La integración, bien hecha, beneficia enormemente tanto a los niños con discapacidad como a los niños que no la tienen. Está demostrado con creces. El problema es que en nuestro país la integración de los niños y jóvenes con discapacidad en el sistema educativo no está funcionando como debería. Deja mucho que desear y cualquier padre de un niño con discapacidad o profesional de la educación con un mínimo conocimiento al respecto podrá corroborarlo.
En el mejor de los casos hay planes preciosos que se ponen en práctica sin apenas medios, medios que siguen recortándose a causa de la crisis. Hay educadores dejándose la piel por lograr que niños con una discapacidad estén felices y aprendiendo en sus clases que apenas disponen de apoyos y recursos. Son mayoría (y puedo hablar por experiencia) los padres que ven con buenos ojos esta diversidad en las aulas y los niños que asumen con naturalidad que alguno de sus compañeros sea diferente. Pero también es verdad que hay padres que no quieren que sus hijos «normales» tengan un niño de integración en clase o profesionales de la enseñanza que ven como un marrón e intentan quitarse de encima a estos niños.
La alternativa a la integración es la exclusión, el gueto de la discapacidad. El camino alternativo a la integración es tener a tu hijo en un centro especial, con niños con diferentes tipos de discapacidad, o específico, especializado en una discapacidad concreta. Centros muchos de ellos fantásticos sí, pero que deberían ser el plan B siempre.
Normalmente todos los niños, cuando son pequeñitos, siempre entran en integración. Según van cumpliendo años, su evolución se estanca, las enseñanzas se complican y sus compañeros pierden la inocencia y se malean, la mayoría de esos niños van descolgándose antes o después del sistema educativo integrador. Con Jaime ha sucedido en el paso a Primaria, ya os lo conté en su momento. Los hay que aguantan mucho más, pero pocos superan la jungla que es el instituto. De los que salen del instituto, muchos lo hacen muy machacados, teniendo ellos y sus familias que haber peleado el triple de lo que es lógico.
¿Eso significa que debamos cargarnos la integración, dejarla solo para los poquitos más capaces? No. Hay que insistir, pelear por ella, lograr que el sistema educativo pueda incluir y no excluir a todos los niños. Pero hay días como hoy, tal vez por lo mucho que llueve, que siento que es un planteamiento demasiado utópico, que nos queremos engañar a nosotros mismos, y que para tener la integración del «quiero y no puedo» es mejor no tener ninguna y ahorrar sufrimientos a los niños y sus familias.
En cualquier caso, lo que no puede hacerse jamás es atacar la integración de un modo tan simplista, erróneo, carente de conocimientos (habla de dos o) y falto de sensibilidad como la columnista de La Razón en Murcia Idoia Arbillaga en la pieza (por llamarla de alguna manera) que publicó el pasado 25 de septiembre.
Leer algo así es todo un revulsivo para perseguir sueños imposibles.