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‘A la carte’, un juego de mesa en el que los niños cocinan (y obtienen estrellas Michelin)

imageHace mucho que no os recomendaba un juego de mesa, ya iba tocando. Este puente hemos probado un par de ellos en familia que nos han gustado mucho, uno ha sido A la carte, muy divertido y con una temática original y muy a la moda ahora que tenemos la parrilla televisiva llena de cocineros, incluidos programas para niños como Masterchef junior o Cocina con Clan.

A Julia le ha entusiasmado. Lógico, teniendo en cuenta lo que disfruta los juegos de mesa y que es muy cocinillas. ¡Qué este juego viene con sartén, cucharón, ingredientes y fuegos que se graduan!

En A la carte hay que elegir un plato y llevarlo a buen puerto. Tenemos tres acciones (en forma de cucharones de madera. Podemos elegir tirar los dados para subir el fuego, con el riesgo que entraña que el plato se nos pase de cocción y haya que tirarlo a la basura, pudiendo en una de sus caras subir la temperatura a los de los rivales (puede beneficiarles o perjudicarles). También se pueden presentar los platos terminados o añadir ingredientes.

imageAquí está la parte mas divertida, los ingredientes están en unos tarritos muy bien diseñados para que en un único giro de muñeca pueda caer de todo o nada. Cada tarro incluye algunas piedras de sal. Si cae una nuestro plato ya no podrá obtener una estrella Michelin. Si caen tres habrá que tirarlo a la basura. Si nos pasamos con el número de ingredientes que nos piden pasa igual: uno mas de lo necesario y no será plato de estrella, tres y a la basura.

Y luego hay cartas especiales que podemos jugar en cualquier momento con distintas acciones: cambiar tu plato a medias por el de otro jugador, añadir un ingrediente del tarro que desees en otro plato, quitar un ingrediente de tu propio plato. ¡Ah! y uno de los platos a elaborar puede ser un crep, al que hay que dar la vuelta en las pequeñas sartenes que incorpora el juego.

¿Quién gana? Pues el primero que consiga terminar cinco platos, aunque no sean perfectos, o el primero que logre tres estrellas Michelin, es decir, tres preparaciones sin fallos.

imageRequiere estrategia, pero el azar tiene suficiente importancia como para igualar a niños y adultos durante el juego.

Hay también una expansión que permite elaborar postres, los platos más difíciles.

En la caja la edad recomendada es a partir de trece años, pero os juro que no lo entiendo. La mecánica es lo suficientemente sencilla como para que mi hija, con seis años, lo disfrute sin problemas. De hecho ni siquiera es preciso que los niños sepan leer. Las partidas no son largas, como mucho pueden durar cuarenta minutos.

No es un juego de mesa nuevo, se trata de una revisión de Karl-Heinz Schmiel llevada a cabo en 2009 que remodeló considerablemente el juego ya existente desde 1989. De dos a cuatro jugadores, se puede encontrar por entre 20 y 30 euros, a veces con la expansión incluida.

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¿Os gusta MasterChef Junior? Yo no lo tengo claro

“Por eso no me gusta MasterChef Junior, piensa en los que han sido expulsados y van a perderse el viaje a Disney. No me gustan los concursos en los que hay niños compitiendo así”, dijo mi santo tras ver la publicidad del tercer programa de RTVE, en el que los niños se van a cocinar a Disneyland Paris.

No es la primera vez que lo menciona. “No me gustaría que Julia participase en algo así”, me dijo ya en el primer programa, sabiendo que tenemos en casa a una cocinillas en potencia que disfruta mucho viendo este programa (también en su versión estadounidense) y Cocina con Clan y elaborando las recetas del libro Recetín, uno de sus regalos de reyes.

No le gusta ese tipo de competiciones en las que solo puede quedar uno con niños tan pequeños, algunos de tan solo nueve años. Tampoco le gusta ver las lágrimas y el disgusto que se llevan muchos niños que no logran convencer a los jueces con sus platos y que acaban de patitas en la calle al final del programa. Yo la verdad es que no lo tengo tan claro. Saber que no siempre se puede ganar en esta vida es un aprendizaje importante. Hay que saber perder y saber ganar y nunca es pronto para comenzar a interiorizarlo. También es clave aprender a domar la envidia, los celos y sensación de que el mundo ha sido injusto con nosotros.

Lo que a mí menos me convence de MasterChef Junior es simplemente el hecho de usar a niños para hacer negocio. Me chirría ver niños en los concursos televisivos así, en general. Que sí, que se llevan muchos aprendizajes de diferente tipo además del culinario, amigos, contactos y una experiencia que recordarán toda la vida. Tal vez incluso regalitos tipo tablet y, para un afortunado, dinero contante y sonante. Pero les está exponiendo demasiado a mi parecer a una edad a la que ellos no son conscientes de lo que eso implica.

Hay un niño, no voy a decir quién, que me consta que todo el mundo que ha visto el programa detesta en mayor o menor pedida. ¿Eso marca? ¿Y si eso marca? Que hasta les abren cuenta en twitter, con el circo romano que puede ser esa red social. Y fijaos por ejemplo en el  otro pobre chaval al que ha puesto tantos en la picota por el desafortunado comentario de las mujeres y lo bien que se les da limpiar. Que sí, que metió la pata hasta el corvejón, pero tiene doce años y no es justo que arrastre ese sambenito toda la vida, algo que tal vez ocurra. Si yo hubiera sido responsable de la realización del programa probablemente no hubiera incluido ese fragmento, pero la audiencia y la resonancia en redes mandan. Quieren un programa blanco, hacer menos sangre que con los adultos, pero no hasta ese punto. He visto que comparto la reflexión con Mamás Full Time. Y hay un pequeño fragmento con tres niñas discutiendo si Jordi es más guapo que Pepe que también es terrible que lo hayan emitido.

¡Y lo vemos eh! Lo recalco por si no ha quedado claro. Eso sí, lo vemos grabado por fragmentos porque no sé a qué cerebro pensante se le ha ocurrido hacer programas infantiles que duran dos horas y media y acaban tan tarde. Pero vemos más el estadounidense. Y nos gusta más. Tiene una duración muy razonable de entre 40 o 45 minutos por programa, no supura publicidad encubierta y descubierta como el español, los niños se limitan a cocinar y además aprendemos inglés.

Por cierto, que gracias a mis compañeros de La Gulateca descubrí que el verdadero MasterChef proviene del Reino Unido, es un programa que lleva décadas y la versión Junior que lanzaron inicialmente era para cocineros amateurs de más de 16 años.

MasterChef Junior es para mí una dicotomía, os lo confieso. Espero que Julia no se empeñe nunca en intentar ir. Tiene cinco años, no creo que el formato dure tanto. Aunque nunca se sabe.

No soy la única que opina así. En mi página de Facebook pregunté al respecto hace unos días y había gente que coincidía conmigo:

Mamá sin complejos: No me gusta ni que los niños compitan ni que saquen beneficio económico descarado de ello.

Lali: Coincido contigo y voy más allá, no me gustan en general los programas con niños, compitan o no, me resultan raros… ni siquiera las series con mayoría de protagonistas niños…

María: Yo creo q no deberían competir de esa manera. Lo pasan fatal , se ponen muy nerviosos y no disfrutan lo q debieran.

Delfy: Bueno yo estoy en contra de que muchos se hagan ricos a costa de los niños generalmente.. De que cocinen no, ya que desde que tengo conciencia era lo normal siempre con vigilancia de un adulto y nunca como obligación.

¿Qué os parece a vosotros?

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Sobre ‘Cocina con Clan’ y tener clase de cocina en los colegios

Julia está entusiasmada ahora con un programa de Clan llamado Cocina con Clan, un programa (que no concurso) gastronómico infantil muy bien llevado por el chef andaluz Kike Sánchez en compañía de tres niños. Si vuestros peques quieren ir, pueden proponerse como pinches, estoy pensando hacerlo con Julia, le encantaría. En ellos se cocina, se habla de los alimentos, se investiga de donde proceden visitando molinos de harina, huertos y establos, se aprende sobre sus propiedades. Un acierto televisivo que está en el culmen de preferencias televisivas de mi hija.  De hecho mañana vamos a hacer alguna de sus recetas juntas, probablemente las croquetas con forma de zanahoria o calabaza.

Con patrocinio olivarero (de hecho el primer programa estaba centrado en el aceite de oliva), se emite los domingos a la 13 desde hace poco más de un mes. En la aplicación de Clan y en la web de RTVE hay unos cuantos ejemplos. Ojalá dure muchos programas y no sea un breve ejemplo de la moda por la cocina que nos invade.

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Ese mismo entusiasmo que ahora despierta en ella este programa lo tuvo durante varias semanas del primer año de infantil, gracias a un breve taller de cocina que aún recuerda. Probablemente será la única vez en todos sus años de escolarización en los que podrá cocinar y aprender sobre los alimentos que consumimos.

Julia es cocinillas, como su madre. Disfruta cocinando conmigo y, antes del verano, se lo pasó muy bien en un curso infantil de cocina en Apetitoh, el taller de cocina en el que yo sigo aprendiendo.

Ya os he dicho recientemente que enseñar a nuestros niños a alimentarse bien es tan importante como enseñarles a leer y escribir. Y no me refiero en absoluto a la obsesión por comerlo todo sano y no pisar una hamburguesería o tener niños que miren las chuches como baratijas marcianas, no me entendáis mal.

Sé que hay muchas materias interesantes y útiles que tratar en clase, pero algunas horas dedicadas a enseñar a disfrutar cocinando, aprender técnicas básicas y un mínimo sobre los alimentos que consumimos tal vez sería un paso decisivo para luchar contra esa moderna lacra sanitaria de la obesidad.

Coincido completamente en eso con mi compañero Juan Revenga, el nutricionista de la general, que no hace mucho decía:

Nuestro actual patrón de alimentación ha evolucionado con el de respecto a hace un par de décadas (o más) introduciendo más alimentos procesados, más manipulados y menos frescos. Todo ello implica, sobre el papel, una mayor libertad y de este modo no se le presta al acto alimentario la importancia que tiene ya que siempre habrá algún sistema al que echar mano para proveerse del cotidiano sustento… y en esta situación hay muchas más probabilidades de hacerlo “a salto de mata”. En este sentido el animar, fomentar y promover que la población cocine tendría, desde mi modesto punto de vista, dos ventajas casi casi incontestables:

Por un lado de forma general, se incluirían más alimentos “normales”, más carnes, pescados, verduras, hortalizas, legumbres, etcétera… y menos alimentos procesados y precocinados. Y por el otro, y al mismo tiempo, implicaría que las personas que se encargan de proveer el diario sustento en una casa hicieran un acto de previsión de qué se va a comer en los días venideros. Si se come lo que se cocina y no otra cosa salvo excepciones, el diseño de las listas de la compra sería, casi seguro, mucho más acertado. De este modo, la población, invitada y promovida de forma adecuada a cocinar haría mejores elecciones y además no se daría al traste con nuestra cultura culinaria… algo también en claro retroceso en nuestros días.

No sé qué os parecería a vosotros que tuvieran ese aprendizaje en el aula, en algún momento de sus muchos años escolares, pero yo aplaudiría la medida. Se puede trabajar muchas materias cocinando: matemáticas, lectoescritura, conocimiento del medio… Aprendizajes prácticos y con sentido. En cualquier caso, es mucho lo que podemos hacer en casa al respecto.

Y bienvenido sea en cualquier caso Cocina con clan, mil veces preferible a productos como Monster High o Violeta. Dos series que me sorprende ver lo mucho que gustan a algunas niñas tan pequeñas como la mía (Julia tiene cinco años) y que no han entrado en mi casa y procuraré que sigan fuera. Aunque eso ya es otro tema del que hablar otro día.

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Invasión infantil en una escuela de cocina

Ya os lo he contado en el pasado: a Julia le encanta cocinar conmigo. No tenía ni tres años y ya estaba ayudando a remover añadir los ingredientes de la masa de un bizcocho, poner el orégano a la salsa de la pasta, rellenar los moldes de las magdalenas o batir las tortitas del desayuno de domingo. Con mucho cuidado claro, bajo mi supervisión constante y yendo y viniendo. Cocinar durante una hora seguida normalmente la aburre, así que está jugando y yo la llamo cuando hay algo que puede hacer. Y en su primer año en el cole ya disfrutó de un taller de cocina.

Conozco casos de niños a los que se les tiene prohibido el acceso a la cocina, cualquier cercanía a horno, cuchillo o fogones. Cuando les veo recuerdo a mi santo, que creció exiliado de la cocina y se convirtió en un joven adulto con nulos conocimientos culinarios. Simplemente rondando por ahí se adquieren conocimientos como por ciencia infusa, no es preciso no siquiera estar cocinando activamente. Cosas que pasan: yo recuerdo más a mi abuela enseñándome a cocinar, dejándome que la ayudara, que a mi madre.

Los muffins que hicieron y decoraron los niños.

Los muffins que hicieron y decoraron los niños.

El domingo dimos un paso más relacionado con la cocina y los niños. Resulta que por mi cumpleaños en marzo me regalaron un curso de cocina para «más que novatos» en la escuela Apetit’Oh. Voy un día a la semana, cocinamos cuatro platos durante dos horas aprendiendo trucos y técnicas y luego cenamos. Yo estoy encantada y en mi casa lo están aún más. Es un regalo del que se beneficia toda la familia y a largo plazo. No hay regalo mejor amortizado. Un día permitieron que Julia, que llevaba tiempo insistiendo, me acompañara y les propuse hacer un taller de cocina infantil y aceptaron, así que se lo conté a familiares y amigos y los que se sumaron estuvimos este fin de semana con ocho niños, Julia entre ellos elaborando una pizza artesana, bolitas de arroz rellenas de atún y tomate, caramelos de hojaldre y salchicha y muffins. Se lo pasaron muy bien.

No me voy a repetir sobre las muchas ventajas que tiene cocinar con nuestros niños: supone compartir una actividad juntos, es un importante aprendizaje, les ayuda a valorar la comida e incluso a querer probar cosas nuevas. Y normalmente les encanta y enorgullece el resultado.

Claro que hay que tener cuidado, pero la cocina no debe ser un territorio prohibido para los niños.

Hacer manualidades comestibles, otro posible plan de interior con niños

¿Os gustan? Es difícil que no. Hay mucha gente por ahí ideando maneras de convertir la comida en manualidades comestibles y efímeras. Algunas son tan ingeniosas que merecen un aplauso.

El recetario mágico tiene una página en Facebook en la que recopila creatividades culinarias de distinta procedencia. En realidad El recetario mágico es un libro infantil existente con muy buenas ideas e información nutricional, un libro precioso y muy recomendable que descubrí gracias a mi cuñada, que está en proceso de convertirse en una artista.

 

Aquí tres presentaciones de mi cuñada (los ratones de kiwi, ideada por ella e inspirada en unos escarabajos que vio, es de la que más orgullosa está).

Y aquí alguna propia:


No es para animar a comer más
, los niños comen lo que necesitan y no hay que insistirles, pero sí para divertirse juntos preparándo los platos y luego devorándolos.

Y es un buen plan con niños cuando el calor o el frío aprietan fuera.

Hay que empezar a desterrar eso de que no se debe jugar con la comida…

Cocinar con niños: un fondant que es como plastilina

Os he contado en numerosas ocasiones que me encanta cocinar (me falta el tiempo para poder hacerlo más y mejor) y me gusta mucho que Julia cocine conmigo. Empezamos a hacer cosas facilitas juntas cuando tenía dos años.

Sé bien que los que me seguís sois conscientes de ello:

A ella también le gusta, ya sea hacer unas magdalenas o ayudarme a preparar unas lentejas. Aunque tienen que pasar unas cuantas ediciones de ese Masterchef junior para que podamos apuntarnos. En los tiempos de espera que tiene la cocina, Julia se dedica a hacer otras cosas. Tampoco se puede pedir a una niña pequeña que tenga paciencia en determinados procesos, pero hay partes en las que siempre pueden ayudar y la de decorar alimentos le gusta especialmente.

Hace pocas semanas tuve la oportunidad de probar con ella la plastilina comestible. Es una especie de fondant para niños, mucho más sencillo de manejar. Se guarda en la nevera, simplemente se amasa un poco para hacerlo tan manejable como cualquier plastilina y poder crear con ella lo que queramos. Si la calentamos demasiado empieza a ser algo más difícil manejarla, por lo que julio no es el mejor mes, pero sigue siendo infinitamente más fácil que el fondant.

Lo que hicimos fue crear a Minnie Mouse y Perry el ornitorrinco sobre unas galletas (buscadlas grandes y resistentes), usando unas plantillas dibujadas sobre un papel y recortando la plastilina con un palillo.

Es muy divertido, si sois de los que también disfrutáis pasando tiempo en la cocina con los niños os lo recomiendo sinceramente.
Hay más marcas, la que yo he podido probar es la plastichuche que véis en las fotos y que está tras este enlace. Cuesta 1,25 euros cada bolsita. Y cada bolsita da para mucho.

Permite mezclar colores, es decir, crear un naranja mezclando un rojo y un amarillo, que no sé a otros niños pero que a Julia es algo que le fascina. Es menos pesada para comer que el fondant (yo el fondant no lo como nunca y de la plastichuche tolero un par de mordiscos), pero os recomiendo que la capa sea más fina de la que veis en las fotos.

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Galletas de colores y otras recetas para hacer con niños

Ha acabado el taller de cocina divertida del cole de Julia. Cada jueves por la tarde ha venido emocionada con sus batidos de frutas, sus sandwiches o sus peras con chocolate. El siguiente taller, que comenzará este jueves, será el de huerto. También lo está deseando.

Su último día de cocina en el cole trajo unas galletas de colores preparadas para hornear en casa y que, siendo muy fáciles de hacere, quedaron muy ricas. También trajo todas las recetas que ha hecho durante este tiempo, para poder seguir practicando en casa. Lo mejor de todo: las recetas incorporaban fotitos y pictogramas, es decir, estaban adaptadas para niños pequeños y para niños con discapacidad.

Os la dejo aquí, que unos cuantos por twitter e Instangram me pedistéis la receta:

Ingredientes: 1 vaso de azúcar, 1 vaso de aceite, harina, cuatro huevos y colorantes alimenticios (lo de los colorantes es opcional).

Utensilios: varillas, rodillo, bol y vaso.

  1. Separa las claras de las yemas y monta las claras a punto de nieve.
  2. Añade a las claras el azúcar y después las yemas.
  3. Después añade el aceite y el colorante y mezcla bien.
  4. Por último añade la harina hasta que la masa no se pegue en los dedos.
  5. Amasa con el rodillo y haz la forma que quieras: estrellas, corazones, animales…
  6. Se hornean a fuego suave (170 grados) y listas para comer.

A Julia le encanta cocinar, ya os lo he contado otras veces. Tanto le gusta que siempre está pidiendo por Navidad, Reyes o cumpleaños algún pequeño electrodoméstico: una heladera, una palomitera… En casa bromeamos diciendo que en un par de años estará pidiendo como regalo una Thermomix.

Una de las primeras recetas medianamente elaboradas (excluyendo batidos o untar panes o galletas) que ha hecho conmigo es la de las tortitas del desayuno: con tres huevos, leche, harina (lo calculo a ojo, siento no poder poner cantidades), un poco de azúcar (opcional) o canela (también opcional) quedan estupendas. Me ayuda incluso a batirlo todo y a volcarlo en la sartén.

Un truco propio con las tortitas es añadir la fruta que nos ha quedado demasiado madura. Es sobre todo recomendable utilizar esos plátanos que ya están pasados pero siguen dulces y comestibles.

Pero si queréis que os diga la verdad, creo que lo mejor  no es tanto tirar de recetas propias (que también) como de nuestros hábitos cotidianos. Unas galletas de colores es algo que puedes hacer de vez en cuando, pero el gusto y el amor por la cocina (que como dice nuestro nutricionista Juan Revenga está directamente relacionado con comer de forma más saludable) se adquiere mejor y más fácilmente involucrándoles en la cocina del día a día: poniendo a remojo las lentejas, removiendo la ensalada, poniendo la pasta en el cazo…

 

Esas sorpresitas que nos traen nuestros hijos del colegio

manualidades-ramo-flores-dia de la madreNo hay nada tan rico o tan bonito como lo que nos hacen nuestros hijos. Mi padre aún conserva un tarro para guardar lápices y bolis que le hice cuando debía tener 5 años con un tarro cerámico de yogur. Tiene dibujados un caracol, un árbol y una casa, los tres igual de grandes, aún no dominaba las escalas realistas.

Hoy Julia, como cada jueves, tiene talleres en el cole. Y ya sé que tendré una sorpresa cuando llegue a casa. Y sé que me encantará, y lo hará sinceramente. Me entusiarmará y se me notará sin tener que fingir.

El jueves pasado tuvo taller de cocina, que le chifla. Cuando llegué a casa me esperaba medio sandwich hecho con todo el amor del mundo en la encimera. “Mamá, lo he hecho para ti”. Y yo, feliz, me puse a comerlo. Al tercer mordisco noté algo demasiado crujiente. Al cuarto mordisco se repitió el fenómeno crocanti. Mi santo, que había llegado antes que yo, se había comido la otra mitad y me vio va y me dice sonriendo de oreja a oreja: “a mí me ha dicho que se le había caído un poquito al suelo”.

Ese día tuve doble sorpresa.

En fin… el resto fue a la basura, cuando ella no miraba e inmediatamente tapado con otras cosas por si acaso.

Es una pena que para el día del padre y de la madre en el colegio de Julia no nos preparen sorpresas. No lo hacen pensando en aquellos niños que no tienen un papá o una mamá a los que dárselo. En el cole de Jaime sí lo hacen. Yo lo hacía de pequeña y recuerdo que me encantaba preparar en clase esos regalitos para mis padres. Digo yo que no sería tan difícil ni traumático decirles a esos niños que no tienen papá o mamá que, en su caso, el regalito es para su abuelo, su tía o su hermanito. ¿No os parece?

La cocina como territorio prohibido a los niños

En mi anterior post os hablaba de un cacharro para la vitrocerámica que me parecía útil, entre otras cosas para evitar que los niños se quemen con fuegos en proceso de enfriamiento. Me llamó la atención, aunque no me sorprendió, que aparecieran los siguientes comentarios:

Umm: «Prohibido totalmente acercarse a los fuegos. Ni cuando está apagada. Nunca entra sola en la cocina.»

Mar71: «Los niños NUNCA solos o desatendidos en la cocina, es la mejor forma de evitar desgracias…»

Inés: «Mis hijos solo entran en la cocina para comer y cuando ya está la comida preparada.»

El miedo es libre, sobre todo cuando se tienen hijos. El mío son las alturas. Soy tan paranoica que mis hijos están rara vez en una terraza, y cuando lo han estado yo he estado a su vera, jamás los dejo asomarse y he puesto rejas en las ventanas de mi casa. Lo confieso, así que jamás criticaré los pavores ajenos. Y es completamente cierto que en la cocina se producen muchos accidentes. Por eso yo tengo un bloqueo en el cajón de los cuchillos y si hay comida al fuego siempre estoy vigilando.

Pero no estoy de acuerdo en que la cocina deba ser lugar prohibido para los niños. Creo que debe ser un lugar en el que se expliquen y cumplan ciertas normas, pero es fantástico poder cocinar con ellos. Por mi propia experiencia, es algo que les encanta, que les hace valorar los alimentos, que les permite ser creativos y compartir tiempo de juegos con sus padres. Con ellos hay que cocinar de forma ordenada y despacio, no valen las prisas, solo determinadas recetas o parte de ellas y con una vigilancia exquisita, pero merece la pena.

Julia cocina mucho conmigo, siempre a mi lado, y le encanta. Le gusta tanto que sus juegos favoritos son de cocina y que insiste en que de mayor quiere ser cocinera y astronauta (mi santo y yo bromeamos diciendo que acabará de cocinera en la Estación Espacial Internacional, para los turistas millonarios).

Y hay algo más. A mí me gusta cocinar. Y no se me da mal, aunque esté mal que lo diga. Recuerdo perfectamente que lo primero que aprendí a hacer fueron tortitas al estilo asturiano o frixuelos. Me enseñó mi abuela cuando tenía unos seis o siete años sin receta, a ojos de buen cubero. Conozco en cambio unos cuantos adultos que son inútiles absolutos en la cocina, que si han aprendido algo ha sido a costa de tiempo y esfuerzo al independizarse y partiendo de cero. En todos esos casos eran niños que tenían completamente prohibida la entrada a la cocina.

Es cierto que hay casas en las que la cocina es una estancia aparte, estrecha, cuya puerta se cierra y aísla al cocinero del resto de la familia. Mi casa, y fue uno de los motivos por los que la compré, tiene una cocina abierta al salón con una mesa y sillas en la que nos sentamos a comer. Confieso que me gusta el modelo de cocina americana, que me vuelven loca las cocinas grandes en las que se puede hacer vida. En Asturias, en las casas viejas que yo conozco, las cocinas siempre han sido así: grandes, una de las estancias centrales. En la casa de mis bisabuelos, típica de la zona ganadera, el salón y la cocina eran todo uno.

En cualquier caso, en mi hogar la cocina no es un territorio prohibido a los niños.

Yo estoy más con el comentario de Tía de sobrinos:

«Pues a mi eso de prohibir la cocina a los niños no me va. Creo que les despierta el apetito, el paladar y el gusto por la comida los olores de una cocina y ver a un niño asomado a un puchero y dando saltos de alegria por lo que hay dentro me encanta. Yo creo que esto tambien influye en que cada vez se cocine menos, se compren mas comidas de “mentiras” y las gente haya perdido el gusto por cocinar y tambien porque no, la obligacion de hacerlo, para hacer comidas mas sanas y completas. Y soltado este rollo, evidentemente hay que preservar la seguridad en la cocina. A mi me da mas miedo el horno (cuando esta a su altura que la vitro) veo que es mas facil quemarse.»

¿Y vosotros?

Para mejorar un poco la seguridad de los niños en la cocina

Sabéis que soy muy poco dada a hablaros de productos en este blog. No suelo hacer recomendaciones de chismes, no quiero que sea un blog de adminículos para bebés o embarazadas. De esos hay ya muchos y algunos con intereses más que discutibles. Siempre lo he hecho poco, pero sobre todo ha sido escaso en los últimos años. No recuerdo cual fue mi último post sobre un producto.

Según mi experiencia, con el segundo hijo descubres que muchas de las cosas que compraste cuando eras una primeriza ilusionada son poco menos que tirar el dinero a la basura, que para criar a un niño apenas hacen falta gadgets, lo imprescindible es cariño y sentido común y muy poquitas cosas, muchas de las cuales pueden ser heredadas, de segunda mano o compradas a precios muy razonables.

Pero hoy sí que quiero hablaros de un chisme que creo que es recomendable para la cocina. No es imprescindible, por supuesto que no, pero yo estoy contenta tras haberlo comprado. Se trata de las encimeras que veis en las fotos. Las venden a precios muy razonables en distintos sitios.

Yo se la vi a un amigo soltero que acababa de estrenar piso, en su caso mostraban rascacielos neoyorquinos. Él las compró para tener más encimera disponible en su pequeña cocina. Me gustó la idea de poder cocinar en un fuego y usar la mitad de la vitrocerámica simultáneamente, pero me gustó sobre todo que al bajarla por completo, aunque la vitro esté aún caliente, dificulta mucho que los niños se quemen.

Todas las madres tenemos nuestras paranoias en la cocina. Yo suelo usar siempre que puedo los fuegos más alejados y prefiero las vitrocerámicas que no son táctiles. Tal vez vosotros también tengáis vuestras manías. Y vuestros trucos y recomendaciones para hacer de la cocina un lugar más seguro. Me encantará escucharlos…