Dicen que la adolescencia es la etapa en que uno deja de hacer preguntas y empieza a dudar de las respuestas

Archivo de septiembre, 2008

Soy cruel. Que se entere todo el mundo

Hay días en los que sólo llegan malas noticias: bombas, inundaciones, empresas que se van a pique, hombres o mujeres que matan a sus parejas… A nadie le gusta ser portador de malas noticias pero la realidad, a veces, es así de terca y tiñe de negro periódicos, radios y televisiones.

Hoy varias de esas malas noticias están protagonizadas por jóvenes. La más trágica de ellas es la deun estudiante finlandés que ha matado a 10 compañeros de instituto antes de suicidarse de un tiro en la cabeza.

Como ya viene siendo habitual, antes de ese trágico final el asesino ha colgado varios vídeos en Youtube con sus presuntas hazañas. En uno de ellos se le ve disparando con una pistola automática; en otro, grabado sólo unas horas antes de la masacre, se dirigía a la cámara para decir «Tú serás el siguiente en morir».

Otra noticia se refiere al ciberbullying, la forma más extendida de acoso escolar. No es tan grave como la primera, pero sí preocupante. Ya no basta con acosar, insultar o agredir al compañero de clase sino que hay que hacerlo público, dar la mayor difusión posible a esas salvajadas para que la víctima se sienta completamente intimidada: «La rapidez con que se propagan las grabaciones ofensivas por Internet o a través de los teléfonos móviles y el gran número de destinatarios que pueden recibirlas en poco tiempo hace que un mayor número de personas puedan involucrarse al acceder a contenidos humillantes o transmitirlos».

La crueldad de algunos jóvenes no parece tener límites. Y sus ansias de notoriedad tampoco. «Sí, soy cruel, y quiero que se entere todo el mundo», parecen decir con su actitud los protagonistas de estas brutales acciones. La historia no es nueva, una canción de Sabina de los ochenta ya retrataba esta afición al minuto de gloria de un macarra de ceñido pantalón: «Pero antes de palmarla se te oyó decir: Qué demasiao, de esta me sacan en televisión». Aquel macarra no llegó a conocer YouTube, pero le hubiera encantado.

Padres e hijos incomunicados

Una mujer de unos 48-50 años y su hija de 15 o 16 comen juntas en un restaurante. Tal vez sería más correcto decir que comen una frente a la otra. No se dirigen apenas la palabra en toda la comida. La madre pasa todo el tiempo pendiente de su teléfono móvil. Primero contesta una llamada, después hace otra y a continuación escribe y recibe varios mensajes.

La hija reclama su atención con miradas, parece triste y aburrida, pero su madre no parece advertirlo, está demasiado ocupada con el móvil. Ya en los postres, la hija también saca del bolso su teléfono y empieza a jugar con él hasta que llega la hora de pedir la cuenta y ambas salen del restaurante.

Un hombre de unos 55 años, vestido con traje negro y corbata, y su hijo de 16-17 esperan en una parada de autobús. El chaval lleva cresta, tres pendientes en la oreja derecha y unos vaqueros tan caídos que además del calzoncillo casi se le ve la pierna. Está fumando mientras oye la bronca que le dirige su padre. Es el único que habla: no le gusta el aspecto del joven, ni sus pantalones sucios y raídos, ni las manchas que luce en su camiseta, ni las mugrientas zapatillas con las suelas despegadas.

Pero su hijo ni se inmuta. Sigue fumando como si oyera llover, tiene la mirada perdida en el horizonte y no dice una sola palabra. Al menos durante los diez minutos que tardó en llegar mi autobús.

He visto estas dos escenas con muy pocos días de diferencia, aunque en dos países diferentes. Creía que el problema de la incomunicación entre padres e hijos no era tan grave ¿Se estará generalizado?

Un cómic porno entre las toallas


_Lleva esa ropa a tu cuarto y yo dejo las toallas en el baño.

_Vale, mamá, déjalo ahí que ya voy.

_¿Qué es esto? ¿qué hace esta revista entre las toallas?

Gran silencio. Mi hijo pequeño se quedó mudo durante unos segundos. Mientras tanto me dio tiempo a ver que lo que había visto entre las toallas no era exactamente una revista sino un cómic porno -la chica de la portada era demasiado perfecta para ser real-.

Cuando volví a preguntarle ya había recuperado el habla: «No tengo ni idea, ya sabes que a mí no me gustan esas cosas. ¿Yo mirando a tías en bolas? ¿qué dices?», dijo con ese tono chulesco que últimamente le gusta tanto.

Siguió durante un rato en plan vacilón, primero haciendo como que no le importaba que hubiera encontrado el cómic, después intentando hacerme creer que eso sería cosa de su hermano…

No es la primera vez que encuentro una revista porno en casa. La primera de ellas fue durante una mudanza: cuando los dos musculosos jóvenes que se ocupaban de cargar los muebles más pesados levantaron uno de los colchones del cuarto de mis hijos quedaron a la vista un par de revistas. Dejaron el colchón en el suelo, me miraron y sonrieron mientras uno de ellos me decía: «Esto pasa en las mejores familias, no es la primera vez que lo vemos».

En otra ocasión encontré una revista porno en su habitación mientras ordenaba una estantería, estaba entre el Marca, el Cuore y un suplemento dominical. «A mi me gusta leer de todo», respondió el mayor en esa ocasión. Ahora todo apunta a que el cómic es del pequeño, creo que esta vez tampoco va a ser necesario llamar a los de CSI para averiguarlo, aunque ninguno de los dos está dispuesto a confirmarlo. Una vez más se alían dos contra una.

¿Y tú?, ¿también leías revistas porno a escondidas?, ¿has encontrado alguna escondida por tu casa?

La foto pertenece a la película Pirates II. Stagnetti’s Revenge.

Tan joven como su hija

Conozco a algunas mujeres a las que les gustaría conservarse siempre jóvenes, que están siempre al día sobre las últimas tendencias en estiramientos de piel, bótox y similares, y que se visten con el ombligo al aire o una minifalda cortísima como si fueran quinceañeras aunque ya no vayan a cumplir los 40, 50 o incluso 60. También hay algunas que se empeñan en hablar y comportarse como sus hijas adolescentes, o en robarles sus vaqueros y terminar embutidas dentro de ellos como si así fuesen a conseguir parecer tan jóvenes como ellas.

Pero hoy he leído una noticia sobre una mujer que las supera a todas. Se trata de una madre de 33 años que ha usurpado la identidad de su hija, de 15, para matricularse en un instituto y ejercer de cheerleader.

Aprovechando que la hija vive en otra ciudad con su abuela, la madre debió decidir un buen día que no tenía nada mejor que hacer que ponerse un top, una minifaldita y unos pompones en las manos para animar al equipo del instituto. Y así ha estado durante algún tiempo sin que nadie lo advirtiera.

Una vez detenida por usurpar la identidad de su hija sólo se le ha ocurrido decir que había mentido sobre su edad porque quería obtener el diploma escolar y convertirse en animadora. También ha contado que durante el tiempo en que engañó a las autoridades escolares participó en varias actividades con las otras animadoras y acudió a una fiesta en la piscina del entrenador. Vamos, como una quinceañera más.

¿Qué habrá pensado su hija al enterarse?

¿Sólo les preocupa el sexo?

Tenía interés en ver No es programa para viejos, un programa sobre jóvenes presentado por Patricia Gaztañaga en Antena 3. Había leído que iba a abordar los problemas que afectan a los jóvenes, desde la vivienda hasta la relación con sus padres y sus amigos, sus estudios y su futuro laboral.

Parecía una apuesta diferente e interesante, con 100 adolescentes dispuestos a contar sus vivencias en directo. Pero me he encontrado con un gallinero de jóvenes vociferantes. No sé si se ha hablado de vivienda, de amigos o de padres. En el rato que he aguantado ante la pantalla sólo he oído hablar de sexo, con los dos bandos clásicos: tres jóvenes -un chico y dos chicas- que valoran la virginidad por encima de todo y han decidido mantenerla hasta el matrimonio, frente a otros tres -en este caso dos chicos y una chica- que hablaban abiertamente de sus relaciones sexuales.

Una chica del primer grupo ha dicho cosas como «Si las mujeres tenemos algo físico que entregar es nuestra virginidad». Mi hijo no ha podido evitar sonreír y tratar de cambiar de canal. Le he pedido que lo dejara y todavía ha tenido tiempo de ver a un chaval que explicaba su primera experiencia sexual, a los 14 años. «Pues no tiene pinta de fuck master», ha dicho entre risas antes de irse a su cuarto.

No le interesaba en absoluto lo que estaba viendo así que se ha ido al ordenador y he seguido viendo el programa yo sola. Entre ese centenar de voces previstas he escuchado la de una chica que ha explicado cómo se inicio en el sexo con una penetración anal y a otra que ha dado lecciones sobre petting. También ha hablado un padre de 5 hijos, de 7 años para abajo, que ante la pregunta de qué pensaría si su hijo mayor le dijera a los 12 años que había tenido relaciones sexuales ha respondido: «No sabría si echarle de casa o irme yo».

Tras un par de breves intervenciones de una actriz porno, y unos vídeos de Youtube con todo el sexo que supuestamente ven los adolescentes se ha generado un nuevo debate -más bien un griterío incontrolado- entre los dos bandos sobre si somos o no somos animales, si unos follan y otros hacen el amor… Y no he sido capaz de seguir ante la pantalla. ¿Habrán hablado de algo más aparte de sexo? Lo dudo.

Una guía de convivencia

Ser adolescente no es fácil. Y convivir con ellos tampoco. Nunca lo fue, supongo, aunque hasta que no te toca sufrirlo no te haces una idea de la magnitud del problema. Y no lo digo sólo por el desorden del que he hablado aquí últimamente -las cosas han mejorado, el viernes me encontré la casa bastante ordenada y así sigue-. Me refiero también a otros desordenes que inundan su vida, como sus particulares horarios para dormir, comer o salir con sus amigos, especialmente en vacaciones, lo que reduce cada vez más la posibilidad de compartir actividades con ellos y genera problemas de convivencia entre padres e hijos.

Para intentar evitar esos problemas de convivencia la Comunidad de Madrid ha elaborado una guía de convivencia que intenta «mostrar el camino para evitar conflictos entre padres e hijos» y aconseja adoptar con ellos una postura «equitativa, democrática y firme» en lugar de mostrarse autoritario o excesivamente proteccionista.

¿Quién no ha sido alguna vez demasiado autoritario o proteccionista con sus hijos? Supongo que todos hemos caído más de lo que nos gustaría en ambos errores. Podemos pasar del «Porque yo lo digo» al «Todo es poco para mi niño/a» en cuestión de segundos (aunque no lo digamos exactamente así o sólo lo pensemos). La guía pide a los padres, entre otras cosas, «un esfuerzo de comprensión, empatía y diálogo verdadero y efectivo». Estoy totalmente de acuerdo en que los padres debemos hacer ese esfuerzo -creo que la mayoría lo hacemos-, pero también se lo pediría a los hijos que, según mi experiencia, se esfuerzan bastante menos en ello. Y tú, ¿qué opinas?

¡Me tienes contenta!

Ésta es la nota que le dejé ayer a mi hijo pequeño en el espejo del cuarto de baño. Supongo que no hace falta dar muchos más datos del desastre en el que se había convertido la casa ni llamar a los de CSI para saber quién fue el responsable de semejante desastre doméstico. Llegó la noche anterior procedente de casa de su padre y en sólo unas horas fue capaz de dejar aquello como si hubiese pasado por allí todo un ejército.

Cuando volví por la tarde la cosa había mejorado un poco, pero lo que para él es «una casa perfectamente ordenada» sigue siendo un pequeño caos. Y digo sigue porque me he negado a recoger una sola cosa de las que él deja fuera de su sitio. ¿Usa un peine y lo deja encima de la lavadora? Allí se queda. ¿Se prepara un vaso de leche y deja colacao y cereales esparcidos por la mesa? Allí se quedan también.

Esta mañana he estado a punto de limpiar los restos que dejó anoche para desayunar a gusto, pero he conseguido reprimir mis impulsos. Le he dado de plazo hasta esta misma tarde, cuando yo llegue a casa, para que la casa esté tal como estaba hace dos días. Ya os contaré.

¿Dónde estará?

Llamo a su móvil y responde un contestador que repite cansinamente que está apagado o fuera de cobertura. Recuerdo que se ha dejado el teléfono en casa y llamo directamente allí. Pero tampoco hay suerte, en casa no hay nadie. Ni allí ni en casa de su padre.

Pruebo entonces a llamar a mi hijo mayor, con el que he hablado hace diez minutos, para ver si sabe algo de su hermano. No lo coge. Él sí lleva el teléfono encima pero iba a entrar en la biblioteca y debe tenerlo en silencio. ¿Y su padre? ¿habrá salido a cenar con él? Ni están juntos ni sabe de su paradero ¿Pero va a dormir hoy contigo?, me pregunta. «No, no iba a dormir conmigo. Simplemente quería hablar con él, y como ya es hora de que esté en casa…», respondo.

¿Dónde estará? quién sabe. Lleva varios días haciendo lo mismo. Llega tarde y, como no se lleva el móvil, no hay quien le localice hasta que entra en casa. Así que hoy, tras un montón de llamadas a amigos y conocidos suyos, he conseguido encontrarle. Finalmente ha sido él quien ha llamado de regreso a casa de su padre. Él se escuda en que es verano, está de vacaciones y se está muy a gusto por la calle, aunque en los días más duros del invierno también tiene excusas para llegar tarde.

Le he dicho un millón de veces que si no lleva el móvil y va a llegar más tarde de su hora sólo tiene que llamar desde una cabina o hacer una perdida desde el móvil de cualquier amigo. Bueno, pues por un oído le entra y por otro le sale. Unas veces no llama a nadie y otras veces, si está en casa de su padre me llama a mí, y al contrario.

Eso no es todo. Acabo de enterarme de algunas de sus gamberradas durante los días que estuvo en casa de mi hermana mientras yo disfrutaba de unos días de vacaciones sin hijos. Ocurrió más o menos lo mismo: noches en las que llegaba tarde o se quedaba en casa de un amigo sin avisar, citas con sus tíos a las que no acudía… ¡Me tiene contenta!