José Ángel Esteban. Señales de los rincones de la cultura. Y, por supuesto, hechos reales.

Archivo de diciembre, 2006

De menos

1. En esta ciudad en la que vivo también la nieve crece como la espuma, pero sólo como la espuma.

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2.En esta ciudad en la que vivo también las las fachadas tienen absurdas plagas de sarampión.

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3. Sandra Hüller también vuelve a casa por navidad. Sandra es una fatástica, magnífica actriz, lo mejor de la ascética, severa y racional Requiem, que protagoniza. Ganó premio de interpretación en Berlín y en Sitges, donde también ganó la película, pese a que rechaza la fantasía con su retrato frío y sin excesos de los pretextos para un exorcismo. Dibujo del integrismo religioso, habla de locura y culpa, del miedo a la libertad y de la presión de la fe, con una densa banda sonora de los setenta. Hay que entrar.

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4. Cuando fue a nacer y etc, el muro (ya o todavía o siempre) estaba allí.

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5. Ayer estuve en un belén de muy andar por casa del colegio en el que gimnastas infantiles hacían volatines entre una vaca y un buey que hablaban en inglés con música de Porter o alguien parecido. Al lado, un coro desafinaba ritmando un hip hop contra la plaga de las compras con un leve acento magrebí, ecauatoriano y también de Chamberí. Dos niñas chinas del elenco saludaban juntando las dos manos. Algunos miraban para otro lado, para cualquier lado. Todo puro japón sincrético, japón de jabugo o algo así. Por la tarde, en un circo preparado por los chicos en poco más de un mes, un mago se quedó sin mano de mentiras, malabaristas ciegos de pacotilla no acertaron ni una bola y unos forzudos sudaron levantando un folio que no tenía escrita una palabra. De noche, hasta dadas las doce, aguantamos de pie las rachas de viento de la plaza recaudando un aguinaldo que ya nos habíamos gastado. Cómo se rieron las chicas todo el día. Menos mal. Cayeron agotadas.
De todos los objetos, los que más amo
son los usados,
decía B.B: los objetos y los acontecimientos, sea el principio de una era o la noche más pequeña o más enorme, aquellos que incorporan quintales de memoria, de memoria infantil, la mejor celebración, la única posible. En mi caso, la memoria de la nieve y de un concierto de percusión con los nudillos sobre una mesa inacabable.

6. Cosas que pasan en los rincones. Hace tres meses empecé a escribir en este hueco citando a Banksy, bueno es que lo vuelva a utilizar hoy, como justo ahí arriba, que abro un paréntesis de unos días para limpiarme lejos los rincones de la cabeza.
Yo sí me voy a echar de menos.

Salud.













Esta noche, por ejemplo

Me gustaría estar en esta noche en Barcelona. A las veintidós horas y 30 minutos, exactamente, como dice la convocatoria, en la Sala Apolo, en el Paralelo. Entonces vería a un hombre flaco y cargado de dioptrías jugando a ser treinta años más joven.

Señora y señores, con ustedes, Jaume Sisa, el cantautor galáctico, exactamente igual que hace tantos años. El hombre que ha sido tantas cosas -él mismo lo primero, pero tantos otros, Ricardo Solfa, cantante de boleros, por ejemplos, pero también, viajante de sí mismo, o compañero musical de Dagoll Dagom , el grupo de teatro y antes ye-yé y luego progresivo- se sube a un escenario para repetir Qualselvol nit pot sortir el sol, el disco que le hizo entrar en la historia de la música popular española. En plena transición política, con las canciones de los poetas amarrada a las banderas, el pop sepultado y el rock empezando a arañar por las esquinas, mucho antes de la nueva ola ahora cartografiada y bendecida, Sisa hizo un disco que rompía fórmulas, traía el cabaret y la poesía surreal, la ironía y un tierno aroma anarquista. Luego pasaron muchas cosas, Madrid entre ellas durante quince años, una docena de discos, algún delirio provocativo y posesivo, y luego otra vez Barcelona. Ahora en un escenario, esta noche, interpreta de manera íntegra y excepcional aquel disco, completo. No sé como sonará, si tendrá achaques, si el espacio y el tiempo se habrán detenido, pero desde luego es un acontecimiento; pequeño, tal vez, irrepetible, desde luego, un lujo.

Fa una nit clara i tranquil.la, hi ha la lluna que fa llum,
els convidats van arribant i van omplint tota la casa
de colors i de perfums.
Heus aquí a Blancaneus, en Pulgarcito, els tres porquets,
el gos Snoopy i el seu secretari Emili, i en Simbad,
l’Ali-baba i en Gullivert.

Oh, benvinguts, passeu passeu, de les tristors en farem fum.
A casa meva és casa vostra si que hi ha cases d’algú.

Hola Jaimito, i doña Urraca, en Carpanta, i Barba-azul,
Frankenstein, i l’home-llop, el compte Dràcula, i Tarzan,
la mona Chita i Peter Pan.
La senyoreta Marieta de l’ull viu ve amb un soldat,
els Reis d’Orient, Papa Noël, el pato Donald i en Pasqual,
la Pepa maca i Superman.

Oh, benvinguts, passeu passeu, de les tristors en farem fum.
A casa meva és casa vostra si que hi ha cases d’algú.

Bona nit senyor King Kong, senyor Asterix i en Taxi-Key,
Roberto Alcazar i Pedrín, l’home del sac, i en Patufet,
senyor Charlot, senyor Obelix.
En Pinotxo ve amb la Monyos agafada del bracet,
hi ha la dona que ven globus, la família Ulises,
i el Capitán Trueno en patinet.

Oh, benvinguts, passeu passeu, de les tristors en farem fum.
A casa meva és casa vostra si que hi ha cases d’algú.

A les dotze han arribat la Fada bona i Ventafocs,
en Tom i Jerry, la bruixa Calixta, Bambi i Moby Dick,
i l’emperadriu Sissi.
Mortadelo, i Filemón, i Guillem Brown, i Guillem Tell,
la caputxeta vermelleta, el llop ferotge, i el caganer,
en Cocoliso i en Popeye.

Oh, benvinguts, passeu passeu, ara ja no falta ningú,
o potser sí, ja me n’adono que tan sols hi faltes tu.
També pots venir si vols, t’esperem, hi ha lloc per tots.
El temps no conta, ni l’espai, qualsevol nit pot sortir el sol.

De acuerdo, ahí va:

Es una noche tranquila. Hay luna, que da luz.
Los invitados van llegando y llenan toda la casa de colores y perfumes.
Aquí tenéis a Blancanieves, a Pulgarcito, los Tres Cerditos, el perro Snoopy y su secretario Emilio,
Simbad, Alí Baba y Gulliver.

Bienvenidos. Pasad, pasad, de las tristezas haremos humo.
Mi casa es vuestra casa , si es que hay casas de alguien.

Hola Jaimito y Doña Urraca, Carpanta y Barba Azul,
Frankestein y el Hombre Lobo, el Conde Drácula, Tarzán, la mona Chita y Peter Pan.
Los Reyes de Oriente, Papa Noel, el pato Donald y Superman.

Bienvenidos.Pasad,pasad,de las tristezas haremos humo.
Mi casa es vuestra casa ,si es que hay casas de alguien.

Buenas Noches, señor King Kong, señor Asterix y Taxi Key,
Roberto Alcázar y Pedrín, el Hombre del Saco y Garbancito,
señor Charlot, señor Obelix.
Pinocho viene con la Moños cogidos de brazo.
Hay una mujer que vende globos,
la familia Ulises y el Capitán Trueno en patinete.

Bienvenidos. Pasad, pasad, de las tristezas haremos humo.
Mi casa es vuestra casa ,si es que hay casas de alguien.

Y las 12 han llegado, el Hada Buena y la Cenicienta,
Tom y Jerry, la Bruja Calista, Bambi y Moby Dick
y la Emperatriz Sissi.

Mortadelo y Filemón y Guillermo Brown y Guillermo Tell,
Caperucita Roja, el Lobo Feroz, y el Caganet,
Cocoliso y Popeye.

Bienvenidos. Pasad, pasad, ahora ya no falta nadie,
o quizás si, me he dado cuenta de que sólo faltas tu.
También puedes venir si quieres, hay sitio para todos.
El tiempo ya no cuenta ni el espacio…
Cualquier Noche puede Salir el Sol.




























































Aprender a durar

¿Olimpiadas? Tonterías. Estos sí que son retos: primero: ser capaz de definirse a través de constantes mutaciones profesionales; es decir, ¿qué soy, qué puedo ser además de lo que soy cuando trabajo, a qué me dedico, a qué me dejan dedicarme, cuántas veces he cambiado de trabajo, cuántas más me quedan por delante?, ¿he querido ser esto que soy, me ha quedado otro remedio? ¿cuántas veces me han despedido, cuántas me has deslocalizado y cuántas más me esperan? y ¿qué me interesa realmente entre hueco y hueco? ¿puedo, si quiera, preguntármelo? Segundo: dar la talla en una sociedad en la que el talento ya no se valora y donde cuenta el aspecto, las relaciones, es decir, ¿lo vuelvo a intentar?, ¿no os gusta?, ¿más corto, más gracioso?, ¿o menos y ponemos a tu hijo? ¿o rellenamos una primitiva, y ya me da igual, porque tu no me mides? Tercero: buscar un lugar desde el cual mantener los vínculos con el pasado; es decir, un sitio al que volver, en el que reconocer el colegio en el que estudiaste, las calles donde jugaste, el árbol bajo el cual diste el primer beso y alguien a quién preguntarle todo eso, a quien contárselo, si es que existe, si dura, todavía, alguna de todas esas cosas.

Richard Sennett es un sociólogo completo. Se ha ocupado de las ciudades, de las instituciones, de los trabajadores, de las prácticas culturales, de las incertidumbres laborales, familiares y emocionales, de los invisibles que no forman parte de las élites, de la velocidad, del riesgo, de la crisis de representatividad, de los nuevos miedos que traen la flexibilidad laboral y la ultracompetencia, del respeto; presenta ahora otro libro, La nueva cultura del capitalismo, para preguntarse lo que queda después de que el futuro haya desaparecido. Y lo que queda, dice, es la necesidad angustiosa de la novedad, vendida, impuesta, como lo único que puede satisfacer los ideales de vida contemporánea. Nada permanece y sólo lo nuevo y sólo mientras lo es,existe. Qué cansancio. Encajar ahí y defenderse al mismo tiempo, salvarse es encontrar respuesta a las tres apuestas del principio que RS nos plantea. Aprender a durar. Me pongo a pensar.

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Muertos y hambre

En Jesuralen, a las diez de la mañana de un día como éstos, un palestino hambriento se infiltra en una base militar israelí y, sorprendentemente, no hace saltar a nadie por los aires. Allí, rodeado de soldados enemigos, de los que ocupan sus calles, destrozan sus casas y les roban la razón, el territorio y el futuro, no saca un fusil ni pone en marcha un detonador criminal. Ni siquiera les lanza una piedra o les escupe. El que estaba allí no era un hombre con una bomba pegada a su cuerpo, ni formaba parte de un comando armado con misiles; sus pertrechos eran su estómago y su boca, era un hombre armado tan sólo con su hambre.

Al lado de las refriegas ha merecido únicamente media línea en un telegrama de agencia de noticias. No es una película. En medio de las batallas entre facciones palestinas, la primera intraguerra oficial según sus propias confesiones, donde las treguas parecen paréntesis para recoger los muertos de las calles y volver a engrasar las armas, con los militares israelíes encantados, presumiendo de bomba atómica, manteniendo el embargo y el cierre de fronteras, por supuesto, un poco como de vacaciones porque los otros se encargan de liquidarse entre ellos, este hombre debe ser uno que hace la guerra por su cuenta, como puede, sin que las noticias digan nada más que el enunciado: he rebuscado pero sólo he sabido de su humilde peripecia y de su más pequeño, mínimo delito: tener hambre y querer comer rancho del ejército israelí. En el centro de la base, atravesadas las defensas, en vez de dirigirse al polvorín para robarlo, a las oficinas del estado mayor para volarlas, yo que sé, se ha acercado a la cantina, se ha colado en el economato y ha querido comerse la comida que no tiene.

Pensaba hablar de cine y Palestina, escribir sobre La última luna, una película del chileno Miguel Littin, el de Acta general de Chile o El Chacal de Nahueltoro, decir algo de sus buenas intenciones, de su arriesgada, a veces confusa, pero honesta y en absoluto maniquea historia de un judío y un palestino que juntos deciden construir una casa, en 1914, cuando los turcos dominaban, los palestinos emigraban, los ingleses acechaban, los sionistas se infiltraban y se podía creer en todos los dioses; pensaba apuntar su mejor mérito, a saber, la defensa del agrio, peligrosísimo terreno de los que deciden apuntarse a la no violencia, no querer la guerra sino la batalla inmensa de vivir como se pueda cada día; pensaba, claro, ligarla con otra película, con Domicilio privado, que no se exhibe ahora, pero que se consigue en dvd, en la que Saverio Costanzo apunta más ordenadamente en la misma dirección, es decir, una casa, un profesor palestino, su familia y unos soldados ocupantes condenados a compartir el techo y las horas de comer; quería enfrentarla con Paradise Now, de Hany Abu-Assad, para comparar como se escarba en las raíces del odio y en sus consecuencias compartiendo la peripecia de dos jóvenes suicidas en una película imprescindible para acercarse desde el cine a la guerra que salpica; tan imprescindible como la filmografía del israelí Amos Gitai, en Zona Libre o Promise Land, por ejemplo, que lo mira libremente desde otras partes.

Eso quería, pero ese hombre de ahí arriba, el del primer párrafo, ese vivo de hambre, se ha quedado con mi atención y con la historia: con la que cae, hace falta no querer morir con una voluntad tan poderosa, tan desesperada, como la de su propio pueblo, para irse de tapas al bar de enemigo. O yo me lo imagino.

El espejo que refleja el blues

En los últimos años setenta yo pasaba mucho frío. Mucho. De noche, sobre todo; y en la calle, más que en ningún otro lugar. Pero, claro, quién decidía irse a casa, quién era el cobarde, quien se rendía, quién se atrevía a aceptar que no tenía nada mas que decir definitivamente. Apoyados en una pared, a la sombra de un monumento – en mi ciudad, las herencias arquitectónicas tienen siglos las más jóvenes- arreglábamos el mundo encogidos bajo una estatua a tiro de piedra de la orilla del río y, ahora estoy seguro, si no terminamos de cambiar la historia fue porque el frío polar, el viento de cuchillo de casi todo el año, nos vencía en la página anterior al amanecer, y nos condenaba a volver a casa con las orejas rojas, los hombros artríticos de puro encogimiento y la certeza de haber estado a punto de encontrar la ecuación perfecta, a un minuto o mucho menos de haber tocado la solución a todos los males mayores del universos, pero sin conseguirla, en particular, a los nuestros más pequeños, a los nuestros, Martita.

Fue entonces cuando lo imaginamos. Arreciaban las noticias aquellos días sobre la gran presa que los chinos querían construir. En realidad llevaban como poco décadas y décadas hablando del invento, pero nosotros justo entonces nos enterábamos del cuento, y de refilón, no exageremos. Todo lo que sabíamos era que los chinos quería unir dos montañas, soldarlas con otra falsa montana artificial intercalada, y tener entonces una pared enorme, un farallón en plena estepa, otra muralla, la prensa más grande, desorbitada, de gigantes, tan grande como el continente y el país que la albergaba. Lo hicieron, han tardado casi treinta años y todavía no la tienen rematada, pero ahí está: la presa de las Tres Gargantas, una mole de cemento de 2,3 kilómetros de largo, 115 metros de ancho en su base y 185 metros de alto.

Una faja inmensa en medio de la nada. Nosotros nos quedábamos con eso. Entonces nuestra imaginación no podía llegar a los detalles, ni a los kilowatios de la presa, ni a la navegación del río Yangtsé, ni por supuesto a los cientos de miles de personas que tenían que morir obligatoriamente en otro lugar al que nacieron; nosotros nos quedamos con la idea madre, que hacía mucho frío: una presa, una pared, una faja para cambiar el curso de la historia, del agua, del clima, del viento. De eso se trataba. Nosotros necesitábamos una pared como la que los chinos inventaban, una pared que cerrara la puerta norte por la que a la ciudad entraba el viento asesino que duraba todo el año, entera nuestra vida. Una faja que nos cambiara la vida y nos permitiera tocar la felicidad antes de que el amanecer nos desterrara al condenado dormitorio adolescente.

Así que una noche cualquiera comenzamos a pensar con la ventilación ártica de cada madrugada por supuesto a nuestro lado : se trataba de construir una pared que uniera las dos mesetas que cercaban la ciudad. Cerrarla por septentrión. Matar el cierzo. Acogotarlo. Ahí, en la pared enorme, golpearía el aire y ahí el relente dominado en el frontón ya no sería un enemigo, que se fuera por dónde había venido, que nos dejara estar un poco más juntos, esa última hora, ese minuto final. Si los chinos lo habían hecho… un momento, ¿por qué despreciar tanta energía? ¿por qué consentir que el viento se dé obligatoriamente media vuelta? Aprovechemos su empuje, exprimámosle. Qué idea, zumo de viento, amigo Sancho.

Ese viento que se lleva las nubes, que erosiona nuestra tierra, que agita las olas, que levanta las semillas, que hace volar a los aviones, que a nosotros nos lija la existencia, ese viento haciendo girar las aspas de mil molinos como nidos encima de la faja enorme. Míralos, como dan vueltas, ellos no sienten el frío, no tienen alma ni deseos, Martita, obedecen, giran y obedecen y producen energía. Son felices. Esclavos felices, por supuesto que nos salvan del aire que congela nuestra vida. Qué invento la faja gigantesca. Espera. Un momento. ¿Qué hacemos con esa energía? ¿A quién se la enviamos? Somos nosotros los que la necesitamos. Lo tengo. Esa electricidad calienta el aire. Tiene que calentarlo. ¿Te imaginas? Grandes cantidades de viento gélido grandes molinos grandes turbinas grandes acumuladores de electricidad que calientan grandes resistencias generosas que templan el aire, que calientan el viento y nos lo envían retocado de calefacción, tibio, tropical si así lo quieres.

¿Te imaginas?: esta corriente de friura que nos pinza el cuello convertida en una brisa que nos acaricie: un abrazo templado a todas horas. Y, oye, si sopla para nosotros esta noche, suspira para todos; y en lugar de traer desapego y prisa tonta como siempre, en lugar de cruzarnos con gente áspera y encogida cada día, el nuevo aire acogedor nos relaja y nos viste de colores, camisetas de colores y sonrisas, y alimenta las cosechas, por ejemplo, y dónde sólo crecen empeñadas las patatas, puede aparecer yo que sé café, claro, y tabaco, chirimoyas, mangos y guayabas. Y algodón, y si hay algodón, hay blues, fíjate, inventaríamos el blues en vez de tamboriles y dulzainas apretadas y Muddy Waters, quién lo niega, sería de este pueblo, y nosotros todos negros, chinos y negros, recogiendo el algodón, cantando, por supuesto, fuera las cadenas, nos harían películas, ya no somos esclavos, ya no existe la enorme sombra gótica, ni el tifón de nieve, ni las sotanas revoleras, ni el caqui, ni el para qué te empeñas, ahora hay cabañas y palmeras que se mecen con el viento delicado, las ves, Martita, las veis, eh, vosotros, escuchad, ahora la noche es un poco más perfecta, dura más y aquí se está muy bien, se está perfectamente con el calorcito que llega de la faja, ya podemos arreglar el mundo, Marta, ya podemos estar juntos un poquito más, en camiseta, casi treinta años hace, pero si en Italia, en el centro de los Alpes, han inventado un espejo que les lleva el sol dónde en meses no lo sienten, si los viejos del lugar desfilan con gafas de sol en lo más hondo del valle, nosotros podemos poner la faja en la meseta y dejar de vivir para siempre en los setenta y mucho, mucho antes.

Qué frío. Que airón.

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Un padre enseña

De repente se estrena una película de 1942. En una sala de verdad, con pantalla grande. Un estreno comercial, aunque casi con cita clandestina, dos salas, una en Madrid, otra en Barcelona para ver Había un padre, firmada por Yasujiro Ozu, (el mismo de Historias de Tokio, y El sabor del Sake, y tantas) el maestro japonés de lo pequeño, el tercero de los clásicos junto a Kurosava y Mizogouchi, el hombre que inspira buena parte del cine más moderno, más liviano, desnudo y puro, el de los nuevos contempladores. Es una obra inédita y recuperada, una de sus muchas películas perdidas, pura arqueología emocional y narrativa: pero, oh, paradoja, proyectada con técnicas digitales, es decir, sin celuloide, sin motor de arrastre, sin plato de recogida, sin latas, sólo una señal electrónica, un servidor, un enlace a un nodo en algún lugar del ciberespacio, un proyector, una pantalla, unas butacas, lo viejo y lo nuevo, el riego y… una delicada historia, sutil, cercana, mínima y profunda, de generaciones como casi siempre y con la cámara sin adornos, baja, muy baja, escondida en el suelo, pegada al tatami de una casa japonesa, de una escuela japonesa, para entrar en la intimidad de un maestro viudo y su hijo, de una desgracia que les obliga a separarse, de la distancia en la que crecen, de la manera en que se buscan, en que se necesitan, una historia sobre las cosas bien hechas y sobre lo que enseñamos y aprendemos, sobre lo que trasmitimos. Una delicia.

Hay dos semanas para verla en la pantalla grande, la última historia del año, la última entrega del experimento de una productora y distribuidora especial, Notro Films, metida en muchas cosas todas con un cierto halo de agradecido riesgo, desde Los simuladores, en televisión, hasta este invento del Cine por catorce. Desde el final de la primavera y hasta el final del año ha estrenado una docena de películas distintas, escondidas y sin distribución comercial, historias del nuevo cine asiático (Miike, Jin-ho Hur, Sabu,) que siembran estilo en occidente, recuperaciones de clásicos (Ophlus) o de rarezas fuera de la norma (Jarmush). En la misma sala se puede comprar el dvd, con el descuento de la entrada, y para los espectadores a los que no pilla cerca la parada de metro, propone la distribución inmediata de los dvd.
Desde luego, para dar las gracias.

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Puse ayer un voto en una urna, que siempre es un gusto. Por primera vez había dos candidaturas distintas para el núcleo de la Academia de Cine, por primera vez un patio de butacas lleno en una asamblea. Ganaron Angeles González Sinde, Enrique Urbizu y Manolo Gómez Pereira, se sabe. Yo espero, como lo hemos hablado, que los votos sirvan para quitarse de lugares comunes, de viejas dependencias artríticas y de otras más nuevas, más peligrosas, sin talento verdadero pero especialistas en controles burocráticos y en los pasillos del poder. Obscenas. Ojalá.




En qué pantalla

Cosas que pasan en los rincones. … vale, tres horas y pico de media de televisión que dicen las estadísticas, pantalla digital, terrestre, codificada, de satélite, generalista, local, comunal, internacional; y otras de pantalla internet, Messenger, Google talk y derivados, ni te cuento, más otras sumas que ya ni te das cuenta, la del cine, claro, pantalla a lo grande, o con dvd, o todavía con vhs, que algunos quedan, o con proyector elegante y extendido, apaga, por favor, que hay que moverse, no llegamos; la de la play, pantalla nintendos varios, Xboy, Zune o Wii, una ración de la liga, otra de karaoke, un poco de crash y algo de narnia, por ejemplo, o comandos o brain, de verdad, anarchie on line, ya estoy cerrando, que nos vamos; la del ordenador pantalla para buscar los datos, y olisquear, escribir el trabajo, y un poquito de aventura gráfica, un puzzle moderno, unos mini juegos en java o flash, si salen, algo nuevo de harry que se haya sabido y una pizca urgente de las primeras búsquedas secretas, algo de streaming en una ipv, una caza en you tube, en bolt, en dailymotion, unos minutos de herramientas de dibujo, más la webcam, que se te olvidaba, voy, que ya termino, que dejo un p2p descargando y un mensaje que me falta, me despido, no llegamos y me llevo la Xbox, la pantalla; las del teléfono móvil, con pantalla, de dónde lo has sacado, ¿tiene juegos? ¿hace fotos? ¿salen vídeos?, ¿se engancha? ¿tiene nodo? no hay cobertura que estamos en el metro, desconecta, pues hay una pantalla, mira que pantalla en el medio de la vía, ¿plasma o lcd?, dan un reportaje sobre una marquesa que no llega a fin de mes, ya llega, sube, rápido, y luego en el cosmo te entretienes mirándote a ti mismo haciendo monerías para que te graben mientras esperamos en la cola del cajero y su pantalla, hay un sorteo para una agenda electrónica que trae pantalla, estupenda, punzón y auriculares, no tengo suelto así que no hay boletos y hay que acercarse al súper y mientras hago la compra si quieres te ves en un monitor pantalla con los clips de las ofertas en la cola de la caja, justo al lado de la pantalla de los números del pescado, rápido que perdemos el autobús, otra pantalla, allí en la farolaza, saluda, pues tu sube, este no tiene pantalla como los que van al pueblo, pero tiene una pequeñita gps, vamos, mira esa chica tiene ipod, puedes descargarte vídeos, ¿sabes? y verlos en la pantallita, como de tamagochi, como de perros oliéndose el rabo, pantalla con pantalla, comedias pequeñitas, chistes y dos noticias en minúsculas mientras cruzas las zanjas o te quedas a vivir en un atasco, aquí es, baja, hala, mazo: vídeo portero pantalla en urgencias, péinate, que tienen que verte los huesos en una pantalla, anda, y tu también, ¿y eso?, un proyector con un pantallaza, que bien, espera, mira, oye, mira, siéntate, aquí en este rincón, es invierno, mira, diciembre, y mira, los árboles están todavía verdes.
¿Donde? ¿en qué pantalla…?

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Dieta de poesía

¿Por qué conformarse con lo obligatorio, confirmarse en lo obvio, enfadarse sólo con lo más fácil, por qué satisfacerse únicamente con los que mas se empeñan en vendernos?

¿Y por qué la insistencia en la prohibición va permitir encima a los más estupendos transformar el hecho, por ejemplo, de fumar o de zamparse una hamburguesa de kilo en un enorme acto de libertad (teórico, claro, luego se van a Ferrán. por poner) en lugar de ser tan sólo un recurso barato y calóricamente suicida…?

Con niños en casa la publicidad es un martirio, cierto. Pero no sólo por ellos. El negocio de la seducción, claro; y el trajín permanente para diferenciar los sueños fabricados de lo que puede dar de sí el calendario nuestro de cada día; y manejar las vacunas, claro, para no sacralizar el peligro (el colesterol u otras medicinas del deseo) y que a la postre se haga tortuosamente deseable: un delicado y complicado ejercicio en el alambre, un lío, por supuesto, un curro.

Bueno, pues después de toda la campaña sanitaria contra la publicidad y lo publicitado de las hamburguesas industriales -y de las cínicas contra campañas de los liberales más pobres y aristocráticos-, una buena, un quiebro. Ha llegado a casa un libro desde el colegio traído a mano por las niñas: lo firman el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación y la Fundación Dieta Mediterránea y es un catálogo de recetas diferentes. Y baratas: una invitación a buscar otros caminos. Si no puedes esquivar a Disney, con perdón, o a McDonald, en su caso, dale la vuelta, arte de magia, y enseña a cocinar de otra manera.

Eso sí, hay que poner el libro sobre la mesa y estudiarlo, receta a receta, foto a foto: he aprendido y transcribo más o menos que, por ejemplo,

las berenjenas pueden ir en un cohete y las judías mejor viajan en barco,
las lasañas más sencillas van en tren,
las calabazas saben fabricar sonrisas
y los volcanes hacer hummus, a las avestruces les gusta inventarse un arroz,
a la pasta serpentear por el zoo, a las verduras aprender a dar la hora,
los boquerones se empeñan en levantar un tipi apache,
las vacas, en ser felices y
los chinos al parecer en ser enbrochetados,
las empanadillas mueven molinos y las orugas recorren en formación una tortilla,
los corderos consiguen ser ballenas, el bacalao volar en globo,
las estrellas son marinas marinadas,
los erizos se parecen tal cual a una mazana
y los tambores hacen que resuenen cien sabores.
Por supuesto, las doradas, son a la sal, que parece no dan para más.

En fin, este fin de semana tenemos examen.

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El poeta más desconocido del mundo se llama Peru Saizprez. Pero no se rinde. Ayer en una cosa neo-movidil tiró poemas en paracaídas, soldaditos cargados de metáforas que cayeron sobre el público. A su lado, convocados arrebato, César Alcolado, Ignacio Álvarez , Jaime Largo, Sayak Valencia, que también son poetas e inventorores, hicieron un guiño a la divinidad y dejaron de ser estatuas secas cuando los oyentes ejercieron de dioses. Y, de remate, amor en vivo, sexo desaforado poéticamente ilimitado desde los baños, poemas-jadeos de entrar y salir.

La poesía cambia de menú. Y hay que comer de todo.

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Ahora me acuerdo

Había fiesta en la calle. Abrían una librería. Antes de llegar desde un equipo de sonido una voz me invitaba, pasen y lean, y media docena de personajes en las esquinas, brujas, cervantes, leones sin valor, hacían reverencias al entrar. Desde una escalera una falsa neoyorquina de gafas de sol cantaba con voz profesional una versión mañanera de Moonriver mientras en la mano sostenía, claro, la biografìa de Audrey Hepburn. Como para resistirse. Ahora que todo debe parecer una fiesta, eso parecia una fiesta, a las diez de la mañana, toda la tercera edad del barrio y yo.

Han muerto cinco cines en los últimos años en mi barrio, huecos para tiendas de ropa fotocopiada, una tras otra. Me acuerdo. Así que en el vacío que dejó hace un año una firma de bocadillos con toque madrileño temía que pudiera aparecer, automáticamente, otra tienda hecha en serie. Pero no. Menos mal. A veces, un libro abriga más.

Haciendo amigos, me han regalado un libro, un facsímil de La ciudad automática, con toda la fascinación y irritabilidad (y el machismo rancio y señorito, el racismo ignorante, es verdad, pero también la ironía, el desparpajo, los adjetivos chocantes, la distancia, la arrogancia,) que le despertaba Nueva York en 1930 a Julio Camba, y sus parados que venden manzanas, las ruinas de la bolsa, el ritmo acelerado, la alegría nocturna de los negros, los esclavos y los edificios, los millonarios, y los termómetros, y los crímenes, los trajes, las narices y las risas en serie. Un regalo, desde luego.

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Me han regalado un libro y, bueno, yo me he regalado otro. Por el estreno. En estos días de discutida memoria y de discutida historia habría que recordar que la memoria siempre es personal, invidual y que la historia es otra cosa, que nunca se acaba y que se interpreta; y otra distinta la política, necesaria, y la reparación, una exigencia, y el derecho a saber donde fusilaron a tu hermano, dónde lo enterraron y quién ordenó hacerlo, y otras más, en fin, la justicia, definitivamente imprescindible, sin miedos, aunque haya absurdos tribunales que prefieren todavía las togas uniformadas a la verdad.

Tal vez por todo eso me ha saltado desde la estantería Me acuerdo, del genial Georges Perec, ahora por fin traducido al español, un libro de culto que hace fanáticos coleccionistas y pacientes degustadores. No es un manuel de historia, ni siquiera de memorias: es mucho más, es un juego, una colección de impactos, ráfagas, breves estallidos de recuerdos que no significan nada o pueden servir para todo, para recordar a una generación a una forma de hacer literatura y, sobre todo, para desatascar la propia memoria, hacerla aparecer por cualquier lado…

Busco al azar:

Me acuerdo que mi primera bicicleta tenía ruedas macizas.

Me acuerdo de haber ganado un sorteo de canasta.

Me acuerdo de la época en que se llevaban las camisas negras.

Me acuerdo de que, durante se juicio, Eichmann estuvo encerrado en una jaula de cristal

Me acuerdo del hula hop

……

Me acuerdo( continuará…)

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Hacer ciudad

Así es el azar. En medio de un atasco, machacado por la prisa, por el ruido de camiones, mecanos y taladradoras, escucho en la radio a Blanca Lleó hablar de intimidad, espacios propios y futuro, exactamente a los pies de su obra más reconocible. Presentaba Informe Habitar, segunda parte (recién publicada, más pragmática, dice, más ligada al urbanismo real) de Sueño de Habitar, su primera entrega,un libro más centrado en la casa misma, en el espacio interior y en lo que eso significa y ha significado.

Blanca Lleò es un arquitecta brillante, doctora, profesora de la Escuela de Madrid, multipremiada, diseñadora del Mirador, ese edificio de ahí arriba, el mismo si se mira a la izquierda, que el Ayuntamiento acaba de premiar: un tente gigante de colores ahora aturdido por las cercanas obras de la vieja ciudad del Real Madrid, el suelo galáctico por excelencia, en el que crecen larguísimas estalagmitas.

Ahora Blanca Lleó se preocupa de cómo hay que organizar las viviendas. De lo de dentro y de lo de fuera. Y lo que dice, con gracia y sin pedantería, suena a sentido común contemporáneo y con olfato: ya no hay que hacer una sola clase de viviendas , porque no hay un sólo tipo de usuarios, nuevas individualidades necesitan nuevas ofertas, hay que imaginar puzzles tridimensionales y repartir espacios, volúmenes, buscar la luz, los promotores son los grandes beneficiarios de la expansión inmobiliaria, sus intermediarios, los responsables de los precios, pero no pueden repetir la fórmula, que ya se agota, los arquitectos de vanguardia deben hacer más nueva vivienda social.

El atasco no se mueve. Estoy en la luna. Hay que subir el volumen para vencer a la excavadora. Busco música constructiva para tiempos tan modernos. Y espero que en el siguiente libro de Blanca Lleó, encontradas las fórmulas de hacer casas convincentes, de construir viviendas nuevas, modernas, asequibles, piense ella que sabe en el complemento directo: hacer ciudad, tramar las invenciones, no sólo islas exqusitas, al menos archipiélagos que nos saquen del atasco.