Mi hijo asegura que va a volver del viaje de fin de curso sin un solo pelo en la cabeza. No sé si hablaba en serio anoche cuando me lo dijo por teléfono, si se trataba de una apuesta o si tiene la firme intención de ir lo más fresco posible este verano. Estaba a punto de salir del hotel con sus amigos, iban riéndose y seguramente fue una de esas ocurrencias que se le pasan por la cabeza y se le olvidan diez minutos después.
No es la primera vez que anuncia un corte de pelo al rape que luego no se hace. Sólo una vez en su vida, cuando tenía 8 o 9 años, se empeñó en dejarse el pelo cortísimo después de vérselo así a un futbolista y no hubo quien le hiciera desistir. Pero la idea le duró poco, no quiso volver al peluquero y se lo dejó crecer de nuevo.
Conozco a un adolescente que cada año vuelve de los campamentos, o de cualquier otra salida que haga sin padres, con un nuevo peinado. Es un chaval muy tímido, callado, viste con ropa discretísima y no le gusta llamar la atención, pero una vez al año, cuando llega el verano, da la campanada y se hace rastas, se rapa la cabeza entera o a trozos -con rayas, triángulos, piel de tigre o lo que se le ocurra-. «Es su forma de mostrar su rebeldía», suele decir su madre. Es septiembre, con el inicio del curso, vuelve a ser el chaval discreto de siempre. Al fin y al cabo, el pelo siempre vuelve a crecer.
Mi hijo nunca ha tenido problemas para mostrar su rebeldía -aunque algunas veces me hubiera encantado-. Así que me inclino más por una apuesta relacionada con la posible victoria de España en el partido de mañana. Ya os contaré si vuelve rapado; y si es así, cuánto le dura.
La imagen pertenece a la película Rapado.