Mi padre ha dejado de ser ‘papá’ para convertirse en ‘el abuelo caramelo’. Sí, es uno de esos abuelos que pululan por ahí dispuestos a conceder cualquier capricho a sus nietos como demostración del enorme amor que les tiene. Es fácil que tengáis alguno en mente.
Yo adoro a mi padre, le quiero tanto como él a sus nietos, pero estoy ya harta de repetirle que no les atiborre a regalices, chupa-chups, gominolas y nubes. Las chuches llueven sobre mis hijos como el maná cuando él está cerca, da igual si aún no han comido o si estaban en plena rabieta y no era plan de «premiarles» en ese momento.
Las golosinas son un mal necesario en la vida de Jaime, con los niños con autismo hay que localizar sus intereses y utilizarlos constantemente como premio, como incentivo para comunicarse o completar una tarea. Y los intereses de los niños pequeños con autismo siempre son muy limitados: pompas de jabón, cosquillas, alimentos, canciones… poco más. De hecho esa característica, tener pocos intereses, es una de las claves que definen el diagnóstico.
Yo he visto trabajar a los terapeutas de Jaime, le dan trozos minúsculos de regaliz cuando se esfuerza en decir “aiz” o quieren que coloque la pieza de un puzle.
El abuelo le da regalices enteros solo por existir. Tanto le he regañado por esa barra libre de azúcar, que me siento ya la mala de la película (lo de que las madres nos sintamos así da para otro post).
Intento dejarlo por imposible, pero a veces es que no puedo. Le digo siempre que ya les pagará él el dentista, pero es que por desgracia, lo más fácil es que el dentista para Jaime suponga anestesia general.
Probablemente leerá este post. Estoy convencida de que no servirá para nada.
¿Vuestros hijos también tienen un ‘abuelo caramelo’?