Continúa el proceso de redescubrir mi infancia con Julia. Un proceso que imagino que todos los padres recientes experimentamos. Acompañando a un niño que crece, que va descubriendo el mundo, sus pequeñas y grandes miserias y sus pequeñas y grandes maravillas es inevitable retroceder en el tiempo y volver a sentirse un poco como a los cinco años, a los ocho, a los diez…
Sucede con todo aquello que es tan nuevo para ellos como para nosotros. Sucede también con aquello que nosotros ya descubrimos en su día pero habíamos olvidado. O casi.
Una de esas pequeñas maravillas es volver a leer con Julia los libros que me hicieron soñar de niña. No imagináis lo mucho que me alegra haber conservado mis cuentos infantiles y mis novelas juveniles.
Redescubrir nuestra infancia de la mano de nuestros hijos es un gran regalo que nos hacen, si nos dejamos llevar. Me pregunto si también me tocará redescubrir la adolescencia y de qué manera, aunque eso es otro cantar. Claro que teniendo en cuenta que el blog tiene ya ocho años de vida, no descarto que acabe contándolo por aquí
Justo estos días hemos terminado de leer con ella esa absoluta delicia que es Charlie y la fábrica de chocolate, de Roald Dahl. Juntas nos hemos sumergido en ese mundo de cascadas de chocolate, pequeños oompa loompas (que en nuestra versión eran pigmeos negros de África, pero lo políticamente correcto obligó en otra más reciente a convertirlos en blancos de Oompalandia) al servicio del genio extravagante de Willy Wonka, de niños que ven demasiada televisión, consiguen todos los caprichos, mascan chicles sin parar, comen sin control o simplemente son tan pobres que sólo pueden permitirse una chocolatina al año.
Y, por pura coincidencia, resulta que hemos leído el cuento de Charlie justo cuando se cumplen cincuenta años desde que fue escrito. Os aseguro que no ha envejecido lo más mínimo. Es un cuento perfecto que no debería faltar en ninguna colección infantil. Mi santo y yo, que nos alternamos leyendo por la noche con Julia, casi nos pegábamos por hacerlo.
No es igual de brillante en cambio la segunda parte: Charlie y el ascensor de cristal. No llega a la excelencia del primero ni de lejos. Además, se ha quedado anticuado y es demasiado estadounidense. No obstante a cualquier niño al que le haya gustado el primero probablemente también le apetecerá saber cómo continúa la aventura de Charlie, que en mi opinión no tendría que haberse alejado tanto de aquella fábrica tan o más maravillosa que el reino de Oz o el que soñó Alicia.
Por cierto, que no merece la pena ver ninguna de las películas que se inspiraron en este libro. Ni siquiera la primera que era mejor que la de (ya lo he dado por perdido) Tim Burton, probablemente porque contó con la colaboración del escritor.
Otras obras de Dahl y el mismo Dahl sí que merecen del todo la pena.
Vamos con su obra: el escritor, que el año que viene hubiera cumplido cien años de no haber muerto cuando yo tenía catorce (sí, era un cincuentón cuando creó a Charlie) es también el autor de James y el melocotón gigante y de Matilda, entre otros muchos cuentos infantiles que tal vez suenen menos. Y recuerdo que siempre me gustó por su sentido del humor, su intensa mala baba ocasional y por no tratar a los niños ni como imbéciles ni como frágiles figuras de porcelana. Pero no sólo escribió para niños, también es autor de obras de teatro, guiones de cine y televisión y novelas para adultos.
Respecto a su vida, lo menos que se puede decir es que fue intensa: hijo de padres noruegos, piloto de la RAF en la Segunda Guerra Mundial y afrontando peligrosas misiones, viviendo historias de amor con una enfermera en primera línea y con una actriz con la que acabaría teniendo cinco hijos, inventor de una válvula que alivia la hidrocefalia en los niños tras tener a uno de sus hijos con esta dolencia y con una fundación que aún a día de hoy lucha por mejorar la salud de los niños, que se definió anti-Israel en los años 80…. Podría seguir. Dejémoslo en que fue uno de esos tipos que no dilapidó su vida, que dejó una huella positiva y duradera, uno de esos tipos con los que habría sido genial tomarse un café para intentar aprender algo y agradecerle los buenos ratos que ha hecho pasar a millones de niños en todo el mundo, incentivando de paso en ellos el amor por la lectura.
Valga mi humilde post para agradecérselo por la parte que me toca.