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Doce juegos de terror para jugar con la luz apagada en Halloween

La pasada semana una amiga me pedía sugerencias de juegos de terror para llevar a cabo con niños en Halloween. He estado pensando un poquito y os comparto las actividades que se me han ocurrido, que he hecho en alguna fiesta en casa o que podría hacer perfectamente.

Y os animo a dejar vuestras sugerencias y experiencias en los comentarios. Todo sea por pasar una noche dulcemente aterradora con familia y amigos.

Allá vamos:

1. Juegos tradicionales tenebrosos

Música de miedo, a gusto del consumidor, y a jugar al escondite inglés o al juego de las sillas musicales en la oscuridad absoluta, tapando los ojos a los participantes si es preciso. Es importante liberar de posibles obstáculos la zona y es recomendable la supervisión de los adultos para evitar accidentes. Si de verdad los niños no ven nada de nada, las risas están aseguradas.

También es divertido ponerle la cola al monstruo. Y quien dice cola, dice joroba, alas de murciélago o vacuna curazombies.

(GTRES)

2. La búsqueda del tesoro entre tinieblas

Las búsquedas de tesoros son siempre un triunfo con los niños. Da igual que sean miniaturas de pokemons si es en una fiesta de cumpleaños con esa temática o snitchs doradas (pelotas de pimpón envueltas en papel brillante) si lo que tenemos en casa son pequeños fans de Harry Potter. Lo tengo más que comprobado.

Aquí lo ideal es esconder lo que mejor nos cuadre: pequeñas arañas, muñequitos de zombis o golosinas (mejor sin azúcar, que no quiero que mi compañera Boticaria García venga a regañarme).


Que lo que se esconda sea pequeño y que haya bastante para que todos encuentren algo a base de palpar en la oscuridad es lo importante.

Tenemos la opción cooperativa para evitar conflictos: todos los niños buscan y ponen en común lo que encuentren y luego se reparte por igual entre todos.

3. Leer a oscuras cuentos de miedo

Bajo una gran manta o sábana, de forma opcional, con la linterna a ratos bajo la barbilla y a ratos apuntando al cuento para que todos lo vean. Las historias de fantasmas, brujas y monstruos a oscuras siempre son agradablemente terroríficas.

Es importante elegir bien los cuentos o relatos. Con los niños más pequeños hay cuentos estupendos como Fuera de aquí horrible monstruo verde o ¿Estás ahí, monstruo? que suelo recomendar. En el primero vemos aparecer rasgo a rasgo a un monstruo que el niño hará desaparecer a grito pelado pasando páginas hasta llegar al final: “¡Y no vuelvas más hasta que lo diga yo!”. Es decir, lo que hace es animar a los pequeños a empoderarse, a aprender a decir no, a enfrentarse y a alejar aquello que no les gusta. El segundo permite perder el miedo a lo desconocido, a lo que apenas se ve; tiene en cada página unas solapas que no se abren, metes la mano (si te atreves) para tocar las babas del monstruo, sus garras, su pelaje… que en realidad acaban siendo pintura de papá, un búho, conejitos… Ambos tienen el mismo objetivo: que los niños pierdan el miedo a los monstruos, a la oscuridad en casa.

Para lo más mayores se puede ir subiendo la oscuridad de los relatos según su nivel de tolerancia a la sugestión. Desde los cuentos anteriores hasta presentarles a Chtulu y a Lovecraft, hay todo un mundo. Clásicos como Becker o Poe, tal vez resumidos, nunca fallan. También vale contarles haciendo teatro las películas o libros de terror que más miedo nos hayan dado. Ningún chaval se va a quejar porque les hagamos un spoiler de viejos éxitos como La semilla del diablo, Cujo o La profecía, si son historias en las que salen niños como ellos, más miedo les dará. Mucho ojo y mejor pecar de prudentes rebajando las historias, que no queremos andar con ojeras de las de verdad pasado Halloween por tener a los niños presas de pesadillas nocturnas.

4. Inventar historias

Además de narrar historias ajenas, podemos inventar las nuestras. Con la colaboración de algún voluntario para asustar en el momento que digamos. Al igual que en el caso anterior, adaptando la oscuridad a la capacidad que el grupo de niños tenga de asimilarla.

Y también es buena idea animarles a inventar las suyas. Con concurso incluso para la mas aterradora. Para evitar que se queden en blanco, el juego de Story Cubes puede ser una gran ayuda. Hay una caja con cubos especialmente pensados para historias de miedo, pero cualquiera puede valer. Se lanzan los cubos, se descartan dos y con los elementos que aparecen en el resto hay que improvisar una narración pavorosa.

5. Disfraces a ciegas

No a todos los niños les gusta disfrazarse, pero sí a la mayoría. En fiestas como Halloween esa mayoría es aún mayor. Un juego divertido puede ser apagar las luces, colocar ‘el cofre de los disfraces tenebrosos’ con distintos accesorios, que igual pueden ser comprados que fabricados, y darles un tiempo limitado para que se disfracen a oscuras.

Está también la opción de que se quiten los disfraces que traen, o parte de ellos, los pongan en un montón en común, y jueguen a volver a disfrazarse disparatadamente a oscuras.

6. Los zombies cegatos

Otra modalidad. Pintarse de monstruosamente también a oscuras. No hay mejores zombies, ojeras más terribles y pústulas y cicatrices mejor colocadas, que aquellas que se han pintado sin ver. Pinturas fiables, aptas para uso infantil, eso por supuesto. Se puede hacer por parejas y añadir un photocall para dejar constancia del resultado después.

7. Concurso de risas fantasmagóricas

A oscuras, tal vez tenuemente iluminados por alguna calabaza de sonrisa torcida, el objetivo de la prueba es soltar la risa más fantasmagórica posible. Los adultos pueden ejercer de  jurado. Una variante del juego consiste en que, en lugar depurado, tengan que adivinar qué niño ha emitido cada risa.

Por favor, no dejéis de grabarlas. Es muy divertido oírlas después.

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Podría ser también un concurso de gritos escalofriantes, pero en ese caso lo mismo es mejor avisar previamente a los vecinos.

8. El superviviente de las adivinanzas

Hay que preparar un juego de preguntas o de adivinanzas, de temática relacionada con Halloween preferiblemente. Vamos preguntando y los niños que vayan perdiendo tienen que abandonar la habitación a oscuras, tal vez esperando en otra habitación también a oscuras, hasta que solo quede uno. Se puede jugar por equipos.

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9. Escuela de hechizos

Es fácil encontrar unas varas de plástico llenas de sustancias de diferentes colores que, al quebrarlas, producen una reacción química que se traduce en luminiscencia. También tengo comprobado que no hay niño que se resista a ellas.

De hecho, esas varitas bien pueden ser el objeto que se busque en la caza del tesoro o que se obtenga como recompensa al superar alguna prueba.

El hechizo que deben memorizas y practicar en la oscuridad puede ser para despertar al monstruo: vampiro, zombie, bruja… lo que sea que decida el adulto que se preste a incorporarse de la manera más terrorífica posible.

10. Cata a ciegas

Internet está repleto de sugerencias para crear meriendas infantiles para Halloween: dedos de zombis hechos con salchichas, arañas de tomate cherry, sesos de batata o calabaza asada… ¿Y si los niños se enfrentan a todos esos platos a oscuras? ¿Serán los suficientemente valientes para probar sin ver? ¿Y los suficientemente sagaces para adivinar lo que están devorando?

Boticaria García, esta foto de frutas monstruosas va por ti. (GTRES)

11. Nuestro propio pasaje del terror

A los niños les encantará organizarse para asustar a los adultos que se atrevan a recorrer el pasaje que ellos han preparado. Obviamente, también puede ser al revés: los adultos preparamos un pequeño pasaje del terror que los niños tendrán que recorrer entre tinieblas.

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12. Apagar las luces, encender las linternas y buscar al monstruo

Pequeños detectives de monstruos es un juego de rol ideal para iniciar a los niños y estupendo para desarrollar una partida en vivo rápida y sencilla por la casa. Los niños son investigadores que reúnen pistas para atrapar al monstruo (del tipo simpático que roba objetos brillantes o similar), los adultos pueden interpretar distintos papeles: el monstruo o seres que ayudan o despistan a los investigadores. A oscuras y con linternas es una actividad que les encanta.

Con un poco de imaginación ni siquiera es preciso el juego de rol para hacer un teatrito detectivesco rápido, en el que atrapar monstruos, peligrosos asesinos de calcetines o lo que se tercie.

Y a pasarlo terroríficamente fenomenal.

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Un par de cuentos para perder el miedo a los monstruos


Este viernes hemos celebrado una fiesta de Halloween en casa. Sí, será una celebración ajena, importada y comercial, pero entre que mis niños se lo pasen bien disfrazándose y llevar flores de plástico al cementerio, lo tengo claro. Aunque no son incompatibles. Además, en mi familia nunca ha habido tradición por celebrar al modo tradicional esta festividad.

Vinieron cinco niños: dos primas de Jaime y Julia y tres compañeros del cole. Todos disfrazados, por supuesto. Decoramos la casa, preparé una merienda en la que había sandwiches, chuches (un día es un día), unas castañas que salieron malísimas y calabaza asada que estaba riquísima pero que reconozco que tuvo más exito entre los adultos que con los niños (se corta en tiras, se espolvorea con azúcar moreno y se mete en el horno, os lo recomiendo).

Tenía previstas muchas actividades con ellos: aprender el baile del zombie, preparar unas calabazas, pintar calaveras, jugar al juego de mesa de la cucaracha (ese juego merece un post aparte), leer unos cuentos de monstruos y un concurso de sustos. No dio tiempo a todo. Los sustos y el pintar se quedaron pendientes para el año que viene.

Los cuentos en cambio fueron un éxito, pero es que son cuentos muy buenos para niños de entre unos 3 y 7 años. Uno de ellos Julia lo tiene hace tiempo y es uno de sus favoritos. Se llama ‘Fuera de aquí horrible monstruo verde’ y con él vemos aparecer rasgo a rasgo a un monstruo que el niño hará desaparecer a grito pelado pasando páginas hasta llegar al final: «¡Y no vuelvas más hasta que lo diga yo!». Es decir, lo que hace es animar a los pequeños a empoderarse, a aprender a decir no, a enfrentarse y a alejar aquello que no les gusta.

‘¿Estás ahí, monstruo?’ de la editorial Bruño fue una adquisición de cara a la fiesta. Permite perder el miedo a lo desconocido, a lo que apenas se ve, a comprender que la imaginación puede jugarnos malas pasadas si estamos predispuestos a ello. Tiene en cada página unas solapas que no se abren, metes la mano (si te atreves) para tocar las babas del monstruo, sus garras, su pelaje… que en realidad acaban siendo pintura de papá, un buho, conejitos…

Ambos tienen el mismo objetivo: que los niños pierdan el miedo a los monstruos, a la oscuridad en casa.

No es que mis niños sean miedosos en ese sentido (Jaime nada, Julia casi nada), pero aceptaré encantada más recomendaciones de libros de ese tipo.

«¡Qué vienen los monstruos!»

7045Julia (a punto de cumplir los cuatro años) lleva un tiempo, no demasiado, muy preocupada por los monstruos a la hora de ir a dormir. Hemos tenido que ponerle lucecitas de noche, la típicas luces piloto que iluminan sin molestar el sueño que abundan en las habitaciones infantiles. Además,  no quiere que le cerremos la puerta, duerme con ella abierta (su cuarto queda justo frente al nuestro).Y nos pregunta mucho por los monstruos justo antes de dormir. «Dónde viven de día los monstruos» «¿Si vienen los monstruos ladrará Troya?» «Cuando venga un monstruo ¿tú le echas, verdad mamá?». Una vez ya está sola en su cuarto oímos como juega a esconder sus peluches bajo la funda nórdica «por si vienen los monstruos».

Lo cierto es que, pese a tanto interés, no veo que tenga miedo de verdad, me da la impresión de que es más una pose y que lo que busca es nuestra atención justo al final del día. Aunque no descarto que algo de temor autosugestionado pueda haber. De hecho, le encanta Halloween y disfrazarse de brujita. No es una niña miedosa por regla general, espero que no cambie. Pero conozco niños que sí que tienen bastante miedo cuando las luces se apagan a lo que pueda esconder la oscuridad.

Por suerte ahora los niños tienen un buen número de cuentos y de películas que les ayudan a superar esos miedos, a que los monstruos sean algo divertido y no algo temible.  Cuando yo era pequeña no era así. Recuerdo algunos cuentos como los del El pequeño vampiro, que me encantaban, pero poco más.

A Julia le gusta especialmente un cuento que se llama Fuera de aquí, horrible monstruo verde. En este cuento, al ir pasando las páginas, se va construyendo un monstruo de dientes afilados, melena púrpura, ojos amarillos… que luego el niño va deconstruyendo a gritos: «¡fuera de aquí afilados dientes blancos!», «¡fuera de aquí, enmarañada greña púrpura!»… hasta que ya no queda nada y se grita «¡Fuera de aquí horrible monstruo verde. Y no vuelvas más».

En este cuento el monstruo no es bueno, pero se enseña a los niños a empoderarse y hacerle largarse a gritos. No está nada mal como aprendizaje eso de ponerte en tu sitio y enfrentarte a lo que no te gusta. Se puede leer sin gritar en cada página, pero no es lo mismo. Todo niño que ha pasado por mi casa lo ha disfrutado mucho.

Y luego hay dos películas imprescindibles en mi casa. Una es la veterana Monstruos S.A. de Disney. Poco hay que contar de ella: monstruos que salen del armario para asustar a los niños cuando, en realidad, no solo son buenos sino que son ellos los que tienen un pánico atroz a que los niños les toquen. Una genial vuelta de tuerca de Pixar que pronto tendrá segunda parte con los monstruos en la universidad.

La otra es Hotel Transilvania. Ya os comenté en otro post que habíamos ido a verla al cine y que le había gustado mucho. A su prima, que tenía cumplidos los tres años por los pelos cuando la vio, también le entusiasmó. Esta misma semana hemos tenido la oportunidad de verla de nuevo por su lanzamiento en DVD y Blu-Ray y volvió a quedar encantada con esos vampiros, momias y hombres lobo tan aterrorizados por los humanos que tienen un hotel escondido a modo de santuario para poder sentirse seguros.

Sé que muchos critican el endulzamiento de estos personajes y de los cuentos clásicos, dicen con razón que no se puede pretender que los niños crezcan sin ese miedo prudente que les puede ayudar a estar a salvo.

Estoy de acuerdo en parte. Si Julia tiene que tener miedo a algo, si tiene que recelar ante algo, prefiero que sea ante los peligros reales y no ante brujas, fantasmas o demonios. Los monstruos existen, pero andan a dos patas camuflados entre nosotros. Ya me cuidaré yo de intentar que los reconozca  y sepa poner distancia.

Pero de eso, mejor, ya hablamos otro día…

Jugar en la calle en nuestros tiempos modernos

¿En vuestras ciudades siguen jugando los niños en la calle? En la mía sí, pero es cierto que poco. Alguna plaza hay por el centro en la que, con el buen tiempo, es frecuente verlos. Son unos pocos lugares muy concretos y acotados, siempre bajo vigilancia adulta y con poca libertad de movimientos.

En los pueblos y ciudades más pequeñas me consta que esa costumbre no se ha perdido y es más frecuente ver a los niños jugar a su aire. Pero me gustaría saber si, incluso en esos pueblitos, sucede con la misma libertad de movimientos que treinta años atrás.

No sé si efectivamente es ahora más peligroso que antes o si somos los padres los que, con tanto suceso y serie de televisión yanqui en la que los niños son siempre objeto de deseos malsanos, estamos exagerando.

Yo me recuerdo en mis veranos asturianos, desapareciendo con mis primos y regresando a casa sólo cuando tocaba alimentarse o dormir. Y os aseguro que esa autonomía, esa libertad, ese hacer y deshacer medio asilvestrada rodeada de naturaleza y sin rendir cuentas es uno de los mejores recuerdos de mi infancia.

Pero creo que no me atrevería hoy día a dar ese regalo que yo recibí de mis padres y abuelos a mis propios hijos.

Ya os lo decía hace cuatro años en mi primer post en este blog: ser madre es vivir con miedo.

Tal vez debería dejar de ver series de televisión yanquis…

Más de 5.000 niños se caen al año por las ventanas en Estados Unidos

Es una noticia que ha salido estos días y que me ha recordado mi fobia particular a ver niños junto a ventanas y balcones abiertos.

En la noticia cuentan que en 19 apenas ha descendido un poquito la incidencia de descalabros. Según los expertos hay tres causas principales: son curiosos, no comprenden bien los riesgos y tienen el centro de equilibrio más alto.

En mi primer post, el 27 de noviembre de 2007, comentaba lo siguiente:

Lo que más me aterra a mí en particular son los lugares altos. No soy capaz de tener a mi bebé en brazos en el balcón a menos de cuatro pasos de la barandilla. Mucho menos consiento en que lo tenga otro. Y hablando con más madres he descubierto en que no soy la la única en tener este ridículo miedo a las alturas.

Entonces Jaime tenía un año y tres meses. Ahora tiene cinco años recién cumplidos y Julia casi dos y medio. El miedo persiste y de hecho ahora es mucho más peligroso que cuando escribí aquello y Jaime apenas caminaba.

Ahora son niños que saben saltar, trepar, correr e incluso (en el caso de Jaime), hacer fuerza con los brazos para plantar el culo sobre la encimera de la cocina y robar comida.

Seguimos obviamente sin dejarles nunca solos en terrazas ni balcones ni en habitaciones que tengan acceso a terrazas o balcones. Y creo que vamos a colocar ya mismo en unas cuantas ventanas (son correderas) de la casa unos archiperres que permiten dejarlas entreabiertas para ventilar pero limitan su apertura.

Ya hace casi tres años que forramos la terraza por dentro con un rollo de bambú para evitar que se le ocurriera utilizar los barrotes horizontales que tiene como escalera.

Toda precaución es poca, más aún con Jaime, que es un niño grande y fuerte y debido a su autismo nada nos asegura que desarrolle pronto esa correcta valoración del peligro. Las personas afectadas de autismo, niños y adultos, tienen una mayor incidencia de accidentes de distinto tipo: caídas, ahogamientos, atropellos…

En febrero de 2010 Amalia Arce, madre y pediatra, contaba en su blog que:

En los países desarrollados, en los que la mortalidad infantil por enfermedades infecciosas y enfermedades prevenibles mediante vacunación, ha disminuido drásticamente, los accidentes ocasionan el 40% de las muertes. Esto supone 20.000 muertes anuales en niños entre 1 y 14 años. En nuestro país estamos un poco mal… pues ocupamos la octava posición en el ránking.

Los principales escenarios para los accidentes son la vía pública (predomina en niños más mayores) y el domicilio (predominante en los más pequeños). El colegio aparece como un lugar por lo general bastante seguro.

Aunque los accidentes más frecuentes son las caídas y los golpes, siguen muy de cerca los accidentes de tráfico (con frecuencia más graves) y las intoxicaciones y los atragantamientos. En todas las casuísticas los niños (varones) muestran unos porcentajes más elevados de accidentes y mortalidad de los mismos. De hecho los estudios demuestran que ser varón incrementa en un 70% la probabilidad de muerte accidental.

¿Vosotros habéis tomado alguna precaución con terrazas y ventanas? ¿Os habéis llevado algún susto?

El miedo a la oscuridad

Llevamos dos meses durmiendo entre mal y fatal.

El peque siempre ha sido una marmota y nos tenía mal acostumbrados. Lleva desde los dos años durmiendo solo: entraba en su habitación, que tenía que estar completamente a oscuras, cerrábamos la puerta, y no reaparecía hasta pasadas diez u once horas.

Ya había tenido el verano pasado y en invierno pequeñas rachas de mal dormir. Pero ahora algo ha cambiado: se duerme a su hora pero pasadas pocas horas se despierta asustado y gritando. Tenemos que encender todas las luces del dormitorio para que se quede tranquilo, pero con tanto susto se despeja y luego pasa entre dos y cuatro horas despejadísimo sin querer conciliar el sueño. Después vuelve a dormirse, pero dejando la habitación iluminada como una verbena y al adulto que le acompaña mirando desesperado el reloj y pensando las pocas horas que va a poder dormir antes de irse a trabajar.

Hemos probado a dormir con él, a cambiarle de cuarto, a dejarle las luces encendidas desde el primer momento… nada parece funcionar.

Y él no nos puede decir lo que sucede.

Por lo que he hablado, es de lo más frecuente que los niños pequeños quieran luces en su cuarto. Incluso en su cama. Por eso existen inventos como el gusiluz y lámparas frías como la de Pabobo que hay en la imagen y que nosotros vamos a probar.

Pero algo me dice que sus despertares no se deben sólo a las pesadillas convencionales de otros niños, algo me dice que sus rachas de mal dormir tienen que ver con periodos de madurez o activación de su cerebrito.

Sólo tengo la impresión de una madre, pero la verdad es que suelen coincidir con avances tangibles.

Por ejemplo, con la mala racha del verano pasado , que al principio achacamos al calor, notamos que comenzaba a usar signos y a despertarse al mundo. Con la de Navidad llegó el hacer puzzles y ser más comunicativo. Con la que nos encontramos, que está siendo la peor, está mucho más centrado y está comenzando a hablar: repite las terminaciones de todas las palabras, comienza a corear las canciones…

Tal vez sean simples pesadillas como las de cualquier otro niño sin nada más detrás, pero es el consuelo que nos queda mientras nos arrastramos ojerosos camino al trabajo y robamos siestas siempre que podemos.

Los accidentes infantiles en España y los picos de mármol de la abuela

En el último post de Diario de una mamá pediatra se dan unos cuantos datos que dejan congelado a cualquier padre reciente:

Revisando las estadísticas mundiales, y a pesar de que las enfermedades infecciosas generan una alta mortalidad, me he encontrado con la importancia en las cifras de mortalidad que tienen los accidentes infantiles. De hecho, en los países desarrollados, en los que la mortalidad infantil por enfermedades infecciosas y enfermedades prevenibles mediante vacunación, ha disminuido drásticamente, los accidentes ocasionan el 40% de las muertes. Esto supone 20.000 muertes anuales en niños entre 1 y 14 años. En nuestro país estamos un poco mal….pues ocupamos la octava posición en el ránking.

Ante la gran envergadura del problema, hay un dato que no debería pasar inadvertido, y es que, lo aceptemos o no, un porcentaje muy importante de dichos accidentes son evitables. En diferentes edades hay situaciones de riesgo que conviene evitar.

Los principales escenarios para los accidentes son la vía pública (predomina en niños más mayores) y el domicilio (predominante en los más pequeños). El colegio aparece como un lugar por lo general bastante seguro. Del domicilio quizá la cocina es el lugar más peligroso.

Aunque los accidentes más frecuentes son las caídas y los golpes, siguen muy de cerca los accidentes de tráfico (con frecuencia más graves) y las intoxicaciones y los atragantamientos. En todas las casuísticas los niños (varones) muestran unos porcentajes más elevados de accidentes y mortalidad de los mismos. De hecho los estudios demuestran que ser varón incrementa en un 70% la probabilidad de muerte accidental. Quizá los niños tienen mayor tendencia al riesgo. Quizá existe también una mayor permisividad por parte de padres y cuidadores si es un niño en vez de una niña.

Este post me recuerda algo que tengo pendiente desde hace tiempo.

En casa de la abuela de mis peques, a la que vamos con frecuencia, hay dos preciosos aparadores en la entrada y el pasillo con unos picos de mármol que miedo me da verlos.

Llevo tiempo diciendo que le voy a llevar unos protectores.

No tiene porqué pasar nada. Mi marido, mi cuñado y su horda de primos cuando eran pequeños han jugado por allí como hunos salvajes sin mayores consecuencias. Pero si un día pasa, si un día un cráneo infantil da contra ese pico de mármol, lo vamos a lamentar mucho.

Llamadme miedica, sobreprotectora, lo que queráis… pero de este sábado no pasa llevar los protectores de esquinas.

Como oí una vez hace ya años, cuando te conviertes en madre es inevitable que pases a pensar que el mar está lleno de tiburones deseosos de zamparse a tus retoños.

De hecho mi primer post en este blog, en noviembre de 2007, iba precisamente sobre que ser madre es vivir con miedo.

Los bebés que despiertan la envidia de los dioses

Un libro de Pearl S. Buck, creo recordar que era La estirpe del dragón, contaba cómo las madres chinas acostumbraban a llevar a los bebés cubiertos y a comentar a grito pelado cuando veían a un bebé varón hermoso y rozagante «¡Qué niña más horrorosa! ¡Qué fea y escuálida!» para no despertar la envidia de los dioses y que no se lo llevaran.

El bebé de la foto lleva un sombrero pensado especialmente para protegerle de los demonios celosos que se lo quieran llevar. Algo típico de la región de Guanzhong.

Siempre me recordó aun poco a aquello de que a quienes los dioses quieren destruir, primero les hacen ser prometedores.

En su momento me llamó la atención por lo diferentes que son aquí y ahora las cosas, que lo que hacemos al ver un bebé es alabarle incluso cuando no hay motivo.

Y aún hoy, bastantes años después de leerlo, lo recuerdo porque lo entiendo.

Comprendo perfectamente la raiz de esa superstición novelada, nacida del amor de las madres hacia sus hijos y del miedo a que a ese bebé que nos regala tantos momentos de felicidad perfecta le pase algo.

Tanto bueno no puede durar. ¿O sí?

¿Te daba miedo el parto?

Eso me preguntó poco antes de tener a su hijo una buena amiga.

Le dije la verdad: no me daba miedo, no creía que nos fuera a pasar nada malo y el dolor no me asustaba.

Una vez me explicaron que el dolor se olvida. Puedes rememorar muchas sensaciones: el miedo, la alegría, el amor, la pena… pero no puedes rememorar el dolor. Puedes recordar que te dolió, pero no revivirlo.

Además, como decía mi matrona la maldición bíblica de las mujeres es «parir con esfuerzo». Lo de «parir con dolor» es sólo una de esas malas traducciones de las que está la Biblia llena.

Y siempre pensaba en todas las mujeres que habían pasado por ello antes, e incluso habían repetido varias veces. No podía ser tan malo…

Me recordaba a cuando estaba preparándome para obtener el permiso de conducir a los 18 años: si tantos lo habían superado con éxito antes que yo, yo también sería capaz.

Y como me dijo mi prima mayor: «va a salir y no hay vuelta atrás, te pongas como te pongas.»

Luego me encontré con un buen chasco: venía de nalgas y sería una cesárea programada en lugar de un parto. Sabía cuándo y cómo sería. Y sabía que se trataba de una operación de cirugía mayor y la recuperación sería más lenta que si hubiera sido un parto convencional.

Pero tampoco me preocupaba especialmente.

Quedaban tan pocos días y estaba tan pesada, con una barriga de nueve meses en pleno agosto, que lo estaba deseando.

Tengo una amiga que dice que los embarazos se hacen tan cuesta arriba al final para que estés deseando que llegue el parto, por doloroso e incierto que sea.

Prácticamente todas las mujeres que conozco han afrontado el parto igual que yo. En muchos casos tenían más miedo los futuros padres que ellas.

No sé si somos muy valientes o muy inconscientes.

Pero también conozco a alguna que, de puro miedo al embarazo y sobre todo al parto, se niega a tener hijos.

¿Te daba miedo el parto?

¿Te lo da si aún no has tenido hijos?

¿Tienes miedo a mostrar en Internet fotos de tu bebé?

He recibido varios comentarios aconsejándome que no ponga fotos de mi bebé aquí. La mayoría no dan otro motivo más que un miedo inasible, pero los hay que apuntan a que Internet está llena de pedófilos.

Y también las playas y los parques, me dan ganas de contestar. Y no por ello voy a dejar de llevar a mi hijo a bañarse este verano con su precioso bañador de tiburones o a subirse al columpio.

Pero no es sólo en los comentarios, también de viva voz me lo han recomendado, y me consta que hay a mi alrededor padres y madres recientes que se guardan muy mucho de tener fotos de sus bebés en Internet al alcance de todo el mundo.

En noviembre inauguré este blog afirmando que uno de los peores descubrimientos de la maternidad consiste en saber que vas a vivir con miedo la vida que te quede.

Miedo a muchas cosas: a que se caiga, a que se atragante, a que le hagan daño, a que enferme, a que se junte con malas compañías…

Pero me niego a tener miedo al coco digital a mis años.

Es verdad que no tengo visibles para todo el mundo fotos en las que aparezca desnudo. Pero no creo que mostrar una foto de un bebé en Internet, vestido y feliz, pueda ocasionarle ningún mal.

Si a esos monstruos les interesaran esas fotos, tendrían la casa llena de catálogos de moda infantil. Ojalá se conformasen con eso, pero por desgracia lo dudo mucho.

¿Tú tienes miedo a mostrar en Internet fotos de tu bebé?