Entradas etiquetadas como ‘Inversión’

Canibalismo energético

 Fernando Ferrando – Vicepresidente de la Fundación Renovables

Es imprescindible cambiar el modelo de fijación de precios mayoristas de electricidad y de diseño de las subastas para no canibalizar las decisiones de inversión

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Mañana, 26 de julio, se celebrará la tercera subasta de potencia renovable, la segunda en poco más de un mes, y todas las propuestas de inversión que resulten ganadoras, si es que se ejecutan, se pueden considerar sobrevaloradas.

James Tobin, premio Nobel de Economía en 1981, publicó en 1968 un indicador básico de rentabilidad, conocido como la “Q de Tobin”, que comparaba el valor de mercado de un activo, como suma de los flujos de caja descontados y el valor de reposición del mismo. Si el indicador era superior a la unidad la inversión en dicho activo podía considerarse como sobrevalorada y, por lo tanto, en un mercado futuro competitivo y abierto existirían otros activos con capacidad de generación del kWh a menor coste dejando constancia en libros del sobrevalor de dicho activo.

La incorporación de las fuentes de energía renovable, caracterizadas por ser altamente intensivas en capital, con una evolución en sus costes de inversión marginalmente decreciente en el tiempo, y con costes variables muy reducidos, requiere que su entrada en el mercado energético sea diferente a lo que hasta ahora estamos acostumbrados con inversiones en fuentes de energía, como el carbón y el gas, que se caracterizan por altos costes variables y por ser no tan intensivas en capital.

Necesitamos un sistema de fijación de precios de la electricidad en el mercado mayorista que permita por un lado aprovechar la progresión marginalmente decreciente de los costes de inversión de las tecnologías renovables y por otro que, dentro de una planificación energética nacional, hoy día inexistente, estas se vayan incorporando de forma competitiva según el crecimiento de la demanda de electricidad y el cierre programado de las centrales de carbón y nucleares.

Por la composición actual y futura del mix energético en España la fijación de precios en el mercado mayorista de forma marginalista no es la solución, dado que la propia evolución de los costes de las renovables canibaliza las inversiones ya realizadas, lo que exige no solo cambiar el modelo de fijación de precios y de diseño de las subastas sino proteger las decisiones de inversión anteriormente realizadas.

El Gobierno del PP, que no quiere reconocer el valor ni el papel que las energías renovables van a tener en el futuro, se ha empeñado en definir un modelo de entrada de las inversiones renovables mediante la subasta de potencia en función de costes de inversión y sin planificación de entrada según necesidades, sin darse cuenta que de esta forma han convertido a las inversiones futuras de generación de energía eléctrica en un producto financiero que nace sobrevalorado porque su entrada ni obedece a un criterio de necesidad ni a un criterio de fijación de precios de la energía casados para demandas ciertas.

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Ciudad y energía

Por Joan Herrera – Abogado

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¿Y si pensamos que la Ciudad y la energía es el actor de cambio? Hasta ahora la Ciudad era un sumidero, un sitio en el que se consumía y no se producía, con una relación con la biosfera que como mínimo era conflictiva. Pero algo está cambiando. Un estudio reciente de la EREF (European Renewable Energies Federation), conjuntamente con Greenpeace y Amigos de la Tierra explica como en el marco europeo es posible el abastecimiento eléctrico para más de la mitad de la población europea. El autoconsumo puede ser del 19% para el 2030, del 45% para el 2050.

El problema no es técnico, es político. Pero las resistencias del sector son extraordinarias porque lo que está en juego es democratizar la producción de energía.

La propuesta es simple. Que la ciudad libre una batalla que nunca dio: la de la energía, y concretamente la de la electricidad. Y que lo haga no para encontrar pequeñas experiencias de salvamento particular y local, sino como estrategia de reconectar ciudad, biosfera y economía productiva. Hasta ahora, la política energética ha sido la gestión privada de un bien común y de un servicio de interés común. Se trata que la mejora tecnológica sea la palanca para la reapropiación de ese bien común. Para ello contamos con la gente, con las ganas de agruparse, de relacionarse, de invertir y de consumir de otra manera. No es algo menor. El capitalismo financiarizado y la negación democrática de poder discutir sobre la economía incrementan las ganas de construir sobre otras bases. Se trata de recuperar el oikos, la buena administración del hogar, y la ecología como el cuidado de la casa común, del espacio donde habitamos.

Y para ello, hay que empezar a pensar en grande y en global. A sabiendas que lo que tenemos delante son enemigos de las renovables, pero entendiendo que se puede plantear una estrategia ambiciosa.

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El suicidio del sector eléctrico

Por Fernando Ferrando – Vicepresidente de la Fundación Renovables

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Del análisis de la realidad energética de los últimos años, definida por el incremento de los precios finalistas de la energía y por la existencia de un compromiso cada vez más fuerte con el medio ambiente y con la sostenibilidad, y de su proyección futura, se puede concluir la necesidad de un cambio profundo en nuestro modelo energético. Ahora bien, el cambio de modelo de suministro no se producirá como consecuencia del liderazgo empresarial del sector eléctrico actual sino más bien por la voluntad social de romper un modelo de suministro que no responde a las necesidades ni a las expectativas depositadas en él.

Las razones que avalan esta premisa hay que buscarlas en una doble dirección: la incapacidad manifiesta y voluntaria de las empresas del sector y la disponibilidad de herramientas para que el consumidor se convierta en un elemento activo y no pasivo.

En todos los preámbulos de la legislación vigente y en la mayoría de informes y artículos que podemos leer, se parte de la base de que el sistema actual ha evolucionado hacia un modelo de mercado liberalizado, calificativo que nos incita a pensar que ya es suficiente para certificar su adecuado funcionamiento.

La realidad no puede ser más contradictoria porque si el modelo es de mercado y liberalizado ¿cómo se explica que cuando la demanda de electricidad baja y la oferta se incrementa el precio suba?

La principal razón de este sinsentido es que ha primado más, dentro de la estructura accionarial y ejecutiva del sector eléctrico, el mantenimiento de la rentabilidad del capital que la prestación de un servicio público.

La exigencia de tasas de rentabilidad sobre el capital invertido de más de 2 dígitos (entre el 12 y el 15%) en todos los proyectos que los fondos de inversión, especialmente activos en la caza de oportunidades en la actualidad, y que también exigen los accionistas a las nuevas iniciativas, lleva implícito que los costes de la electricidad seguirán subiendo. Por supuesto, para mantener el estatus cuentan con la necesaria aquiescencia y colaboración de los poderes públicos, más interesados en satisfacer la voluntad económica y empresarial que las necesidades de quien los eligió para ejercer sus funciones.

El sector eléctrico actual ha tenido y tiene la capacidad para liderar un cambio en el modelo energético actual pero su cada vez más deteriorada reputación y su necesidad de mantener una estructura operativa no sostenible hace que la sociedad los vea más como los agentes causantes del encarecimiento de la energía que como los agentes sobre los que se debe construir el futuro.

Si por otro lado analizamos los avances tanto en las tecnologías de información y comunicación como en las tecnologías comercialmente disponibles para generar energía eléctrica y cubrir nuestras necesidades con eficiencia, podemos observar que ya es posible hacerlo no solo con la mitad de energía, sino que ésta, además, puede ser producida, en un alto porcentaje, con fuentes de energía renovables y desde los lugares de consumo.

Esta situación, obviamente, pone en riesgo el modelo actual centralizado y de oferta porque supondría continuar con la reducción de la actividad de muchas de las centrales que hasta ahora funcionan para cubrir nuestras necesidades, causa original de que el sistema empresarial actual intente retrasar la aparición de nuevas formas de abastecimiento de energía más baratas y más respetuosas con el medio ambiente como son las energías renovables, o incluso descalifique iniciativas como las anunciadas por algunos ayuntamientos que pretenden asumir la cobertura de suministros que actualmente el sistema realiza satisfactoriamente.

El modelo energético del futuro va a seguir necesitando empresas que se encarguen de la gestión de los excedentes y del suministro de la energía no cubierta por los sistemas de generación del consumidor, pero su configuración deberá estar más cercana a la prestación de servicios finalistas que a la oferta actual de venta de energía exclusivamente.

La sociedad tiene la palabra para exigir y adoptar nuevos modelos de cobertura de sus necesidades energéticas partiendo tanto de una realidad tecnológica y económica ya disponible, como de la aparición de nuevas empresas que están cubriendo las oportunidades que el sistema tradicional no está asumiendo en la oferta de energía y en la prestación de servicios. Hay que hacer una especial mención a los primeros pasos que la economía colaborativa está dando también en materia energética y que permitirá que las relaciones de intercambio entre consumidores sean una realidad en el futuro cercano.

Las empresas del sector eléctrico deben adaptar su modelo de negocio, asumiendo la pérdida del poder hegemónico que ahora tienen con el control de toda la oferta de  energía que demandamos como consumidores.

Retrasar la llegada del nuevo modelo por parte del sector tradicional supone mantener la rentabilidad a corto plazo, pero también supone quemar la credibilidad necesaria para asumir los retos del futuro.

Es cuestión de elegir y me temo que la mayoría ya han apostado por el corto plazo o lo que es lo mismo por el suicidio.

 

 

Las renovables ya son más baratas que el carbón o el gas

Por José Luis García – Área de Energía y Cambio climático de Greenpeace

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Hace ya tiempo que se viene hablando (y constatando) la importante y rápida reducción de precios que ha experimentado la electricidad generada con fuentes renovables. También es una evidencia que, una vez construidas, las instalaciones que utilizan el sol, el viento o el agua son capaces de generar electricidad a un precio muy inferior al de las que hacen lo mismo quemando combustibles.

Pero también es cierto que, para construir esas instalaciones, hace falta una fuerte inversión, y durante mucho tiempo ha hecho falta un apoyo para que la inversión en generación renovable fuese rentable. Cuando una central funciona, tiene que recuperar lo que costó construirla, más lo que le cueste hacerla funcionar, más lo que le cueste el combustible, más lo que le cueste deshacerse de sus residuos o emisiones. Estos dos últimos conceptos solo afectan a las energías sucias, pero aún así, las renovables necesitaron apoyo para poder competir, entre otras cosas, porque contaminar ha sido y es demasiado barato.

Sin embargo, quien quiera invertir ahora en una instalación de producción de energía, se encuentra un panorama bien diferente. Un reciente estudio de Carbon Tracker Initiative (CTI) compara el coste de distintas instalaciones, renovables y no renovables, para valorar la rentabilidad de una inversión que se haga ahora. Para hacer la comparación, no solo hay que mirar todos los costes que hemos citado, sino mirar además del coste presente el coste que tendrá a lo largo de la vida útil de la instalación. Es lo que se llama “coste normalizado de la electricidad producida”.

Y con los datos de hoy y con las tendencias que se proyectan, los resultados muestran que las instalaciones que utilizan el viento o el sol son ya mucho más rentables para quien invierta en ellas que las que utilizan el carbón o el gas. Sin necesidad de introducir ayudas. Y la diferencia se va agrandando con el tiempo. Si además se considera lo que tendrá que ocurrir para poder cumplir lo comprometido en el Acuerdo de París, es decir, que hay que limitar el calentamiento global a bien por debajo de 2ºC (y hacer lo posible para que no supere 1,5 ºC), entonces la diferencia a favor de las renovables es mayor aún. Por ejemplo, en 2020 y contando el efecto de París, producir un megavatio-hora con energía solar costará, según el estudio, unos 50 dólares, con eólica 44, con gas 88 y con carbón 102.

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El gas natural no puede ser la alternativa a la transición energética

Por Mariano Sidrach de Cardona – Catedrático de la Universidad de Málaga

 

Tuberías de gas natural en EE.UU (Bilginger SE)

Tuberías de gas natural en EE.UU (Bilginger SE)

Los datos publicados por el IDAE sobre el consumo de energía primaria en España y su evolución respecto al 2014 ponen cifras a la desastrosa política energética de este país.

Mientras en todo el mundo se habla de políticas energéticas para frenar el cambio climático y mientras crecen las inversiones en energías renovables, aquí en España, respecto al año 2014, ha aumentado el consumo de carbón, petróleo y gas natural y disminuido el porcentaje de las energías renovables. Todo esto en un escenario donde hemos incrementado nuestro consumo de energía primaria en un 4,2 % respecto al 2014.

Estas cifras significan además un aumento de nuestra dependencia energética y un aumento de las emisiones contaminantes a la atmósfera, lo que nos sitúa cada vez más lejos de cumplir con los compromisos adquiridos por nuestro país en la lucha contra el cambio climático.

De todos estos datos, que merecen hacer un análisis más detallado, voy a realizar en esta entrada, una reflexión sobre la situación del gas natural y su relación con la situación energética. Además del aumento del consumo que se ha producido en el último año (4,3%), si miramos la serie histórica vemos que el incremento en 2015 ha sido el más alto desde el año 2008. Al mismo tiempo en el último año las energías renovables han caído un 6,4%.

Y para completar la situación actual, el oligopolio del gas se encarga de culpar a las energías renovables de la falta de rentabilidad de sus inversiones e incluso se atreve, como bien explicaba nuestro compañero Sergio de Otto en otra entrada de este blog, a “presentar una demanda por responsabilidad patrimonial contra el Estado por el impacto que ha tenido en su cuenta de resultados la expulsión de sus centrales térmicas de gas del mercado desde el año 2009”, cuando en el año 2015 han tenido unos beneficios de más 1.500 millones de euros.

Desde el sector del gas proponen incrementar el consumo de gas, haciendo principalmente uso de dos argumentos: la reducción de emisiones de C02 respecto a otros combustibles fósiles y la intermitencia de las fuentes de energías renovables, que hacen que los ciclos combinados sean necesarios como garantes de la estabilidad energética del sistema y como perfecto complemento en momentos de bajo funcionamiento de las energías renovables” (Sedigas).

Analicemos la situación del sector gasístico y veamos la veracidad de estas afirmaciones:

El primer argumento es cierto y convierten al gas en el menos contaminante de todos los combustibles fósiles y su uso disminuiría sin duda la contaminación de las ciudades.

A pesar de eso, veo grandes problemas en el uso del gas natural: No tenemos gas natural, todo nuestro consumo es importado con lo que no disminuimos nuestra dependencia energética exterior, tampoco disminuimos nuestra dependencia de los combustibles fósiles y además tenemos que realizar fuertes inversiones en infraestructura para que el gas llegue a todo el territorio nacional.

  • ¿De dónde viene el gas que consumimos?

Según datos de 2014, importamos gas natural de: Argelia (55%), Noruega (12%), Qatar (9%), Nigeria (8%), Trinidad y Tobago (6%), Perú y Francia (4% respectivamente), Omán (0,48%), Bélgica (0,34%), Holanda (0,38) y Portugal (0,04%) y tenemos en España (0,13%).

Este gas llega a España por dos caminos. Una red de conductos de miles de kilómetros de longitud o por buques metaneros que lo almacenan de forma líquida para hacer posible el traslado. El gas líquido es almacenado en grandes depósitos donde permanece a la espera de ser regasificado e introducido en las redes de distribución.  España es, actualmente, el país europeo con mayor capacidad de regasificación.

  • ¿Necesitamos invertir en seguir desarrollando la infraestructura gasística por todo el territorio nacional?

En los últimos 10 años se han invertido más de 10.000 millones de euros, sólo en el último año 1000 millones de euros, consiguiendo que se incorporaran a la red gasística 50 nuevos municipios, con lo que actualmente la red llega a 1.688 poblaciones.  El 79 % de la población vive en municipios con gas natural, pero curiosamente sólo el 30 % de las viviendas tienen contratado el gas. Según fuentes del sector, cuentan con 7,6 millones de clientes y ha llegado ya al 79% de la población.

  • ¿Alguien ha estimado el coste de las inversiones necesarias para llevar un recurso del que no disponemos a todos los españoles?

Me temo que no, como no se calcularon adecuadamente cuando se pusieron en marcha las centrales de ciclo combinado.

Hagamos unos números:

En España tenemos 8.122 municipios, lo que significa que el gas no llega a 6.434 municipios. Llevarles gas, teniendo en cuenta la inversión de 2015, representaría una inversión de al menos 128.680 millones de euros, sin contar con que cada vez las poblaciones que van quedando fuera de la red son las más dispersas y por tanto el coste probablemente aumentaría. ¿Es sensato invertir esta cantidad de dinero para llevar el suministro del gas al 21% de la población restante? Me temo que nunca llegará el gas a todas estas poblaciones.

  • ¿Y además, todo esto para qué?

La naturaleza ha sido especialmente agradecida con nosotros. Tenemos unas condiciones de radiación solar realmente envidiables. El Sol ha llegado siempre a todos los municipios españoles y tenemos tecnologías renovables, limpias y a precios más baratos. Con esta inversión podríamos poner una central fotovoltaica de 20 MW en cada uno de estos municipios españoles, convirtiendo nuestra generación eléctrica en distribuida y disminuyendo, ahora sí de forma drástica, nuestras emisiones contaminantes e impulsando el desarrollo del vehículo eléctrico con electricidad generada mediante renovables. Estas inversiones sí que disminuyen nuestra dependencia energética del exterior.

El segundo argumento del sector gasístico es la estabilidad de la red. Siempre se les olvida que las centrales termosolares, mediante el almacenamiento en sales fundidas han logrado resolver este problema y que el desarrollo de nuevos sistemas de acumulación están a punto de dar un vuelco tecnológico al almacenamiento eléctrico. La generación distribuida mediante energías renovables es ya una realidad en Dinamarca y no tienen problemas de seguridad en el suministro.

Si quieren de verdad contribuir a un nuevo modelo energético, lo que tienen que hacer es aprovechar la infraestructura gasística actual, para cerrar centrales nucleares y de carbón, poner en marcha los ciclos combinados e intentar recuperar las inversiones ya realizadas mientras se continúan implementando las energías renovables, pero no sigamos con unas inversiones en el sector del gas, que solamente por precio van a dejar de ser rentables muy próximamente y empecemos a invertir, como están haciendo países como EEUU, China y otros muchos, en energías renovables, fundamentalmente en fotovoltaica.

La propia Agencia Internacional de la Energía (IAE) en su informe Medium-Term Gas Market Report 2016 no es muy optimista sobre el futuro del gas en el mundo y parece darnos la razón. Respecto al futuro del gas en Europa dice: “El consumo de gas tendrá un débil crecimiento mientras se desarrollan las energías renovables, pero como las políticas europeas abogan por eliminar el carbón y reducir la capacidad nuclear, esto permitirá cierto margen de maniobra para la generación por gas”.

El gas no puede ser una alternativa en la necesaria transición energética que tenemos que realizar. Apostar por el gas es retrasar este cambio y entorpecer, cuando no boicotear el desarrollo de las energías renovables. La naturaleza nos envía todos los días señales que indican que el tiempo se nos está acabando.

Basta de juegos, basta de mentiras, basta de medias verdades. La energía es un bien social y debe de estar accesible a un precio justo para todos los ciudadanos. Que no nos engañen más las empresas del oligopolio gasístico con alternativas falsas que sólo miran por sus propios beneficios. No somos tontos, no nos hagáis luz de gas.

El día después: si la energía cambia todo cambia

Por Domingo Jiménez Beltrán – Presidente de la Fundación Renovables

Esfera de cristal

Como cada cinco de junio, ayer se celebró el Día Mundial del Medio Ambiente con el objetivo de concienciar a la población de la necesidad de promover el cuidado y la protección del planeta. Un día después, es un buen momento para pararnos a hacer balance e imaginar un futuro más sostenible.

En el lado positivo, en diciembre del pasado año se celebró en París la Conferencia Internacional sobre Cambio Climático en la que, tras 23 años de vida del Convenio se ha conseguido un acuerdo global para mitigar las emisiones y limitar los incrementos de temperatura global. Un hito histórico por lograr el compromiso de todos los países – aunque  este sea por el momento insuficiente para alcanzar los objetivos –  que sobre todo ha enviado a los mercados el mensaje de que los activos en energías fósiles, carbón, petróleo… valen cada vez menos, mientras que los de las renovables crecen cada día más, siendo este el primer año en el que la inversión en renovables ha superado a la de los fósiles. Una tendencia que además va en aumento, pese a los bajos precios del petróleo. Las renovables han llegado para quedarse y además para hacerlo solas, ahora solo falta que sea pronto.

En el lado negativo, hemos seguido incrementando las emisiones y aumentando nuestra huella e impacto sobre el planeta. Además, la globalización sigue mostrando sus lado más negativo con un incremento brutal de las desigualdades, de los conflictos y  de las migraciones; problemas que seguimos sin atajar en sus causas primeras, que no son otras que las propias desigualdades, siempre propiciadas por una globalización asimétrica en la que los países desarrollados se han especializado en todo lo que da valor añadido y es poco intenso en mano de obra mientras que los menos desarrollados lo han hecho en la aportación de materias primas, productos básicos y mano de obra barata y todo ello además a demanda de los desarrollados .

Esta mal llamada “aldea global” con una creciente concentración del poder económico y financiero en manos de unos pocos, que tienen más recursos y poder que los propios Estados, y  en la que se distribuyen desigualmente las funciones, los beneficios y los riesgos, no funciona.

Quizás tenemos que buscar la respuesta en la ficción alternativa aunque opuesta que hoy propicia la tecnología, “el mundo en una aldea”, rompiendo la especialización (turismo, fabricación de automóviles, segundas residencias, tomates,…) en producciones y servicios a la que nos condena la globalización (con la dependencia, vulnerabilidad y baja resiliencia que eso conlleva) y en la que nos encontramos en manos de los lobbies económicos y financieros y por qué no de las “marcas”, para pasar de la actual situación de insuficiencia/dependencia vulnerablemente conectada a otra de “autosuficiencia suficientemente conectada” a  todos los niveles: domésticos, comunidades, pueblos, barrios, ciudades, regiones, Estados….

Podemos empezar con la autosuficiencia energética suficientemente conectada, viable a todos los niveles. Y si la energía cambia, todo cambia.

  • Imagen: Jacinta Llunch Valero

Déjennos soñar con una verdadera Unión Europea, la de la Energía

 Domingo Jiménez

Domingo Jiménez Beltrán – Presidente de la Fundación Renovables 

Hace ya casi 60 años nacía lo que hoy es la Unión Europea y lo hacía de la necesidad de crear nexos socioeconómicos entre los Estados europeos, en particular Francia, Alemania, Italia y el Benelux, para prevenir conflictos bélicos después de dos grandes guerras en 30 años. Lo curioso es que el nexo original fue energético, con el llamado Tratado CECA, Comunidad Europea del Carbón y del Acero, al que se uniría luego el Tratado Euratom para la energía nuclear, que subsistieron como tales hasta que estas comunidades europeas se refundieron en lo que hoy es la Unión Europea (UE).

Esta UE, regida por el Tratado de Lisboa y que fue y sigue siendo un ejemplo precursor de lo que el sociólogo Antonio Castell lama “Estado Red” destinado a suplir a los estados actuales que cederían partes crecientes de sus competencias y poderes a cambio de una mayor eficacia y eficiencia en sus políticas y mayor peso y competitividad en la creciente globalización, se vuelve a encontrar en la encrucijada.

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La UE debe decidir ya si lo que queremos es más Europa o más o menos “Estado Red”, partiendo de que la crisis hubiera sido menor si hubiera habido más armonización fiscal y mas unión económica y no solo monetaria, aunque esto nunca interesó ni interesa al Reino Unido que vería peligrar su ventajista City londinense que tan pingües beneficios les genera a costa de perjuicios generalizados para los otros Estados; algo a lo que no sería ajeno el llamado proceso “brexit” de salida de Gran Bretaña (Britains exit).

Hay además otras políticas como la ambiental, por no hablar de la agrícola, cuya comunitarización progresiva ha sido beneficiosa para todos los Estados y ninguno, incluso los más progresistas como Dinamarca o pragmáticos como el Reino Unido, puede decir que hubiera progresado más fuera de la UE. Y esto es válido para las políticas de cambio climático en las que el liderazgo de los Estados dentro de la UE es patente, así como el correspondiente en políticas energéticas para un futuro “descarbonizado” (sin combustibles fósiles) y con ventajas claras para la industria europea de renovables muy presentes en mercados como el de Estados Unidos.

Así que una política energética y de cambio climático, es decir, baja en fósiles e intensa en eficiencia y renovables, en manos hoy de un Comisario español, Arias Cañete que se confiesa converso (otrora fue escéptico activo frente a las renovables) es ya un potente activo de la UE, pudiendo serlo mucho más, y que sin duda se perdería el Reino Unido si se produce su salida de la UE como bien ilustra el informe del IEEP de Londres sobre las consecuencias ambientales y  para las políticas afines de dicha salida.

En esto no se equivocó el Presidente de la Comisión Europea, Juncker,  cuando  definió al iniciar su mandato como su segunda prioridad, después del crecimiento y el empleo, una Unión (europea) de la Energía como buque insignia de su relanzamiento estratégico y de “empoderamiento” (energía en inglés es “power”, poder), dada su dependencia energética (del 50% para la UE y de más del 80% para España si no incluimos como autóctona la nuclear) y por tanto vulnerabilidad, y el importante incremento de los  beneficios económicos y sociales en el caso español.

En la visión de Juncker esta Unión de la Energía implicaría “poner en común los recursos”, “combinar nuestras infraestructuras” y “la unión de los poderes de negociación frente a terceros países”, lo que nos hizo soñar con una Política Energética Común, una PEC, similar a la Política Agrícola Común, que España conoce bien y disfruta aún más, con regulación y recursos financieros comunitarios que podrían incluso provisionarse con una fiscalidad energética comunitaria.

Imaginémonos un apolítica energética y de cambio climático alejada de Ministerios clientelistas como el nuestro de Industria y Energía, muy influido por los oligopolios energético y eléctrico y sus intereses, como lo ha estado en las dos últimas legislaturas, una del PP y otra del PSOE, y en las que los pocos progresos se han debido a la incipiente política energética comunitaria.

Imaginémonos una Política Energética Común que hubiera estado vigente en el último decenio: según las propuestas de la Comisión Europea, hasta ahora abortadas por sus limitadas competencias, habría elevado los objetivos para energía y cambio climático de 2020, así como de 2030 que son los comprometidos con Naciones Unidas, lo que habría evitado que en 2015 la UE fuera la única región en el mundo en la que bajaron las inversiones en renovables, con todo lo que esto representa para el pujante sector  europeo, y en el caso español, el déficit de tarifa, unos precios de la electricidad superiores a la media europea, una regulación deficiente de las renovables cuyos efectos finalmente tienen que pagar los pequeños inversores, y favorecido una participación muy superior de las renovables en la generación eléctrica con una mayor participación del autoconsumo, potenciado en vez de frenado, y que en el caso de la fotovoltaica nos habría situado al menos al nivel de Alemania, con ocho veces más de potencia instalada que España cuando su nivel de irradiación solar es muy inferior, mayores y mejores interconexiones …y mucho más.

Y sobre todo imaginemos el futuro si la visión del Presidente Juncker se hubiera ya traducido en una propuesta de Política Energética Común, como perfilaba en su discurso y pedía la Fundación Renovables en su propuesta para las elecciones al  Parlamento Europeo, en lugar de en un reforzamiento de las políticas energéticas actuales (aunque sea importante en materia de interconexiones entre los Estados miembros) como plantea  la propuesta  de la Comisión “para una energía segura, sostenible, competitiva y asequible para todos los europeos“ en la que se ha concretado la Unión de la Energía de Juncker.

Tanto por la última comunicación de la Comisión sobre el Estado de la Unión de la Energía, que por cierto muestra como el empleo en el sector de las energías renovables ha caído en picado en España, con un porcentaje sobre el total de un tercio de la media comunitaria, como por una reciente reunión con el Vicepresidente de la Comisión Maroš Šefčovič, responsable de la Unión de la Energía, hemos podido comprobar que la Comisión parece haberse plegado, al menos por el momento, a las presiones de los países más resistentes a lo que sería una política energética y de cambio climático más ambiciosa que derive en una Política Energética Común.

Afortunadamente, en esta poco ambiciosa Agenda de la Comisión para 2016, una prioridad es el diseño y la regulación del mercado eléctrico a nivel comunitario, ya que lo piden hasta empresas eléctricas españolas como Iberdrola, ante los escasos avances en su liberación y el persistente caos regulatorio entre los Estados miembros, lo que podría, debidamente planteado, avanzar en la legitimación de la Comisión y en esta ensoñación de una Política Energética Común. Una PEC que seguro sería un vector de cambio del modelo energético y con ello del modelo de progreso de la UE y de España que bien lo necesitamos y podría contribuir a recuperar el músculo de la UE e ilusionar a los ciudadanos europeos ya que para la Comisión la Unión de la Energía implica colocar en el centro al ciudadano, al usuario, “empoderándolo” en particular con el autoconsumo, que bien merecería regularse a nivel comunitario. A ver si el Comisario Arias Cañete nos echa una mano.

2015: el año de la caída de los tópicos de las renovables

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María Concepción Cánovas del Castillo – Experta en energías renovables

Efectivamente, 2015 puede calificarse como el año en el que se cayeron por tierra algunos de los tópicos que sobre las energías renovables se vienen oyendo desde hace tiempo.

Este ha sido un año récord en inversiones en energías renovables a nivel mundial, 286.000 millones de dólares, excluida la gran hidráulica, y en el que por primera vez en la historia más de la mitad de la capacidad de generación eléctrica instalada ha sido con estas tecnologías frente al apenas 20% que alcanzaba hace tan solo una década.

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También por primera vez, los países en vías de desarrollo han invertido en tecnologías renovables más que los países desarrollados con un 54% del total, rompiendo así con el tópico de que las energías renovables son “energías caras” y por tanto propias de los países ricos capaces de desarrollarlas a partir de elevadas subvenciones.

La velocidad de crecimiento a nivel mundial de las energías renovables, con unas inversiones un 5% superior a las de 2014, se ha producido a pesar del abaratamiento de los combustibles fósiles, que desde mediados del 2014 vienen acumulando caídas anuales de precio de dos dígitos, justificando así  que la política de cambio climático y la mejora en la competitividad de costes han sido más que suficientes para que las inversiones en energías renovables sigan creciendo frente al resto de fuentes contaminantes, con independencia de la caída de precios de estas últimas.

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