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En guerra contra la pérdida del deseo

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

Dejar de desear o que te dé igual que te deseen es una putada. Así lo dice Carlos Zanón y sinceramente es imposible decirlo mejor. A veces ‘putada’ o ‘cojones’ son tan precisos que sería un error cambiarlos.

Su último libro, tan fascinante como esperábamos (sí, de algunos lo esperamos) o incluso más, Yo fui Johnny Thunders, publicado dentro de Serie Negra de RBA habla de eso, de la putada de perder las ganas con los años.

Editada en una colección de novela negra y de acuerdo con ello, pero sólo si por negro entendemos un género tan bastardo como para que entren Yo fui Johnny Thunders o Lolita. «Si hoy se publicara Lolita, sería novela negra» afirma el escritor.

En ocasiones no queda más remedio que asentir ante quien entrevistas, y pese a que no debas estar tanto de su parte, lo estás. Lo que dice, aun cuando no te haya pasado, está tan lejos de lo descabellado que no hay modo de plantar batalla.

Johnny Thunders le venía muy bien a Zanón para su historia. Personal hasta un punto que él mismo pensó que recibiría más de un puñetazo verbal. Personal para confesar que la edad te quita tanto, o al menos eso intenta, que hasta llega un día en el que uno nota que lo mismo le da si le desean o no le desean. Lo que llevado a todos los demás ámbitos de la vida es, vuelvo a él, una evidente putada.

El músico Thunders, que existió y no es un personaje inventado, llegó a estar tan pasado, tan drogado, que iba a tocar sin músicos, sin banda. Llegaba y simplemente esperaba a que le buscaran lo que faltaba, que era mucho aunque no, no era todo. Los límites están en Zanón más que analizados.

Unos hicieron y hacen lo que quieren, otros nunca pasan la línea de lo correcto, y ni los primeros ni los segundos se acercan a esa felicidad imposible.

Zanón da un repaso a su propia identidad y a las heridas que dejan los años, que no es que tenga tantos pero que a veces pesan. Y lucha, esta novela es la prueba.

Prometí no olvidar jamás la adolescencia

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

Me lo repetí muchas veces: No olvides nunca cómo te sientes, no lo olvides jamás.

Era adolescente y la incomprensión habitual que rodea a esa edad entre maldita y bendita me llevó a hacerme la promesa, algo que no hago nunca, o casi nunca. Esa vez lo hice.

Al ver, vivir, sentir y sufrir las reacciones que generaban aquel no saber dónde estar ni por qué de repente no había un hueco claro me obligué a no olvidarme de aquella chica que no era capaz de explicarse y tampoco de entender por qué aquellos adultos habían olvidado lo que se sentía.

túIncluso me pregunté si ellos no lo habían sentido jamás, si la adolescencia era patrimonio de mi generación. En todo caso tenía pinta de que con la mía no se cerraría el círculo y algún día yo, con un hijo o hermano o sobrino, necesitaría recordarlo.

Hace un tiempo, unos años, leí (Noguer), de Charles Benoit, y aquella promesa y lo que me indujo a hacérmela me vino de golpe a la cabeza. Al recuperar hoy aquel libro prestado he vuelto a decirme: acuérdate de tu promesa. 

La historia de Benoit con ese protagonista en un instituto de perdedores y con una brutal explosión de emociones lleva al lector hasta su propio pasado. 

El universo interior del adolescente (que, por cierto, nos obliga a mirar lo que hacemos y sobre todo lo que no hacemos) es tan digno de identificación que casi asusta. Por eso, imagino, lo recomiendan en algunos institutos y seguro que aquellos adolescentes que lo lean sentirán al menos compañía. 

Pero sobre todo es a los mayores a los que mejor nos viene su lectura. No se puede evitar la pregunta: ¿cuándo empezó a torcerse todo?, pero sí empezar a recordar cómo éramos nosotros cuando éramos como ellos.

La poesía como herida pero también como antídoto, y no sólo en el Día del Libro

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

«Sucede que mi boca es una herida» escribe Belén Reyes, poeta que barre las calles con música tan triste como sarcástica, y continúa: «Sucede que me duele aquí en la tinta».

belenreyesDispara con el pecho y con la cabeza, se duele en cada cictariz y aún le quedan versos para la ironía y la propia caricatura.

Leer a Belén Reyes, cualquiera de sus libros: Ponerle un bozal al corazón, Desnatada, Ser mayor es un timo…, es ponerse frente a un espejo y viajar a países de carne y recuerdos cambiados por las traiciones de la memoria, y volver, tras el intenso paseo, menos solo.

No hay respuestas, la poesía (al menos la que no huele a forzado, elitismo y mentira) no da respuestas, su terreno es la pregunta, y esta cantora de lo cotidiano y lo prosaico domina el territorio: «Soy la costra del sueño, si me levanto sangro».

Antídoto sin parche: así propone y así escribe Belén Reyes.

 

Yo sé que es vida esto que se mueve
entre estas venas rotas y cansadas.
La poesía es un arma cargada de mercurio,
—hay una minoría que la atrapa—.
Los demás que se apañen con la nómina,
con el vídeo, la coca o la esperanza.

 

Lorca y Cervantes: los españoles salvados

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

Hubo reproche tal como esperaba, aunque no tanto como creí, cuando el otro día os pedí salvar un libro de un autor español. Tiene razón quien escribió en su respuesta que no está bien eso de proponer un ‘juego’ (aunque era una pregunta) y luego reprochar los resultados.

Así que vaya por delante que no es éste un reproche o no es mi intención que lo sea. Es más una expresión de mi sorpresa. Únicamente dos autores españoles han sido repetidos: Miguel de Cervantes y Federico García Lorca.

Quien reprochaba fue uno de los que salvó a Lorca, en concreto La casa de Bernarda Alba, si bien me queda la duda de saber si la salvación era por la obra o por ese canal de televisión que no especifica y al que parece recordarle la obra del escritor.

LorcaPrecisamente el poeta (aunque se haya quedado con una de sus obras de teatro el ‘comentarista’) escribió uno de los poemas que más recuerdo de García Lorca y su asfixiante (en el mejor sentido) libro Poeta en Nueva York. Un poema que salvaría, aunque confieso que habría otros que salvaría antes.

Y El Quijote, pues si de ser sinceros se trata, escribiré la verdad: no lo salvaría si sólo pudiera salvar uno. Ni siquiera sería el segundo ni el tercero. (Me van a gustar los reproches, estos sí).

¿Cuántas obras de arte hay que por algún motivo no mueven absolutamente nada a algunos de los que la observan?

Ahora sí. El poema, que aunque no el primero, salvaría.

Paisaje de la multitud que vomita
(Anochecer en Coney Island)

La mujer gorda venía delante
arrancando las raíces y mojando el pergamino de los tambores;
la mujer gorda
que vuelve del revés los pulpos agonizantes.
La mujer gorda, enemiga de la luna,
corría por las calles y los pisos deshabitados
y dejaba por los rincones pequeñas calaveras de paloma
y levantaba las furias de los banquetes de los siglos últimos
y llamaba al demonio del pan por las colinas del cielo barrido
y filtraba un ansia de luz en las circulaciones subterráneas.
Son los cementerios, lo sé, son los cementerios
y el dolor de las cocinas enterradas bajo la arena,
son los muertos, los faisanes y las manzanas de otra hora
los que nos empujan en la garganta.
Llegaban los rumores de la selva del vómito
con las mujeres vacías, con niños de cera caliente,
con árboles fermentados y camareros incansables
que sirven platos de sal bajo las arpas de la saliva.
Sin remedio, hijo mío, ¡vomita! No hay remedio.
No es el vómito de los húsares sobre los pechos de la prostituta,
ni el vómito del gato que se tragó una rana por descuido.
Son los muertos que arañan con sus manos de tierra
las puertas de pedernal donde se pudren nublos y postres.
La mujer gorda venía delante
con las gentes de los barcos, de las tabernas y de los jardines.
El vómito agitaba delicadamente sus tambores
entre algunas niñas de sangre
que pedían protección a la luna.
¡Ay de mí! ¡Ay de mí! ¡Ay de mi!
Esta mirada mía fue mía, pero ya no es mía,
esta mirada que tiembla desnuda por el alcohol
y despide barcos increíbles
por las anémonas de los muelles.
Me defiendo con esta mirada
que mana de las ondas por donde el alba no se atreve,
yo, poeta sin brazos, perdido
entre la multitud que vomita,
sin caballo efusivo que corte
los espesos musgos de mis sienes.
Pero la mujer gorda seguía delante
y la gente buscaba las farmacias
donde el amargo trópico se fija.
Sólo cuando izaron la bandera y llegaron los primeros canes
la ciudad entera se agolpó en las barandillas del embarcadero.

‘ZaZa’: La droga de la risa sin motivo

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

No es el hachís al que Ray Loriga se refiere cuando escribe sobre una droga que activa un mecanismo que la mayoría tiene y que hace reír en cualquier circunstancia. Es una droga diferente, creada/descubierta/diseñada por un neurólogo y no hace más que dar a una tecla que ya existe en el ser humano.

raylorigaEs ficción. Aunque, y se lo pregunto a Loriga en una entrevista que transcurre con mucha calma, podría no serlo. Todos, bueno, no todos, en realidad ni siquiera la mayoría, aunque Ray, en un ejercicio de generosidad inexplicable, afirme que casi todos poseemos una gran capacidad para reírnos hasta de la mayor desgracia.

Su droga, la que protagoniza su última novela, Za za, emperador de Ibiza (Alfaguara), consigue que la gente se ría con esa risa floja que se pierde con los años. O que se oculta, ¿por qué la ocultamos?, ¿es cierto que hay un momento en el que ya no podemos permitirnos los ataques de risa ‘floja’?

Acaso es que tomarnos tan en serio nos pase facturas como ésta, y por ello, cuando ya hemos olvidado algunas de esas irracionales pero felices maneras, salimos en busca de drogas o escapes que nos las devuelvan. Za Za, que es el personaje central, no quiere ni esa risa ni su contrario. Sólo desaparecer en una calma permanente.

Como Ray Loriga, el escritor, ya no tan joven, que demostró con Lo peor de todo y con Héroes que sí sabía escribir. Que sabe. Ahora, agotado por tanto Ray, busca un universo que no encuentra. Y él mismo responde: «Quiero huir de mis deseos, tal vez porque no soy capaz de ello».

 

«He sido dado de baja en todo por inútil»

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

A veces uno se cansa y no busca dónde echar la culpa, sólo se deja vencer estando un rato en la derrota temida, perdiendo tranquilo, llorando sin ruido.

A veces uno tiene el llanto atravesado y resulta de una suma que no cuenta. A veces uno deja de correr y se humilla a sí mismo.

Ésta es una de esas veces. Y una vez más un poeta, Rafael Cadenas, en la última quiniela de los Nobel (lástima que no se lo dieran), da la palabra precisa y sobre todo la compañía.

800px-Rafael_Cadenas_2013Derrota

Yo que no he tenido nunca un oficio
que ante todo competidor me he sentido débil
que perdí los mejores títulos para la vida
que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme es una solución)
que he sido negado anticipadamente y escarnecido por los más aptos
que me arrimo a las paredes para no caer del todo
que soy objeto de risa para mí mismo que creí
que mi padre era eterno
que he sido humillado por profesores de literatura
que un día pregunté en qué podía ayudar y la respuesta fue una risotada
que no podré nunca formar un hogar, ni ser brillante, ni triunfar en la vida
que he sido abandonado por muchas personas porque casi no hablo
que tengo vergüenza por actos que no he cometido
que poco me ha faltado para echar a correr por la calle
que he perdido un centro que nunca tuve
que me he vuelto el hazmerreír de mucha gente por vivir en el limbo
que no encontraré nunca quién me soporte
que fui preterido en aras de personas más miserables que yo
que seguiré toda la vida así y que el año entrante seré muchas veces más burlado en mi ridícula ambición
que estoy cansado de recibir consejos de otros más aletargados que yo («Ud. es muy quedado, avíspese, despierte»)
que nunca podré viajar a la India
que he recibido favores sin dar nada en cambio
que ando por la ciudad de un lado a otro como una pluma
que me dejo llevar por los otros
que no tengo personalidad ni quiero tenerla
que todo el día tapo mi rebelión
que no me he ido a las guerrillas
que no he hecho nada por mi pueblo
que no soy de las FALN y me desespero por todas estas cosas y por otras cuya enumeración sería interminable
que no puedo salir de mi prisión
que he sido dado de baja en todas partes por inútil
que en realidad no he podido casarme ni ir a París ni tener un día sereno
que me niego a reconocer los hechos
que siempre babeo sobre mi historia
que soy imbécil y más que imbécil de nacimiento
que perdí el hilo del discurso que se ejecutaba en mí y no he podido encontrarlo
que no lloro cuando siento deseos de hacerlo
que llego tarde a todo
que he sido arruinado por tantas marchas y contramarchas
que ansío la inmovilidad perfecta y la prisa impecable
que no soy lo que soy ni lo que no soy
que a pesar de todo tengo un orgullo satánico aunque a ciertas horas haya sido humilde hasta igualarme a las piedras
que he vivido quince años en el mismo círculo
que me creí predestinado para algo fuera de lo común y nada he logrado
que nunca usaré corbata
que no encuentro mi cuerpo
que he percibido por relámpagos mi falsedad y no he podido derribarme, barrer todo y crear de mi indolencia, mi
flotación, mi extravío una frescura nueva, y obstinadamente me suicido al alcance de la mano
me levantaré del suelo más ridículo todavía para seguir burlándome de los otros y de mí hasta el día del juicio final.

(FOTO: Wikimedia Commons / Abril Mejías)

¿Por qué habéis salvado tan pocos libros españoles?

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

No es justa la pregunta, ni siquiera sé si está bien plantearla, pero al escuchar y leer las reacciones de cercanos y algunos más lejanos a la entrada de mi compañera Mariaje no quiero evitar la indiscreción. En las respuestas a la pregunta de Mariaje, ¿Qué libro salvarías si sólo pudieras salvar uno?, apenas he encontrado españoles.

1012794_582017908533557_1086363549_nA excepción de la elección que Mariaje hizo por mí: La realidad y el deseo, de Cernuda (por cierto: acertó de pleno), Aranmanoth, de Ana María Matute; y claro está, El Quijote, de Cervantes, no ha habido más.

Ni siquiera he escuchado autores latinoamericanos salvo Isabel Allende y Gabriel García Márquez… Únicamente Mariaje esbozó Rayuela y como título a salvar para una indecisa servidora. Yo que creía que Cortázar era infalible…

¿Dónde están los maestros de novela Galdós o Clarín?, ¿dónde cualquiera de la Generación del 98 o del 27 o incluso del 50? Y eso por no ir a los Siglos de Oro y que me tachen de pesada o aburrida… No sé si es porque con la literatura ha terminado por pasar como con los viajes: ¿cuanto más lejos se va más gusta? ¿Es cuestión de distancia? ¿Algo así como: leamos autores de muy lejos que seguro que son mejores?

No tendré éxito pero formulo la pregunta igualmente: ¿qué libro español salvaríais si sólo pudierais salvar uno?

 

 

El poeta que mejor desnudó un corazón «de cintura para abajo»

Por María J. Mateomariajesus_mateo
Verso libre, eslabón perdido, señorito distinguido, pariente descarriado.
La figura de Jaime Gil de Biedma es un poliedro cuyas caras han resultado en una especie de acertijo para sus biógrafos y lectores.

Intérprete de una vida múltiple y de una personalidad compleja, logró desdoblarse una y otra vez en varias identidades que, como en el poema Contra Jaime Gil de Biedma, rivalizaron hasta caer en el insulto.DSC_0368

De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso,
dejar atrás un sótano más negro
que mi reputación —y ya es decir—,
poner visillos blancos
y tomar criada,
renunciar a la vida de bohemio,
si vienes luego tú, pelmazo,
embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes,
zángano de colmena, inútil, cacaseno,
con tus manos lavadas,
a comer en mi plato y a ensuciar la casa?

La singularidad de su figura, recordada hace unos días en la representación de la obra Abrazos al aire, en el Teatro Fernando Fernán Gómez de Madrid, no ha impedido, sin embargo, que despuntara un rasgo en el que sí ha habido consenso: la condición extrema y auténtica de su poesía. 

Gil de Biedma fue el poeta español contemporáneo que cantó al erotismo de la forma más franca, leo en una de sus antologías. Y lo cierto es que pocos fueron capaces de acabar con el rígido puritanismo hispano, de rebasar esa dualidad tan perversa y tan nuestra que nos ha hecho oscilar con frecuencia entre la mojigatería y la obscenidad, entre el sermón parroquial y el discurso más lascivo y barato.

La semana pasada —gris y difícil, en la que no dejó de llover—, desempolvé el poemario de ese que tanto y tan bien cantó a la amistad, al paso (al vértigo) del tiempo —»En mi poesía no hay más que dos temas: el paso del tiempo y yo«— y al amor. Y recordé su obsesión por la perfección, que resultó en una obra breve y brillante, revisada una y otra vez, hasta la extenuación, durante años.

Observé que Gil de Biedma supo, como pocos, desnudar un corazón «de cintura para abajo», heredero como fue de la poesía más impura y más humana que propugnó Neruda en su Caballo verde para la poesía. Y lo hizo, a diferencia de muchos, «sin despreciar —alegres como fiesta entre semana— las experiencias de promiscuidad», «las noches en hoteles de una noche (…) en pensiones sórdidas y en cuartos recién fríos”. Adjuntó así al relato del “verdadero amor”, el de esos otros “trabajos de amor disperso” que no son desechables aunque hayan sido despreciados por muchos literatos.

Llevó a su obra sin tapujos su «impaciencia del buscador de orgasmo», pero también su deseo de encontrar «el dulce amor, el tierno amor para dormir al lado». Y quiso, del mismo modo, retratar su vida crápula en «las calles muertas de la madrugada y los ascensores de luz amarilla», pero también su interior de «muchacho soñoliento y esperanzado», aún no tocado por las espinas de la vida.

Fue, en definitiva, el vividor poeta y el literato cantor de una experiencia sincera, en la que vida y literatura resultaron lo mismo: un compuesto indisoluble.

 

 

Mankell: «Escribiré sobre mi enfermedad desde la perspectiva de la vida»

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

La muerte no será el protagonista de los próximos textos del escritor sueco célebre por su saga de novela negra protagonizada por Wallander, y cuya última entrega por el momento ocurrió el pasado otoño con Huesos en el jardín (Tusquets).

mankellNo habrá asesinato que resolver en las letras que se ha propuesto escribir. Henning Mankell va a escribir sobre su cáncer, una enfermedad de la que casi acaba de enterarse y cuyo pronóstico no parece muy amable. Y lo hará desde la perspectiva vida: así lo ha asegurado.

Dudo que uno de los maestros del género negro se quede en la catarsis. Sabe mucho y sabe bien: apuesto a que trascenderá y llegará al arte, a que sabrá sacar a los fantasmas y al dolor a pasear para exprimir de ellos hasta la última gota de literatura.

La catarsis sola puede que ocupe páginas en su cajón arrugas frente al espejo, pero dudo que sea eso lo que muestre en el diario sueco para el que escribirá sobre lo que le ocurre. Literatura y vida de la mano, sin perder a la primera en ningún interlineado: eso va a seguir dando Mankell. Apuesto por ello.

La sátira como único modo de retratar una España «corrupta, pobre y criminal»

Por María J. Mateomariajesus_mateo

Ajedrez para un detective novato (Algaida) debería añadir un prólogo con una serie de indicaciones sobre cómo debe tomarse y conservarse. Sobre los posibles efectos secundarios que puede producir la lectura de esta novela, escrita por Juan Soto Ivars (Águilas, 1985), mejor hablar en otro momento, que desde luego ése es otro cantar, y largo.

Si tuviera que redactar parte de ese prospecto, desaconsejaría muy seriamente su lectura en lugares públicos, tales como trenes, metros o cafeterías, si lo que uno no quiere es no acabar convertido en el centro de todas las miradas, víctima, como lo fui yo, de sucesivos ataques de risa.

jsi2Por otro lado, intentaría resaltar la inconveniencia de adentrarse en ella en noches soñolientas en las que uno se va a la cama aún con algo de resaca. Como pude comprobar, difícilmente se logrará la lectura vertical de unas pocas páginas sino que, más bien al contrario, el cuerpo te pedirá seguir leyendo y muy probablemente te darán las tantas de la madrugada enfrascado en las historias del detective Marcos Lapiedra y de su particular pupilo.

Sería conveniente, además, no dosificar su lectura. En caso contrario, se puede acabar siendo víctima de una especie de «desrealización» o «despersonalización», o cualquier otro trastorno disociativo. En esta línea, no sería tampoco raro acabar viendo, en el metro o en la oficina, calamares gigantes, ninjas asesinos o mutantes del subsuelo adictos a la gomaespuma. O sentir cierta frustración (o alivio) al comprobar que en nuestra vida ordinaria no tenemos maestros legendarios ni novi@s ninfóman@s cuando la jornada termina y regresamos a casa.

El descoloque puede ser desmesurado. Por tanto, si la lectura se prolonga en exceso, podemos caer en la inevitable tarea de establecer comparaciones entre realidad y ficción, entre la España corrupta y pobre en la que vivimos, y la «España corrupta, pobre y criminal» que se dibuja en la novela, y que es «sospechosamente parecida a la nuestra».

Definitivamente es mejor leer del tirón esta burla sagaz de Soto Ivars, que parece haber encontrado en la sátira el consuelo necesario para encarar una realidad que, de tan sórdida, parece de mentira y que podría estar cerca de sobrepasarnos a todos.

Y es que, este joven talento (y perdón por el cliché pero me parece bastante adecuado para el caso) ha visto en la burla y en la risa —tan necesarias, también en la literatura— el único modo de enfrentarse a una situación traumática de tan precaria. De paso, ha logrado también la excusa perfecta para realizar ese ejercicio tan sano que es cambiar de registro para no anquilosarse ni encasillarse después de haberse dedicado al drama en sus dos novelas anteriores, La conjetura de Perelman y Siberia.

El resultado es este aire esperpéntico y a la vez renovado que respiramos en Ajedrez para un detective novato, en donde asoma la huella de Valle-Inclán, pero también la de la extensa y personal biblioteca de este lector y escritor insaciable. Creador de escenarios delirantes y carnavalescos casi por necesidad —»Me río por no atentar», le he escuchado decir últimamente— y portador de una mirada distinta. Promotor, en suma, de una corriente desenfadada y gamberra que conviene tomar, sin embargo, muy en serio.