“Yo no me siento ni colombiano ni nicaragüense. Soy sanandresano”, explicaba uno de los trabajadores con los que tuve la posibilidad de hablar en mis vacaciones en San Andrés, Colombia. Y aunque su postura no sea la más compartida por sus compañeros isleños, su visión es testigo del hastío y la apatía de la población hacia el desgaste que produce un conflicto internacional.