El pasado fin de semana estuvimos viendo el último estreno infantil de Disney. Y los dos comentarios de Julia tras verla fueron: «Es muy triste» y «me ha gustado mucho, pero no muchísimo». Tiene seis años, así que tampoco puedo pedirle mucho más como crítica cinematográfica, pero creo que lo que ha dicho es bastante significativo. Además coincide con lo que otras niñas de su edad han contado después de verla.
La película, en la que no hay canciones pero sí canturreos homenaje a la original de Disney, es muy triste en todo su largo arranque con la madre muerta, luego el padre muerto y después la madrasta y hermanastras puteando. Mientras tanto, Cenicienta aguantando estoicamente rebosante de bondad. Nada que no sepamos por el clásico de dibujos animados, pero es que en esta versión se recrean en ello. Sobre todo en la parte de acabar huérfana. Por otra parte, en la película de dibujos, la futura princesa tenía un puntito insolente y contestón que eché en falta en esta versión que ha elegido como mensaje demostrar el poder de la bondad (tú aguanta mecha y sigue siendo bueno, que al final tendrás tu recompensa. Ejem).
Es una película bonita en el sentido de bien rodada, con actores correctos y bien elegidos (los protagonistas proceden de dos populares series: Juego de tronos y Downtown Abbey), un vestido extremadamente azul y una puesta en escena muy cuidada. Se nota el oficio de Kenneth Branagh. Y fue un acierto poner a Helena Bonham-Carter como madrina y a Cate Blanchett de madrastra de Blanchett. Lo contrario hubiera sido demasiado fácil. Ojalá a Blanchett le hubieran dejado soltarse más la melena, te quedas con ganas de conocer mejor a la madrastra y sus motivaciones.
La historia es la que ya conocemos con más desarrollo de alguna de las partes y unas cuantas pinceladas diferenciadas, pero no esperéis en esencia otra cosa que el cuento clásico. El mayor cambio viene de la figura del príncipe, un Rob Stark más limpito, con mallas blancas y los ojos tan azules como el vestido de ella. Esta Cenicienta ha tenido más suerte que su predecesora dibujada, cuyo príncipe siempre sospeché que no tenía ningún interés por las mujeres y estaba siendo el pobre obligado a pasar por el aro. Ojo a estos detalles de la primera película de Disney:
– Rey y chambelán, desesperados por casar a un príncipe que pasa del tema organizan un baile con todas las jóvenes casaderas.
– Príncipe bostezando con desinterés mientras todas esas jóvenes desfilan ante él. ¡Qué veinteañero heterosexual haría eso!
– Príncipe queda boquiabierto ante la joven del vestido fabuloso. ¿O es ante el vestido fabuloso?
– Joven huye perdiendo el zapato, príncipe no la alcanza. Ni siquiera lo intenta. Chambelán recoge zapato.
– Rey y chambelán de nuevo maquinando para encontrar a la única mujer que ha despertado un mínimo interés en él.
– Chambelán recorriendo casas con el zapato mientras el príncipe está tranquilo en palacio.
Blanco y en botella. Por eso al príncipe es a quién más ha metido mano Branagh en la cinta. Y para bien.
Resumiendo: una película mayoritariamente para niñas, pero que al menos con las más pequeñas puede hacerse larga, con un arranque muy extendido y dramático.
No creo que vaya a convertirse en un fenómeno como Frozen, que por cierto el corto del cumpleaños de Ana que proyectaron antes de La Cenicienta también me pareció flojito. A ver qué hacen con esa segunda parte de Frozen ya aprobada, espero que no echen por tierra lo conseguido en la primera parte.
Para contrarrestar esa noche le conté la historia de Joan Trumpauer, la joven heroina contra el racismo en Estados Unidos cuya historia recogieron mis compañeros del blog Trasdos coincidiendo con el estreno de la película de disney.