El hijo de cuatro años de Charlize Theron quiso ponerse un vestido de princesa Disney, su madre, con muy buen criterio, se le permitió. Nada del otro mundo. Nada que debiera hacernos pestañear dos veces. Es un niño pequeño, puede que estuviera jugando, puede que estuviera disfrazándose, puede que simplemente el vestido le gustase porque brillaba. A saber. ¿Qué más da? Cualquier niño debería poder ponerse la ropa que le diera la gana, siempre que sea adecuada a las condiciones meteorológicas y a la actividad que va a llevar a cabo. No tiene relevancia ninguna. Pero claro, será que nos aburrimos, será que los prejuicios nos rebosan, serán los miedos infundados y agazapados que albergamos, será que Internet facilita que ladremos… así que surgen los detractores, los que ponen el grito en el cielo, también los que aplauden a la actriz y ya hay una nueva polémica montada.
Y ahora me vais a permitir que divague un poco.
Julia tuvo una etapa, también en torno a los cuatro años que tiene el hijo de Charlize Theron, en la que disfrutaba disfrazándose de princesa Disney. Hace ya un par de años que huye de lo rosa y los vestidos. Sus disfraces favoritos son el de Hermione, el de astronauta y uno de Wonder-Woman en el que se siente comodísima.
A Jaime le da igual lo que le pongas. Su autismo hace que las menudencias y las convenciones le resbalen, que la posesión de objetos no le importe lo más mínimo. Suerte que tiene con eso. Si yo quisiera sacarle a la calle vestido de princesa iría tan contento de mi mano siempre y cuando el traje fuera cómodo.
¿Y si mi hijo no tuviera autismo y fuera un niño de diez años normal y corriente que me pidiera salir a la calle vestido de Rapunzel, Blancanieves o Elsa?
Me gustaría creer que no intentaría convencerle de lo contrario, que lo aceptaría encantada, igual que si su hermana me pide ir de vaquero. Me gustaría creer que no le intentaría convencer con delicadeza para ahorrarle escarnios. Me gustaría creer que no tendría que insistirme para que yo cediera, que yo lo aceptaría con absoluta naturalidad.
Claro, que me cuesta imaginar a un niño de diez años normal y corriente pidiéndolo. Los tabúes, prejuicios y miedos absurdos de los adultos les van calando desde muy pequeños.
También hay presiones para que las niñas lleven ropa y disfraces femeninos, claro que sí. Yo que no me quitaba los pantalones los recibí. Mi hija los ha recibido. “Estás más guapa con vestido” (no es cierto), “No puedes ir a la boda con pantalones” (mentira, nadie le va a prohibir la entrada), “todas las niñas van con falda” (desde cuando hay que hacer lo que la mayoría, en plan rebaño), “todos van a mirarte si vas así” (que les aproveche, tu vida no puede girar en torno a la aprobación de los demás)…
Niños con vestidos. Más difícil que las niñas que huyen de ellos. Un tabú moderno que ojalá no existiera. Un tabú que se va resquebrajando poco a poco. Un tabú tras el que hay esos prejuicios y esos miedos infundados. Los hay, cortos de miras, que sospecharán que el niño acabará cambiando de acera, que la niña es un marimacho. Ridículo. Lo que uno acabe siendo, será. Y sea uno lo que sea de adulto, mejor serlo con una infancia feliz detrás en la que ha podido expresarse como deseaba.
Y ahora una encuesta: