que hablaba ayer en este blog.

Y efectivamente así había sido. Toñi de 38 años salió a la calle con sus dos niños tras el primer terremoto. El segundo les sepultó entre escombros. Pero a Toñi le dio tiempo de cubrir a sus hijos y salvarles. Dándoles la vida dos veces como bien apuntaba Madredeunbebote en su comentario.

Los niños están bien. El pequeño, de tres años, tuvo que ser intervenido pero está consciente y recuperándose satisfactoriamente. Es uno de los heridos graves de los que enumeramos los medios.

Toñi, lo lograste.

Ha muerto María Elena Walsh, la autora del brujito de Gulubú

Era algo así como nuestra Gloria Fuertes, pero en versión argentina. Probablemente más para varias generaciones de niños de latinoamérica. Y la coincidencia del idioma hizo que muchas de sus creaciones llegaran a España.

El brujito de Gulubú probablemente sea su canción más conocida por aquí. A mis hijos les gusta mucho, salvo tal vez cuando su enfermera de pediatría la canta al tiempo que los vacuna.

Aquí hay una videogalería con algunas de sus canciones más populares.

María Elena Walsh era una poetisa, escritora, música, cantautora, dramaturga y compositora dedicada por entero a los niños pequeños.

Ha muerto a los 80 años, descanse en paz y rodeada de cuentos, canciones y risas de niños.

Las abuelas-madres

Era un señora de unos setenta años. De esas que se ven con frecuencia en la zona sur de Madrid, en mi zona. Vestida correcta y discretamente, con ropa práctica que no llama la atención para bien ni para mal. Con el pelo corto y aseado pero no de peluquería. La cara lavada, sin maquillar y con las arrugas propias de la edad y de no haber usado demasiadas cremas.

Una de esas mujeres en las que se intuye un pueblo en la memoria, probablemente manchego o extremeño, mucho trabajo en sus espaldas y una buena calculadora en la cabeza.

Estaba delante de mí en la cola de súper del barrio. Cargando un carrito de la compra. Y hablaba con un hombre, claramente un conocido, de su misma edad.

Al principio no presté mucha atención a lo que decía:

«Sí, ahora que al fin podría vivir como una reina, ahora tengo que estar haciendo cosas de gente joven. Pero no por gusto, por necesidad. ¡Qué remedio queda más que tirar del carro otra vez!».

Hasta que dijo:

«Y es que qué le voy a hacer. Mi nuera ha muerto. Con 43 años. Y ahí ha dejado a las tres criaturas, el niño y las mellizas. Y mi hijo vale para todo, igual cocina, que limpia que cose, pero el hombre se va a las cinco de la mañana y regresa a las siete de la tarde. Y así no puede ser».

Fue entonces cuando me percaté de que estaba ante una abuela-madre.

En mi familia también hay alguna. Y conozco superficialmente varios casos más.

Cuando una madre reciente se va, muchas veces son las abuelas las que tienen que volver a ejercer de madres a la fuerza.

¿Y los padres? Pues no quiero ser injusta, pero veo muchos casos en los que el trabajo les vampiriza o rehacen su vida con otra mujer y los hijos, no es que sean menos amados ni dejen de ser atendidos, pero pasan a un segundo plano. Ya está la abuela o las tías para cuidarlos.

Tal vez sea una percepción particular y distorsionada de la realidad, pero me da la impresión de que cuando una madre pierde a su pareja sus hijos siguen siendo su prioridad, por mucho que otro hombre se cruce en su camino.

En cualquier caso, y volviendo a mi idea inicial, no puedo evitar emocionarme un poco y agradecer la labor de todas esas madres-abuelas que se ponen a tirar del carro a la edad en la que deberían vivir como reinas.

Los niños perdidos

Antes esa de uso común que las madres recientes tuvieran algún hijo viviendo sólo en sus recuerdos.

La mortandad de recién nacidos y niños pequeños era muy elevada. Mi abuela materna, sin ir más lejos, perdió a sus dos primeros hijos, uno de ellos ya con más de un año. Afortunadamente lis cuatro siguientes la sobrevivieron.

Suele suceder que no se saben las causas. Simplemente sucedió.

Y aún recuerdo a la madre de una amiga contándome la muerte de su niña de dos años. «No tenía consuelo» me dijo aún hoy doliéndole, y así se me quedó clavado.

Su dolor es a la vez imaginable e inimaginable.

También muchas madres morían en el parto. Así pasó con una de mi bisabuelas paternas.

Ahora también sucede, pero en un número considerablemente menor. Y una buena prueba de ello es la existencia de la asociación de apoyo para aquellos que han sufrido la muerte del bebé que esperaban o que acababan de tener UMA.MANITA. La foto que ilustra este post es su logo.

¿Y por qué saco hoy este tema a colación? Pues por que un buen amigo ha escrito en su blog un relato titulado Los aretes e inspirado en una historia familiar.

La mujer sufrió como cualquier madre cuando pierde a uno de sus hijos, aún bebe, pero enterró a la niña con gran entereza, con la entereza y la severidad que los tiempos de preguerra exigían, incluso para la muerte de una niña de dos años.

Mucho fue el tiempo que duro el luto, y tanto o mas fue el dolor que le produjo ver en las orejas de la mujer del enterrador los aros de oro que llevaba su pequeña en el momento de enterrarla.

-Esos son los aretes de mi niña- decía cada vez que la veía, haciendo que sus otros hijos y su marido la regañaran y la suplicasen silencio por la calle.

Y fueron pasando los años y los encuentros por la acera y siempre la mujer del enterrador con los ojos bajos y aquellos aretes en los lóbulos.

La enterraron mucho después, y el párroco llamo a la única hija viva, que emigró a otras tierras años antes y que solo entonces, volvió a aquel desolado lugar.

-Este sobre me lo dejaron ayer para usted en mi buzón.- dijo el párroco, extendiendo la mano.

Solo al sacar los aretes del sobre, comprendió, cuan cruel había sido la vida con su madre, y el resto de la suya se preguntó si le habría dolido mas su falta de fe en ella o saber que habían expoliado a su hermana difunta.

En el mismo momento el rítmico balanceo de los pies de aquella otra mujer, contrastaban con el rictus de su lengua mortecina saliendo de su boca suicida, de su cuello roto, de sus desnudos lóbulos sobre el lazo corredizo.

La madres que mueren en el Caribe y Latinoamerica

Un compañero de la redacción me pasó este fin de semana un teletipo de esos que, si la actualidad está movidita, pasa sin pena ni gloria por los medios de comunicación.

Se trata de un informe de UNICEF en el que se cuenta que la muerte de madres se ha reducido un 28% desde 1990 en America Latina y el Caribe.

Una buena noticia, sin duda, pero que para UNICEF es insuficiente.

En esta región, cerca de 15.000 mujeres perdieron la vida en 2005 por causas relacionadas con el embarazo y el parto, y la tasa actual de muerte es de 130 mujeres por cada 100.000 nacidos vivos, insuficiente para alcanzar la meta del Objetivo del Milenio fijada para 2015, afirma el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia.

En su informe sobre el tema denuncia además que encubre enormes diferencias entre países.

Chile, Bahamas y Barbados son los tres países afortunados, con una de las tasas más bajas del mundo en desarrollo (16 muertas por cada 100.000).

El peor es Haití (670), seguido de Bolivia y Guatemala (290), Honduras (280), y Perú (240).

Lo mismo ocurre con el riesgo que corren las mujeres de morir por causas relacionadas con la maternidad.

Y lo peor de todo es que casi todas esas muertes son fácilmente evitables.

Los trastornos relacionados con la hipertensión son la causa principal de mortalidad materna en la región, con un 26% de los casos, lo que podría reducirse supervisando la presión arterial de la mujer antes y durante el embarazo, advierte el informe.

Le siguen las hemorragias, la obstrucción del parto, las complicaciones derivadas del aborto y las infecciones.

El 86% de las mujeres dan a luz en un centro sanitario, un aumento notable respecto al 73% a mediados de la década de los 1990.

Solamente en Guatemala y Haití menos de la mitad de las mujeres tienen a sus hijos en una clínica u hospital.

Voy a buscar datos de África, que seguro que están peor.

Qué suerte tenemos nosotras quejándonos de enemas, episiotomías y rasurados. Las hay a las que ni les toman la tensión.

¿Verdad?

Cuando una madre reciente se va

Ayer murió una madre reciente de mi familia. Una extremeña guapa que llevaba años luchando con todas sus fuerzas y una presencia de ánimo envidiable contra el cáncer.

Pero no ha logrado vencer a la enfermedad.

Los ancianos, cuando ven que se acerca el momento final, suelen lamentarse por lo que se perderan: los nietos a los que no verán casados, los bebés que no verán nacer o crecer…

¡Qué diferente ha sido esta vez!

En este caso, su gran preocupación durante esa guerra interna no ha sido el pensamiento egoísta de lo que no verá, han sido sus hijos, que no son bebés, pero son muy pequeños.

Estarán bien: tienen un padre afectuoso, tíos y tías… y una abuela ejemplar que lleva peleando por su familia toda su vida y ahora seguirá haciéndolo en nombre de su hija.

Pero crecerán sin una madre.

Creo que todos los que somos padres recientes podemos ponernos perfectamente en su lugar.

El primer y el último alimento

Viendo la segunda temporada de la serie de televisión Roma (muy recomendable, por cierto), me llamó la atención una escena del primer episodio.

Julio César ha sido asesinado, está tendido y amortajado mientras su esposa le vela. Se acerca entonces una esclava acompañada de una mujer joven con grandes pechos, un ama de cría, que se descubre un pecho y deja caer un chorro de leche sobre la boca del cadáver.

Me resultó tan curioso que volví a poner el fragmento con los comentarios de los creadores de la serie.

Allí explicaron que se trataba de una antiquísima práctica de origen etrusco.

Consistía en despedir al muerto de la misma manera que se le recibió cuando nació, dándole como último alimento el que había sido el primero y cerrando así perfectamente el ciclo.

Y aunque a muchos les pueda parecer grotesco, a mí me pareció un ritual funerario precioso.

Hoy lloraré por Ayak, Adamasy y sus bebés


Tal vez no haya mujer… que pueda mirar un campo de batalla cubierto de muerte sin que surja en su interior un pensamiento: «¡Tantos hijos de tantas madres! Tantos meses de fatigas y dolor mientras los músculos y los huesos se formaban dentro de ellas… ¡Tantas horas de angustia y lucha para crear ese aliento de vida!» Ninguna mujer, ninguna mujer de verdad, dice de un cuerpo humano: «¡No es nada!»

Es una cita de Olice Schreider con la que comienza el libro «Mujeres y guerra» de la fotógrafa Jenny Matthews, editado por Intermon Oxfam, y con la que no puedo estar más de acuerdo.

El libro de fotografías, cargado de dolor , es un buen regalo de Navidad de mi cuñada.

La autora lleva desde 1982 documentando la relación de las mujeres con la guerra.

En una amplia mayoría de casos, las mujeres son madres. Y las historias son muy duras, algunas durísimas.

Pero yo soy de las que piensa que es necesario saber lo que pasa en el mundo.

A estas alturas de la historia, ningún bebé debería morir de hambre, como le sucedió a Adut, de dos años, en Sudán. Su madre, Ayak Agau, la llora en unas fotografías desoladoras.

A estas alturas, ningún bebé debería morir víctima de la guerra, como cuenta Adamasy Bangura de Sierra Leona:

«Fue en febrero de 1998, llevaba en brazos a mi pequeño de dos años. Primero lo mataron con un hacha. Empecé a gritar «¡Ay mi bebé! ¿Dónde está mi bebé?». Después me dieron un machetazo en la cabeza y me cortaron la mano derecha»

Mi bebé tiene todo lo que necesita. Yo también. No hay felicidad más grande, soy consciente de ello.

Pero hoy me toca llorar por los bebés de Ayak y de Adamasy, y de tantas otras madres.

¿Lloraréis conmigo?