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No podrá tener a su primer hijo acompañada por su madre por culpa de la burocracia

Tengo una amiga y colega colombiana (y futbolera como se ve en la foto) que está a puntito de convertirse en madre reciente por vez primera.

Como yo, además de periodista es bloguera en un periódico en el que cuenta sus aventuras y desventuras como colombiana residente en Barcelona.

Su último post es una desventura.

Como os decía va a ser madre por primera vez y quiere, como es natural, que su propia madre pueda venir a España unas semanas y estar con ella durante el nacimiento y los primeros días de vida de su hijo.

Es un deseo perfectamente comprensible.

Con todo en regla, con todo correcto, sin nada sospechoso y con confianza en no tener problemas para conseguirlo, ha presentado la carta de invitación, un papeleo imprescindible para que a su madre le permitan venir.

Así lo cuenta ella en su post ¿Cómo se decide la entrada de un colombiano en España? del que os dejo parte:

Como tantas colombianas embarazadas que pueden vivir en este momento en España, yo pagué 103 euros en la Policía Nacional por una carta de invitación. No hace falta explicar el montón de requisitos a llenar y la inutilidad de este documento, pues obtenerlo no garantiza un visado.

Una vez emitida la exigente y exigida Carta, reuní otra cantidad de papeles aparentemente indispensables para que mi madre pudiera viajar a España y reunirse conmigo en el momento del nacimiento de su segundo nieto.

Mientras yo abultaba una carpeta con documentos míos, ella hacía lo mismo con sus propios documentos. Originales y fotocopias que garantizaban una propiedad, unos ahorros, un seguro médico pagado y no sé cuántas cosas más…

No me voy a extender explicando los costos de un proceso como éste. Bastará con decir que son infinitas la energía, las ilusiones y el empeño que le pones a cada firma, a cada formulario.

Sin embargo, nada de eso parece haber valido.

El Consulado de España en Colombia considera que no hay justificación para el viaje
(pese a haber enviado un certificado médico donde consta que mi parto es en mayo) y que no hay medios suficientes de subsistencia (pese a que el alojamiento está garantizado por la dichosa Carta de Invitación y a que a una cuenta de ahorros se sumó un Certificado de Depósito a Término Fijo que estará disponible a finales de mayo).

¿Para qué sirve entonces presentarse ante la Policía española con toda la documentación para invitar a alguien a tu casa?

¿Para qué justificar con la firma de un médico que lo único que quieres es contar con la compañía de un familiar tan entrañable como tu madre en un momento tan crucial como el nacimiento de tu primer hijo?

¿Para qué se hacen esfuerzos desmedidos por demostrar un dinero que -según las autoridades españolas- es el que se gastará durante la estancia en este país?

¿Para qué exhibir documentos que acreditan la posesión de una propiedad y por ende, que hay un lugar al cual volver después del viaje?

Para nada.

¿Y ahora qué? Pues impotencia, rabia y la falta de esa persona tam importante en tu vida en un momento tan trascendental.

Así que entenderéis que parte de esa rabia e impotencia me haya alcanzado a mí hoy.

Lo más que podemos hacer es ¿Cómo se decide la entrada de un colombiano en España?dejar a Zulma nuestros ánimos en su blog.

Como dice en su blog otra amiga común, también indignada.

Si en algo te ha dolido, si te has sentido identificado, si crees que es una injusticia tremenda que una mujer traiga a su primer bebé al mundo sin la caricia tranquilizadora de su mamá secándole la frente parturienta…

Si te indigna o te entristece, digo, que en tu país pasen cosas como esta, comparte esta noticia.

No nos compadezcas en silencio. Ya es hora de que alguien diga «no más».

Os dejo con el comentario que ha hecho en Facebook a esta situación otro amigo y colega:

Es vergonzoso, la arbitrariedad más absoluta. Zulma lleva 7 años en España, todos ellos cotizados a la SS y con contrato indefinido, su madre tiene propiedades en Colombia y han consignado los depósitos en efectivo que les pide la Policía para asegurar la vuelta de su mamá (más de 60 € al día!). Todos los requisitos de la solicitud están perfectamente de acuerdo con la legislación vigente, todos. Pero el consulado de España tiene la última palabra. Y su última palabra es sí o no en función de lo que le dé la gana al cónsul, sin ningún criterio objetivo (y ya no digamos legal). De hecho, los criterios objetivos más comunes de los que se habla en ese consulado para autorizar visitas no tienen que ver con la ley, si no más bien con atajos más crematísticos

Kafkiano. ¿Verdad?

El alzheimer

Tres de mis cuatro abuelos aún viven.

La que falta era la madre de mi madre, una extremeña lista que se enorgullecía de sus bonitas manos y siempre llevaba las uñas pintadas, que nunca se tiñó el pelo, que fumaba pese a que en su generación pocas mujeres lo hacían, que manejó su dinero y tomo sus decisiones en la vida sin depender de ello para nadie, que a veces juzgaba a la gente demasiado rápido pero siempre tuvo buen corazón. Era creyente, no perdía una misa, y le encataba el ver baloncesto en televisión. Tenía mucho carácter, aunque no un pronto explosivo. Simplemente iba por la vida teniendo claro lo que quería y actuando en consecuencia. Se equivocó muchas veces, como cualquiera que se atreve a afrontar la vida, pero acertó al menos otras tantas.

De esa mujer heredé las manos, aunque yo no las adorno con oro ni con esmaltes. Tal vez también los ojos negros. Mi madre, que salió más dócil, dice que saqué en parte su personalidad. Puede que sí, aunque también puede ser sencillamente que a mi madre le consuela recordar a su madre en su hija.

Teníamos en común el gusto por las fotografías. Cuando quería complacernos a ambas le pedía que me sacara su caja de viejas fotos. Ella me iba narrando los paisajes y los protagonistas y yo la escuchaba.

En total sumó seis hijos, tres niños y tres niñas. Pero como madre no tuvo mucha suerte. Sus dos primeros hijos murieron siendo muy pequeños. Nadie sabe de qué. Al segundo le puso el mismo nombre que al primero. Y al tercero el mismo que a los dos anteriores. Pocas madres lo hubieran hecho, pero ella parecía querer desafiar al destino.

Tampoco tuvo suerte al final de su vida. Sus últimos años los pasó sucumbiendo al alzheimer. Olvidando quien era, olvidando los nombres de sus seres queridos, las palabras cotidianas, convirtiéndola en un apagado reflejo de la enérgica anciana que fue.

El alzheimer, que no siempre elige los mismos frentes, atacó con fuerza la expresión oral. Logró lo que nadie ni nada antes: la enmudeció

Si hubiera visto su caja de fotos, no habría reconocido a nadie. El alzheimer no sólo la enmudeció, también la borró.

En algo fue clemente el alzheimer. Ganó la partida definitica a los pocos años. No padeció tanto como otros enfermos de esta maldición.

Murió pocos meses después de que naciera mi hijo, su primer bisnieto.

Las veces que acudimos a visitarla sé que fue feliz tomando, con ayuda, a ese bebé en brazos. Cuando veía a mi madre sonreía y movía los brazos como si acunara un bebé. Lo recordaba. El alzheimer no pudo anular del todo el amor que despierta un recién nacido.

Este fin de semana su bisnieto ha metido unas moneditas en una hucha que recaudaba fondos en nombre del alzheimer.

Y yo he recordado a mi abuela.

Coser para ellos

Nunca he sabido coser. Y dudo que la cosa vaya a cambiar. En mi casa existe una cajita de alfileres, agujas e hilo que me regaló mi madre cuando me independicé y que me ha acompañado cuando he cambiado de casa. Pero más por su valor sentimental que real.

Las dos abuelas de mis hijos sí que cosen. Pertenecen a una generación en la que acudir a clases de corte y confección y fabricarse los modelitos a partir del Burda era de lo más común. Ni Mango ni Zara existían. Ni sobraba el dinero para ir al Corte Inglés.

Mi madre me vistió con sus creaciones cuando era niña. Y mis tías y abuelas también me cosieron vestidos, me tejieron ropa de ganchillo o de lana.

A mi santo le pasó tres cuartos de lo mismo.

De hecho mi hija tiene varios vestidos y chaquetas obra de sus abuelas y tías, incluso alguna de su bisabuela. Jaime no tanto. Los varones son menos agradecidos con eso de la ropa. Ya hable hace un par de años que no hay paridad en el tema de ropa para bebés.

Lo que me llama la atención y por lo que escribo este post es porque cada vez conozco más casos de madres recientes, de mi generación, que pasados los treinta agarran las agujas de tricotar, la máquina de coser o simplemente aguja e hilo.

Sus creaciones son estupendas, bonitas, originales… y sobre todo son suyas.

Sé que su sensación de orgullo y satisfacción cuando visten a sus hijos con ellas o cuando las regalan no se puede comparar, por muy guapos que queden, a lo que yo hago vistiendo a mis hijos con ropa comprada o regalando ropa ya hecha a otros niños.

Ayer precisamente me crucé con una de estas madres recientes que ha decidido además, con la crisis que cae, convertir su afición en un intento por ganarse la vida.

Podéis ver su tienda online, se llama Krischu.com y tiene hasta mochilas como la que ilustra la imagen.

Y recuerdo otro caso parecido que publiqué hace casi un año en el blog: el de camisetaswan, cuyas pequeñas obras de arte se pueden ver al final del post.

Para ellas, toda la suerte del mundo.

Para las que sin buscar convertirlo en un medio de vida transforman sus sueños en ropa para sus peques, toda mi admiración.

Las abuelas-madres

Era un señora de unos setenta años. De esas que se ven con frecuencia en la zona sur de Madrid, en mi zona. Vestida correcta y discretamente, con ropa práctica que no llama la atención para bien ni para mal. Con el pelo corto y aseado pero no de peluquería. La cara lavada, sin maquillar y con las arrugas propias de la edad y de no haber usado demasiadas cremas.

Una de esas mujeres en las que se intuye un pueblo en la memoria, probablemente manchego o extremeño, mucho trabajo en sus espaldas y una buena calculadora en la cabeza.

Estaba delante de mí en la cola de súper del barrio. Cargando un carrito de la compra. Y hablaba con un hombre, claramente un conocido, de su misma edad.

Al principio no presté mucha atención a lo que decía:

«Sí, ahora que al fin podría vivir como una reina, ahora tengo que estar haciendo cosas de gente joven. Pero no por gusto, por necesidad. ¡Qué remedio queda más que tirar del carro otra vez!».

Hasta que dijo:

«Y es que qué le voy a hacer. Mi nuera ha muerto. Con 43 años. Y ahí ha dejado a las tres criaturas, el niño y las mellizas. Y mi hijo vale para todo, igual cocina, que limpia que cose, pero el hombre se va a las cinco de la mañana y regresa a las siete de la tarde. Y así no puede ser».

Fue entonces cuando me percaté de que estaba ante una abuela-madre.

En mi familia también hay alguna. Y conozco superficialmente varios casos más.

Cuando una madre reciente se va, muchas veces son las abuelas las que tienen que volver a ejercer de madres a la fuerza.

¿Y los padres? Pues no quiero ser injusta, pero veo muchos casos en los que el trabajo les vampiriza o rehacen su vida con otra mujer y los hijos, no es que sean menos amados ni dejen de ser atendidos, pero pasan a un segundo plano. Ya está la abuela o las tías para cuidarlos.

Tal vez sea una percepción particular y distorsionada de la realidad, pero me da la impresión de que cuando una madre pierde a su pareja sus hijos siguen siendo su prioridad, por mucho que otro hombre se cruce en su camino.

En cualquier caso, y volviendo a mi idea inicial, no puedo evitar emocionarme un poco y agradecer la labor de todas esas madres-abuelas que se ponen a tirar del carro a la edad en la que deberían vivir como reinas.