Por Mariano Sicrach de Cardona – Catedrático de la Universidad de Málaga
Es bien conocida la importancia de la energía para el desarrollo de las actividades humanas, de manera que el control de la energía ha sido, probablemente, la causa última de una gran cantidad de las guerras y conflictos que han sucedido a lo largo de la historia de la humanidad. Y ha sido así desde la prehistoria, cuando el hombre aprendió a controlar el fuego y lo convirtió en una energía que al usarla empezó a mejorar el bienestar humano, pero que se convirtió a su vez en una gran fuente de poder. Poseer el control del fuego, primero, y de las fuentes de energía, después, que hemos venido utilizando para nuestro desarrollo económico siempre ha asegurado grandes beneficios económicos y sobre todo mucho poder, con mayúsculas, poder de verdad, ya que toda la sociedad necesita de estos recursos para el desarrollo de sus actividades diarias.
Que este poder esté concentrado en unos pocos supone un grave problema social y económico y es por eso que en las sociedades democráticas se desarrollan mecanismos sociales y políticos que, en forma de contrapeso, permiten contrarrestar este poder y poner el acceso a la energía al servicio del interés general.
En España, el control de los recursos energéticos está en manos de unas pocas familias, que accedieron a ellos en una época donde la adhesión a unos principios políticos inquebrantables aseguraba el control social y político de los mismos y permitía hacer leyes y promulgar decretos siempre a favor de sus cuentas de resultados.
A pesar de que afortunadamente vivimos ya en una situación política bien diferente, la situación en lo referente al control de la energía no ha cambiado sustancialmente. Las grandes corporaciones tienen muy claros sus objetivos económicos y presionan, a veces de forma poco democrática, para seguir manteniendo su posición dominante y asegurarse cada vez mayores beneficios económicos. Frente a esta lógica, puramente capitalista y cada vez con más tintes neoliberales, los poderes políticos deberían ejercer ese justo contrapeso que limitara su influencia y permitiera aprovechar los recursos energéticos para que, de verdad, estuvieran al servicio del desarrollo económico y social de todos. En vez de eso, observamos a un poder político que, independientemente de su ideología, actúa generalmente al dictado de las grandes corporaciones energéticas, que siguen siendo en realidad los que siguen llevando las riendas de la política energética.
A las pruebas me remito:
Las alegaciones que el Gobierno ha enviado a la Unión Europea planteando más limitaciones al desarrollo del autoconsumo, la injusta reacción que han tenido al primer varapalo recibido por su recorte a la fotovoltaica, la oposición que acaba de declarar el ministro de energía al cierre de las centrales térmicas de carbón de Compostilla y Teruel, con el rápido apoyo del presidente de la Comunidad de Aragón y, cosa insólita, en contra incluso de la opinión de la junta de accionistas de ENEL que han acordado su cierre para antes de junio de 2020, o el último decreto sobre pobreza energética, son algunos lamentables ejemplos de dónde nos encontramos.
Esto supone una gran tragedia, ya que, como sociedad, deberíamos ser capaces de analizar y consensuar una hoja de ruta en política energética que beneficie al conjunto de la sociedad y enfrentarla a las políticas que se hacen desde los poderes económicos. Necesitamos una clase política más pendiente de los intereses de los ciudadanos y menos pendientes de formar parte de los consejos de administración de ciertas empresas.
Mientras esto llega, es importante la labor que se hace desde organizaciones sociales, como la Fundación Renovables, denunciando estas prácticas y sobre todo proponiendo modelos energéticos alternativos al actual, y promoviendo el debate social para que entre todos podamos definir la política energética que necesita este país. Una política energética que debe ser más democrática, más respetuosa con el medioambiente, mucho más social y apoyándose en un desarrollo real de las Energías Renovables.
Mañana presentamos la Fundación Renovables en Málaga. Ciudad que por sus condiciones climáticas debería convertirse en “Costa Solar” y debatiremos sobre cómo hacer las ciudades más sostenibles. Necesitamos que mucha más gente se sume a este proyecto.
O controlamos social y democráticamente “el fuego sagrado” o acabará por quemarnos a todos.