Archivo de junio, 2017

Las vacunas no causan autismo, Javier Cárdenas, las vacunas salvan vidas y tenemos la responsabilidad de transmitirlo así

No escucho a Javier Cárdenas. No por nada. Simplemente no lo hago. Pero sí que he estado oyendo la conclusión de su programa diario después del aviso de Estela Jisela por Twitter.

Así que he buscado su programa y me he puesto los últimos minutos, en los que reflexiona lo siguiente (la transcripción, literal, es mía):

“Una reflexión más que interesante, sobre todo a los que nos toca de cerca. Ya lo dijo incluso Obama, el autismo se ha convertido en una epidemia. Para que veas hasta qué punto algo se está haciendo mal. Seguro. Desde un punto de vista de vacunas, como muchos sostienen esta teoría y es una teoría apoyada en hechos importantes; que tienen metales pesados que los niños no saben absorber, que sus cuerpos no saben absorber. O por la razón que sea. Pero en Estados Unidos han aumentado un 78% en los últimos diez años.  ¡Un casi 80% de los casos de autismo! Y obviamente no han aumentado de casualidad”.

A continuación se escucha un corte con audio latino que da el dato del incremento, especialmente en las comunidades afroamericana y latina. Incremento no necesariamente en el número de casos, sino en su localización y diagnóstico. Y sigue hablando.

“¿Hay que esperar mucho más para actuar? ¿Para investigar y para comparar? Por mucho que sean lobbies enormes, ¿qué pasa con las vacunas por ejemplo? Porque a la mayor parte de niños les ocurre siendo muy pequeñitos.  Es decir, nacen, son como otros niños, totalmente normal, y cuando pasa el tiempo, sobre todo una gran parte de ellos a raíz de las primeras vacunas, comienza ese calvario para tantas familias. Te lo dice alguien que le ha tocado muy de cerca, muy, muy de cerca. Así que algo está ocurriendo  pero que no es casualidad. No entiendo  como no se investiga de forma realmente… Es decir se sabe el dato, pero se está como dejando, como dejando. Y no se puede permitir. Es una epidemia lo que está ocurriendo. Ya no en Estados Unidos. En nuestro país. Como aumenta de una forma tremenda. Hay asociaciones que se dejan la vida por ayudar a personas con autismo. Tremendo, de verdad”.

Vayan por delante todos mis ánimos Javier (permite que te tutee, es lo que he visto que tú sueles hacer y lo hago con respeto). Es complicado cabalgar a lomos del dragón azul del autismo, es cierto. Aunque también se puede ser feliz y disfrutar de la vida durante el viaje. Cuentas con mi respeto dado que amas a alguien con autismo, dado que te preocupas por él. Parece que eso lo tenemos en común.

Es cierto que hay asociaciones que se dejan la vida por ayudar a personas con TEA. Es también cierto que toda investigación es poca, que todo lo que se pueda avanzar es bienvenido. Es un camino lleno de oscuridad, en el que nadie te lleva de la mano, en el que se sientes huérfano de ayuda médica. Y en el que corres el riesgo por tanto de equivocarte de antorcha, aferrándote a una que ilumina  y te hace avanzar por terrenos peligrosos que en nada van a  ayudar a las personas con autismo y pueden perjudicarnos a todos.

Las vacunas no causan el autismo. Es un falso mito descartado hace muchos años. Te invito a que te informes, a que tus reflexiones en un medio con tanta audiencia se apoyen en evidencias científicas reales y actuales, por la responsabilidad que tienes, que tenemos. En tu caso la responsabilidad es mucha, tanta como el número de tus oyentes. Y se agradecería sobremanera escuchar en tu programa la historia de Wakefield y una defensa de la necesidad de vacunar a nuestros niños.

Las vacunas salvan vidas. Estamos aún lejos de conocer los desencadenantes del autismo, pero sabemos que las vacunas no lo son.  Y no es algo que diga yo.

 Así de bien lo explica (y enlaza) el periodista especializado en ciencia y biólogo Javier Yanes:

(iStock)

La idea de que existe un rápido crecimiento de los casos de TEA puede ser tan solo una interpretación simplista de los datos. La biblia del diagnóstico psiquiátrico, el DSM, incluyó por primera vez el autismo en 1980; hasta entonces no existía una separación de la esquizofrenia. Desde aquella definición a la actual de TEA se han ampliado enormemente los criterios, de modo que hoy entran en el diagnóstico de TEA muchos casos que no encajaban en el de “autismo infantil” de 1980. Ante los gráficos presentados por ciertas fuentes, en los que parece reflejarse un crecimiento brutal de los casos de TEA en el último par de décadas, algunos investigadores han dejado de lado el titular sensacionalista y han entrado a analizar los datos. Y entonces, la cosa cambia: aunque podría existir un pequeño aumento en el número de casos, la mayor parte de lo que algunos presentan como una explosión de casos se debe realmente al cambio de los criterios diagnósticos.

 Como no podía ser de otra manera; en general, los defensores de la “explosión” de casos suelen estar guiados por el interés de colocar a continuación su idea de que el autismo está causado por su obsesión favorita.

 Claro que esa obsesión favorita puede traducirse en el motivo más viejo de la humanidad. La idea del vínculo entre vacunas y autismo fue un “fraude elaborado” creado por un tipo llamado Andrew Wakefield, exmédico. Su licencia fue revocada después de descubrirse que su estudio era falso. Posteriormente, una investigación de la revista British Medical Journal reveló (artículos originales aquíaquí y aquí) que Wakefield había recibido para su estudio una suma de 674.000 dólares de una oficina de abogados que estaba preparando un litigio contra los fabricantes de vacunas. Al mismo tiempo se descubrió que Wakefield preparaba un test diagnóstico de su nuevo síndrome con el que planeaba facturar 43 millones de dólares.

Habrá que repetirlo las veces que sea necesario: no existe ni ha existido jamás ningún vínculo entre vacunas y autismo. La idea procede en su totalidad de un estudio falso fabricado por un médico corrupto. Más de 100 estudios y metaestudios han concluido que no existe absolutamente ninguna relación entre vacunas y autismo.

Esto es lo que no es. En cuanto a lo que es: hoy no hay pruebas para sostener otra hipótesis diferente a que los TEA tienen un origen genético complejo debido a variantes génicas no necesariamente presentes en los genomas parentales, y que el riesgo podría aumentar con la edad del padre y tal vez de la madre (lo cual no es diferente a lo que tradicionalmente se ha asociado con otros trastornos, como el síndrome de Down). No se puede negar una posible modulación del nivel de riesgo genético por causas externas ambientales, pero hasta ahora no hay pruebas sólidas de la influencia de ninguno de estos factores. Esto es lo que hay, y lo demás es propaganda.

 

Y aquí tienes un vídeo divulgativo en la misma línea de la divulgadora, farmacéutica, nutricionista y óptica Marián García, Boticaria García.

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Es nuestra responsabilidad como padres no fomentar la existencia de los tiovivos con ponis de las ferias

Los padres tenemos la responsabilidad de fomentar la sensibilidad de nuestros hijos hacia los animales, que es una manera de cultivar su bondad. Tenemos la responsabilidad de no favorecer el maltrato a otros seres vivos a cuenta de mirar hacia otro lado, de no querer ver lo que tenemos delante de nuestras narices.

Todos los carruseles tendrían que ser así, de plástico.


Tenemos la responsabilidad por tanto de no acercarnos a esos ponies que aún se pueden ver dando vueltas en las ferias por toda España, ferias que se multiplican con la llegada del buen tiempo y las fiestas de los pueblos.

Si lo ignoramos, si cedemos a la ciega ilusión infantil por dar tres vueltas en uno de esos pobres animales por un par de euros, estamos cultivando en nuestros hijos que su diversión está por encima del bienestar de otros y estamos fomentando una práctica que ya va siendo siglo que acabe.

Los tiovivos de las ferias deberían tener únicamente animalitos de plástico de una puñetera vez. Son instrumentos de tortura para los animales que van atados a ellos, dando vueltas sin parar en un entorno ensordecedor, lleno de polvo con frecuencia, muchas veces con un calor excesivo, sin tiempo de descanso, sin estar convenientemente hidratados, sufriendo traslados constantes y siendo estabulados con deficiencias.

La primera vez que nos encontramos ante uno de estos horrores Julia tenía unos tres o cuatro años y quiso subir. La hice ver que los ponis no lo estaban pasando precisamente bien, que no estaban bien cuidados y que no íbamos a darle dinero a unos señores que los trataban así de mal. Lo entendió perfectamente.

Esos tiovivos son algo que es nuestro deber como padres evitar, haya ponis preñados o no como es el caso de este tuit, que es lo que ha motivado este post. Que no reciban nuestro dinero contribuirá eficazmente a que acaben desapareciendo.

La asociación AnimaNaturalis convocó hace escasos días unas protestas en Galicia a cuenta de estos carruseles, con motivo de esa concentración explicaban lo siguiente:

«Cada año», ha relatado Anima Naturalis, «en diferentes municipios de España se ponen carruseles con animales vivos, donde pasan jornadas enteras sin descanso, y algunas veces incluso sin agua cerca ni comida».

Entre los motivos por los que esta entidad se muestra en contra de los carruseles de ponis son que «pasan el 95 por ciento de su tiempo atados a cuerdas de poca longitud; hacen viajes muy largos y estancias muy cortas; con alojamiento poco apropiado; y cada atracción tiene sus propios altavoces, que produce estrés puesto que está calculado que pasan unas 1.500 veces al día delante de ellos».

A esto suman «las luces funcionando constantemente y distintas intensidades que producen alteraciones ópticas y ceguera; duermen en camiones durante el día y su jornada laboral es de noche alterando su ciclo vital; debido al peso que soportan y a la poca calidad de las sillas de montar sufren desviaciones de columna; falta de atención veterinaria al cambiar de ciudad constantemente; y están expuestos a climas y condiciones ambientales inadecuadas».

«Todo ello afecta negativamente a su salud, a su comportamiento (desarrollan estereotipias), a su alimentación y reproducción y les impide llevar una vida digna», ha añadido.

Animaturalis ha señalado que, «afortunadamente, las normativas son cada vez más restrictivas y van creciendo las atracciones que utilizan ponis de atrezo o mecánicos».

Criamos a nuestros hijos como mejor sabemos o podemos y merecemos respeto, también de los que no comparten nuestros métodos

Los pediatras de Estados Unidos recomiendan que los bebés duerman al menos hasta el año en la misma habitación que sus padres. ¿Por qué? Pues para evitar el síndrome de muerte súbita del lactante. Ese fantasma temible que nos impulsa a los padres recientes a comprobar que nuestros hijos respiran cuando les vemos profundamente dormidos y que se reduce hasta un 50% si dormimos cerca de ellos.

Aconsejan, eso sí, que lo hagan en una superficie diferente. No les parece buena idea que compartan la misma cama que sus padres porque hay factores que pueden incrementar el riesgo de asfixia por aplastamiento. El riesgo radica cuando hay obesidad mórbida, tabaquismo, problemas de alcoholemia o drogadicción o alteraciones del sueño. En esos casos no está recomendado. En condiciones normales, compartir cama con nuestros pequeños es perfectamente seguro

Hoy es noticia un estudio de la universidad de Pensilvania, uno muy discutible (discutido por preeminentes pediatras cuyas recomendaciones escucha la Academia de Pediatría de EE UU, no por mí), que recomienda que a partir de los cuatro meses los niños se vayan a su propio cuarto porque así duermen una media de 46 minutos más.

Que cada cual haga lo que mejor considere con sus hijos, dentro del sentido común, sus circunstancias y el carácter que muestre el niño. Es cierto que yo no me saltaría las recomendaciones de los pediatras yanquis de compartir habitación durante el primer año. Que el niño esté en su propia cuna o que el niño esté colechando con nosotros si no hay factores de riesgo, que lo decida cada cual. Pero que esté en nuestro cuarto, eso sí para reducir el temido síndrome de la muerte súbita.

Yo coleché. Con Jaime intenté brevemente hacer caso a las recomendaciones de tener la cuna junto a la cama. Ni a él le gustaba ni yo descansaba. Tardé pocos días en meterle en la cama a mi lado, poner una barrera como la de la primera imagen, y dormir ambos tranquilos. Compartimos cama hasta que superó los dos años, que se fue a dormir tranquilo y felizmente a su cuarto.

Con Julia, desde el principio, opté por la barrera. No hubo cuna en casa. Descansamos estupendamente las dos. Ella no llegaba a despertarse para mamar un poco y seguir durmiendo. Yo apenas recuerdo despertarme para facilitarle el acceso al pecho. En mi memoria el colecho está muy unido (y facilitado por) a la lactancia. Igual que su hermano, pasados los dos años comenzó a dormir en su cuarto y su cama al tiempo que la lactancia iba despidiéndose hasta desaparecer.

Guardo de toda aquella etapa, de los cinco años de lactancia y colecho, un recuerdo feliz. Parte de las sensaciones más agradables a la memoria de mi maternidad están vinculadas a tener a mis hijos junto a mí. Conozco a padres que aseguran que si volvieran a criar a sus hijos habría aspectos del poner a dormir que cambiarían. Una buena amiga me recordaba este mismo fin de semana que al primero de sus tres hijos lo llevó enseguida a otro cuarto por recomendación de la enfermera de pediatría y la lactancia apenas duró, y que a día de hoy no obraría así.También conozco a otros padres que están encantados con haber tenido a sus hijos en una cuna en su habitación o en otro cuarto. Y padres que intentaron el colecho y no lo disfrutaron ni pudieron descansar.

La verdad es que si yo volviera a atrás no cambiaría nada a ese respecto (tal vez sí en cuanto a otros, pero esa es otra historia).

Hay tantos factores en juego: el carácter del niño, el nuestro, nuestras circunstancias personales, habitacionales, nuestros miedos y creencias… que no hay una fórmula idónea para todos. Lo único que debería haber es respeto.

 Si dormís juntos, disfrutadlo haciendo oídos sordos. Ni caso a los agoreros. Si sois de los que por el motivo que sea habéis descartado el colecho, pues ni caso tampoco.

Criamos a nuestros hijos como mejor sabemos o podemos y merecemos respeto y apoyo, también de aquellos que no comparten nuestros métodos.

(GTRES)

GTRES.

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Nuestros niños pueden crear perfiles en las apps de ligar, pese a estar prohibido

Así está la cosa, es ilegal crear perfiles si eres menor de edad en las apps de ligar. Pero puedes hacerlo incluso diciendo abiertamente en tu perfil que tienes 16 años. No lo miran, no te expulsan, no hay ninguna garantía que asegure que la gente ahí dentro es mayor de edad.

Pero eso, siendo importante, me llama menos la atención que el hecho de que los hombres que contactan a esos menores, todos ellos, les tiran los trastos  en lugar de recomendar que salgan de ahí, aunque se hagan (e incluso se crean) los buenos.

Al menos eso es lo que experimentó Odette, @ccerezoenflor en Twitter, que creó una cuenta diciendo que era menor y que todo lo que se encontró fue hombres de todas las edades intentando llevársela al huerto con diferentes estrategias. Ni uno solo la escribió para recomendar que abandonara esa cuenta o para hablar de los peligros que corría.

Pepo Jiménez (@Kurioso) lo cuenta con detalle para VozPopuli en un tema que se llama: Esto es lo que pasa cuando creas un perfil de una chica de 16 años en una aplicación de contactos.

Yo estoy convencida de que sí que hay muchos buenos tíos que lo que harían sería recomendar a esa niña que dejara esa red y se abstendrían de ligar por mona que fuese. Pero es muy probable que esos buenos tíos no estén en las aplicaciones de ligoteo. O que estén en un porcentaje tan ínfimo que encontrar a uno de ellos sea como toparse con un unicornio. La deducción de ese experimento, que también los adultos se pueden aplicar, es que ahí se va a lo que se va. Que no que ser malo, en absoluto, pero mejor tenerlo claro.

La otra conclusión que como padres creo que tenemos que extraer es que hay que hablar con nuestros hijos de estas aplicaciones y páginas web. Que hay que hacerlo francamente y exponer que, ilegalidad aparte de crearse un perfil, hay muchos riesgos vinculados a quedar con un desconocido al que has encontrado ahí. Riesgos que no son para tomarse a la ligera.

Igual que es importante explicar la importancia de no enviar a nadie por ningún medio digital imágenes comprometidas. Por mucho que creamos confiar en esa persona, no se debe hacer porque no sabemos dónde puede acabar esa imagen. Hay ejemplos a miles de confianzas rotas y vergüenzas expuestas.

Las charlas sobre sexo con los hijos eran más fáciles en la época previa a Internet, está claro. A nuestra generación, que creció convencida de poder hablar abiertamente con nuestros hijos, de poder hacer lo que no hicieron con nosotros, le crecen los asuntos a tratar.

Y más nos vale tratarlos.

Una serie familiar como ‘El ministerio del tiempo’ no puede arrancar casi a las once de la noche

En casa nos gusta El ministerio del tiempo, es la única serie española que seguimos. No somos una familia demasiado televisiva. Casi todos los contenidos audiovisuales que consumimos proceden de plataformas como Netflix o HBO y de Youtube, esos que puedes elegir cuándo ver y, exceptuando el caso de Youtube, exentos de publicidad.

El ministerio del tiempo es la única excepción de serie que estamos pendientes de ver y disfrutar cuando se emite, esperando semana a semana por ella. La vemos solos. Julia, con ocho años, es aún pequeña para disfrutarla. Pero para niños a partir de unos doce años puede ser un buen entretenimiento en familia en una época en la que no abundan precisamente los contenidos de adultos aptos para preadolescentes (por suerte cada vez hay más producciones infantiles de calidad que nos pueden gustar a los mayores, pero ese es otro tema).

Tengo amigos con niños de esa edad a los que le gusta también la serie de Olivares, pero su única opción es verla en diferido, pasando rápido anuncios, a una hora decente. Porque la hora a la que la emite Televisión Española no es decente. En absoluto. No lo es para los chavales que tienen que ir al día siguiente al colegio y al instituto, pero tampoco para los adultos que tienen que trabajar y tal vez llevarles a esos colegios e institutos.

La noche del jueves se estrenó el primer episodio de la primera temporada. Arrancó casi a las once de la noche, a las once menos cuarto. El prime time del jueves es casi ya del viernes. Y eso que justo hace dos años TVE hizo propósito de enmienda de rebajar esa hora. En un canto al sol se quedó.

A mi alrededor, en este momento, hay media docena de compañeros interesados en esa serie. Solo uno la ha visto. Otro lo intentó y se rindió al sueño. Nosotros ni nos planteamos verla. Ya lo haremos cuando podamos.

Pasa también con otros productos televisivos pasa. El fútbol sin ir más lejos, que también les gusta disfrutar a muchos niños. Y ahí el directo juega a favor de las cadenas tradicionales, porque tiene poca gracia tragarse un partido si ya se sabe el resultado (ninguna si tu equipo ha perdido). Pero en otros como El ministerio del tiempo no tiene justificación ninguna, podemos verla perfectamente después y a mejor horario.

Luego se extrañarán cuando, en pocos años, las plataformas de streaming les hayan comido la tostada. Ya están en ello. Y no solo por el detalle importante de las horas de emisión. También se podría hablar mucho de programar a horas en las que los niños están en casa contenidos inapropiados por poner otro ejemplo, y habría más.

(RTVE)

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Yo hubiera querido que mis hijos llevasen primero mi apellido

Soy hija única de un hijo único. Y tengo un apellido peculiar. Escaso, botánico, breve, para nada malsonante aunque a algún chiste se presta no lo voy a negar, que procede claramente de Asturias. Crecí contenta por tener ese apellido diferente, que la gente recuerda, que me asegura disponer de cuentas de gmail o redes sociales a mi gusto sin problema alguno.

Mi segundo apellido es muy común, te lo encuentras por millones. Tipo García, Fernández o González. Que ojo, no tienen nada malo. Pero tampoco nada especial.

Cuando estaba embarazada de Jaime, con 29 años, dejé caer varias veces a mi santo que me gustaría poner mi apellido en primer lugar a nuestros hijos. El suyo es uno de esos que hay por millones como mi segundo, uno tipo Rodríguez o Sánchez.

Se negó. Ya se podía hacer así, pero si no se solicitaba el trámite de ese cambio, por defecto ponían el del padre. Es cierto que ni yo insistí demasiado en ello ni la negativa que recibí derivó en una discusión. Lo dejé estar. Quiero creer que si me hubiera cuadrado, si me hubiera empeñado, habría dado su brazo a torcer.

Tampoco me engaño. Lo que realmente habría deseado es verle acceder de buen grado y sin necesidad de que yo lo pelease la primera vez que se lo comenté. Su rechazo fue una pequeña decepción. Nada terrible en una relación larga, feliz y en la que brilla la corresponsabilidad en la crianza de nuestros hijos, eso que quede claro.

En cualquier caso  creo que tendría que haberlo luchado porque es una diminuta espinita presente, que noto que pincha un poquito cada vez que relleno un formulario con el nombre de mis hijos y dejo su apellido en una inicial con un puntito para que luzca el mío, el raro, el especial, el escaso y diferente.

Y también sé que si mañana mi hija (a Jaime, por su autismo le da igual) quisiera darle la vuelta a la tortilla, me volcaría encantada en todo el papeleo (por complejo que sea y pese a lo mucho que aborrezco esos trámites) para que así fuera.

Me podríais decir que aún estoy a tiempo de pelearlo y cambiarlo. Pero a día de hoy para mí es más importante aún que el orden de los apellidos de mis hijos que ese cambio nazca de la generosidad de hombre al que amo. No quiero pelearlo, quiero que nazca de él.

Podéis imaginar que lo que me alegré con la reciente noticia de que ahora el apellido del padre no tendrá prioridad frente al de la madre, que ambos tendrán que decidir y ponerse de acuerdo para ver cuál es el primer apellido de sus hijos.

A día de hoy yo no tendría que haberle pedido que me cediera el puesto que la norma le otorgaba por defecto. Ya no tendría que haber sido una merced que él concede porque, de serie, ese lugar es el adjudicado para él. Ya no se lo hubiera pedido, sino que lo hubieramos decidido. Los dos. En igualdad de condiciones.

Medidas aparentemente insignificantes como eliminar esa prioridad paterna nos llevan pasito a pasito, despacito, en la buena dirección.

(ARCHIVO)

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