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Declaran la guerra al inmigrante

Los inmigrantes que vivimos en España sentimos que nos están haciendo la guerra. Cada semana tenemos una nueva noticia, un aviso, una amenaza. Justo a la medianoche de ayer, el Ministro de Trabajo, Celestino Corbacho, se encargaba de hacer el aviso correspondiente a esta semana.

Anunció, en el programa 59 segundos de TVE, una reforma a la Ley de Extranjería para antes de que termine el año. El Ministro habló de cambiar las reglas de la reagrupación familiar y hacer que los hijos puedan reclamar a sus padres tras cinco años de residencia, sólo cuando tengan la residencia estable en España.

¿Cómo nos sentimos los inmigrantes con estos anuncios? Hay varias respuestas, pero, en general, nos sentimos intimidados. Y cada semana es igual. La semana pasada las alertas venían de Bruselas. Los ministros de Interior de la Unión Europea se ponían de acuerdo para endurecer el trato hacia la inmigración: cerrar fronteras, agilizar las expulsiones, no permitir regulaciones masivas…

Pero ¿qué hay en concreto? Nada. El Pacto de Inmigración europeo todavía tiene que ser aprobado por los jefes de Estado y Gobierno. Y las reformas a la Ley de Extranjería en España (de las que hablaba Celestino Corbacho anoche) todavía tienen que pasar por el Congreso. Por eso me pregunto qué necesidad hay de menoscabarnos la moral cada semana.

El Ministro de Inmigración español, desde que llegó, no ha hecho otra cosa más que amenazar y lanzar sus reflexiones: «el último que se empadrona (el inmigrante) no pone las reglas» o «el último que llega a un trabajo (el inmigrante, otra vez) es el primero que sale».

Empezó diciendo que recortará la contratación en origen, que restringirá la reagrupación familiar sólo a hijos y cónyuges, que un millón de inmigrantes se marcharán con el Plan de Retorno… y todas esas amenazas iniciales han ido cambiando durante este año.

La contratación en origen se mantendrá (aunque no sabemos los números), la reagrupación familiar de los padres se hará tras cinco años de residencia (según el anuncio de anoche), y no se marcharán un millón de inmigrantes con el Plan de Retorno, sino sólo 87 mil, según la previsión del Gobierno (aunque la previsión de los sindicatos está entre 10 mil y 15 mil).

Por todo esto, siento que estamos en una especie de guerra psicológica, donde nos quieren derrotar o despechar a base de mensajes. A ver cuál será la noticia-amenaza de la próxima semana.

Le invitamos a conocer a la gente del mundo

Compartimos el metro y el autobús. Nos cruzamos en el supermercado, la panadería y la frutería. Y, los que son creyentes, hasta comulgan en la misma iglesia. Pero ¿qué nos queda de estos encuentros cotidianos? Nada. No nos atrevemos a acercarnos y qué rabia da escuchar comentarios como el que lanzó el otro día una vecina mía, al volver del supermercado:

«es que parece que ya no estamos en España».

Por eso aplaudo todas las iniciativas que nos ayudan a acortar distancias, como el documental sobre la inmigración que ha realizado la Asociación Santa Bárbara de Onda, asentada en Castellón.

Alfredo Llopico, uno de los tres realizadores, explica que no es una historia de trabajo, ni de política, ni de economía. Se trata de la vida de un adolescente ecuatoriano que llega a Valencia reunirse con su madre tras cinco años de separación.

Su nombre es Cristian y llega a España con 17 años, dejando atrás su vida en Ecuador, su hermano mayor, sus amigos de la infancia, sus relaciones de pareja, y su mayor reto es integrarse a su nueva vida.

El realizador explica que el documental muestra en gran parte la vida de Cristian en Ecuador porque, como él dice:

«los de aquí desconocemos esa otra parte del inmigrante y sin embargo juzgamos a todas las personas con nuestra arrogancia».

El DVD del documental se distribuirá, a partir de septiembre, en todos los centros educativos de la Comunidad Valenciana, junto a una guía pedagógica, para que los profesores trabajen con sus alumnos en las clases. A ver si nos convencemos de que España cambió y que de ahora en adelante vamos a ver a personas con acentos y rostros distintos en las filas del supermercado.

España pide ADN para reagrupar

Esta historia podría haber ocurrido en Francia, pues sólo en ese país se ha dado luz verde a la prueba de ADN, como un requisito más en el proceso de reagrupación familiar, pero la historia que viene a continuación ocurrió en España, bueno en el consulado español en Ecuador, que después de todo es una parte de España.

Allí le pidieron a Rosa Morán Espinoza “una prueba fehaciente” de la maternidad de su hijo de 6 años, para concederle el visado por reagrupación familiar. La sospecha surgió porque el menor lleva los apellidos de su madre y, además, tiene una inscripción tardía en el Registro Civil. La conclusión consular fue que el niño podría ser hermano de Rosa en lugar de su hijo, y le negaron el visado.

Pero ¿en qué consistía esa famosa prueba fehaciente? y ¿por qué se la pedían en Quito, si en España ya se habían hecho todas las comprobaciones necesarias para aprobar la reagrupación familiar de sus dos hijos?

Rosa se hacía esas preguntas cuando recibió la notificación en el consulado, pero no tenía las respuestas. Lo único que tenía claro era que no quería volver a España sin sus dos hijos e inició una maratónica jornada para reunir todas las pruebas documentales, que ella creía, que probaran la maternidad de su segundo hijo.

Dos días después y con 16 horas de viaje encima, (el consulado español está en Quito y la gente de provincia tiene que viajar hasta la capital para realizar todos los trámites) la mujer entregó mil y un papeles en el consulado, inclusive un certificado firmado por el doctor que le había atendido el parto y las fotos de su embarazo (ver fotografía). Lo presentó todo, en el plazo indicado, y con todos los sellos y rúbricas de autenticidad, pero la respuesta fue negativa.

Sólo entonces, en el consulado le explicaron que la «prueba fehaciente» de la maternidad era el examen de ADN, pero Rosa ya no tuvo tiempo para batallar más y tuvo que viajar sólo con su hijo mayor (a quien si le extendieron el visado, básicamente porque la ex pareja de Rosa se presentó en el consulado y no había lugar para sospechas).

El pequeño fue de vuelta a la casa de su abuela, echando la culpa a su madre de todo, pues él no entiende de visados, y ahora lo único que pregunta cada vez que su madre le llama es cuando va a viajar a España.

Acá, Rosa no se da por vencida y sigue buscando una respuesta en el Ministerio de Relaciones Exteriores, al tiempo que recorre los medios de comunicación contando su historia.