José Ángel Esteban. Señales de los rincones de la cultura. Y, por supuesto, hechos reales.

Escuchar al genio

O sea, escuchar a Glenn Gloud mientras hablaba.

El pianista más excéntrico y sutil del siglo XX, el mejor intérprete de Bach, claro, pero también muy cerca de lo mismo con Brahms, o Gibbons, Schoenberg o Mozart, pese a los odios, hablaba como un torrente, con varios tonos al mismo tiempo, varios temas, diferentes matices. Una charla polifónica.

Por el teléfono lo hizo en 1974 durante seis horas a lo largo de tres días con Jonathan Cott, que publicó aquella extensa entrevista en dos entregas en el Rolling Stone. Me la he leído en la versión que la editorial Global Rhythm acabde de editar en español.

Las Conversaciones con Glenn Gould es un recorrido exhaustivo y que a uno le deja exhausto por toda la historia de la música.

Gould, el ermitaño, el raro, el maloliente, el hombre que tocaba con una silla vieja y retacapara colocarse a ras de teclado;

Gould el tipo que prácticamente vivía en el estudio de grabación, o que no salía en semanas de la habitación de un hotel, al que se rindió Bernstein (y a la inversa), y fue repudiado por el viejo director Georges Szell, el que cambiaba de piano en medio de un concierto;

Gould el que editaba sus propias carátulas y retocaba las fotos de sus discos dejando en las unas teorías compactas sobre la interpretación y los límites de lo grabado y en las otras obras gráficas más allá de la vanguardia;

Gould el hombre que podía corregíir no menos de ciento cuarenta y tres veces, casi una por segundo, la primera versión de una intervención de dos minutos y cuarenta y tres segundos para un documental radiofónico;

Gould, el hombre que susurraba a las partituras mientras las interpretaba con una concentración monstruosa, ese hombre habla en este libro al mismo mismo tiempo como un conferenciante apasionado y un amigo íntimo, como un profesor chiflado, un orate y un poeta cercano.

Y habla de música, de arte, de belleza, muchísimo de su oficio. Y de sus pesadillas y de la física de los dedos, de la soledad, de la relación entre Petula Clark y Anton Webern, de las técnicas de grabación de The Beatles.

Basculando en el filo ajustadísimo entre el juego maniático y la obsesión, entre la ingenuidad más chocante y el descubrimiento más audaz, Gould es un espectáculo también cuando habla.

Claro, también de las Variaciones.

El libro es magnífico. De agradecer. La conversación es de 1974. Leída más de treinta años después remite a una época en la que todo se podía poner en solfa, las revistas roqueras abrían sus páginas a los genios clásicos y dejaban que los poetas escribieran las entrevistas.

2 comentarios

  1. Dice ser irene

    supongo que los genios son raros porque son genios, excentricos, obsesivos, maniaticos…y ahora , a los famosillos de tres al cuarto, independientemente de su «trabajo» les da por parecer excentricos (aunque en realidad parecen gilipollas) para que la gente piense que son genios…nada mas lejos de la realidad. excentricos tambien fueron Mozart o Dali o Quevedo.aunque si hablamos de genios musicales, me quedo con Glenn Miller.saludos

    25 abril 2007 | 11:24

  2. Dice ser Gouldita

    De agradecer la reseña.

    25 abril 2007 | 13:17

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