Con Shinzo Abe no pudo ni un tifón. Literalmente, porque el día que los japoneses estaban llamados a las urnas muchos no pudieron ejercer su derecho a voto por causas meteorológicas. Todo apuntaba a que eso afectaría electoralmente al primer ministro, cuya popularidad había caído notablemente en los últimos meses y necesitaba ese adelanto de comicios para legimitar su mandato durante cuatro años más. Pero Abe volvió a arrasar con una holgada mayoría.
La popularidad de su política económica conocida como Abenomics fue uno de los alicientes que volvieron a orientar la confianza de los votantes hacia el líder del Partido Liberal Democrático (PLD) -en coalición con el budista Nuevo Komeito- en estas elecciones legislativas. Iniciada en 2012, Abe lanzó un paquete de estímulos a base de reformas económicas y gasto público para combatir la deflación cronificada del país insular. La realidad es tangible: los jóvenes japoneses de 20 años nunca han conocido un panorama económico distinto al de una caída continuada de los precios.
Aun así, el primer ministro, de 63 años, se enfrentó a este adelanto electoral con una propuesta que no gustó nada a una gran parte de los nipones: una reforma constitucional para reconocer al Ejército y potenciar sus capacidades. Esta medida, que vista de forma aislada puede parecer un paso natural en la historia de un país, cuenta con un amplio rechazo no sólo de los japoneses, sino también de China y Corea del Sur, que temen la remilitarización de Japón.