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La importancia de transmitir tolerancia a nuestros hijos

Un comentario a una vieja noticia de Público decía:

Hay que enseñar TOLERANCIA a los niños desde que tienen uso de razón, y que sepan que a lo distinto no tiene por que ser mejor que lo que ellos creen habitual o normal.

Y no puedo estar más de acuerdo. Los padres recientes tenemos una responsabilidad tremenda en ese sentido.

Yo intento transmitir tolerancia. Por eso entre otras cosas no consiento en nuestro entorno insultos como «maricón» bajo ningún concepto.

Para entender de lo que estoy hablando hay que saber a qué noticia me refiero, en la que un activista homosexual rememora lo dura que fue su infancia por culpa de otros niños.

Os dejo aquí un fragmento.

«Aún hoy cuando me encuentro por Talavera con determinadas caras se me hiela la sangre. Ellos ni se acordarán de cómo le hicieron pasar su niñez a un chaval cuyo único delito era ser demasiado femenino a mediados de los ochenta. Arcadio, Paquito, Serafín, Santi… Ellos, sin ser conscientes, intentaron que ese niño inocente fuera gregario, como los demás, y no se saliese de esa sociedad uniforme.

Ese Rubencín que no entendía nada, sólo que no era igual que los niños de su clase, se iba aterrado a la salida del colegio. Los golpes, las patadas y las burlas en grupo eran una pesadilla. Maricones no, yo no comparto pupitre con seres como tú’, eres una niña’. Una pesadilla que era una vergüenza contar en casa, que mis padres supieran que su hijo era el maricón del colegio.

Un día Serafín cogió un cigarro y mientras me lo apagaba en la mejilla me mandó que no fuera tan maricón’. Y recuerdo mi ignorancia el día que murió Rock Hudson (1985, yo tenía 6 años) y se habló de que era gay y yo pregunté que qué era eso. Mi madre me respondió que era un hombre que se iba con hombres. ¡Qué equivocados están los niños de mi colegio!’, le contesté a mi madre, porque yo siempre estaba con chicas y me llamaban maricón.

No ya por que nuestro precioso niño de dos, tres o cuatro años pudiera ser el acosador de un niño. Es que hay que pensar que nuestro precioso niño también podría ser el diferente (gafotas, bajito, malo en deportes, con granos, simplemente demasiado listo…) y por tanto acosado.

Y esto ya es muy mío, pero de verdad os digo que creo que me sentiría peor si mi hijo resultara ser un acosador que un acosado.

Para acabar os dejo con un vídeo espléndido que ya había sacado hace bastante en el blog.

¡Oño!

Imagino que no hay padre reciente que no se haya encontrado en una situación semejante en algún momento.

A nosotros nos pasó hace un par de días. Estábamos sentados los cuatro a la mesa cenando cuando mi santo se quemó y se le escapó un «¡coño!».

Inmediatamente Julia, que está en plena fase de lorito de repetición, le hizo el eco: «¡oño!».

Y nos sonrió toda contenta.

Automáticamente ambos nos miramos y no hizo falta decir nada. Nos trasmitimos telepáticamente que había que ser extremadamente cuidadosos con los tacos.

No solemos decirlos. Pero habrá que ser aún más precavidos. Estamos muy mal acostumbrados por su hermano mayor a no tener cuidado con ciertas cosas.

Ya hace unos meses las terapeutas de Jaime nos avanzaron que también él, antes o después, soltaría su primer taco. Y nos dijero que fuéramos mentalizándonos para contar hasta diez antes de reaccionar de ninguna manera.

Por que precisamente la estrategia para que los peques de la casa, neurotípicos o no, no se queden adheridos a una o varias palabrotas es no obtener ningún tipo de reacción por parte de los adultos.

Aunque aquí os digo, que con lo que le está costando empezar a hablar, el día que él diga «¡oño!» mi instinto sería montarle una fiesta.

Os dejo con las recomendaciones de Rosa Jové en La crianza feliz, que son puro sentido común, para evitar las palabrotas.

1- Dar ejemplo. Si no quieres que tu hijo diga palabrotas, no las digas tú. Además, lo que se ha oído no puede reproducirse ni imitarse.

2- Evitar reír o sonreír ante cualquier palabrota. Por más graciosa que pueda resultar una expresión o alguna palabrota, reírse de ella es un error porque incita al niño a repetirla.

3- Explicar de forma sencilla y clara que estas palabras ofenden, molestan, que no son respetuosas y que sí se las dijeran a él, tampoco le gustaría que le trataran así.

4- Mantener la calma y no darle demasiada importancia ya que una actitud en exceso afectada por parte del adulto puede producir el efecto contrario. Que el niño sienta que los tacos no son la mejor forma de llamar la atención de sus padres. Lo mejor es reconducir esta etapa con naturalidad para que las palabrotas «pierdan su poder» y su efecto para el niño.

5- Ofrecer alternativas. Aportar otras palabras a un sentimiento o situación en la que se encuentra el niño. Cada familia puede adoptar las palabras de su entorno cultural y social que sean más oportunas. Enseñar a los niños, por ejemplo, que es mejor decir a su hermano que está disgustado porque le has roto el cochecito, que llamarle de «imbécil» o de «burro». Los padres pueden inventar alguna palabra nueva y divertida para sustituir a una de las ofensivas.

6- Ofrecer lecturas para incrementar el vocabulario del niño y hacerle descubrir nuevas palabras, expresiones, exclamaciones,…más divertidas.

Cuando empieza la época de las monerías

Julia tiene ya nueve meses y está para comérsela. Siempre ha estado de lo más apetecible la verdad, aunque lo diga yo que soy su madre, pero es que ha empezado hace cosa de un mes y medio con las monerías.

Ya empieza a imitar y a buscar nuestra atención. No para de dar palmitas, decir adiós y hola con la mano, llanzarte los brazos, imitar sonidos «mamama, papapa, tatata…»

Ayer aprendió un truco nuevo: darse golpes en la frente cuando le decimos «¿hasta dónde está la nena? Hasta aquí, hasta aquí» (se lo ha enseñado mi suegra).

Para mucha gente ahora cobra aliciente dedicarle su atención. Ya descubrí con su hermano que hay muchas personas a las que los bebés recién nacidos y de pocos meses no les llaman apenas la atención, sólo les gusta pasar tiempo con ellos cuando son bebés grandes que interactúan más.

Mi suegra es así. Según ella lo era incluso con sus propios hijos.

Luego hay casos raros como mi madre que prefiere los recién nacidos, por tiernos y achuchables.

Creo que yo estoy a medio camino: mis hijos me han fascinado en cualquiera de sus etapas y he querido sacarles el jugo a todas.

Pero es cierto que con los bebés ajenos, pese a lo mucho que me enternece ver y sostenerlos de recién nacidos, me tiran más cuando pasan de los cinco o seis meses.

No sé cuál será vuestro caso…

Monos de imitación

En muchas ocasiones he oído como se llamaba así a los niños pequeños. Y es que es verdad que son unos monitos de imitación. Afortunadamente. Por que la imitación es uno de los instrumentos más importantes que tienen para aprender.

Por lo que he leído la imitación comienza a manifestarse activamente entre los nueve meses y el año. Aunque ya antes han estado fijándose y procesando todo lo que hacemos.

Imitan lo que queremos y lo que no. Imitan incluso lo que no imaginamos que sea imitable.

E imitando aprenden a hablar, a gesticular, a socializar, a lograr una mayor autonomía, a ampliar los límites de su mundo…

Pobre del niño que no sea un mono de imitación.

Los padres podemos reforzar la imitación practicando la contraimitación: es decir, imitando sus movimientos y vocalizaciones cuando aún son muy pequeños.

La imitación es una habilidad con tanta carga de profundidad que explica cómo niños adoptados se parecen fisicamente a sus padres adoptivos al haber asimilado sus expresiones y gestos. Es un fenómeno que yo he visto de primera mano.

Otra muestra más de la responsabilidad que tenemos como padres.