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Esa cosa extraña llamada normalidad

Por María J. Mateomariajesus_mateo
La normalidad está llena de extrañeza. Y si no que se lo digan a la escritora argentina Mariana Graciano (Rosario, 1982), que acaba de presentar en España su obra La Visita (Demipage).

La obra de Mariana ha llegado estos días a mis manos para hacerme recordar algo en lo que siempre he creído profundamente. Y es que nada hay más inquietante que la propia realidad. Nada más extraño que la actividad que hemos instalado en la rutina, la mayor parte de las veces con el propósito de sentirnos más seguros, creyendo que en la periodicidad, en la fuerza de la costumbre, nos encontraremos a salvo. Menuda ilusión.

Leo las cerca de veinte historias que aglutina en La Visita y vuelvo a ese pensamiento. Al entramado fantástico que esconde la cotidianeidad. Y no me refiero a la fantasía que existe en los instantes dramáticos o extraordinarios de la vida —a los que no remite la autora— ni tampoco a lo «atolondradamente mágico del realismo», afirma Antonio Muñoz Molina en el prólogo de la obra. Sino a ese otro «algo mucho más pudoroso, más cercano a la sospecha que a la certidumbre, al desasosiego que al miedo» en el que se concentra Mariana, añade el reciente Príncipe de Asturias de las Letras. Y yo, como de costumbre, estoy de acuerdo con el maestro Muñoz Molina.

20131121125541_1Porque es cierto, la argentina no se dedica a mostrar, sino a insinuar, la rareza y fragilidad que encierran periodos como la niñez o la adolescencia, y espacios tan aparentemente corrientes como un vecindario. Esboza, en resumidas cuentas, la delicadeza que contiene la vida misma, donde el curso de los días puede cambiar de un momento a otro y a partir del detonante aparentemente más absurdo.

Es lo que ocurre en historias como Vanesa, en la que se narra lo que podría ser la génesis de un enamoramiento si no fuera porque ese chispazo queda consumido en cuestión de segundos y desaparece de forma inexplicable sin llegar a ser parido. Un ejemplo de la inconsistencia que define la vida como lo es también el que es mi cuento favorito, Resquebrajado, donde se relata la triste experiencia de unos padres a los que se les informa de que su bebé padece una enfermedad congénita que le hace ser «un cristal» entre sus brazos. Un relato que, por cierto, reabre la herida que a muchos nos duele estos días ante la desgraciada aprobación del anteproyecto de la Ley del Aborto, que elimina el supuesto de la malformación y que, como decía en un emotivo post Madre Reciente, nos hace pensar en «la condena de verlos nacer para luego verlos morir o padecer».

Un caso más en el que se nos revela la naturaleza de la vida, depósito de «lo inesperado o lo amenazante», y rara en esencia como lo es la cubierta del propio libro: aparentemente artificial por su llamativo colorido, aunque sorprendentemente natural a pesar de (o precisamente por) su extremismo.

La tiranía del amor y otros afectos en ‘La ternura caníbal’, de Enrique Serna

Por María J. Mateomariajesus_mateo

Todos somos tiranos en acto o en potencia. Pequeños dictadores en un entramado de relaciones sostenidas por momentos sobre la rivalidad o la exigencia, sobre una lucha de poderes que es a veces sutil, y otras no tanto. Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. O bien que lea la última obra de ese hábil observador de la especie humana que es Enrique Serna (Ciudad de México, 1959).

La ternura caníbal (Páginas de Espuma), el primer conjunto de relatos del autor editado en España, se detiene precisamente en este pulso por la supremacía al que con frecuencia tendemos los seres humanos. Centra su mirada en ese vasto material vital, compuesto de ‘tiras y aflojas’, al que a veces llamamos «amor» o «amistad», y dibuja un conjunto de escenas descarnadas en las que el humor negro y la sagacidad narrativa son constantes.

enrique_sernaEl sarcasmo es el combustible de Serna y, en mi opinión, también la principal valía de la obra. Porque esa ironía que recorre los diez cuentos logra dos propósitos a un tiempo: hace fácil la lectura y deja al descubierto las falacias sobre las que a veces se construyen las relaciones: los principios de obediencia y subordinación (y sus reversos, el mandato y el sometimiento).

Pero no solo de las relaciones con los otros vive La ternura caníbal. De hecho, La vanagloria, el cuento que merece mis mejores elogios, trata fundamentalmente sobre la relación que construimos con nosotros mismos, dominada a veces por nuestras ambiciones, por ese «personaje que queremos ser» antes que por el que en realidad somos.

Divertidísima me pareció esta historia sobre un poeta desconocido que, vapuleado en su hogar y en el instituto en el que imparte clases, busca el reconocimiento que cree merecer entre las «sabandijas del parnaso local» en el que habita, hasta que recibe un día una carta «desde la capital» suscrita por el Premio Nobel Octavio Paz:

Apreciado Juan Pablo:
La lectura de su cuaderno, una plegaria blasfema con ecos de música lunar, me confirma que la provincia mexicana sigue siendo un semillero de buenos poetas. Su llama, como los venablos de Eros, es fecunda y ardiente a la vez, porque tiene la fuerza de una verdad seminal.

Preludio, este encabezamiento, de una ingeniosa —y a ratos desternillante—  historia en la que se exhibe ese «humor cruel» tan característico del mexicano. Y paradigma de los cuentos restantes en los que desfilan —unas veces con más acierto que otras—  una galería curiosa y heterogénea de personajes…

Esto es, matrimonios que practican el espionaje y urden una red de chantajes. Parejas que resuelven en la cama pleitos que subsisten a la mañana siguiente. E individuos con carreras frustradas por la ambición o atrapados en fraternidades ficticias en el entorno social y laboral, donde a veces las «sonrisas son demasiado encantadoras para ser honestas». Existencias, en definitiva, en las que el maquillaje que empleamos a diario tapa hemorragias severas. Una lectura descreída y estimulante, inteligente y recomendable, en resumen, tanto por el qué como el cómo.