Mi madre no usa el término ginecólogo, o al menos no tanto como tocólogo. Es algo que siempre me llamó la atención. Cuándo volvía, embarazada de Jaime, de las revisiones me solía preguntar: «¿Qué tal en el tocólogo?».
Tocología, sinónimo de obstetricia, viene del griego τόκος (parto) y logía. Y su significado según la RAE es: «Parte de la medicina que trata de la gestación, el parto y el puerperio».
Siempre he imaginado, aunque no lo he comprobado, que debía venir del verbo tocar, porque durante mucho tiempo palpar con unas manos expertas era casi lo único que podían hacer para rastrear el estado del feto y el proceso del embarazo o del parto.
Pero yo no conozco a ninguna madre reciente que emplee ese término, aunque estoy covencida de que alguna quedará por ahí. Tampoco ninguno de los pocos ginecólogos que he conocido la utiliza.
Y eso me hace pensar en si será un término en desuso destinado a morir, a quedar en ese limbo de palabras aceptadas y desempleadas. Palabras en paro, vamos.
Es curioso pensar que, hasta hace muy pocos años, lo que sucedía en el interior del vientre de una mujer embarazada era un gran misterio. Ahora con ecógrafos en dos, tres y cuatro dimensiones, dopplers, amniocentésis, incluso radiografías y cirugía intrauterina si es preciso… se ha decorrido el telón de esa maravilla que es la gestación para que sea más segura y para que podamos disfrutarla.
Veo esta foto de la modelo brasileña Alessandra Ambrosio posando embarazada. No digo que no esté sana y estupenda, pero la veo flaquísima, parece la serpiente que se tragó el elefante de El Principio, y eso me recuerda la guerra que muchas embarazadas viven contra la báscula.
Yo engordé lo que se viene a considerar normal en un embarazo (entre 8 y 12 kilos), más cerca de los 12 la verdad, y sobre todo al final. Así que no me llevé ningún rapapolvo de mis matronas o de mi ginecóloga, aunque algún consejo fuera de lugar de ésta última sí me tocó oir como que las legumbres no eran nada recomendables en el embarazo (me gustaría saber que piensa de ese consejo nuestro nutricionista).
Pero he visto ya varios casos de futuras madres recientes que se han llevado auténticas broncas de sus ginecólogos por estar engordando más de lo que dictan los manuales. Esas charlas dejaron a las que las recibieron con una relación de amor odio con la comida durante todo el embarazo que no me parece nada aconsejable durante esos meses vitales. Y hacían que afrontaran las visitas del ginecólogo como si fueran doceañeras camino del despacho del director, en lugar de mujeres hechas y derechas en una visita médica. Los ginecólogos ‘talibanes’ del peso, los bautizó una vez mi santo.
Además, entiendo la importancia de no engordar demasiado para evitar diabetes gestacional, problemas de tensión o partos más difíciles, pero en tres de esos casos que conozco estaba claramente fuera de lugar, lo que me da que pensar que hay muchos más.
En uno se trató de una mujer que ganó peso rápidamente al principio, pero cuando llegó al final del embarazo estaba dentro de la norma. Imagino que no todo el mundo engorda durante el embarazo al mismo ritmo.
En el segundo se trataba de una mujer que estaba constantemente a dieta para estar delgadísima. Cuando se quedó embarazada dejó de saltarse comidas y hacer días de solo frutas o verduras para comer sano y, claro, engordó la parte del niño y la que le tocaba a ella para tener un peso normal.
En el tercero, que conozco de oídas solo, se trataba de una chica que había tenido unos años antes serios problemas de anorexia y bulimia.
Sinceramente creo que deberían conocer bien cada caso antes de amargar a las futuras madres el embarazo con regañinas alimenticias basadas simplemente en el peso de origen de la mujer.
A veces me han hablado de profesionales sanitarios cuyo comportamiento o comentarios en una revisión o incluso en pleno parto han sido reprobables.
Me han contado que algunos contaban chistes de mal gusto (a cuenta del sexo del feto o del tamaño de la cabeza), de otros que cotilleaban o discutían sin reparo ni prudencia en pleno trabajo de parto, de alguno que otro más bien brusco y de alguna matrona que por sus gritos pelados podría haber sustituído al sargento de La Chaqueta Metálica («¡No tienes ni idea de empujar! ¡No te esfuerzas! ¿Así vas a hacer que nazca tu hijo? ¡JA! Te veo con cesarea guapita..»).
Y lo peor es que, por mucho que el hospital diga que no guarda relación con la pelea, el niño tuvo falta de riego al nacer y secuelas permanentes y a ella le tuvieron que extirpar el útero tras la cesárea de urgencia.
El esposo de la paciente presentó hoy una denuncia ante los carabineros de la ciudad del sur de Italia, sosteniendo que el jueves pasado su esposa entró en sala de parto para dar a luz naturalmente, cuando se encontró con los dos médicos.
Fuentes cercanas a la investigación dijeron que ambos estaban discutiendo por problemas profesionales mientras la mujer embarazada ingresaba en una camilla, y luego de algunas frases injuriosas llegaron a la pelea física.
Uno de los médicos habría tomado al otro por el cuello, arrojándolo contra la pared, y éste habría reaccionado dando un fuerte puñetazo contra un vidrio, que se hizo añicos y le cortó la mano, agregaron las fuentes.
Mientras los dos médicos se peleaban, la mujer empezó a sufrir complicaciones, y se optó por practicarle un parto por cesárea. Durante el procedimiento, sin embargo, el bebé sufrió problemas cardíacos, lo que dificultó la irrigación del cerebro, causando daños neurológicos importantes.
Luego de la cesárea, la mujer sufrió una hemorragia interna, por lo que tuvo que ser operada, y se le practicó una ablación del útero.
La fiscal substituta de Messina, Francesca Rende, abrió una investigación judicial sobre lo acontecido, pero el profesor Domencio Granese, director de la unidad de obstetricia del Policlínico, dijo que: «Estamos consternados por lo ocurrido, y por supuesto he suspendido a los dos médicos«, dijo Granese, y subrayó que «lo que han hecho es grave. Pero quiero precisar -acotó- que la mujer no se encontró mal a causa de la pelea o de un atraso eventual en la intervención de los médicos».
El resto son ecografías de control rutinarias en el ambulatorio
Es una ecografía muy importante para comprobar que todo va bien. Pero coincide que también es la ecografía en la que suele saberse el sexo del feto.
Recuerdo perfectamente las recomendaciones de la matrona:
En la ecografía de las 20 semanas el ginecólogo está concentrado comprobando que no haya ninguna anomalía, que el feto se está desarrollando correctamente, así que dejadle trabajar y no le empezéis a machacar preguntándole el sexo del bebé. Para él es lo menos importante. No os preocupéis que os preguntará si queréis saberlo.
Yo he tenido esta mañana la ecografía de las 20 semanas. Hemos estado obedientes, calladitos y emocionados viendo moverse al niño que crece en mi útero. Al igual que en mi anterior embarazo, el ginecólogo ha preguntado en determinado momento si queríamos saber el sexo.
Cuando hemos salido de la ecografía la primera que hacía toda la familia y amigos no era si todo iba bien, algo que se da por supuesto, sino si es niño o niña.
Pues ha costado un poco verlo (he tenido que repetir la ecografía tras salir a pasear y tomar azúcar), pero al final nos han dicho que es niña. Tendremos la famosa parejita.
Y todo va estupendamente.
Os dejo dos vídeos de youtube con dos ecografías, una convencional y otra 4D, de un feto de 20 semanas como el mío.
Ignaz Phillipp Semmelweis, llamado «el salvador de las madres», apenas es recordado por alguien que no sea profesional de la medicina. Y es una pena.
Yo lo descubrí algo antes de plantearme ser madre reciente en un documental sobre historia de la medicina que emitían en uno de los canales de la tele por cable.
He estado leyendo sobre él. Y su historia es terrible y fascinante. Si supiera hacer guiones de cine me pondría a ello. Aunque algo ya se ha hecho.
Nació en Hungría en en 1818 y mediado el siglo comenzó sus prácticas como obstetra en el hospital general de Viena, Austria.
Os pego algunos fragmentos del resumen muy simplificado que hace la Wikipedia de su vida:
Consiguió disminuir drásticamente la tasa de mortalidad por sepsis puerperal (o fiebre puerperal) entre las mujeres que daban a luz en su hospital mediante la recomendación a los obstetras de que se lavaran las manos antes de atender los partos. La comunidad científica de su época lo denostó y acabó falleciendo a los 47 años en un asilo, a causa de la infección que el mismo se provocó cortándose con un escalpelo contaminado, para demostrar su teoría. Algunos años después Luis Pasteur publicaría la hipótesis microbiana y Joseph Lister extendería la práctica quirúrgica higiénica al resto de especialidades médicas. Actualmente es considerado una de las figuras médicas pioneras en antisepsia y prevención de la infección nosocomial.
Un buen número de expertos sostienen que padeció un alzheimer prematuro.
Parece ser que Semmelweis se percató de la necesidad de higiene al observar que las madres atendidas por los médicos tenían una tasa de mortalidad diez veces mayor que las asistidas por comadronas.
De esta manera concluyó que la diferencia radicaba en que las comadronas y parteras tomaban la precaución de lavarse cuidadosamente las manos.
Cuando Semmelweis insistió al resto de médicos en la necesidad de lavarse las manos con agua clorada antes de entrar en la sala de partos fue atacado y marginado por casi todos sus colegas, empezando por el doctor Klein, su superior en el hospital vienés.
Muchos consideraban una afrenta tener que reconocer que podían aprender de simples parteras, otros no quería asumir que efectivamente era culpa suya la muerte de tantas mujeres…
El doctor Klein no está de acuerdo con las conclusiones de Semmelweis: sus propias teorías acerca del problema van desde la brusquedad de los estudiantes a la hora de realizar los exámenes vaginales hasta el hecho de que la mayor parte de ellos sean extranjeros (procedentes de Hungría, sobre todo).
De hecho Klein llega a expulsar a 22 de sus estudiantes, quedándose tan sólo con 20, pero esto no mejora la situación entre las mujeres que acuden a la clínica para dar a luz. Se conservan algunas cartas de esta época de Semmelweis a su amigo Markusovsky: «No puedo dormir ya. El desesperante sonido de la campanilla que precede al sacerdote portador del viático, ha penetrado para siempre en la paz de mi alma. Todos los horrores, de los que diariamente soy impotente testigo, me hacen la vida imposible. No puedo permanecer en la situación actual, donde todo es oscuro, donde lo único categórico es el número de muertos».
En octubre de 1846 decide instalar un lavabo (el de la foto) a la entrada de la sala de partos y obliga a los estudiantes a lavarse las manos antes de examinar a las embarazadas. El doctor Klein se niega a aceptar esta medida y el día 20 de ese mes despide intempestivamente a su ayudante.
Pero al final la teoría de Semmelweis se impuso, aunque él no pudiera disfrutar de ese éxito, de saber que se le conoce como «el salvador de las madres», ni de las muchas calles, sellos, estatuas e incluso centros médicos que hoy llevan su nombre.
Creo que también se merece que las madres sepamos quién fue.
O matrones (comadronas se decía antes) y ginecólogas, que últimamente anda la sociedad muy susceptible con esas cosas.
El lunes tuve revisión con mi matrona, el miércoles con la ginecóloga. Tanto la matrona como el/los ginecólogos llevan mi segundo embarazo igual que lo hicieron con el primero.
Y tanto en uno como en otro he oído a ambas partes comentarios más o menos directos criticando la labor de la otra.
Cosas desde «lo único importante que dan las matronas es la clase de preparación al parto» a «es una pena que a las matronas no nos dejen asistiros en el parto a gusto, está demasiado controlado por los médicos».
El miércoles mi ginecóloga se quejó abiertamente de que la matrona tuviera que estar controlando el embarazo.
Pero ya en el primer embarazo la matrona me advirtió de que si daba con una ginecóloga que se oponía a que acudiera a la matrona no le hiciera caso y siguiera yendo.
Me consta que este blog lo leen algunos matrones y matronas y en ocasiones algún ginecólogo ha comentado algún post.
Si me estáis leyendo podréis confirmar si esta guerra más o menos soterrada es cierta o son imaginaciones mías.
No soy la única madre reciente y futura a la que le ha pasado algo así y que tiene esa impresión.
Obviamente son dos oficios distintos con diferente formación y capacidades. Ambos son necesarios.
Mi experiencia es que la matrona me dedica mucho más tiempo en cada consulta, preocupándose de darme un mayor asesoramiento sobre los cambios y riesgos físicos y psíquicos del embarazo y del parto.
Puedo preguntarle con más confianza cualquier duda que tenga. Ya sea sobre el uso del cinturón de seguridad estando embarazada o sobre cómo limitar la retención de líquidos. De hecho me suele despedir de su consulta diciendo «vuelve cuando quieras a preguntarme lo que sea».
La atención del ginecólogo es completamente distinta. En el primer embarazo me atendieron tres diferentes. En el segundo siempre está siendo la misma. Puede que sean igual de amables pero siempre van al grano.
Cuando toca ecografía es emocionante y sabes que ve cosas que la matrona no y su labor es importante, pero me da la sensación de recibir más atención médica que humana.
Me da la impresión de que hasta los logotipos de las dos asociaciones muestran esta diferencia.
Creo que en la sanidad privada es otro mundo en el que apenas existen las matronas durante el control del embarazo.
¿Cómo os fue a vosotros con unos y con otras? ¿Notastéis esa competencia?
He visto en un documental un oficio de lo más peculiar: el de voluntaria para enseñar a los ginecólogos y obstetras a examinar y tratar a una mujer.
Se trataba de una mujer de mediana edad cuyo trabajo era precisamente ese, someterse a las exploraciones de unos médicos más verdes que la primavera.
Me imaginaba contestando a «¿En qué trabaja tu madre?» con un «subiéndose al potro para que la exploren ginecólogos en prácticas»
Era un documental guiri, no tengo ni idea de si en España se hace de forma semejante.
Pero me ha recordado a una noticia que dimos no hace mucho tiempo:
Un equipo de médicos ha presentado hoy el primer simulador neonatal del mundo diseñado para que los alumnos de medicina puedan practicar y resolver de la forma «más real posible» los problemas críticos de los recién nacidos en sus primeros minutos de vida.
Se trata de Simnewb, un bebé que mide 51 centímetros, pesa 3,5 kilogramos y que integra una compleja tecnología que reproduce las características de un neonato: respiración y movilidad espontánea (espasmos, temblores…), emisión de sonidos vocales (llantos, quejidos…), alteración de las pupilas e incluso cianosis -color azulado de la piel-, entre otras.
«Su alto grado de realismo hará que los universitarios se involucren más y facilitará la práctica en los programas de reanimación neonatal, así como en los procedimientos y cuidados intensivos de recién nacidos», ha afirmado el farmacéutico y director de la empresa creadora del simulador, Jorge Vilaplana
Me dispuse a verla tranquilamente en casa sabiendo que no me iba a encontrar precisamente con una maravilla del séptimo arte, pero sí tal vez con algo de inspiración para el blog.
Y no me defraudó en ninguna de las dos expectativas.
La película resultó horrorosa, pero me llamó la atención como la protagonista se tira media película a la caza del ginecólogo ideal. Ya muy avanzado el embarazo consigue dar con él y resulta que el día del parto está de vacaciones en las chimbambas y le atiende uno de los que menos le complació.
Yo he visto a mi alrededor en algunas madres futuras esa persecución del ginecólogo perfecto.
¿Pero qué buscar? ¿Un profesional dispuesto a enseñarte sus estadísticas de éxito? ¿Una persona afable? ¿Alguien de quien tengas buenas referencias?
Una llegó a cambiarse de sociedad médica, y luego dicha ginecóloga resultó un fiasco cuando llegó el parto. No se ganó una demanda de milagro.
Otra estaba tan contenta por tener el mismo ginecólogo que la atendió a ella cuando nació. Y le pasó como en la película, se puso a parir en Semana Santa, el ginecólogo no estaba y le tocó un desconocido.
Yo, que acudí a la seguridad social, no he tenido en mi embarazo un ginecólogo de cabecera. La conductora de mi embarazo y postparto fue la matrona.
Gemmaa, que también comenta en este blog y también tuvo a esa matrona puede dar constancia de la suerte que tuvimos. Una pena que no pudiera estar en el parto.
¿Los ginecólogos? Pues los que tocasen: a lo largo del embarazo tres distintos, y en el hospital el equipo que estaba de guardia.
Yo estaba animada a un parto sin epidural y a intentar disfrutar dentro de lo posible de la experiencia. Pero mi peque decidió presentarse de nalgas y los ginécologos programaron una cesárea antes de afrontar un peligroso parto natural.
Hubo quien me propuso que me negara y, aún así, intentara el parto. Pero me informé de los riesgos y me dejé guiar por los que han estudiado bastantes años de medicina.
Por lo que leí, un escenario relativamente probable en una primeriza que intenta un parto de nalgas es que dilate lo suficiente para que salga el cuerpo pero no la cabeza, provocando la asfixia o un uso exagerado del forceps.
Mirando a mi alrededor, me encuentro con que la naturaleza y los médicos están empatados.
Los bebés decidieron el momento de asomar al mundo en algo menos de la mitad de los casos.
El resto fueron cesáreas programadas o partos inducidos.
Y de esos partos inducidos, la mayoría tuvieron lugar en clínicas privadas.
Ayer tarde coindimos dos madres recientes y una futura mamá.
La futura mamá, que está de 12 semanas, ya ha engordado 6 kilos.
Pero es que con el embarazo le ha crecido un hambre feroz. Sobre todo durante la primera mitad del día.
Algo que yo también sufrí. De hecho fue prácticamente el único síntoma de preñez que tuve durante los primeros meses. Y me consta que no somos las únicas.
Y en esa situación tienes que comer, no es cuestión de hacer tonterías cuando estás gestando un bebé.
La futura mamá de la que os hablo se atiborra de las cosas que cree más sanas, pero está preocupada por estar engordando demasiado.
Y su ginecólogo ha comenzado a usar la báscula como arma arrojadiza en sus visitas.
Es normal que los ginécologos pretendan que una embarazada no engorde demasiado.
Cuanto menos peso extra y más en forma se esté, mejor será el final del embarazo y el parto. Eso sin contar que así reduces el riesgo de padecer complicaciones, como la diabetes gestacional.
Pero esos ginécologos tan preocupados por el peso de sus pacientes deberían tener en cuenta si esas mujeres eran de las que estaban permanentemente a dieta antes de preñarse.
No es una cuestión baladí.
Yo sumé unos 12 kilos (en la foto estoy de 36 semanas). Pero he oído y visto de todo, desde las que engordaron 7 hasta las que se vieron con 30 kilos más.
Normalmente, todas las que engordaron en exceso eran de las que controlaban cuidadosamente su línea para estar tan delgadas como fuera posible.
Simplemente engordaron lo que debían para recuperar un peso saludable, además de lo propio del embarazo.