LOS APUNTES DE ECONOMÍA PRÁCTICA Y FAMILIAR de Joan F. Domene

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¿Que pasará con los tipos en Europa?

La Reserva Federal acaba de anunciar una nueva rebaja de medio punto de los tipos de interés en Estados Unidos para dejarlos en el 3%. El martes pasado ya los bajó 0,75 puntos con lo que en ocho días han caído 1,25 puntos. Con estas dos medidas, el banco central estadounidense pretende estimular el crecimiento económico y alejar el fantasma de una recesión, con la esperanza de que la inflación se mantenga bajo control.

La pregunta que nos podemos hacer es: ¿Y en Europa qué? Pues, a pesar de que el máximo responsable del Banco Central Europeo (BCE) ha negado cualquier posibilidad de que acabe siguiendo los pasos de sus colegas de los EE UU, cada vez son más las voces que pronostican que también habrá caídas de tipos, desde el 4% actual, en los países de la zona euro, entre los que se encuentra España.

Hay un argumento de peso en contra, que ya ha apuntado el propio BCE, y no es otro que el elevado nivel de precios que hay en la eurozona: la inflación media está en el 3% (la española en el 4,2%) cuando el límite tolerable es el 2%.

Pero cada vez hay más argumentos a favor. Primero, la más que previsible desaceleración de la economía, por ahora menos profunda que en el caso norteamericano, reclamará medidas similares a las que estos días ha adoptado la Reserva Federal para estimular la actividad. Y segundo, el euro sigue estando en un nivel muy alto en relación al dólar y castiga las exportaciones de las empresas europeas frente a la de sus competidoras estadounidenses, que suman un dólar barato a unos tipos bajos.

Por lo tanto, no es extraño que el mercado apunte a que a finales de año veamos el precio del dinero en Europa en el 3,5%. Quizá con un recorte de 0,25 puntos antes o inmediatamente después del verano y otro antes de acabar el año. Porque cada vez son más los que creen que el BCE irá cambiando de actitud a medida que la realidad económica le obligue a ello.

Peligro: Aumento de sueldo

Lo peor que le puede pasar a la economía en las actuales circunstancias de precios disparados, repunte del paro y caída de la confianza de los consumidores es que a alguien se le ocurra subir los salarios. Es la advertencia que acaba de hacer el presidente del Banco Central Europeo (BCE), el francés Jean Claude Trichet, para meternos el miedo (más?) en el cuerpo.

Ni se nos ocurra pedir un aumento de sueldo porque eso dispararía la ya preocupante inflación, que está en el 4,3% en España y en el 3,1% en el conjunto de los países de la zona euro. Ambas bastante lejos del 2% que el BCE considera como límite soportable. Por encima de ese nivel, avisa el guardián del euro, tan sólo podemos esperar nuevas subidas de tipos de interés. Lo que nos faltaba.

Las advertencias de Trichet siguen la línea de la teoría clásica de la supuesta espiral precios-salarios, defendida recientemente también por el gobernador del Banco de España, Miguel Angel Fernández Ordóñez. Si los precios se disparan, como ha sucedido y sigue sucediendo, y los sueldos no se mueven, cabe esperar que el consumo se frene, se venda menos y los precios acaben bajando y, por tanto, la inflación. Si sucede lo contrario, y se combinan precios altos y aumentos salariales, los costes de producción aumentan y se encarecen más los bienes y servicios. El resultado es una escalada inflacionista.

O sea, que encima de que se encarecen los alimentos, los combustibles, los transportes, las hipotecas, etc., no tenemos derecho a reclamar que nuestro jefe nos aumente el sueldo porque acabaríamos hundiendo la economía. Pues lo tenemos claro con las teoría clásicas.

Ahora bien, si nos fiamos del vicepresidente económico, Pedro Solbes, no debemos preocuparnos porque «sólo» estamos en una etapa de desaceleración y no en una crisis, lo que -asegura- nos irá de perlas para sanear nuestra economía. Y ni se nos ocurra decir lo contrario, no vaya a ser que alguien pueda considerarnos malos patriotas. Lo que hay que ver.

Cirugía estética para el IPC

El Indice de Precios de Consumo (IPC) contará a partir de ahora las operaciones de cirugía estética, los productos dietéticos, los alimentos infantiles, la homeopatía y el fisioterapeuta. Se trata de actividades que cada vez pesan más en el gasto de las familias españolas y que el índice que mide la evolución de la inflación en nuestro país no recogía hasta ahora.

El Instituto Nacional de Estadística (INE), que elabora el IPC mensualmente recogiendo más de 200.000 precios, ha decidido excluir otros bienes y servicios que con el tiempo han quedado desfasados como el tejido para confección, la tela para tapizar o el servicio de reparación de algunos electrodomésticos.

En principio todo muy lógico y muy normal si no fuera porque cabe sospechar que no se da un paso de este calibre sin medir las consecuencias para algo tan delicado como el nivel de inflación del país, del que dependen por ejemplo los salarios o las pensiones de millones de personas. Y puestos a pensar mal, es de esperar que si se toma esta decisión es porque se sabe que el resultado va a ser mejor del que tenemos actualmente: España es uno de los países con los precios más elevados de Europa, un lastre para la competitividad de las empresas y una seria amenaza para el ahorro de las familias.

Quizá por eso otra de las reformas introducidas en esta operación de cirugía estética al IPC es la inclusión de 36 nuevos municipios, de los cuales 31 tienen menos de 50.000 habitantes. Así, a bote pronto, y quizá pecando de falta de rigor estadístico, es de suponer que en general los precios en estos municipios «pequeños» tenderán a ser más bajos que en ciudades medianas o grandes capitales.

Con estas operaciones quizá podamos recortar nuestro eterno diferencial de inflación con la media europea de una tacada sin necesidad de introducir las mejoras que nuestra economía reclama desde hace años para combatirlo. Es decir, saldremos más guapos en la foto, pero nuestros males por la falta de liberalización de algunos sectores y servicios seguirán siendo los mismos si no los atacamos de raíz.

Cobramos como en 1997

Hace unos días recibiamos con entusiasmo el dato del crecimiento económico español, que se situó en el 3,8% en el tercer trimestre del año. Muy por encima de la media europea. Pero esa mágica cifra y el ciclo de bonanza que vive nuestra economía son el resultado de la confluencia de diversas circunstancias, entre las cuales destaca una moderación salarial sin precedentes. Todos los estudios disponibles constatan que el sueldo de los españoles prácticamente no ha crecido en la última década, fundamentalmente por la incorporación masiva de inmigrantes al mercado de trabajo, que cobran de media un 30% menos que los españoles, y por el elevado porcentaje de contratos temporales que existen.

El salario medio real, o sea, el que queda una vez descontado el efecto de la subida de precios, no ha dejado de caer en la última década. Un informe presentado ayer por Adecco revela que los trabajadores españoles cobran 1.553 euros brutos mensuales de media, un 0,7% menos que hace doce meses. Después de ocho años de caídas consecutivas del salario real –descontando la subida de la inflación de los aumentos de sueldo– estamos cobrando lo mismo que en 1997. Y lo que es peor, seguirá cayendo un 0,5% en el último trimestre de 2006 y un 0,2% en el primero de 2007. Cabe esperar que esta tendencia se modere en la medida que la temporalidad se vaya frenando –el mismo informe anuncia que tres de cada cuatro nuevos empleos seran fijos en el primer trimestre de 2007– y que el sueldo de los inmigrantes se vaya acercando a la media. Pero si no controlamos los precios, que aunque están frenando siguen por encima de la media europea, la inflación se seguirá comiendo nuestro salario.

Otro Nobel para Estados Unidos

El Premio Nobel de Economía de este año ha ido a parar, como no, a Estados Unidos. Edmund S. Phelps, profesor de la Universidad de Columbia en Nueva York, ha sido el elegido por sus trabajos sobre los efectos del largo y el corto plazo en política económica. Especialmente, en la relación entre la inflación y el desempleo. La teoría clásica vinculaba un nivel alto de precios a un crecimiento del paro, pero él demostró que hay otros factores como las expectativas de las empresas y de los consumidores que modifican esa relación. No hay que ir muy lejos para validar la bondad de sus planteamientos: España, con la inflación más elevada de la zona euro (3,8%), tiene unos niveles de desempleo inferiores (8,4%) a los de países como Francia o Alemania (9,2% y 9,1%), donde los precios crecen a un ritmo muy inferior (2,1% y 1,8%). Hay algunas curiosidad sobre estos premios que se entregan desde 1969 a los personajes que han hecho contribuciones decisivas a la economía mundial. Se trata de nombres que firman los manuales de consulta de los economistas del futuro en las universidades (Samuelson, Friedman, Leontief, Debreau, Modigliani,…) y cuyo pensamiento determinará sus actuaciones. Pues bien, de los 58 ganadores del premio, casi la mitad (38) han sido economistas estadounidenses. Como el de este año. Mientras, el eterno aspirante español, el profesor catalán Andreu Mas-Colell –que culminó su carrera enseñando en Harvard– se ha quedado un año más a las puertas de tan insigne premio.