José Ángel Esteban. Señales de los rincones de la cultura. Y, por supuesto, hechos reales.

Espejismos

He vuelto al aeropuerto. Unas pocas horas después estoy otra vez en la ola de la terminal, esta mañana para despedir a J., que se va todo un año de viaje. Nos abrazamos justo antes de que pase los controles y, cuando le pierdo de vista, un gusano da vueltas en el estómago: hace muchos años, muchos, de noche hablamos decenas de veces de la aventura que íbamos a tener por la Panamericana, los cuadernos que íbamos a llenar, la gente y los días y las noches que íbamos a descubrir. Entonces éramos muy jóvenes y en cada conversación todo era posible. Ir, y volver, incluso. Sin moverse, por supuesto, de una esquina de viento racheado.

Él se ha ido a disolver fantasmas y a que otro mundo le cuente sus historias, con cuadernos, con blog a punto de nacer, una mochila y unas zapatillas de estar en casa para cuando tenga ataques de nostalgia. Y yo me vuelvo despacio a la ciudad.

Despacio aparco, me olvido del coche y otra vez decido no comprar los periódicos. Ahora que lo cuento he caminado más de cuatro horas este día. He tenido tres largas reuniones de trabajo y me he jugado en ellas el futuro de todo el próximo año, como poco, pero de una a otra he vagado dando pasos, mis pasos, manejando el tiempo sin culpa. Es la resaca, claro, mi cerebro que se ha quedado enganchado en el horizonte infinito del desierto.

Por eso, cuando Ana K. me ha contado que también ella ha vuelto de un desierto la he escuchado con toda la atención que no había gastado el resto del día. Venía de Arizona de visitar a sus abuelos. Viven rodeados de arena y cactus en un oasis construido, una de esas urbanizaciones inventadas para el bien morir. Mejor dicho, para esperar tranquilamente el día de la muerte. Las de alto nivel están en Florida, por ejemplo, y son despejadas, inmensas, casi eternas, como seguramente los son sus habitantes; ésta de Arizona es una tercera edad de clase media justa. Pero hay de todo, piscinas, actividades programadas, cientos de canales de televisión, deportes de baja intensidad, citas sociales con horario y vigilancia médica, jardines impolutos, porches, toldos, silencio. De todo, menos cementerio. Para morir definitivamente hay que irse fuera y no perturbar la paz de los vivos.

Ana no ha estado sola. Su acompañante visitaba el país y el continente por primera vez y, quizás para salir de la burbuja, se ha pasado la semana atracado en la pantalla de la televisión o insomne con toros visitantes en los pasillos del Wall Mart, el otro mundo más cercano a la urbanización. El gran almacén, enorme como un océano, abre dìa y noche y allí podía encontrar desde columnas dóricas, tigres gigantes de porcelana o minuciosos utensilios absorventes para evitar tocar la salsa con la cuchara.

Hemos comparado desiertos y nos hemos preguntado donde están de verdad los espejismos.

1 comentario

  1. Dice ser irene

    por desgracia el espejismo es la igualdad de clases, el reparto justo de la riqueza y la justicia en si mismaese es el espejismo…la realidad es tan dura, como para comparar el sahara con florida y sus macroresidencias, o el cine del festival en sahara con el wallmart…saludosPD. me alegro de que te guste lo de las cataplasma, el vinagre es el antinflamatorio por excelencia, natural…y el ajo el antinfeccionso.saludos

    19 abril 2007 | 11:58

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