Visto de cerca, en el fragor de un cumpleaños infantil, el mayor peligro de Spiderman 3, la más desordenada, indigesta y acumulativa de la saga, con tantos personajes como tramas inacabadas y tonos confundidos, con las mujeres puestas menos que de adorno y sin pizca de emoción, de innovación o de verdadera fuerza ( sino es la de su campaña de promoción que siempre vence) y que ni los expertos más fiables y entregados pueden defender; el susto enorme, digo, no sea ninguno de los monstruos, seres o metamorfosis que se aturullan en la entrega, hecho de arena o de músculo de estibador, de hilillos negros de plastilina parasitarios que vampirizan o de skate volador y nuclear, animado por la humillación, la venganza o a la ambición desmedida, con uniforme, traje o camiseta verde y negra, entretenidos todos en enfrentarse los unos a los otros para que los espectadores urbanitas miren desde el suelo hacia lo alto, la imagen icónica del neoyorquino aterrado; lo más dañino, por fin lo digo, lo más espectacular en suma y hasta verdadero sea una grúa, una grúa desbocada, un diablo de extremidad interminable, una fiera dejada de la mano del control que la mece y la maneja, convertida en brazo liquidador, en amenaza del cristal y el acero inoxidable que se eleva por los aires y de los ciudadanos de a pie que la padecen.
Que me fijara en ello pudo deberse a que el resto de los monstruos tuvieran la misma consistencia dramática que una pantera rosa, el bollo digo, o porque en la eterna e inacabable publicidad que precede a la película, entre sueños de coches, perfumes y cruceros, salía la candidata Esperanza Aguirre prometiendo atender a los que más lo necesitan si la votábamos, la misma candidata que ha plantado en mi barrio, en el centro de Madrid, en lugar del parque abierto y prometido un campo de golf amurallado por una docena de torres de grúa levantadas para sostener las redes que detienen las bolas que quieren escaparse, un monumento a su rostro de acero oxidado, su paisaje de tela de araña venenosa. Grúas que algún día, tal vez, se atrevan a rebelarse o, al menos, a pedirle cuentas. Porque a las grúas tampoco les gusta que las mientan.