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¿Criar a tus hijos en el vegetarianismo o dejar que ellos decidan más adelante?

a00767482 097He descubierto hace poco a Dr.Papá, que se describe como «padre de una hermosa princesa. Científico, geek, animalista y flexitariano». Lo he descubierto hace poco porque no lleva mucho tiempo en la blogosfera maternal, que cada vez es más paternal. Es una gozada ver el auge de padres blogueros, comprometidos en la crianza de sus hijos y rompiendo tópicos y prejuicios. Pero ese es otro tema.

Volviendo a lo que iba, os contaba que he descubierto hace poco Dr.Papá y me ha conquistado. Más allá de las afinidades que tengamos (amor por los animales y la ciencia y una visión respetuosa de la crianza), su blog es divulgativo, bien escrito y ameno. Os lo recomiendo de corazón. las entradas con pata científica, como en las que explica la sonrisa o la base necrológica de las rabietas son especialmente interesantes. Ojalá publicara con mayor frecuencia.

Acompañando a esa recomendación, os traigo hoy parte de uno de sus posts más recientes. Se llama Veggie Baby, sí se puede, en el que explica su decisión de que su hija crezca en el vegetarianismo y cómo la están llevando a cabo con toda seguridad. Os dejo solo parte, pero os animo a leerlo entero.

Cuando nos quedamos embarazados lo tuvimos claro. Nos informaríamos sobre la posibilidad de criar a la peque en el vegetarianismo. Así que una vez nacida, al tiempo de empezar con la alimentación complementaria, hablamos con nuestra pediatra y con una nutricionista infantil (no sectaria).

Empiezo por el final, mi hija no ha probado carne o pescado aún, con dos años de edad, y está perfecta. Siempre en el 1er percentil de crecimiento, etc. Su actitud y actividad es normal, está sana como un roble y le hacemos analíticas regularmente para saber que nada se desequilibra. Así que #síesposible criar a un niño en esta filosofía.

En definitiva, se puede hacer una dieta vegetariana en los niños siempre y cuando sea estudiada, meditada y se lleven a cabo controles regulares para asegurarnos de que no exista ninguna deficiencia. Evidentemente no somos talibanes de la alimentación y cuando mi hija pida carne o pescado, se lo daremos encantados. Una vez le intentamos dar por ver su reacción y no lo quiso ni en pintura. Así que mientras esté sana, sus análisis de sangre y su crecimiento y capacidad intelectual estén intactas, y dependa más de nosotros que de su propia decisión, seguirá con esta alimentación que tan buenos resultados nos ha dado con ella, seguiremos manteniendo dicha alimentación (está sana como un roble, hasta que no empezó en la guarde con año y medio no estuvo enferma ni una sola vez, y ahora ya en la guardería se pone malita de vez en cuando pero todo muy leve. No digo que sea por la alimentación, pero nos ayuda a estar tranquilos de que está fuerte y su sistema inmune bien potente).

Que conste que con esta entrada no pretendo dar lecciones a nadie, ni insinuar que nuestra forma de alimentar a la peque es mejor que la de nadie. Sólo comparto con vosotros/as una experiencia más de mi paternidad, y de mi visión de ella a través de éste humilde blog personal.

Concluye el post recomendando «un libro que nos ayudó mucho y que le encantó a mi santa»: “Niños veganos, felices y sanos: una guía para madres y padres” de David Román.

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Los niños son pequeños, pero no son tontos (tampoco a la hora de comer)

El título del post es aplicable en numerosas circunstancias, pero a la que me quiero referir hoy es a la culinaria. Estas pasadas fiestas, con sus reuniones interminables ante mesas propias y ajenas viendo una procesión de alimentos con frecuencia nuevos o que no se comen precisamente a diario, son una buena manera de comprobar que los niños serán pequeños, pero no son tontos.

«Los niños comen antes. Somos tantos que no cabemos. Y ellos están acostumbrados a hacerlo más temprano. Les preparamos cosas que les gustan, pollito empanado, patatas fritas, macarrones, croquetas… ya sabes Y luego ya comemos nosotros», me contaban hace un mes.

Pues en mi familia nuestros niños comen a la mesa con nosotros, al mismo tiempo. Eso de la mesa de los niños (alguna me tocó cuando era yo pequeña) no me cuadra demasiado. Y no veáis cómo se lanzan al salmón ahumado, las gulas (para angulas no llegamos), las gambitas de Huelva o el jamón del bueno. Estas fiestas hemos descubierto que Julia se pirra por el rape y Jaime por el cordero.

la foto-7 Y podríamos ampliar el refrán: puede que algunos niños tengan discapacidad, pero tampoco son tontos. Jaime, que ya sabéis que tiene autismo, es un amante del jamón. Pero ojo, no de cualquier jamón. Cuando ve un plato con jamón cortado se lanza a devorarlo encantado. Pero si al metérselo en la boca resulta que es de ese jamón carnoso cortado gordo tirando a malo o está salado o duro, no dudará en escupirlo al suelo (por suerte para nuestra perra, que siempre está al quite).

El jamón de la imagen que nos ha mandado Navidul, que probablemente ya sabéis que tiene una campaña de bienvenida al mundo con jamón bajo el brazo en lugar de pan, nos va a durar bien poco. Y yo no voy a comer nada y mi santo muy poco.

Aprovecho la tesitura para reivindicar calidad y variedad en los menús infantiles de los restaurantes.
Los niños, por ser niños, comen menos cantidad, pero limitarles a fritos, embutidos regulares y pasta es sangrante. Sobre todo llama la atención en las bodas, con los adultos entregados al tripeo de calidad (se supone) y los niños con el típico plato de lomo, calamares y croquetas. He visto abundancia de pequeñas y deliciosas croquetas de boletus ofrecidas a los adultos de entrante y luego las típicas croquetas de jamón congeladas en los platos infantiles. Clama al cielo.

Si habéis visto MasterChef Junior… ¿imagináis a uno de esos niños en esta tesitura croquetil?.

Me diréis que muchos niños no quieren probar cosas nuevas, que por eso con ellos es siempre sota, caballo y rey. Pero yo me pregunto si sería antes el huevo o la gallina. Tal vez seamos nosotros los que les hemos hecho de gustos tan restringidos ofreciéndoles siempre lo mismo.

Insisto, serán pequeños, pero no son tontos. Al que no le gusten los carabineros tal vez le chiflen los percebes, seguro.

Los niños y las legumbres

litoralProductosEn casa somos unos enamorados de las legumbres. Mi santo menos, qué se le va a hacer. Pero a mis padres, mis abuelos, mis hijos y a mí nos encantan. Cocido, garbanzos con bacalao, lentejas con o sin arroz, ensaladas con legumbres y fabada, claro. Con raíces asturianas, fabes no pueden faltar.

Me encanta que Julia y Jaime hayan heredado esta inclinación que es tan saludable. Da mucha tranquilidad que sean «niños de cuchara» (también les gustan los guisos, menestras y «patatas con»). Y aún me recuerdo a mí misma salir embarazada de Julia y echando chispas de la consulta de la ginecóloga que me dijo que «las legumbres eran malísimas en el embarazo, que engordaban muchísimo y que no servían para nada».  Menudo consejo para dar a mujeres embarazadas. Me gustaría soltarla con Juan Revenga en un ring lleno de barro. Y  sé por quién apostaría. Ese mal consejo es un ejemplo de porqué los nutricionistas deberían estar mucho más presentes en el sistema sanitario español, aunque esa ya es otra historia.

Precisamente Juan, en un post reciente, se dedicaba a loar (merecidamente) a las legumbres y comentaba que, por lo visto, aumenta el consumo de latas de legumbres preparadas en verano (lentejas, fabada, cocido..). La empresa que vive en parte de ese fenómeno lo achaca al fenómeno de los Rodríguez: los hombres que se quedan solos en casa sin conocimientos culinarios y ganas de comer medianamente bien.

Obviamente ellos, con sus estudios de mercado, sabrán más que yo. Pero yo tengo la impresión de que las madres y los padres que estamos en pisos de playa con horarios alterados y enseres limitados, somos en parte responsables de ese fenómeno. Yo es la única época del año en la que compro esas latas, no sé vosotros.

Mejor en lata que ausentes de la dieta.

Además, tengo la impresión de que a la mayoría de los niños pequeños les encantan las legumbres. Recuerdo un día en matronatación, con niños de dos años, en el que el profe les preguntó uno a uno por su plato favorito. Las lentejas y el cocido ganaban por goleada.

Me gustaría saber si de mayores seguirán opinando lo mismo o si les parecerá un plato demasiado humilde como para ponerlo en lo alto de la lista.

Desde luego si yo tuviera que elegir alimentarme de un único plato durante el resto de mi vida (menudo castigo divino), se trataría de lentejas con arroz, con toda seguridad.

¿Explicáis a vuestros hijos de dónde procede lo que comen?

Os recomiendo ver el vídeo que he dejado arriba antes de seguir leyendo. Se llama «El niño que no come animales» y no tiene desperdicio en muchos sentidos. Me encantan los razonamientos de los niños, su descubrimiento del mundo y su toma de decisiones cuando son tan pequeños.

El vídeo además me ha recordado una anécdota que vivimos con Julia y que os conté aquí hace cosa de un mes en la entrada «Papá, que no son peces, que son pescados». Os dejo parte:

El otro día íbamos con Julia encaramada en un carrito por un supermercado, al pasar junto a la zona del pescado y no recuerdo a cuento de qué, a mi santo se le ocurrió decir “debe estar por allí, pasados los peces”.

“¡Qué no son peces papá, que son pescados!”, saltó Julia riendo.

“Mi amor, los pescados son peces. Son peces a los que pescaron para que la gente se los pueda comer, por eso cuando están muertos en las tiendas pasan a llamarlos pescados”.

Podía ver perfectamente cómo su cerebro de cuatro años procesaba el descubrimiento según recibía la explicación.

“¿Son peces que estaban en el mar? Yo no quiero comer peces“.

Y no, no quiere. Salvo el salmón ahumado, que le encanta y no tengo claro que lo relacione ni con pez ni con pescado. Pocos días después, hablando con ella, pude comprobar que le pasaba algo similar con el pollito. No identificaba que el pollito que se come fuera el pollito que hace pío, pío. También se lo expliqué, aunque no tengo claro que esta vez lo procesara igual de bien. O que le interesara procesarlo, porque se lo sigue comiendo divinamente.

Me parece importantísimo no engañarles, que sepan lo que comen, que no crean que las lonchas de pavo crecen como las patatas o que el jamón ibérico se fabrica como las camisetas. Deben saber, adaptado a su edad, lo que son los distintos alimentos que ingerimos. Ayuda a que los valoren más, les ayuda a comprender el mundo en el que viven. Yo crecí en contacto con la Asturias ganadera de mi padre y mis abuelos y, desde muy niña, veía salir las patatas de la tierra, crecer las manzanas en los árboles y criar a mi alrededor animales que acababan luego en el puchero, con algunos jugaba mientras eran crías. Los niños de ciudad, supermercado y nevera abastecida tienen más complicado vivir ese proceso natural, lo que no quita que no se les pueda explicar.

Aquel post derivó en un debate sobre le vegetarianismo en los niños. En realidad yo quería centrarme más en lo que exponía en el fragmento que hoy os he traído: en la conveniencia de enseñar a nuestros hijos la procedencia de los alimentos, que no les engañemos para asegurarnos que coman. En general esa postura que tengo viene de que no me gusta mentir a mis hijos en ningún aspecto, ni respecto a la comida ni a ningún otro.

¿Vosotros explicáis a vuestros hijos de dónde procede lo que comen?

«Papá que no son peces, son pescados»

8913El otro día íbamos con Julia encaramada en un carrito por un supermercado, al pasar junto  a la zona del pescado y no recuerdo a cuento de qué, a mi santo se le ocurrió decir «debe estar por allí, pasados los peces».

«¡Qué no son peces papá, que son pescados!», saltó Julia riendo.

«Mi amor, los pescados son peces. Son peces a los que pescaron para que la gente se los pueda comer, por eso cuando están muertos en las tiendas pasan a llamarlos pescados».

Podía ver perfectamente cómo su cerebro de cuatro años procesaba el descubrimiento según recibía la explicación.

«¿Son peces que estaban en el mar? Yo no quiero comer peces«.

Y no, no quiere. Salvo el salmón ahumado, que le encanta y no tengo claro que lo relacione ni con pez ni con pescado. Pocos días después, hablando con ella, pude comprobar que le pasaba algo similar con el pollito. No identificaba que el pollito que se come fuera el pollito que hace pío, pío. También se lo expliqué, aunque no tengo claro que esta vez lo procesara igual de bien. O que le interesara procesarlo, porque se lo sigue comiendo divinamente.

Me parece importantísimo no engañarles, que sepan lo que comen, que no crean que las lonchas de pavo crecen como las patatas o que el jamón ibérico se fabrica como las camisetas. Deben saber, adaptado a su edad, lo que son los distintos alimentos que ingerimos. Ayuda a que los valoren más, les ayuda a comprender el mundo en el que viven. Yo crecí en contacto con la Asturias ganadera de mi padre y mis abuelos y, desde muy niña, veía salir las patatas de la tierra, crecer las manzanas en los árboles y criar a mi alrededor animales que acababan luego en el puchero, con algunos jugaba mientras eran crías. Los niños de ciudad, supermercado y nevera abastecida tienen más complicado vivir ese proceso natural, lo que no quita que no se les pueda explicar.

Pero hay un factor extra: yo soy vegetariana. No estricta, eso sí. No como nada de carne, pero puntualmente sí como algo de pescado y marisco. Mis explicaciones a los niños por tanto, si hay testigos cerca que sepan de mi condición, son escrutadas especialmente pese a que no es preciso, por si estoy intentando «convertirles a mi secta».

No voy a desanimar a mis hijos de comer carne, no voy a empujarles a ello con explicaciones del tipo «estáis comiendo cadáveres«, tampoco voy a decirles «qué va a ser el filete un trozo de vaca bebé, tú calla y come para hacerte grande». Ambas cosas las he oído y no van conmigo.  Yo voy a seguir cocinando y ofreciéndoles carne, explicándoles con naturalidad cuando sea procedente de dónde viene, igual que les explico cómo se producen los huevos, de dónde salen los albaricoques o las judías verdes.

Lo de ser vegetarianos o no es una decisión que ya tomarán ellos si quieren cuando sean mayores, aunque antes o después llegará la pregunta de «¿mamá, por qué tú nunca comes carne?». E intentaré contestar con coherencia, igual que respondo ya a muchos adultos que me lo plantean. Es mi decisión personal, no me importa explicarme, tampoco quiero convencer a nadie.

 

 

Una de esas pequeñas victorias (y procurad no triturar demasiado la fruta)

Hoy Jaime se ha comido dos plátanos como si fueran la mejor chuche del mundo. Puede parecer una tontería, algo baladí. Probablemente lo sea, pero para nosotros ha sido increíble.

Es frecuente que los niños con autismo tengan muchos problemas a la hora de alimentarse, que sean muy restrictivos con la comida, que no tomen sólidos.. Nosotros tenemos suerte, Jaime es muy buen comedor. Le gusta comer casi de todo y tiene una dieta muy variada. Pero la fruta siempre ha sido un problema: solo la tolera triturada. Hemos trabajado con él en casa, también sus terapeutas, pero en los últimos meses lo abandonamos. No se pueden manejar veinte frentes abiertos simultáneamente (otros objetivos concretos de autonomía o comunicación) y, sinceramente, había otras peleas que me parecían mejores.

Ha sido en los últimos tres meses en los que en su colegio nuevo nos contaban que comenzaba a comer plátano y naranja. Nosotros lo creíamos a medias, ayer lo vimos con nuestros propios ojos.

Parece mentira cómo cosas tan pequeñas pueden alegrarte de tal manera el día.

Lo que sí es cierto es que, aunque siempre ha sido muy buen comedor, nos costó superar los purés. Hasta los dos años no comenzó a mordisquear su primer cuscurro de pan. Un enganche muy frecuente en niños con autismo, como ya os he contado. Tal vez por la experiencia pasada con Julia procuré comenzar pronto a darle el alimento en trocitos y a no pasarle demasiado la comida. También tuvimos suerte; ella nunca quiso purés, jamás tomó papillas de cereales, siempre prefirió sus granos de arroz, sus macarrones en trocitos, su fruta cortada…

Si tuviera un tercer hijo, desde luego ni intentaría los purés y las papillas, le ofrecería lo que Julia tan adecuadamente quería de forma instintiva.

Y todo esto me recuerda que mi cuñada me contaba que en la reunión previa a comenzar el colegio de mi sobrina, insistían mucho en que los niños debían poder comer alimentos sin triturar, y que bastantes padres reconocían no haber superado aún con niños de dos/tres años la fase purés, en parte por el miedo reconocido al ahogamiento.

Yo con Jaime hubiera estado en ese grupo, pero Jaime tiene un trastorno en el desarrollo.

Firma por la identificacion en el etiquetado de los productos alimenticios

Me escribe una lectora con una petición:

Te quiero pedir un favor para Pablo, estamos pidiendo que el Ministerio de Sanidad obligue a que todas las empresas alimentarias identifiquen correctamente los ingredientes de los alimentos, ya que a día de hoy no se hace. Esto ayudará a las familias que tenemos alérgicos en casa sea más fácil identificar si pueden tomar o no ese alimento.

Como me imagino que sabrás Pablo es alérgico a la proteína de la leche y no puede tomar ningún tipo de derivado o compuesto lácteo y puedo asegurar que a veces hacer la compra para el es bastante complicado y lo que estamos pidiendo en esta alerta nos facilitaría bastante.

Es un tema del que estoy muy concienciada. Mi hijo tuvo una pequeña alergia al huevo que, por suerte, ya pasó. Mi sobrina es diabética y celiaca. Mi padre también es diabético.

Así que yo ya he firmado la petición de Actuable. Si queréis, podéis hacer lo mismo. Esto es lo que cuentan:

El etiquetado de los alimentos en España no es real. Esto no es un problema para la mayoría de la población, sin embargo, las personas que tienen alergias alimenticias necesitan saber con un 100% de seguridad qué contiene exactamente el alimento que van a consumir.

Muchas empresas se escudan en «PUEDE CONTENER TRAZAS DE…» para decir que la maquinaria no estaba limpia, o que ha podido haber contaminación con algún alérgeno en el proceso de fabricación , pero ésto no implica que el alimento contenga el alérgeno en cuestión, simplemente se lavan las manos ante posibles problemas.

Lo que pedimos es que no se permita dejar «abierta la posibilidad». O contiene alérgeno, o no lo contiene, no nos vale el puede… porque para un alérgico puede suponer un shock anafiláctico, incluso la muerte…

Asímismo, solicitamos que se especifique claramente qué tipo de aceites vegetales contiene un producto. Existen mucho tipos de aceite, soja, girasol, palma, oliva… y cada uno de ellos puede tener sus respectivas alergias, por tanto es necesario que el consumidos sepa el tipo de aceite que contiene el producto.

Por último, los alérgicos al látex necesitan saber si en el proceso de elaboración los trabajadores han usado guantes de látex o no, porque se contamina el producto, dando lugar a reacciones alérgicas a su conmidor.

El problema al que nos encontramos las personas alérgicas y sus familias, es la escasez de productos que aseguran en su etiquetado estar libres de alérgenos, y los elevados precios que las empresas le ponen a dichos productos. Los bebés alérgicos a la proteína de leche (caso de mis hijos) no pueden tomas ninguna marca de cereales que se vende en los supermercados, ha de ser de farmacia, con un coste de mas del doble.

En el caso del huevo, frutos secos, pescado, etc, ocurre lo mismo, pero esas personas tienen el mismo derecho a comer que cualquier otra, sin tener que gastar el doble.

Si el etiquetado en España estuviera controlado, seguramente muchos productos que hoy dicen en sus etiquetas «PUEDE CONTENER TRAZAS DE…», dirían que están exentos, lo que permitiría a las familias comprar en lugares comunes, y no en tiendas especializadas, mucho más caras.

Espero recibir una respuesta por su parte, y llegado el momento, poder mantener un encuentro con usted, para poder ahondar en el tema si así lo desea.

Aprender a cocinar y disfrutar con ello

Ayer sacastéis el tema en los comentarios (gracias Cris por mencionar las chuches caseras) y me quedé con la copla.

Cocinar con los niños, manteniendo unas mínimas normas de seguridad, me parece una idea fantástica. No sólo porque ayude a que valoren los alimentos. También es fuente de creatividad, pueden aprender un montón si les contamos de dónde proceden y cómo se elabora la comida y es un rato estupendo para pasar en compañía.

El secreto es plantearlo como algo divertidísimo y no como una obligación. Algo complicado de hacer si perciben que para nosotros cocinar es algo tedioso y obligado.

Con los más pequeños
se puede simplemente hacer que te ayuden a untar el paté en el bocata, a cortar el plátano en trozos con un cuchillo sin filo o a decorar unas galletas con yogur, mermelada o nocilla.

Y de ahí al infinito.

Como despedida, una receta de gominolas de andar por casa extraída de guíainfantil.com.

Ingredientes:
– 2 sobres de gelatina neutra
– 1 sobre de gelatina con sabor
– 2 veces la medida de la gelatina con sabor de agua (aproximadamente 2 tazas pequeñas)
– 3 veces la medida de la gelatina con sabor de azúcar (aprox. 3 tazas pequeñas de azúcar)
– Azúcar granulado para rebozar las gominolas

Preparación:
La primera parte os corresponde a vosotros ya que es necesario utilizar el fuego. Introducir todos los ingredientes en un cazo y calentar a fuego suave removiendo constantemente sin que llegue a hervir.

Mojar con agua fría un molde rectangular y verter la gelatina. También podéis utilizar moldes para cubitos de hielo con diferentes formas. Se aconseja los de plástico blando porque luego será más fácil desmoldarla.

Introducir en la nevera y dejar que se enfríe. Cuando veáis que ha cogido la consistencia adecuada, es el momento de sacarla. Aquí entran en acción los niños.

Y ahora llega la parte más divertida que es rebozarlas con azúcar. Otra cosa que gustará a los niños es cortar con diferentes formas la que vertimos en la plancha rectangular, con cortadores de galletas formas distintas.

Tras esto sólo queda disfrutar del premio. Y los papás no dejéis de probarlas. Veréis como ha sido una buena idea preparar estas gominolas caseras.

Sabores perdidos y reencontrados

Tener hijos te hace reencontrarte con tus propios recuerdos de infancia. Es algo que ya ha ocupado algún que otro post en este blog.

Uno de los muchos despertares que vivimos un buen número de padres recientes es el de los sabores olvidados de la infancia.

Durante estos dos últimos años, gracias a mis hijos, he disfrutado de nuevo con las galletas María untadas de nocilla, las fresas con leche condensada, los flash bien fresquitos, el pan con chocolate con leche o con mantequilla y azúcar, los yogures congelados, el regaliz de rosca, los sandwiches de queso fresco y mermelada e incluso con unos sencillísimos guisantes con jamón…

Sabores perdidos y reencontrados. Pequeños placeres que vuelven. Alimentos que podría haber seguido tomando, pero que por ser «comidas para niños» habían quedado relegadas.

Seguro que también os ha pasado…

Comenzando con los sólidos

En pocos días una madre reciente y su bebé de seis meses a los que conozco bien abandonarán la lactancia materna en exclusiva. Comenzarán con los famosos cereales sin gluten, que igual son los polvos de farmacia como el arroz hervido de toda la vida. Toda una nueva etapa para ambos.

Recuerdo que cuando en esos momentos, sobre todo con mi primer hijo, me dió por pensar que hasta ese momento todo su ser procedía de mí. Durante las 38 semanas de embarazo fue mi sangre y los seis meses siguientes fue mi leche lo que le aportó todo el alimento. Sus huesecillos, su carne tierna y firme, todo en él venía de mí.

Comenzar con otros alimentos era también comenzar a despedirme de todo eso. Algo bueno, ilusionante, pero también un poco triste.

Con ambos pasamos directamente del pecho a la cuchara. Ni Jaime ni Julia han probado jamás un biberón ya que la leche la continuaron tomando de su envase original. Y la transición fue natural y sencilla.

Pero es lo único que tienen en común.

Jaime era un niño que comía cantidades industriales de cereales y papillas desde el primer momento. En torno al año bajó la cantidad de alimento durante unos meses, pero pronto volvió a recuperarse.

Eso sí, nunca mostró interés por ver o probar lo que había en nuestros platos. Tampoco por coger él la cuchara o la comida con los dedos. Ahora sé que eso era parte de su problemática.

Además, aunque al año ya devoraba aspitos, tardó mucho en comenzar a masticar como es debido. Todo tenía que estar trituradísimo. Eso, aunque puede que también, no tiene por qué deberse al autismo. Muchísimos niños de entre uno y dos años tienen el mismo problema.

De hecho recuerdo en un programa de televisión a una niña de unos cinco o seis años que, salvo las palomitas de maíz y alguna que otra chuche más, también quería todo triturado.

Julia en cambio durante los primeros tres meses (de los seis a los nueve) apenas comía otra cosa más que el pecho. Los cereales y purés, muy poquito. Afortunadamente lo tenía a su disposición.

Al contrario que su hermano, muy pronto comenzó a querer probar y masticar lo que teníamos en nuestros platos. Y a día de hoy, con casi catorce meses, come de todo con las manos y no toma nada triturado. No lo quiere. Desayuna pan con queso, o galletas y fruta. Pero en trocitos.

Y come bastante cantidad. La que ella quiere.

Hace ya mucho tiempo que aprendí que es una guerra absurda pretender que un niño coma más de lo que desea. Convertir las comidas en una guerra es un desgaste inútil para la madre y para el hijo.

Nunca he obligado a comer a mis niños. Creo que nadie mejor que ellos sabe lo que necesitan sus estomaguitos. Recuerdo perfectamente cómo me intentaban obligar a mí. El tiempo perdido ante un plato de lentejas frías. El uso de la comida como arma arrojadiza. Era una comedora horrible de niña y ahora como absolutamente de todo.

Nuestra experiencia de niños siempre marca nuestras reacciones como padres.

En cualquier caso, independientemente de los planes que los padres tengamos, nuestros hijos vendrán a romperlos marcando sus preferencias desde el principio. También con apenas seis meses y la introducción de nuevos alimentos.

Más vale estar abierto a lo que sea y ser fléxibles.

Creo que la madre reciente de la que os hablo lo tiene bastante claro.