Una conversación por correo electrónico con una amiga que es madre y que vive muy lejos me ha recordado otra conversación que tuve hace ya bastante tiempo de viva voz con una amiga que también es madre y que vive muy cerca.
Ser madre te hace cambiar más profundamente de lo que crees posible cuando te planteas tener hijos.
Ya hace tiempo hablé de las cosas que dejé de hacer tras ser madre, también de las que hago mucho más. Pero no me refiero a eso hoy. Hoy no se trata de si irás menos al cine o más al parque.
Creo que aquel que piense que seguirá siendo el mismo sólo que con otras rutinas y un bebé en la casa, se equivoca muy mucho.
Convertirse de hija en madre no es algo trivial.
Tras tener hijos se produce una transformación fundamental, que afecta a tus fibras más íntimas. Te hace ver la vida de otra manera, te altera tus prioridades vitales, te hace evolucionar…
Te pareces mucho a la persona que eras antes. Pero no eres la misma. Y es algo que ni siquiera te imaginas durante el embarazo. Como mucho lo intuyes.
Luego no digáis que no os he avisado.
¿Y convertirse de hijo en padre? Ahí no nos poníamos de acuerdo: imagino que depende de cada hombre, de su sensibilidad y de cómo viva la paternidad.