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A los buenos maestros

Voy a empezar diciendo una obviedad. Hay maestros excelentes. También los hay que trabajan duro y con vocación para lograr serlo desde una perfecta imperfección.

Tienen abordajes diferentes de la educación, distintos planteamientos, discrepancias a veces, pero le echan ganas y dedicación, se forman y viven la enseñanza con pasión. Enseñando a párvulos y a adultos, a personas con discapacidad y a adolescentes desahuciados por otros colegas.

Me da la impresión de que cada vez son más, aunque bien sé que en todas las épocas ha habido docentes así y en todos los niveles.

Fernando Fernán Gómez en la excelente ‘La lengua de las mariposas’. Me imagino a Don Gregorio a día de hoy innovando en el aula, tal vez adepto a la gamificación.

Y a muchos les ponemos las cosas muy difíciles, incluso les terminamos quemando. Lo hacemos entre padres, administración, falta de recursos y también mucha zancadilla de otros profesionales de la enseñanza, supuestos compañeros acomodados, suspicaces, de cortas miras, desmotivados, que solo miran su propio ombligo o directamente son mala gente.

Otra obviedad: hay profesionales excelentes, buenos, regulares y malos en todos los oficios. Es así en la docencia, en centros públicos, privados y concertados, y también en el periodismo, en la medicina, en el mercado e incluso en la política. Sin olvidar que nadie, ni siquiera el mejor, se ha librado de cometer errores en alguna ocasión. De hecho se aprende con frecuencia metiendo la pata.

Por ser madre, por mi actividad en este blog y como periodista, he tenido la suerte de conocer a bastantes buenos maestros. Mis hijos han tenido la suerte aún mayor de encontrarse con varios durante su breve vida académica. Jaime más que Julia, no sé si es una cuestión de suerte o que abundan entre los que están en Educacion Especial aquellos con una pasta especial.

Y lo hacen contra fuertes vientos y traicioneras mareas, contra planes educativos cambiantes y a veces incongruentes, falta de recursos, interinidades crónicas, sesgos ideológicos a los que los niños deberían ser ajenos, incomprensión generalizada cuando desean innovar, aulas atestadas y con notables desequilibrios, poco reconocimiento y mucho desgaste personal.

Ahora que el curso acaba quiero acordarme de ellos, deseando que el descanso del verano les ayude a recargar fuerzas y olvidar sinsabores.

No quiero que despidan el curso sin sentirse valorados; sin saber que hay también muchos padres que apreciamos su esfuerzo; que somos consciente de que tienen entre sus manos el material más sensible de la sociedad, nuestros niños, y que sabemos que intentan enseñarles bien y con cariño.

Los habrá que, como siempre, recuerden con envidia amarilla sus largas vacaciones, que es cierto que son más extensas (no para todos, los hay para los que el verano supone también una interrupción de sueldo) que las de una mayoría de trabajadores pero no tanto como creen esos que olvidan sus propias ventajas laborales al lanzarse a la crítica, como vuelos gratis si trabajan en compañías aéreas o descuentos en los comercios en los que desempeñan su labor. Pero es que incluso en trabajos sin prebenda ninguna es mezquino no alegrarse de la suerte ajena solo porque no te ha tocado a ti. El camino a la felicidad no se construye comparándose con los demás y atacando todo lo bueno que no ha sido para ti.

Dicen que la envidia es muy española, no lo sé. Yo procuro de forma consciente tenerla bien lejos. Lo que me gustaría que fuera muy español es agradecer a aquellos que trabajan duro, que intentan abrir nuevos caminos y así lograr que el paso de nuestros hijos por colegios e institutos sea feliz y provechoso. Querría que lo muy español fuera cooperar, arrimar el hombro todos por el bien de las generaciones futuras.

Buen verano, buenos maestros. Descansad, que pronto nos veremos en un nuevo curso cargado de retos.
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¿Qué opináis sobre que los maestros lleven a clase camisetas con mensajes?

El mes pasado escribí sobre los códigos de vestimenta, propios e impuestos, de los docentes. Lo hice gracias a que ellos tuvieron la amabilidad de contestarme en gran número.

GTRES

Pues tras aquel post, en el que varios maestros hablaban de no llevar camisetas con mensajes o tener mucho cuidado con ellas, un amigo comentó lo siguiente en Twitter:

Y tras aquello hubo una conversación que tome nota mental de traer aquí, porque me pareció un debate interesante.

No sé qué opinaréis vosotros, pero yo coincido con @MamaResiliente, que desde Twitter, apuntaba «mientras no vaya contra los derechos humanos, bien. Yo creo que la libertad de expresión es fundamental para la democracia».

También con @elcarty en que si los mensajes son a favor de la diversidad o el respeto, contra la intolerancias o el acoso escolar, incluso pueden ser herramientas educativas.

Pero entiendo perfectamente lo que argumenta @mamaINperfecta y que es necesario ir con tiento y valorar la edad de los niños que tenemos delante.

Prohibir de entrada cualquier camiseta con mensaje, como hacen algunos centros, como un docente de Argentina contaba que pasaba en ese país, me parece la solución fácil, rápida y mala, la solución errónea de cortar por lo sano.

Ya os dije que me parecía un debate interesante, algo sobre lo que merece la pena reflexionar.

¿Que opináis vosotros?


* camisetas para profes de La Tostadora.

¿Qué normas, impuestas o por decisión propia, tienen los profesores al vestirse para ir a dar clases?

La pasada semana lancé en redes sociales esta cuestión: «Profes, me haríais un favor contestando. ¿Tenéis normas, impuestas por otros o autoimpuestas, sobre cómo vestir? ¿Cuáles son, si es que las tenéis? ¿Qué no procede llevar al dar clase?».

Una pregunta que venía por la polémica reciente de prohibir vaqueros ajustados y hombros al aire (resumiéndolo mucho) en algunos colegios católicos por aquello de la femineidad y no excitar a la muchachada adolescente, los mismos centros que ponían a las niñas a hacer ganchillo por cierto.

Pero dejando las polémicas de lado, me pareció interesante saber si esas normas de vestimenta existían, igual que creo legítimo preguntarse si los profesores deben seguir algunas normas con su atuendo me parece legítimo, por mucho que sea como mucho un aspecto más que secundario, incluso irrelevante, de su labor.

Por eso mi pregunta en redes, a la que tuvieron la amabilidad de contestar numerosos docentes. Leerles invita a reflexionar y por eso he traído aquí sus respuestas de como afrontan algo que depende de muchos factores: el centro en el que imparten clase, su concepción de la enseñanza, su relación personal como la vestimenta (los hay para los que es un medio de expresión personal fundamental y los que les da igual lo que ponerse) y que no es lo mismo acudir a cantar y sentarse en asambleas en el suelo con niños de Infantil que a enseñar al Revolución Industrial a adolescentes.

Imagen de la preciosa película de Makoto Shinkai ‘el jardín de las palabras’.

¿Qué me he encontrado? Algo que era de imaginar, que en los centros de enseñanza públicos hay una libertad que no se encuentra en los concertados y privados, que indican o sugieren ciertos códigos, aunque no siempre es así.

@albarealkiddys. En la actualidad ninguna norma. Aunque sí las tuve en el pasado en un colegio religioso.

@de_infantil. Yo trabajo en un colegio religioso y las normas nunca se nombran pero están tan presentes que pesan en el aire…

@ClaudiaWatson. Cuando estuve trabajando de profesora de inglés extraescolar en un colegio católico me pidieron que no volviera a llevar camiseta de tirantes por ir «muy descocada».

@proferachel. En mi centro (IES), público, no. Pero hice entrevistas en concertados en los que sí me pidieron que fuese «elegante y recatada» y donde no se podían llevar vaqueros.

@JessicaTG16. Actualmente no, pero estuve trabajando en dos privados donde los vaqueros de color vaquero (podían ser de otro color e incluso leggins color vaquero 🤷🏻‍♀️) estaban prohibidos porque según la dirección «los vaqueros cuidan vacas, los profesores educan personas».

@Aidixy. Cuando yo trabajaba en el cole (público), he vestido siempre como he querido, y nunca he tenido un problema. Otra amiga, en otro privado, muestra piercings, tattoos, vaqueros rotos, y no tiene problema tampoco.

@laBebedePucca. Ahora intento ir cómoda y correcta,’. Trabajo en pública con 6 y 7 años. Como uniforme de mamá en el parque (más o menos). En un concertado las compañeras me recomendaron no ir corta o en tirantes estrechos. Era escuela de monjas. Lo hicieron con buena intención.

También que en las autorregulaciones de los maestros, independientemente del tipo de centro en el que estén, bastantes hablan de no distraer con la vestimenta y de vigilar mucho los mensajes que puedan mostrar sus camisetas.

@carlotingham. Aplicando el sentido común. Normalmente vaqueros y camisa. Evitar todo lo llamativo y los mensajes. Que se fijen en lo que digo y no en lo que llevo.

@nataliacastrov4. Yo suelo vestir ropa poco llamativa, más que nada porque son muchas horas de clase y cualquier excusa es buena para distraerse.

Alba: En escuelas infantiles sí que hay códigos de vestimenta por seguridad (no llevar uñas pintadas, pendientes, maquillaje…) pero en las escuelas de primaria no, al menos en las públicas. Otra cosa es lo que cada uno decida. Yo no llevo camisetas con mensajes no políticos ni religiosos, por ejemplo.

@manuparadas. Para nada. Mientras no contengan mensajes obscenos, sexistas, racista… que aunque no lo parezca los hay y ellos ni se dan cuenta.

@yopispico. Soy profe de inglés en secundaria. Para salir me gusta llevar pitillos, pero para clase mejor vaquero, por comodidad más que nada. Arriba camisetas (sin mensajes sobre sexo y/o uso de alcohol) o jerseys cuando hace frío, y de calzado sí que me pongo lo que quiero (Converse, etc). Ah, y en mi centro del año pasado pude llevar pantalón corto las últimas semanas, cuando la ola de calor. Espero que en el de este año también me lo permitan, porque si no lo voy a pasar un poquito fatal…

La conveniencia de usar tirantes y pantalones cortos parece ser lo que más diferencias suscita:

@Shamarmat. Yo llevo tirantes en verano, con más de 38 grados desde mayo y las clases sin acondicionar, son hornos. No considero los tirantes como ropa de playa, pero lógicamente, es una percepción mía. Mis compañeras tb los llevan, en vestidos, camisetas… vamos, que es algo normal

@daniel_durantes. En mi centro por ejemplo, no nos recomiendan llevar bermudas. Es lo único que me disgusta porque en verano me aso vivo.

@Pedrocen2012. No tengo normas externas, pero me autoimpongo no llevar pantalones cortos aunque haga calor, por ejemplo.

@PiliPopLite. Los tirantes no me importan en absoluto. Cuando en el concertado nos dijeron que no los usáramos, que mejor camisetas sin mangas no entendí nada. Siempre creí que era por el escote, pero hay camisetas de tirantes sin escote, así que ¿por qué no los tirantes?

@elviragarlop. No vaqueros demasiado rotos. En verano no usar camisetas que mostraran la ropa interior (mujeres), no bermudas (hombres)… produjo más risas que otra cosa. La gente iba normalmente vestida. Nunca me llamaron la atención por mis vaqueros rotos ni por usar pantalón corto.

@ladetecno. Yo como la mayoría: sentido común y saber donde vas. No vas de Nochevieja pero tampoco a hacer treking😉. En mi insti (público) no hay normas para profes y algunos van con bermudas por ejemplo, a mí personalmente no me parece dar buena imagen.

@Aidixy. Una amiga mía, en su cole privado ni puede llevar: mangas sisas, vaqueros, pantalones cortos y no recuerdo si sandalias. En Málaga a 35 en junio, lo pasa que te cagas

@JuanitoLibritos. Yo voy muy informal: vaqueros y camiseta. Soy MUY caluroso y vivo en Andalucía, por lo que llevo bermudas varios meses del curso. Por esto me llamaron una vez públicamente la atención en un insti público. También alguna compañera me ha soltado alguna indirecta. Lo que yo nunca llevaría serían camisetas sin mangas o chanclas/sandalias. No por motivos estilísticos o morales (allá cada uno con algo tan subjetivo como eso), sino por un aspecto meramente higiénico.

@nace1mama. No entiendo lo de las bermudas, me dejas a cuadros. Es indecoroso que enseñéis vuestras piernas? 😂 estas cosas me hacen explotar el cerebro

@JuanitoLibritos. ¿Verdad? Pues más o menos en esos términos lo comenté yo en el claustro en el que se me llamo la atención delante de setenta compañeros/as. Lo peor es que el argumento era “la respetabilidad” y asegurar que “si trabajáramos en la privada no iríamos así”.

Los escotes y enseñar mucha pierna también suelen estar autocensurados apelando al sentido común. Por comodidad, pero también por evitar distracciones en épocas hormonalmente efervescentes (aunque como dice mi santo, “en la etapa de ser hormonas con patas ni el jersey amplio y de cuello vuelto evita los pensamientos impuros”).

Anita: No hay ninguno. Yo voy como quiero y mi única autocensura es no enseñar demasiada cacha en verano, que los adolescentes yatusabeh cómo son.

@mamen_blrb. No me imponen normas pero me las impongo yo. Ni faldas ni pantalones excesivamente cortas y tampoco me pongo escotes excesivamente grandes. Creo que es lo normal para ir al trabajo.

@ElviraGarlop. Uso sentido común. Soy de informática y me agacho mucho por encima de los hombros de los alumnos por lo que aún gustándome los escotes no los uso en clase, es incómodo. Estuve en un insti donde sí había “sugerencias” sobre cómo vestir.

@profeAnaBio Yo me auto-impongo no llevar grandes escotes que dejen ver canalillo al agacharme. Me siento incómoda por miradas fijas. Las minifaldas también me hacen despistarme en el discurso por lo mismo. La comodidad en todos los sentidos va primero

Y precisamente la comodidad es lo que más sale a la palestra. El objetivo principal de casi todos.

@meri_violin. Mi norma para trabajar en el cole es ir cómoda. Pantalón vaquero y camiseta. Más que nada porque doy música: tengo que cantar, bailar y tocar instrumentos. Paso calor y me muevo mucho. De otra manera sería imposible. Es cuestión de lógica. Voy a trabajar, no de pasarela.

@maestradepueblo. No tengo normas impuestas por otros ni autocensura propia. Ropa cómoda que te permita igual subirte a una silla que sentarte en el suelo, pero es la misma ropa que utilizo fuera del cole.

@Shamarmat. Nadie me impone nada. Mi ciclo es Infantil, y mi ropa diaria es casi un uniforme de comodidad: vaqueros y jersey en invierno con foulards y en verano mucho vestido largo y amplio o pantalón con camiseta. Me tiro al suelo con ellos y debe darme libertad. Y aunque son peques, tocamos el tema de la ropa como carta de presentación, pero sin roles ni patrones establecidos, tan solo el de la limpieza claro! pero que pueden combinar lo que quieran, que no hay ropa de niños o niñas y que vestirse es divertido!

@PiliPopLite. Yo doy clases en IES. No suelo llevar tacones (por comodidad) y tampoco minifaldas, escotes o pantalones demasiado cortos, también por comodidad (no me siento cómoda). Pero no me parece mal que otras profesoras vistan con esas prendas. Cada uno en su estilo y como quiera.

@comouncomino. En los 3 últimos coles nadie me dijo cómo vestir. Yo personalmente procuro usar ropa y calzado cómodo, y evito los escotes, minifaldas y shorts, porque en clase no paro quieta y paso de enseñar chicha (no me siento cómoda). Y tirantes solo si en clase se alcanzan los 30º.

@latelyleti. Ropa cómoda. No llevo camisetas con mensajes o ideológicas porque ya en general no me gustan, casi nunca las llevo. Nunca me han dicho nada (y lo hicieron, pasé tanto que no me acuerdo). Lo que no me gusta es taconazos de aguja porque tenemos movilidades reducidas y no es seguro.

@Nuria2584. Yo trabajo en una escuela infantil y la única norma es que vayamos cómodas, el resto es parte de la personalidad de cada una y así lo defienden nuestras jefas.

Los hay además, que me parece genial, que aprovechan incluso la indumentaria para enseñar, en todos los sentidos del término. Para transmitir que no hay que juzgar por las apariencias, que lo importante no es lo que llevemos. Incluso para lanzar un mensaje conservacionista en algún caso.

El primero de los comentarios que aparecen me parecen (opinión personal) digno de aplauso cerrado.

@mellado_barneto. Vaqueros rotos, camis de grupos (soy de música), deportivas, pelo blanco y un brazo y media espalda tatuada. Debemos ser un modelo de conducta, valores y entre otras cosas enseñarles que la ropa y/o tattoo no te hace mejor ni peor. Nunca nadie me ha dicho nada, al contrario.

@David_CCSS. Trabajo en IES públicos y creo que sería una aberración imponer una manera de vestir. Al trabajar con adolescentes somos modelos y no veo correcto usar la ropa como símbolo distintivo socioeconómico o ideológico. Intento no usar marcas visibles, en la medida de lo posible. Esta semana he ido por primera vez tres días con la misma ropa (L,M y X y cambiando ropa interior y camiseta debajo de camisa, la higiene lo primero 😉 para mandar un mensaje de que no hace falta cambiarse todos los días de ropa, economizando recursos para ahorrar agua.

@sonpa70. A mí no me imponen nada pero soy consciente que soy un ejemplo para los alumnos. Además debe primar también la comodidad ya que a menudo me siento con ellos en el suelo. Actualmente soy maestra de alumnos con 12 años y sigo sentándome con ellos en el suelo o hago clases en el patio. Con nuestro ejemplo debemos enseñar que la ropa es parte de nuestra marca personal y que explica muchas cosas de nosotros

@MarimerryMerry. Cómoda yo lo primero y siempre limpia. Me encanta cuando ponéis que somos ejemplo. Por eso creo que nuestra puntualidad, bien hacer, empatía , responsabilidad …deben trascender nuestro estilismo y relegarlo a un 2º plano. Be you, be kind and nobody will care about your clothes

Lo que llevamos encima nos define, y bien está que así sea.

Me dio por pensar a leer a todos, que probablemente lo de la ropa es algo que solo podría quitarme el sueño (y tampoco tanto, simplemente meditarlo más) en los primeros días de clase. Como en casi cualquier oficio.

¿Qué ropa te pondrías en tu primer día de clase si fueras maestro? Yo optaría por ir plana, cómoda, con vaqueros probablemente y alguna camisa o camiseta, y si hace frío con jerséis. Y probablemente con mi bolso de Ataque a los titanes o cualquier otro distintivo friki o relacionado con la defensa de los derechos de los animales.

Y algo en ese sentido me encontré:

@mara_arpa. Soy interina de la pública. Al principio del curso en un centro nuevo suelo ir «neutra» (vaqueros, camiseta lisa y playeros) para ver de que pie cojean alumnos y compañeros. A los pocos días en todos ya llevo mis camisetas frikis y heavys. Nunca he tenido problema. Sobre todo los primeros años, algunos compañeros me aconsejaban que fuera vestida mas formal para que los alumnos, al verme joven y pequeñita, no se me subieran a las barbas. Creo que mi estilo personal me ha ayudado a que me respeten mas que una camisa.

@finding_patri. En mi primer año de prácticas desde la propia facultad recomendaron quitar piercings y tatuajes, y si era centro concertado o privado cuellos cerrados y pantalón siempre.

@Hlena_Padilla Espero que la manera de vestir nunca sea un problema. Creo que tanto mi ropa como la de mis compañeros profesores no hace más que recalcar el mundo variado y plural en el que vivimos. El respeto en la vida es la clave de todo

Gracias de verdad a todos los que habéis participado en este debate, que sigue abierto. Aquí os dejo otras aportaciones:

@Elena_kings. En mi colegio hay que ir formal sin enseñar chicha y los hombres con corbata (vivo en Inglaterra). Yo visto zapatos siempre y nada loco -vestidos llamativos ni cosas raras – ¿por qué? Porque los alumnos llevan uniforme y zapatos, así que por respeto a ellos. No es tan difícil.

@DemEle5. Debo llevar pantalones tipo chinos y camisa.
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«Hace 40 años estaría en una institución mental. Ahora veo cerca mi sueño de ir a la universidad»

Hace casi dos años, coincidiendo con el arranque de curso, la famosa vuelta al cole, escribí un post recordando la labor de los maestros de educación especial, esos de los que pocos se acuerdan entre mucho reportaje del peso de la mochila, el coste de los libros de texto, el uniforme sí o el uniforme no o los chavales que no han logrado plaza en los colegios de su elección.

Entre todos los comentarios que tuvo esa entrada, muchos muy críticos con el trabajo de esos profesionales pero sobre todo por esos lugares comunes que son sus supuestos buenos sueldos y largas vacaciones, un comentario brilló con luz propia.

Era el de un chaval de 17 años con asperger, que espero que en estos momentos se encuentre ya en la universidad, avanzando feliz. Un comentario lleno de agradecimiento de un chico con suerte, (sí, con suerte, porque ni mucho menos es siempre así y también hay maestros que restan) que ha sido capaz de reconocer lo que le han servido las manos tendidas de unos buenos profesores.

Buenas noches. Tengo 17 años. Tengo asperger desde nacimiento. Es un tipo de autismo. De los leves-moderados pero autismo.

Mi inteligencia es normal pero tengo muchas limitaciones. Me da miedo la gente, los sonidos, algunos lugares, no entiendo las bromas ni las ironías. Me han dicho que en eso tengo suerte porque así me ahorro de escuchar muchas estupideces. Parece ser que tienen razón. Así que no puedo usarlas tampoco. Soy obsesivo de muchas cosas. Del orden. De la ortografía perfecta. De otras cosas también.

Tardé mucho en hablar. Tengo buena memoria y aun recuerdo a mi logopeda. Gracias Lorena por tu paciencia y amor.

Tengo mal la psicomotricidad fina. Pero ahora soy rápido escribiendo tanto manualmente como por ordenador y móvil. Gracias José Manuel , mi profesor de lengua , sin ti no habría llegado a dónde estoy.

A ustedes los padres, me congratula ver que muchos agradecen la labor de los profes. Yo, como alumno con necesidades especiales, quiero darles las gracias a todos por su labor. Su cariño cuando me dan los ataques de pánico. Su paciencia cuando me cuesta el doble hacer muchas cosas.

Se me dan bien las matemáticas pero no entendía el dinero. Gracias a mi profe Gonzalo ahora puedo ir a comprar solo muchas cosas.

Las tardes con Marisa que me enseña habilidades sociales porque no sé comportarme en sociedad ni como establecer comunicación con mis compañeros.

Gracias a mi profe de educación física por integrarme en deportes cuando una de mis limitaciones es no saber jugar en equipo.

Gracias también a mis compañeros. Porque mis profes se han encargado de enseñarles a aceptarme. A quererme. A ayudarme.

Tengo una memoria prodigiosa. Como mucho autistas de alto funcionamiento, como así nos llaman. Y gracias a esta memoria nunca olvidaré a cada uno de ellos. Unos señores que han conseguido que sea un chico independiente y feliz.

Casi me siento como todo el mundo. Señores hagan caso de lo que dice un estudiante agradecido. Aparten lo malo y quédense con lo que yo les digo. No dejen que ese cariño lo empañen señores o señoras que no han experimentado nunca un cariño como el que yo he recibido . Como el que aún recibo.

Gracias a ustedes. Mis logopedas. Mis maestros. Y también a mis papás y a mis hermanitos.

Que tus hijos  encuentren un buen maestro es maravilloso, que tus hijos con autismo encuentren un buen profesional que se vuelque en ellos, es sencillamente un tesoro de un valor incalculable, algo que puede marcar la diferencia para bien en muchas vidas.

Muchas veces somos los padres los que lanzamos piedras contra la labor de estos profesionales, que hacen más de lo que pueden o están obligados pese al poco tiempo, los pocos medios, las trabas administrativas… Pocas se lo agradecemos como merecen.

Así que hoy, con el curso casi recién terminado, gracias de todo corazón a los buenos maestros, a los de Especial o a los que simplemente son especiales, a los que se dejan la piel con nuestros chicos, con o sin autismo.

No creáis nunca que vuestros desvelos no merecen la pena.

GTRES

¿Qué opinan los profesores de los regalos que las familias les suelen hacer al final del curso?

Casi diez años de blog dan para mucho, y he escrito en dos ocasiones de los regalos que las familias le dan al final de curso a los profes, que se entregaron por toda España a lo largo de la pasada semana. Un tema que cada año, cuando acaba el curso (bueno, y también si el profesor se va antes por algún motivo o si se casa, es padre o incluso es su cumpleaños), es recurrente entre padres recientes.

Este año ha salido de nuevo a colación, por supuesto. En mi entorno, físico y virtual, hay gente que me pregunta si ya he escrito del tema. Gente que me comenta que participa sin estar de acuerdo por no ser el raro que no quiere entrar en la rueda del agradecimiento organizado, gente que sí que ha dado el paso de distanciarse de esta práctica, gente que lo defiende como un bonito gesto sin más complicación, gente que me cuenta que está de acuerdo en dar un detalle pero que se está yendo de madre y que ha visto regalos tipo iPad, viaje de tres días a un parador o bolsos de casi mil euros entregados a modo de regalo de despedida de curso.

Pero ya está bien de hablar de lo que los padres opinamos. He recordado que en aquellos dos viejos posts míos hubo muchos profesores dando su opinión. La última entró precisamente la semana pasada y fue la siguiente:

Manuel Rodríguez

Yo soy maestro y también padre. He vivido los malos rollos que se aparecen en torno al regalo del profesor desde estas dos vertientes. Por supuesto estoy totalmente en contra del regalo al profesor. Yo siempre hago saber a principios de curso a la madre delegada que no acepto regalos. Será mi educación, o seré tonto para algunos compañeros. Lo cierto es que desde pequeño mi padre me enseñó a no aceptar dinero de familiares. Fíjense tan pequeño y con 5 euros que me ponían en la mano para comprar caramelos… mi padre me educó en no aceptar regalos. Y también aprendí de pequeño que por encima del dinero existen sensaciones y sentimientos que no se pueden expresar con dinero ni nada material. Y por mucho que mi compañera me cuente lo bien que se lo pasó con el spa, el masaje para ella y su compañero… sigo con mis principios. Con el paso del tiempo mi postura de no aceptar regalos ha calado hondo en los padres y se está contagiando el deseo de no hacer regalos al profesor. Por mucho que le pese a algunos de mis compañeros.

Una vez me intentaron dar 150€ en tarjeta regalo de El corte inglés. Que no acepté. Al principio las madres se enfadaron conmigo porque no podían recuperar el dinero. En esa clase los niños me requerían mucho. Así que un sábado por la tarde convoque a todos los padres en El corte inglés (ya en verano), me ayudó la madre delegada, y con esos 150 euros hicimos un regalo a los niños y niñas. Y ese sábado fue inolvidable para mí y sobre todo para los padres. Cada vez que me los encuentro, me lo recuerdan, y comentario es, «esto que hicisteis aquel sábado si que fue un regalo que guardaré en mi corazón».

Así que he decidido recuperar los que otros veintidós maestros y profesores me comentaron y traerlo aquí, a modo de reflexión y de invitación para que otros también opinen.

El anonimato de los comentarios de un blog invita a los indeseables, a los poco respetuosos con las opiniones ajenas, a los que tienen ganas de bronca, a los que disfrutan provocando… pero también pueden servir, como en este caso, a que se exprese lo tal vez no se puede de otra manera, porque es muy difícil decir «no gracias» o «preferiría que» ante un presente en nombre de unos niños.

Gema

Yo como maestra veo exagerado regalos caros, el propio profesor se ve en una situación incómoda y los padres no tienen esa obligación, pero en cambio siempre me ha gustado lo de regalar alguna manualidad, un álbum de fotos o un montaje de vídeo con fotos de todo el curso, ese tipo de detalles, cuesta mucho menos, hace más ilusión y yo creo que el profesor lo agradece más, yo por lo menos, creo que valoras más el trabajo del profesor si dedicas un poco de tu tiempo a recopilar y preparar unas fotos que simplemente recoger dinero y comprar cualquier cosa como si fuese un mero trámite.

Guillermo

Hola, soy maestro de Primaria con más de 20 años de dar clases. El tema de los regalos es muy espinoso. Particularmente he tenido años con regalos (algún bolígrafo, una placa, etc) y muchísimos que no ha habido nada. Particularmente, prefiero que no haya regalos. Me quedo con las caras de los niños cuando les dices que al año siguiente sigues con ellos o que no lo haces. Cuando te traen algo se lo agradeces, pero muchas veces sabes que es por no dar la nota frente a otros padres, sabiendo que esa madre no te puede ni ver aunque su hijo te adore. Ya pasaron los años de los aguinaldos, las propinas y los regalos al Maestro (fuerza viva del pueblo). Somos trabajadores como el resto, con una función que cumplir (aunque a diario hagamos de padres, psicólogos, enfermeros, etc mucho más de lo que nos obliga nuestro trabajo). Si alguien quiere agradecer a un maestro su trabajo, es muy fácil… un gracias y feliz verano, esperó verte en septiembre ! Es el mejor regalo para un docente de vocación.

Elsa

Como hija de maestra, con suerte emancipada en breve, he de decir que por lo menos para mi madre los detalles que hacen personalmente los niños, manualidades, cartas, bizcochos… son los que más ilusión le hacen, de hecho un año sí que quisieron regalarle bisutería los padres y ella lo rechazó, será porque es profesora de educación física. En todo caso en casa tiene su vitrina con las manualidades más extrañas. Concretamente uno que me emociona hasta a mí, es una carta que le escribió una niña colombiana que tuvo que volver a su país porque sus papás se quedaron sin trabajo. Destilaba amor, cariño y respeto, ¡hasta se la quería llevar con ella!. Desde mi opinión deberíamos dejar lugar a la imaginación de los niños dejar que ellos se expresen sobre ese maestro si le quieren y si les ha tratado y educado bien, en vez de irnos a lo materialista y capitalista que la mayoría de las veces son regalos vacíos. Esos sí que terminan en la basura porque no significan nada.

David

Para los que piensan que un maestro por ver que una familia no le ha hecho regalo, al año siguiente va a mirar mal a su hijo, no tienen ni idea de lo que sentimos por los 25 niños que al menos 25 horas semanales están a nuestro cargo. Y digo al menos porque otros se pasan casi 50 horas en el colegio. Intentamos hacer nuestro trabajo lo mejor que podemos y sabemos, y si alguien quiere tener un detalle con nosotros que lo tenga, como yo lo hago, regalándole un CD con las fotos que he ido haciendo durante el año o comprando materiales para el día de la madre. Porque me regalen algo valorado en 100 euros tu hijo no va a tener mejores notas. El mejor regalo es el último día de cole y un niño se te acerca y te dice que te va a echar de menos.

Juan

Soy profesor en secundaria y bachillerato. A mí no me regalan nada, ni lo espero; en los últimos diez años, solo la madre de un alumno al que ayude un poco un verano (nada, resolver alguna duda tomando un helado, recomendar alguna lectura interesante, poco más) tuvo el detalle de regalarme un libro como gesto de agradecimiento. También mis alumnos a veces me han sorprendido con algún pequeño detalle, como el primer curso del que fui tutor, hace años, que al finalizar el curso me regalaron una especie de diploma firmado por todos, que reconozco me hizo aflorar una lagrimilla y que guardo como un tesoro. Y los alumnos de 2º de bachillerato, que suelen tener algún detalle con sus profesores el día que se hace la fiesta de graduación (una botella de vino, cosas así). Caso distinto con sus tutores, a los que rivalizan por hacer el regalo más caro (relojes buenos, bonos de hotel, etc), cosa que ya me parece excesivo. Por otra parte, tengo una niña pequeña, todavía no va al cole, pero cuando vaya, sí que seré de los partidarios de obsequiar con pequeños detalles, no cosas caras ni importantes, a sus maestros, especialmente a los que le traten bien y le enseñen cosas buenas y útiles. Pienso que un maestro es algo más que un simple empleado con su sueldo, es un segundo padre/madre, enseñan cosas buenas y que duran toda la vida. No soy partidario de las cosas caras, pero alguna botellita de buen vino seguro que caerá, bastante atacados ya están desde el poder como para que la gente normal no les reconozcamos.

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Gracias a todos maestros, logopedas, terapeutas… que luchan por la felicidad de las personas con asperger

(GTRES)

Hoy es un día importante, un día para intentar entender un síndrome que no siempre es fácil de explicar, para ponerse en piel ajena y ser consciente de las dificultades que se encuentran para intentar minimizarlas.

En el pasado ya he escrito del asperger, tanto otros 18 de febrero como en días sin significación especial. Os he contado que las personas con asperger no están enfermas, no son todos genios ni son agresivos (y no son Sheldon Cooper), he intentado aclarar algunos mitos del síndrome de Asperger en la celebración de su día internacional de 2013, os he contado cómo obraría ante una persona con Asperger y recomendado ‘Luis el maquinista’, un cuento para entender este síndrome y también os hablé de ‘El rastro brillante del caracol’, una novela juvenil cuyo héroe protagonista tiene asperger (y que sirve para estar en guardia ante pederastas).

Así que hoy me voy quedar calladita, salvo para pedir ese ejercicio de empatía, de dedicar unos pocos minutos en este día a ponerse en calzado ajeno, y cedo la palabra a un joven con asperger. Lo que os traigo es un comentario que publicó en mi post: A los maestros de educación especial, esos que pocos recuerdan.

Buenas noches. Tengo 17 años. Tengo asperger desde nacimiento. Es un tipo de autismo. De los leves moderados, pero autismo.

Mi inteligencia es normal pero tengo muchas limitaciones. Me da miedo la gente, los sonidos, algunos lugares, no entiendo las bromas ni las ironías. Me han dicho que en eso tengo suerte porque así me ahorro de escuchar muchas estupideces. Parece ser que tienen razón. Así que no puedo usarlas tampoco.

Soy obsesivo de muchas cosas. Del orden. De la ortografía perfecta. De otras cosas también. Tardé mucho en hablar. Tengo buena memoria y aun recuerdo a mi logopeda. Gracias Lorena por tu paciencia y amor. Tengo mal la psicomotricidad fina. Pero ahora soy rápido escribiendo tanto manualmente como por ordenador y móvil. Gracias José Manuel, mi profesor de lengua, sin ti no habría llegado a dónde estoy.

Ustedes los padres, me congratula ver que muchos agradecen la labor de los profes. Yo, como alumno con necesidades especiales, quiero darles las gracias a todos por su labor. Su cariño cuando me dan los ataques de pánico. Su paciencia cuando me cuesta el doble hacer muchas cosas. Se me dan bien las matemáticas pero no entendía el dinero. Gracias a mi profe Gonzalo ahora puedo ir a comprar solo muchas cosas. Las tardes con Marisa que me enseña habilidades sociales porque no sé comportarme en sociedad ni como establecer comunicación con mis compañeros.

Gracias a mi profe de educación física por integrarme en deportes cuando una de mis limitaciones es no saber jugar en equipo. Gracias también a mis compañeros. Porque mis profes se han encargado de enseñarles a aceptarme. A quererme. A ayudarme.

Tengo una memoria prodigiosa. Como mucho autistas de alto funcionamiento como así nos llaman. Y gracias a esta memoria nunca olvidaré a cada uno de ellos. Unos señores que han conseguido que sea un chico independiente y feliz. Casi me siento como todo el mundo.

Señores hagan caso de lo que dice un estudiante agradecido. Aparten lo malo y quédense con lo que yo les digo. No dejen que ese cariño lo empañen señores o señoras que no han experimentado nunca un cariño como el que yo he recibido. Como el que aún recibo.

Hace 40 años estaría en una institución mental. Ahora veo cerca mi sueño de ir a la universidad. Gracias a ustedes. Mis logopedas. Mis maestros. Y también a mis papás y a mis hermanitos.

Pues sí. Gracias Lorena, Gonzalo, José Manuel, Marisa… Gracias a todos maestros, logopedas, terapeutas… que luchan por la felicidad de las personas con asperger, de las personas con autismo.

Espero que las palabras de este chico os sirvan de gasolina, porque el camino es largo y no exento de obstáculos.

Los mejores deberes: ir a museos, cocinar, leer juntos, salir al campo, los juegos de mesa…

Mi hija, en Segundo de Primaria, no tiene deberes en su colegio. Mi hijo, que va a un centro de educación especial por tener autismo, tampoco los tiene. Probablemente secundaría la huelga de deberes que arranca este fin de semana impulsada por la CEAPA si viera a mis hijos, con la edad que tienen, (siete y diez años) cargados de deberes como veo a niños ajenos. Niños de seis, de ocho, de once años. Niños muy pequeños para los que el aprendizaje natural y mediante el juego es aún primordial y que tienen jornadas maratonianas.

Imaginad que tenéis ocho años, por ejemplo, y entráis al colegio a las ocho o las nueve, volvéis a casa a las cinco de la tarde, a las ocho y media se cena y a las nueve o nueve y media tocara ir a la cama. Imaginad que en esas tres horas y media que hay entre las cinco y las ocho y media tuvierais muchos días alguna actividad: inglés, robótica, baloncesto… Las horas libres podrían ver reducidas a un par. Ahora imaginad que hay que hacer tareas, terminar fichas, hacer ejercicios durante ese par de horas. Aunque no hubiera extraescolares probablemente os pesarían y desmotivarían. Tareas que colean y se acumulan para el fin de semana.

Ahora imaginad que esa jornada la tiene vuestra pareja, que llega a casa a las cinco o las seis teniendo que dedicar una o dos horas a seguir trabajando y que el fin de semana también le toca currar. ¿Qué opinaríais?

Yo no estoy en contra de que chavales más mayores, que además suelen tener jornadas más breves por intensivas, se dejen los codos estudiando (dentro de lo razonable, que conozco adolescentes que dedican cuatro horas diarias) y tengan que afianzar lo que aprenden en el instituto en casa mediante ejercicios. Pero los niños de Infantil y Primaria no deberían estar en esa rueda. Y eso no quiere decir que los niños de Infantil o Primaria no deban reforzar también lo que trabajan en clase, pero no sentados a una mesa rellenando fichas.

Una tarde de juegos de mesa en familia, una visita a un museo, ayudar a cocinar, leer con ellos un cómic de Pokemon aprovechando su interés por esos bichos, hacer experimentos caseros, salir a pasear a los perros y recoger distintos tipos de hojas para convertirlas luego en casa en hadas, jugar con una aplicación que muestra las constelaciones… Todo eso puede reforzar conocimientos y de una manera más efectiva, por lúdica, que la ficha y el ejercicio. De una manera, además, que nos permite disfrutar en familia. De una manera individualizada, porque no todos los niños necesitan trabajar lo mismo y de la misma manera.

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No es fácil ser un buen maestro

a00481789 325No es fácil ser maestro. Tengo en la cabeza a los maestros que conozco por mis hijos, de Infantil, Primaria y Educación Especial. La gran mayoría son personas implicadas, formadas, que respetan a los niños, que dedican tiempo fuera de su jornada y con los que la relación siempre ha sido buena. Imagino que he tenido suerte, aunque hemos mejorado mucho respecto a cuando yo era niña. Por ellos sé que no es fácil ser maestro, menos aún maestro.

Bueno, voy a rectificar. No es fácil ser un buen docente, es muy fácil ser uno malo, uno que simplemente cumple el expediente.

Hoy es el día del docente y os voy a ser sincera, recuerdo muy pocos profesores con cariño, muy pocos que me marcaran. Estudié la (incomprensiblemente para mí) añorada EGB en los años ochenta y principios de los 90 en un colegio religioso, los primeros años privado y después concertado, solo de niñas. Entre los docentes abundaban las religiosas, muy poco preocupadas por la excelencia académica, evitar situaciones de acoso o inculcar valores. En Infantil ponían a las más mayores y estaban muy poco cualificadas; con una de ellas, a cargo de mi curso de preescolar, tuvo que hablar mi madre porque me había puesto un mote.

Su mayor interés era que pasáramos de curso sin darles mucha guerra y arañando a nuestras familias todas las pesetillas que pudieran, vía material escolar, uniformes… Incluso intentaron librarse de pagar la limpieza haciendo que nos quedásemos dos niñas después de clase cada día para limpiar el aula a partir de los diez años, menos mal que esa ocasión los padres se pusieron en pie de guerra y lo evitaron. Recuerdo que a las alumnas mayores, niñas de a partir de doce y trece años, nos mandaban al patio de las pequeñas a cuidarlas, a vigilar. Un despropósito.

Recuerdo también que expulsaron brevemente a una compañera por haberla visto enrollarse con un chaval del colegio de enfrente en una calle cercana. No solo la expulsaron, nos reunieron a todas para contárnoslo y hacer ejemplo (y escarnio) de ella. ¿Qué problema hay en que una adolescente esté besándose con un chico en la calle? ¿Qué potestad tiene el colegio para establecer un castigo por algo así? Ninguno, obviamente, pero ellas estaban indignadas porque llevaba el uniforme del colegio y estaba mancillando la reputación de toda la institución.

En aquel colegio, que sigue en activo pero por suerte ya es mixto, con otra dirección y apenas monjas dando clase, también había profesoras laicas, en bastantes casos antiguas alumnas y con frecuencia con relaciones familiares entre ellas. Solo hubo un hombre dándome clase en todos los años que estuve allí, y estuve desde los cinco hasta los dieciséis.

La gimnasia era sueca y nos limitábamos a mover los brazos como molinillos. El nivel de las asignaturas de ciencias daba risa. No importaba, total las ciencias no eran cosa de niñas y casi todas acabábamos en letras. Allí vi cómo ignoraban a las alumnas que requerían más apoyos, como invitaban a irse más pronto que tarde a aquellas que hoy calificarían como de necesidades especiales, su favoritismo si ibas al rosario del mes de mayo, participabas en sus convivencias cristianas extraescolares, tocabas la guitarra en el coro o tus padres iban a misa los domingos a la iglesia del colegio.

De aquella etapa sólo recuerdo con cariño a dos maestras. Una ya tenía edad de estar jubilada y solo impartía una asignatura. Logró ser universitaria a una edad en la que muy pocas mujeres lo conseguían, devoraba El País y tenía su casa llena de periódicos. Vivía por mi barrio, nos saludábamos con afecto siempre que nos encontrábamos y lamenté su reciente muerte. Era inteligente y era una buena persona.

Otra, la mejor, me duró muy poco, apenas un curso. La recuerdo joven y enseñaba literatura cuando teníamos catorce años, interpretábamos las obras de Casona y Lorca en clase, amaba los libros, se le notaba y hacía todo lo que podía por transmitírnoslo. Su forma de enseñar y su trato eran distintos a todo lo que había conocido y me enamoró, logró lo que ninguna otra profesora en ese centro, convertirse en alguien importante para mí, alguien que inspiraba y que me hacía querer saber más. Estaba deseando que llegase su hora de clase.

Apenas un curso. Cuando quedaba poco para el verano nos dijo que había aprobado la oposición y conseguido plaza para enseñar en un instituto. Se fue a la enseñanza pública, lloró, unas cuantas la lloramos, envidié a los chicos que iban a tenerla como maestra y le perdí la pista para siempre.

Ojalá pudiera encontrarla ahora para contarle lo importante que fue para mí. Ojalá me contestara que todo le ha ido bien.

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Y desembarqué en el instituto en COU y aquello era otro mundo. Un mundo en el que fui mucho más feliz. Estudie más que ningún otro año en toda mi vida, incluyendo los años de carrera, porque quería subir mi nota media y hacerlo bien en selectividad, pero aquella libertad de acción era lo que necesitaba. Allí encontré un profesor de filosofía deprimido que faltó muchísimo a clase y cuando iba era todo raro, raro, raro, con sustitutos que no llegaban, pero también a una profesora de latín que aprovechó que éramos cuatro gatos en clase para hacerme disfrutar como una enana traduciendo a Virgilio, otra de Historia del arte que era probablemente la profesional más competente que me he encontrado en la enseñanza y una de Historia Contemporánea que venía con fama de dura pero que sabía lo que se hacía y me hizo aprender muchísimo, en primero de carrera tenía la misma asignatura y la aprobé con sus apuntes. De hecho tenía un trato aséptico e impersonal muy semejante al que vería luego en la universidad.

Cuando uno se hace mayor ya no necesita que un maestro le conozca, le entienda, le integre, le asista emocionalmente. Que eso no sobra a ninguna edad, ojo, pero no es igual. A partir de cierta edad basta con tener delante un buen profesional capaz de transmitir sus conocimientos.

De esos tuve pocos en la universidad. Periodismo en la Complutense fue una tremenda decepción. Al profesor que mejor recuerdo fue a José Julio Perlado. Crucé muy pocas frases con él y dudo que pisara su clase más de media docena de veces, pero me gustó mucho lo que hizo, que no tenía nada que ver con todos los demás y que me parecía semejante a lo que sería trabajar en un periódico. Sé que compañeros míos no opinan lo mismo, pero fue la asignatura que yo más disfruté.

Al llegar el primer día a clase nos pidió que escribiéramos entrevistas y reportajes que nos gustaría hacer, recogió todas nuestras ideas locas y, en la siguiente clase, nos encargó a cada alumno una entrevista y dos reportajes, a ser posible de lo que habíamos propuesto. Nos marcaba la extensión, el formato y había que entregar fotos. Si no conseguíamos la entrevista no pasaba nada, presentábamos lo que habíamos preparado y las preguntas que le hubiéramos hecho. Ese fue mi caso, me tocó Paco Rabal y ya estaba muy mayor, lo más que logré fue hablar brevemente por teléfono con su mujer. Los reportajes fueron sobre los conciertos de música clásica en Madrid y sobre la Policía Nacional a caballo. El primero estuvo bien, acudí a varios conciertos, pude ver ensayos y entrevisté a varios músicos. El segundo fue aún mejor. Durante un mes entero salía de clase a las doce y me iba en transporte público a la Casa de Campo, caminaba hasta las instalaciones en las que trabajaban caballos y policías y me quedaba un rato por allí, charlando con ellos y echando un poquito una mano con los animales, con lo que procedía y me dejaban. Logré meter la cabeza tirando de un policía amigo de la familia, y durante este tiempo me fui ganando la confianza de los que allí estaban y convirtiendo un poco en una mascota, la inofensiva estudiante de periodismo de 19 años. Ojalá hubiera conservado una copia del reportaje que le entregué. Desde aquello aún hoy no puedo evitar sonreír ante los policías que veo a caballo.

Cuando comencé tercero de carrera comencé a trabajar a jornada completa y ya no pisé la facultad más que para recoger apuntes y hacer exámenes. Al menos no teníamos Bolonia y podía compatibilizar trabajo y estudios.

Veinte años estudiando y solo he podido destacar a seis docentes de entre todos los que tuve. No es mucho. O tal vez sí. La verdad es que no lo sé.

¿Veis? Al final va a ser verdad que no es fácil ser maestro.

* Fotos: GTRES

El día del maestro más verde de todos

Hoy es el día del maestro. Por algún motivo que desconozco, y no sé si seré la única, yo identifico con esa palabra a los profesionales que atienden y enseñan a los niños más pequeños. Cuando los niños crecen, mi cerebro invoca otra: profesor. Me resulta difícil utilizar con ellos de forma espontánea la palabra tutor, que es la que parece que ahora prefieren. En cualquier caso, denominaciones aparte, es un buen día para recordar a aquellos que acompañan a nuestros hijos en sus primeros pasos escolarizados.

Creo que tenemos mejores maestros que nunca. Sé que siempre los hubo buenos y que siempre los habrá malos, pero de verdad estoy convencida de que tenemos mucha suerte con los hombres y mujeres que atienden a nuestros pequeños, que la gran mayoría están mucho mejor preparados y tienen más vocación que los que nos atendieron a nosotros.

Que tengamos los mejores maestros que nunca ha habido en España no significa que no puedan, que no deban, mejorar. Pero para eso hace falta que estén motivados, que se les apoye. Pero eso no es lo que está pasando precisamente en esta España de recortes.

Mis hijos tienen suerte. Jaime ha tenido distintos maestros, que en su caso son también estimuladores. Este curso, en su nuevo colegio, tiene a Fran, un chico joven, preparado, entusiasta y cariñoso. Entra feliz en el colegio todos los días. Julia está descubriendo en su primer año de cole a su primer adulto de referencia ajeno a la familia. Su profesora se llama Ana, también es muy joven, y ese nombre suena muchas veces en mi casa a diario. “Ana nos cuida mucho” “¿Jugamos al colegio y a que tú eres Ana?” “Ana es rubia” “Ana nos está enseñando la canción de una castañera”, “Ana se llama Ana, como la tía Ana”. Se nota que la adora y eso es muy buena señal.

Esos maestros, o tutores, o profesores, o como queráis llamarlos, se están enfrentando ahora a recortes sin precedentes. Los centros públicos tienen el presupuesto menguado, el ratio de alumnos (con necesidades especiales y sin ellas) aumentado, menos apoyos, menos manos y cada vez más padres que no pueden pagar mensualidades, extraescolares, libros de texto, cooperativas.

¿Cómo no dejarme llevar por la ‘marea verde’ en un día como hoy, en un post como el de hoy?

Además, como bien sabe Julia, que a todo el que se descuida le pregunta por sus colores favoritos, el verde es el color que más me gusta.

Último día de cole: la fiesta del agua

Hoy es el último día de cole de mi hijo. Hoy se despide de sus compañeros y de sus maestros. ¡Qué bonita palabra! Mucho más que la que ahora usan: tutores.

Por supuesto hay festejos. En el caso del centro al que va Jaime no hay funciones escolares, bailes o competiciones deportivas, como en otros colegios.

No sé qué harán en los colegios a los que van vuestros hijos, pero en el nuestro hacen por un lado una acampada para niños, padres y personal del centro en el patio del colegio la noche anterior, que este año ha coincidido con San Juan. Es voluntaria y van la mayoría de los niños más mayores y muy pocos de los pequeños. Y la mañana siguiente es la fiesta del agua: van rebozados con crema solar, chanclas, bañador y toalla y llenan el patio de aspersores, mangueras, cubos, pistolas de agua… Acaban felices como auténticas sopas. Padres y hermanos también están invitados.

Y a partir del lunes en las familias en las que tanto padre como madre trabajan llega el momento de organizarse: campamentos de verano, abuelos, tíos, cuidadores… Hay que buscarse las vueltas hasta ya entrado septiembre.

Algunas veces he leído en los comentarios que los colegios son aparcaniños. No estoy de acuerdo. Pero es cierto que coordinar los horarios y vacaciones escolares con las jornadas laborales de padres trabajadores es algo muy complicado.

También creo que los mandamos muchas horas y muy pronto al colegio. Algunos niños muy pequeños tienen jornadas fuera de casa demasiado extendidas en el tiempo. Pero a veces no queda más remedio.

¿Me contáis cómo os organizáis vosotros?