Debe ser casualidad, pero lo cierto es que me estoy topando últimamente con muchos contenidos sobre el exceso medicamentoso que nos rodea. Desde Autismo Diario con el uso de Risperdal y fármacos semejantes en niños con trastornos del desarrollo (algún día habrá que hablar de la infructuosa búsqueda de la pastilla milagrosa contra el autismo) hasta mi compañero César Javier Palacios hablando del abuso de los antibióticos y las súperbacterias, pasando por la web de divulgación Materia y varias entradas en la página de I Fucking love science tratando el mismo tema.
Es francamente fantástico que el avance de la ciencia médica haya puesto a nuestra disposición multitud de tratamientos que convierte en llevaderas dolencias extremadamente molestas o graves. Es evidente y sería absurdo ignorar lo mucho que nos sirven los medicamentos, todo el bien que hacen. Pero la verdad es que creo que en muchos casos se abusa y tengo que confesar que soy de la cuerda de medicarnos poco a nosotros y a los niños. Solo tiro de botiquín cuando me parece relamente necesario, que a mi juicio es muy pocas veces.
Mis hijos, que reconozco que no han tenido nada especialmente grave (catarros, alguna gastroenteritis, una otitis…), solo han tomado aquello antipiréticos (Dalsy o Febrectal, son los únicos medicamentos infantiles que tengo en casa) y antibióticos las pocas veces que lo ha recetado su pediatra. He visto asombrada la alegría con la que se dispensan fármacos a niños en otros hogares, incluso en plan guerra preventiva, lo llenos que tienen sus botiquines y el intenso conocimiento que muchos tienen sobre los medicamentos de niños y adultos. Al menos cinco veces que recuerde me han soltado en plena conversación el nombre de uno como si por ser madre tuviera que conocerlo y no me ha quedado más remedio que poner cara de «no sé de qué me estás hablando».
De hecho no pasa solo con medicamentos, también suplementos vitamínicos que tampoco son precisos. Mi compañero nutricionista y biólogo Juan Revenga ha escrito en varias ocasiones sobre el tema.
Y no solo es que crea firmemente que medicamos demasiado a los niños con jarabes para la tos, antimucolíticos, antidiarréicos y mil historias más completamente innecesarias en la mayoría de los casos, es que sé a ciencia cierta que muchos pediatras recetan historias de estas solo para quitarse de encima a los padres recientes. Si necesitamos un placebo, mejor usar alguno más inocuo o placentero. El placebo oficial en mi casa son los caramelos Pez. Uno de ellos y Julia se queda tan contenta tosiendo mucho menos.
Insisto, que si toca tomar medicinas, pues perfecto. Para eso están. Pero al tomarlas no estamos ingiriendo agua, que sea realmente cuando se necesite o cuando lo dicte un profesional. Con los antibióticos hay que tener especialmente pies de plomo y hacerlo siempre según sus indicaciones, sin interrumpir tratamientos antes de tiempo ni darlos sin pasar por el médico.