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Todos los centros deberían tener un protocolo para detectar situaciones de acoso escolar

Escena de acoso escolar (GTRES).

Escena de acoso escolar (GTRES).

Recuerdo como algo más dañino que inútil y absolutamente innecesario, para nada positivo, las jornadas de convivencia que hacían en mi colegio. Las recuerdo a raíz del caso de acoso escolar de Jeremy, que intentó suicidarse con doce años y a cuyos compañeros pidieron en su colegio que escribieran una lista con todo aquellos que no les gustaba del niño. «La madre del menor no entiende qué motivación pedagógica puede haber», decía el reportaje. Yo tampoco.

El mío era un colegio de monjas en el que solo éramos niñas, nos reunían en clase, en el patio, incluso en excursiones fuera del centro, y nos hacían escribir en papelitos e incluso decirnos a la cara que nos gustaba y que no nos gustaba de nuestros compañeros, qué es lo que tendrían que cambiar, qué necesitaban mejorar. A veces era anónimo, otras no.

«Dí tres cosas malas y tres buenas de tus compañeros».

Puede que así dicho no parezca mala idea, pero cuando se aplicaba a niñas y preadolescentes, la realidad es que se herían sentimientos, se resquebrajaban relaciones y, en algunos casos, se daba salida a inquinas y pequeñas mezquindades disfrazándolas de una actividad positiva, con la venia de los adultos.

Por suerte para muchas era algo para ignorar, algo de lo que pasar, que no calaba.

Desconozco la motivación real de las monjas para llevarlo a cabo. Lo ideal hubiera sido intentar localizar y poner freno a situaciones de acoso, pero os aseguro que eso nunca estuvo en sus planes. Jamás.

Nunca vi en mi colegio casos de acoso extremo, pero si hubo niñas apartadas, infelices, con muy pocos asideros. Nunca se les prestó ayuda. Eran cosas que las niñas solucionábamos entre nosotros. O no. Pero el centro nunca metía baza. En alguna ocasión alguna niña se fue del colegio, sus padres optaron por llevársela buscando que unos cambios de aire la beneficiaran. Normalmente esa decisión respondía a una bajada en el rendimiento escolar que a veces no era más que la consecuencia de la infelicidad. Tampoco las monjas se esforzaban por ayudar cuando había suspensos, por prestar apoyo a los que flojeaban. ¿Para qué, si tenían lista de espera para entrar? Adiós problema y tan contentas.

Tengo cuarenta años y me gustaría pensar que las cosas han mejorado, pero me cuesta verlo. Lo que sí he visto a mi alrededor es una persistencia en primar lo académico, dejar que los niños se apañen en el plano social, apartar a los niños que requieren más ayuda, a padres que cuando intuyen situaciones de acoso se acaban viendo obligados a la vieja solución de cambiarle de centro.

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