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‘Operación Dulce’: la «novela de novelas» de un valor seguro, Ian McEwan

Por María J. Mateomariajesus_mateo
Hablar sobre Operación Dulce (Anagrama) no es fácil. Y quizá porque comentar esta obra implica referirse a muchas novelas a la vez. Remitirse a la particular novela de espionaje que Ian McEwan traza en sus casi 400 páginas, pero también a la obra amorosa y a la “autobiografía distorsionada” que comprende. También aludir al juego metaliterario y al compendio de títulos sobre la Guerra Fría del que el autor se empapó antes de ejecutarla.

Bien lo saben quienes ya le hayan leído: la pluma de McEwan es extremadamente rica. Y sin embargo, hay pocos autores capaces de hacer tan fácil lo difícil. De mezclar realidad y ficción, y lograr la cadencia perfecta para que una página nos lleve a la otra y seguir leyendo sea un acto necesario, casi involuntario.

144436Con la historia de Serena Frome, una joven estudiante reclutada en Cambridge en la década de los setenta por el servicio secreto británico MI5, McEwan ha vuelto a lograrlo. Y ha demostrado que, aunque cambie el envoltorio (bajo el sobrenombre de “novela de espionaje”) la esencia se mantiene: un nivel continuo de interés, una prosa bella como pocas y una astucia psicológica y narrativa que están muy por encima de la media.

La diferencia en esta ocasión es el mundo que revela su foco: la llamada “guerra fría cultural” o “guerra de las ideas” que tuvo lugar bajo el auspicio del servicio secreto británico y, especialmente, de la CIA, empeñada en secreto y a golpe de talonario en convencer a los intelectuales de que Occidente era la mejor opción. Un contexto en el que Frome, el personaje principal de la novela, participa activamente enrolando en una fundación a Tom Haley, un joven escritor que tiene mucho del McEwan principiante, y del que acabará enamorándose.

Pero, más allá de este telón de fondo en el que se describe la intromisión del poder en la cultura de aquellos años, Operación Dulce es, como ha declarado el propio McEwan, una historia de amor. La que surge entre un hombre y una mujer pero, sobre todo, la que se da entre los lectores (y el propio autor) y la literatura. Un homenaje a la escritura y al poder de la imaginación que McEwan logra con la relación que se establece entre la joven espía, incansable lectora, y Haley, el escritor algo inexperto en el que podemos adivinar a una suerte de «alter ego» del autor.

Un guiño, al fin y al cabo, a la novela, el espacio en el que el británico se sigue reconociendo como lo que es: un avezado explorador de las relaciones humanas.

 

La noche en que mis padres fueron atracadores en Montana

Por María J. Mateomariajesus_mateo
Ya era de noche y estábamos sentados en los asientos traseros del Chevrolet Bel Air familiar que mi padre había aparcado junto a la puerta de aquel restaurante de carretera. Había estrellas en el cielo que se cubría sobre nosotros, sobre mi hermano y sobre mí, y sobre ese cubículo en el que me faltaba la respiración. Me sudaban las manos, y eso que no era la primera vez que vivía aquello.

fordIntentaba encontrar el oxígeno que no me alcanzaba cuando mi hermano puso en su boca justo lo que llevábamos tanto tiempo pensando y que no nos atrevíamos a decir: «¿Por qué no nos vamos? ¿Es que no estás cansada de esta mierda?».
Fue entonces cuando observé los ojos, ya viejos, de aquel adolescente que temblaba a mi lado. Y cuando reparé en la palidez de su piel, ya mustia, y pensé al fin en la posibilidad real de tomar el volante y de dejarlos tirados. De escapar de aquella miseria y abandonar para siempre nuestra condición de cómplices del nuevo atraco que iban a protagonizar mis padres. Esos seres, me dije, a los que maldecía y a los que en realidad nunca elegí.

Todo mi cuerpo ardía cuando desperté y comprendí lo ocurrido. Me había quedado dormida leyendo Canadá (Anagrama), la última novela del siempre magistral Richard Ford, y la escena que acababa de soñar bien podía intercalarse entre las descritas por el autor americano.

Su prosa, áspera, desnuda, soberbia… estaba calándome tanto, llegándome tan adentro, que había atrapado a mi subconsciente, donde sigo viajando estos días junto a Dell Parsons, el protagonista de esta historia en la que el creador de la Trilogía de Frank Bascombe vuelve a demostrar que es un autor esencial. Próximo firme candidato al Nobel, decía un amigo mío hace poco, y responsable de un paisaje por el que camino estos días, incluso en duermevela. Ford… culpable de una obsesión que, confío, siga siendo fuente de inspiración, despierta o no.