Archivo de noviembre, 2016

¿No estáis un poco cansados de tantos huérfanos en las películas infantiles?

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Tras la publicación el viernes pasado de un artículo de mi compañero Isra Álvarez sobre la diversidad racial en las princesas Disney, heredero del próximo estreno de Moana (Vaiana en el resto del mundo), nació en redes sociales una conversación con @Zurine_UG sobre los padres de las princesas, que con pocas excepciones están criando malvas. Y la cosa es especialmente sangrante respecto a las madres.

No deja de ser curioso teniendo en cuenta que a los niños lo que mayor estabilidad les proporciona es saber que sus padres estarán siempre ahí, a su lado. Lo que más les angustia es imaginar que les pasa algo malo y se ven solos.

Para poner una madre así, casi mejor no poner ninguna.

Princesas con madres entre las clásicas solo tenemos a Aurora. Una madre que es un cero a la izquierda, un florero que entrega a su bebé a tres hadas madrinas y lo recupera ya para que se case con el príncipe. Y entre las más recientes solo están Rapunzel, que también crece lejos de sus padres como Aurora pero al final los recupera, y Mérida. La princesa pelirroja, la más atípica de Disney (ya, ya sé que en realidad es Pixar), parece querer resarcirse de la masacre maternal previa de todas las otras princesas Disney y coloca a la reina como coprotagonista y a la relación madre-hija como hilo conductor. Es una película que se considera menor dentro de Pixar, pero que según pasa el tiempo creo que va haciendo vale sus virtudes.

Fijaos en la cantidad de princesas con padre pero huérfanas de madre: Jasmine (Aladdin), Ariel (La Sirenita), Bella (La bella y la bestia), en Blancanieves y Cenicienta los padres también sobreviven a las madres el tiempo justo para liarla casándose con los peores bichos que encontraron.

Completamente huérfanas están Elsa y Anna (Frozen), que pierden a sus padres a la vez. Tiana es una rara avis que es huérfana, pero de padre.

Y en las películas que no tienen princesas por medio, lo de la horfandad también abunda: el caso de Bambi es mítico, pero también están ahí Tod y Toby, Dumbo, Mogli (El libro de la Selva), Simba (el Rey León), Tarzán, Nemo

Lo de tener abuelos o tíos que se ocupen de los huérfanos, ni planteárselo claro. Solo en Big Hero 6 recuerdo a una tía haciéndose cargo de sus sobrino huérfanos de nuevo. Y Mulán, princesa no era, pero tenía padres e incluso abuela (gracias por el apunte Ana). La estructura familiar de los protagonistas de películas infantiles es entre escasa e inexistente.

«Dickens ha hecho mucho daño», bromeábamos, pero es verdad que va siendo siglo de que los guionistas sean algo más originales si quieren dotar de complejidad a sus protagonistas y el pasado que arrastran. Los huerfanitos que nos dan lástima, igual que las malvadas madrastras y los colofones románticos al uso, están ya demasiado gastados.

Tal vez se estén dando cuenta. Las películas Disney/Pixar que más nos han gustado últimamente son Zootrópolis (Zootopia) e Inside Out, cuya niña tiene unos padres estupendos. En ninguna de ellas hay nada de todos esos recursos manoseados.

Veremos que nos trae Moana.

‘Potion Explosion’, el ‘Candy Crush’ hecho juego de mesa para trabajar la atención con los niños

Hace tiempo que no os recomiendo juegos de mesa, tengo que ponerme las pilas que la Navidad está a la vuelta de la esquina y estos juegos son una buena opción de entretenimiento que además tienen muchos beneficios. Además, mi santo ha venido el mes pasado de Essen (Alemania), la feria más importante de juegos de mesa del mundo, cargado con unas cuantas cajas de las que merece la pena hablar.

imageHoy os voy a recomendar Potion Explosion, un juego de dos a cuatro personas que distribuye Edge en España, que en casa jugamos bastante y que tiene como una de sus principales virtudes que pueden jugar niños y adultos en igualdad de condiciones pero que también es entretenido solo para adultos.

Se recomienda para niños a partir de ocho años, pero por mi experiencia a partir de los seis pueden jugar perfectamente, siempre que sean niños capaces de permanecer media hora sentados y atentos. De hecho la atención es precisamente lo que se puede trabajar con ellos gracias a este juego. Y hemos comprobado que niños de entre seis y ocho años también pueden jugar solos sin necesidad de «un mayor» controlando la mecánica. Ya os he contado alguna vez que no acabo de entender cómo adjudican las edades mínimas en las cajas.

Es decir, que es un juego fácil y las partidas son rápidas, sobre todo si se juega a poner un temporizador para acelerar las jugadas que, como dice mi hija, «no hay que pensarlo tanto, que no es el ajedrez». Efectivamente, no es uno de esos juegos que requieran de elaboradas estrategias, se explica y domina rápidamente y la suerte tiene mucho que ver en su desarrollo.

¿En qué consiste? Pues en elaborar pociones. Hay un dispensador con varias hileras de canicas de cuatro colores. Cada jugador elige dos pociones, botellitas que te exigen diferentes ingredientes/canicas con distintas puntuaciones. Cada vez que completemos una poción la reservaremos y podremos usarlas cuando las necesitemos. Tienen diferentes efectos: coger dos canicas juntas de distinto color, convertir las canicas de nuestro almacén en el color que deseemos, repetir el efecto de una poción ya usada… Cuando se logra elaborar cinco pociones distintas o tres iguales, cogemos una ficha de cuatro puntos, si se acaban esas fichas de bonificación, se acaba la partida. El que sume más puntos, gana.

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Skylanders, Lego y Pokemon, los videojuegos que triunfan con mi hija de siete años

A Julia le gustan mucho los videojuegos. Es un entretenimiento que siempre ha estado presente en casa y tenemos fotos en las que se la ve muy pequeña, sin tener siquiera tres años, con el mando de la Wii en casa y sobre nuestro regazo, coloreando al tren Thomas.

Los videojuegos pueden ser instrumentos muy útiles para el aprendizaje y una buena forma de divertirse. Siempre los he defendido en ese sentido. Y no tienen que ser una diversión solitaria, aunque eso tampoco tiene nada de malo; siempre me ha llamado la atención que nadie critica el aislamiento y la soledad de los devoradores de libros y sí a los que se entregan al ocio electrónico. Nosotros la mayoría de los videojuegos los jugamos junto a ella o con ella.

Y hay tiempo para todo: libros, juegos de mesa, manualidades, cine, excursiones… nada es excluyente. Cuanto más variado sea el tiempo de ocio, mejor.

Todos los años, sobre todo cuando se acercan estas fechas en las que el llenado de alforjas reales ya está en el horizonte, hay gente que me pregunta sobre qué videojuegos podrían gustarle a sus hijos o sus sobrinos de cinco a diez años. Pues bien, suelo recomendar las tres franquicias con las que título este post, en función de los gustos del niño y de las consolas que tengamos disponibles.

Las tres, Pokemon, Lego y Skylanders, son las favoritas de Julia. Todas son completamente blancas, el contenido es apto para todos los públicos y tienen un nivel de dificultad muy razonable.

Skylanders fue probablemente la primera en triunfar en casa. Hace dos años la carta de los Reyes Magos estuvo llena de las figuras imprescindibles para poder jugar. La particularidad de este juego multiplataforma es que viene equipado con una plataforma sobre la que se ponen las figuras con las que iremos recorriendo el mundo de Skyland para combatir al malvado Chaos. Las figuras acaban suponiendo un gasto extras, pues hacen falta varias de distintos tipos para terminar el juego. O los juegos, mejor dicho, que cada año hay una entrega nueva que incorpora distintas novedades. Claro que también son juguetes con los que disfrutar ideando aventuras con la consola apagada.

Un niño de más de ocho años no tendrá problema para acabarlo solo, con menos edad habrá que jugar junto a él y ayudarle en momentos puntuales. En Vandal hay más información sobre todos los títulos de la franquicia.
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Tras los Skylanders desembarcaron en casa los juegos de Lego, también multiplataforma. Julia ha jugado a los juegos de Lego inspirados en Los Vengadores, la Legopelícula, Harry Potter, Batman y El señor de los anillos. Sus favoritos han sido los de Harry Potter, que ya sabéis que mi chica es muy fan del mago con gafas, y la Legopelícula. Son algo más difíciles que los de Skylanders para que un niño pequeño los juegue solo, pero tampoco es que tengan una gran dificultad la verdad. Para el adulto que acompaña al niño son mejores juegos que los de Skylanders, con mucho guiños, mucho sentido del humor. Son casi películas.

Os dejo el enlace a Vandal en el que tenéis más información sobre estos juegos, que son legión.

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Y los últimos en llegar a casa y entusiasmar a Julia han sido los de Pokemon, herederos de el furor decreciente por Pokemon Go. Son juegos que únicamente se puede disfrutar con las consolas portátiles de Nintendo y a los que no se puede jugar a cuatro manos, como mucho mirando por encima del hombro y comentándolo juntos acurrucados en el sofá. La dificultad es mínima y la gran ventaja es lo mucho que hay que leer. Toca hablar con todo el mundo mientras se va de gimnasio en gimnasio y los hay que sueltan unas chapas importantes y relevantes para avanzar en el juego. Este mes saldrá un nuevo Pokemon, el Sol y Luna, que mi hija ya tiene claro que pedirá a los Reyes Magos. De nuevo os remito a Vandal si estáis interesados en saber más.
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Esas son las tres franquicias que triunfan y que han gustado a todos los niños que conozco. Me consta que en muchos hogares los simuladores deportivos son los que reinan, pero a Julia le interesan entre poco y nada. Otras han sido decepcionantes, probablemente el mayor fracaso fue Disney Infinity, que usa un sistema de figuras sobre plataformas similar al de Skylanders. Figuras preciosas basadas en los personajes de Disney. Pero nos estrellamos ante su espinosa jugabilidad, muy mal concebida a mi parecer.

¿Cuáles son los videojuegos que triunfan con vuestros niños?

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¿Cómo eran los deberes de los que ahora somos padres?

GTRES

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Domingo de la primera huelga de deberes que tiene lugar en España, consistente en no hacer tareas los fines de semana, en no entregarlas el lunes durante todo noviembre. Si os soy completamente no me gusta que la huelga se esté convirtiendo en una confrontación entre (algunos) padres y (algunos) profesores. La autoridad de los maestros no debe minarse, eso no es bueno para nadie, pero los padres tambien deben ser escuchados y en muchos centros no es así. Sí me gusta que ponga sobre la mesa el debate de cómo enseñar a nuestros niños cuando está claro que el sistema de ahora no funciona.

Pero no es de eso de lo que querïa hablar hoy. Digiriendo todo este tema, viendo a padres en favor, padres en contra y padres medio pensionistas respecto a los deberes (no respecto a la huelga, que ese es otro tema, me refiero únicamente a las tareas en casa, sobre todo en lo que atañe a los niños de Primaria), me dio por pensar en los deberes que tuvimos nosotros, sus padres.

Ahora veo a mi alrededor a niños que, desde los cinco años, llegan con tareas a casa. Niños que empezaron Infantil el colegio con cuatro años, incluso con tres si nacieron en el último trimestre del año. Yo entré a los cinco en lo que llamábamos Parvulitos y los deberes tardarían muchos años en llegar.

No recuerdo hacer deberes hasta octavo de EGB, con unos trece años. Antes eran tan pocos o tan fáciles que ni cuentan. Y no supusieron nada que hubiera que tomarse razonablemente en serio hasta segundo de BUP. Había también trabajos que investigar, y era algo que prefería con mucho y con lo que aprendía más que con ejercicios puros y duros. Lo mismo vale para estudiar. En octavo ya tuve que empezar a estudiar algo más, pero hasta BUP fue un paseo. Tuve pocas extraescolares, ninguna que yo recuerde en el colegio. Llegaba a casa pronto (la hora exacta seguro que la recuerda mejor mi madre que yo, la memoria es traicionera) y toda la tarde era para mí, para jugar, para leer, para idear con qué no aburrirme.

Hablando con gente a mi alrededor me dio la impresión de que esa era la norma de los que ahora somos padres o estamos en edad de serlo. Que en nuestra vieja EGB la carga de deberes era, por norma general, muy inferior, así que pedí en mis redes sociales alto que también os pido a vosotros: que recordéis vuestra infancia, que me digáis si los deberes os agobiaban o no recordáis que os dieran mucha guerra y a partir de qué edad empezasteis a tenerlos. Si además me contáis si teníais actividades extraescolares y a qué hora llegáis del cole a casa, mucho mejor.

Gracias a todos los que habéis compartido conmigo vuestra experiencia, también a los que lo hagáis. Creo que es francamente interesante y puede ayudar a reflexionar. Y también gracias a vosotros tenemos el post más largo de este blog, que ya va camino de los nueve años de existencia 😉

Marta: Yo extraescolares ninguna, por suerte mi madre estaba en casa (con seis hijos no hay quien trabaje). Deberes, un poco de cada asignatura, no recuerdo que fueran demasiados. Con la edad más, claro. Los que te ponen y los que te impones tu (memorizar cosas, preparar exámenes…).

Almudena: Estudié EGB en los años 70. Colegio público.El horario era de 9 a12 y de 3 a 5, aunque durante varios cursos fue hasta las 6. Esa hora, que se llamaba permanencias era de pago y se le pagaba directamente a los maestros. Se suponía que era para realizar actividades no lectivas, pero yo lo recuerdo como una hora más de clase No recuerdo haber estudiado para los exámenes hasta séptimo. Para hacerse una idea de lo que mandaban, recuerdo que el tutor de séptimo nos dijo que ya teniamos que dedicar todos los días dos horas a deberes y estudiar. Yo intenté hacerlo, hice todos los deberes, estudié todo lo que habiamos dado en clase y me leí los temas del día siguiente. Me sobró una hora entera, y siempre he sido muy lenta escribiendo. Así que calculo que hasta los 12 años mucho menos de una hora de deberes. Las extraescolares en esa época y al menos en mi entorno socioeconómico ni se sabían lo que eran. Yo iba a un colegio un poco especial, en el poblado del Parque Móvil Ministerios, y sí que había una piscina en la que daban clases de natación, escuela de fútbol para los chicos y una academia de mecanografía a la que podías apuntarte a partir de los 10 o 12 años. Eso era lo mas parecido a extraescolares

Mónica: Deberes muy pocos, leer y hacer resumen del libro, algún trabajo… Y clases extraescolares un deporte, el que quisiéramos mi padre nos decía, yo karate.

Mariluz: Mi experiencia y recuerdos son similares. En BUP empezaba lo serio. Las lecturas obligatorias las recuerdo con poco cariño porque no siempre eran lo que querías leer. No puedo imaginarme estudiando para aprobar exámenes cada 10 días. Me hubiera gustado una etapa infantil como la que hay ahora de aprendizaje a través del juego. No sé por qué en Primaria se olvidan de eso. Y me hubiera gustado más prácticas de oratoria. Igual. No sé por qué en Infantil ahora lo hacen y se olvidan en Primaria, relegado sólo a la exposición de algún trabajo. Pero en cuestión de deberes no lo cambio por lo que hay ahora aunque había mucho que mejorar. Parece que vamos a peor en lugar de a mejor. Y los profesores eran más maestros y estaban más disponibles. Ahora con los nuevos horarios hay padres que sólo ven a la tutora una o dos veces al año y pidiendo permiso en el trabajo. Y quieren implicación de las familias en las escuelas, pero muchas lo dicen porque queda bien. Luego o no hay horario o no hay escucha. Y eso que yo del cole de mi niña no me quejo del todo. Pero hay otros….. Lo mismo en Primaria me quejo más. Ya queda menos.

Carlota (veinteañera, de la ESO): Yo tenía muchísimos deberes, muchísimos. Recuerdo estar varias horas todos los días y los domingos, que por cierto los odiaba por esa misma razón. Y el día que tenía extraescolares terminaba exhausta, lógico.
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Los mejores deberes: ir a museos, cocinar, leer juntos, salir al campo, los juegos de mesa…

Mi hija, en Segundo de Primaria, no tiene deberes en su colegio. Mi hijo, que va a un centro de educación especial por tener autismo, tampoco los tiene. Probablemente secundaría la huelga de deberes que arranca este fin de semana impulsada por la CEAPA si viera a mis hijos, con la edad que tienen, (siete y diez años) cargados de deberes como veo a niños ajenos. Niños de seis, de ocho, de once años. Niños muy pequeños para los que el aprendizaje natural y mediante el juego es aún primordial y que tienen jornadas maratonianas.

Imaginad que tenéis ocho años, por ejemplo, y entráis al colegio a las ocho o las nueve, volvéis a casa a las cinco de la tarde, a las ocho y media se cena y a las nueve o nueve y media tocara ir a la cama. Imaginad que en esas tres horas y media que hay entre las cinco y las ocho y media tuvierais muchos días alguna actividad: inglés, robótica, baloncesto… Las horas libres podrían ver reducidas a un par. Ahora imaginad que hay que hacer tareas, terminar fichas, hacer ejercicios durante ese par de horas. Aunque no hubiera extraescolares probablemente os pesarían y desmotivarían. Tareas que colean y se acumulan para el fin de semana.

Ahora imaginad que esa jornada la tiene vuestra pareja, que llega a casa a las cinco o las seis teniendo que dedicar una o dos horas a seguir trabajando y que el fin de semana también le toca currar. ¿Qué opinaríais?

Yo no estoy en contra de que chavales más mayores, que además suelen tener jornadas más breves por intensivas, se dejen los codos estudiando (dentro de lo razonable, que conozco adolescentes que dedican cuatro horas diarias) y tengan que afianzar lo que aprenden en el instituto en casa mediante ejercicios. Pero los niños de Infantil y Primaria no deberían estar en esa rueda. Y eso no quiere decir que los niños de Infantil o Primaria no deban reforzar también lo que trabajan en clase, pero no sentados a una mesa rellenando fichas.

Una tarde de juegos de mesa en familia, una visita a un museo, ayudar a cocinar, leer con ellos un cómic de Pokemon aprovechando su interés por esos bichos, hacer experimentos caseros, salir a pasear a los perros y recoger distintos tipos de hojas para convertirlas luego en casa en hadas, jugar con una aplicación que muestra las constelaciones… Todo eso puede reforzar conocimientos y de una manera más efectiva, por lúdica, que la ficha y el ejercicio. De una manera, además, que nos permite disfrutar en familia. De una manera individualizada, porque no todos los niños necesitan trabajar lo mismo y de la misma manera.

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¿Qué prometía el PP sobre conciliación, maternidad y familia en su programa electoral?

(GTRES)

(GTRES)

Antes de las últimas elecciones generales estuve revisando las políticas que cada uno de los principales partidos políticos prometía en materia de conciliación, familia y natalidad. Mi intención era haber hecho una comparativa de todos los programas, pero me temo que la falta de tiempo me lo impidió. No obstante, es probable que antes de lo que creemos tenga una nueva oportunidad de hacerlo.

Ahora que ya está ejecutado que Rajoy vuelva a ser presidente, me dio por recordar esas lecturas que tuve antes del verano y las conclusiones que extraje. El programa electoral del PP me dejó con estas conclusiones, fácilmente comprobables porque os dejo el texto íntegro al final por si tenéis curiosidad:

– La línea es totalmente continuista. Seguirán haciendo lo que estaban haciendo para fomentar la natalidad y ayudar a las familias, que les debe parecer que estaba requetebién. A las pruebas me remito. En siete ocasiones se habla de «seguiremos»o «seguir» con lo que se estaba haciendo.

No hay propuestas concretas. No leo ninguna medida desarrollada que esté deseando ver aplicada. Hay mucho canto al sol y declaración de intenciones: más apoyo a familias monoparentales, un nuevo plan de incentivo fiscal, un mapa de recursos para niños con enfermedades raras, que estudiarán nuevas formas de ayuda para familias con cáncer o enfermedades graves… Pero sin especificar nada. Nada más. Solo hay pequeñas pinceladas al hablar de ampliar la consideración de familia numerosa especial a partir del cuarto hijo, una ampliación de la cartera de servicios de reproducción asistida en el sistema nacional de salud, la agilización de la adopción y acogimiento, priorizando las adopciones nacionales, o de una ayuda de hasta 2.000 euros para madres adolescentes, pero sin explicar ni desarrollar.

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