El trabajo lo estropeó todo…, según Lafargue

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

Decir algo así del trabajo en este momento parece más que una provocación un acto de insensibilidad. Pero situemos el asunto: año 1880 y un hombre, Paul Lafargue (yerno de Karl Marx), dispuesto a meter el dedo en todas las llagas con un pequeño libro (ni 80 páginas) llamado El derecho a la pereza. Me gustaría poder acompañar el título de una editorial, pero en este caso el libro no lo ha publicado sello alguno, sino Javier Krahe con su último disco Las diez de últimas.

Javier Krahe (FOTO: JORGE PARÍS)

Javier Krahe ha publicado el libro de Lafargue ‘El derecho a la pereza’ (FOTO: JORGE PARÍS)

El cantautor irónico y provocador no ha dudado en sacar en plena crisis y paro un texto como éste, considerado «una verdadera máquina de guerra contra la sociedad burguesa y capitalista de finales del siglo XIX». Un auténtico misil lanzado sin paliativos contra los efectos derivados del trabajo asalariado. Algo que para Paul Lafargue llevó a la clase obrera a perder su poder y su capacidad de rebeldía.

Deja claro el autor que para avanzar habría que haber seguido un camino diferente al trazado por culpa del trabajo. «Una extraña locura se ha apoderado de las clases obreras de las naciones en las que reina la civilización capitalista. Esa locura es responsable de las miserias individuales y sociales que desde hace dos siglos torturan a la triste humanidad. Esa locura consiste en el amor al trabajo, en la pasión furibunda por el trabajo, que lleva hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo y su prole». Y esto no es más que el comienzo del reclamo de Lafargue a la pereza como derecho, porque para él: «En la sociedad capitalista, el trabajo es la causa de todas las degeneraciones intelectuales, de todas las deformaciones orgánicas».

Mucho tenía que decir y dijo Javier Krahe a este respecto en su entrevista a 20minutos, y no por ello dejó de denunciar la terrible situación que atraviesa nuestro país y la repugnancia que le inspiran los políticos: «Hay que ser repugnante para ser presidente, incluso para querer serlo».

Un buen dos en uno: las nuevas canciones de Krahe en Las diez de últimas y el libro fino pero guerrero de Lafargue. ¿Pereza como rebeldía?

3 comentarios

  1. Dice ser Carla

    Un amigo empezó su primer trabajo después de que casi toda la pandilla ya estuviera colocada. Le preguntamos que tal le iba, y nos contestó: «El trabajo bien, pero me quita mucho tiempo» ahora pienso lo mismo.

    Carla
    http://www.lasbolaschinas.com

    17 diciembre 2013 | 06:44

  2. «El trabajo no es un problema, y es, además, necesario, porque la transformación de la naturaleza por la actividad humana es imprescindible para la supervivencia de la especie y de los individuos. A este respecto, lo único que ha cambiado es que la enorme productividad desatada por el capitalismo ha llegado a entrar en contradicción con los límites ecológicos y ha configurado un gigantesco mercado de bienes de consumo innecesarios. Quizá ya no hace falta tanto trabajo para reproducir la vida humana. Quizá hay un exceso de actividades antisociales alimentadas por el proceso de acumulación sin fin en que el capitalismo consiste. Pero esa no es la cuestión principal.

    El problema esencial –el que genera el mismo proceso de acumulación– de nuestro tiempo no es el trabajo, sino el trabajo asalariado. La relación asimétrica que impone que una persona, sin acceso a los medios de producción, deba vender su fuerza de trabajo a otra, propietaria de los mismos, a cambio de una retribución que ha de permitir –trabajo doméstico no pagado mediante– reproducir esa misma fuerza, para que la rueda pueda seguir girando al día siguiente. La diferencia entre el valor de lo que permite reproducir la fuerza de trabajo y el valor de lo producido se llama plusvalía. Y es un producto específicamente humano que se apropia en exclusividad una de las partes de la relación.

    Asalariado

    Sustentada esa dinámica esencial –el trabajo asalariado–, el problema se configura como una cuestión relativa a una relación de fuerzas en un momento concreto. Es el escenario de un conflicto: la lucha de clases. Las victorias parciales de una u otra parte le permiten aumentar o disminuir el grado de explotación, modificar los mecanismos por los que se expresa la misma confrontación, desestructurar al adversario. Eso es lo que ha pasado con el mundo laboral en las últimas décadas: la emergencia de un profundo proceso de desestructuración, segmentación y debilitamiento de la clase trabajadora por parte de un empresariado cada vez más triunfante y organizado.

    Subcontratas, ETT, contratos tem­­porales, deslocalizaciones, facilitación del despido, flexibilidad absoluta en torno a las condiciones esenciales de trabajo… constituyen mecanismos, conscientemente desarrollados, para enfrentar a los trabajadores entre sí.

    La llamada descentralización productiva –lo que otros llaman el postfordismo– no es más que una brutal mutación que transforma un mundo laboral de obreros, con contrato para toda la vida, con un cierto contrapoder sindical y con el salario suficiente para poder hacer frente a los gastos de una familia patriarcal –modelo fordista–, en un magma ultraflexible de posiciones diferenciadas, nadando desde los restos de lo anterior, cada vez más acosados –el llamado core business–, hasta las mil y una formas de la precariedad post­moderna: temporales, subcontratados, en misión, falsos autónomos, con jornada parcial, en formación, etc.

    Estructura esencial

    Lo que ha explosionado es la idea misma del derecho del trabajo como elemento de racionalización de la relación salarial, como normativa que legitimaba y, al tiempo, limitaba, la explotación inherente a la forma capitalista de trabajar. Ahora estamos ante una mixtura ultraflexible entre la dictadura del Capital en el centro de trabajo y mecanismos de domesticación de la fuerza laboral, como el desempleo de masas y la conformación de “zo­nas grises” entre el derecho social y otros ordenamientos legales –falsos autónomos, prácticas formativas, trabajo migrante, etc.–

    ¿Deberíamos trabajar tanto? Pro­bablemente no. ¿Deberíamos garantizar un ingreso básico a quienes no pueden acceder a un empleo? Sin duda, sí. Pero no olvidemos que ni la renta básica ni el reparto del empleo serán posibles sin operar seriamente sobre la relación salarial. Sin intentar, organizadamente, influir sobre ella y, si se puede, abolirla. Cómo hacerlo es una pregunta compleja que daría para otro artículo. Lo que está claro es que el de la relación salarial es un espacio decisivo para discutir la estructura esencial de la sociedad».

    por JOSÉ L. CARRETERO MIRAMAR.
    Profesor de Derecho del Trabajo e integrante del Instituto de Ciencias Económicas y de la Autogestión (ICEA)
    06/06/13

    17 diciembre 2013 | 20:48

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