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Sí, fue un genocidio

Fosa común de armenios a principios del siglo XX

Fosa común de armenios a principios del siglo XX

El genocidio armenio acaba de cumplir un siglo y la polémica sobre si aquella matanza fue o no un verdadero genocidio sigue a la orden del día. La palabra genocidio no fue introducida como tal hasta casi 30 años después de que un millón y medio de armenios fueran masacrados por el Imperio Otomano -según datos de la Asociación Internacional de Investigadores sobre Genocidio (AIIG)-. La palabra vio la luz por primera vez en el marco del holocausto judío en la Alemania nazi, pero eso no significa que no existieran anteriores genocidios en la historia de la Humanidad. De hecho, numerosos estudios y expertos internacionales aseguran que la matanza en masa de armenios fue el primer genocidio del siglo XX, y cada vez más países lo reconocen como tal.

El principal argumento de las autoridades de Turquía para negar el genocidio es, todavía hoy, que no existió una intención de eliminar a los armenios, ya que se trataba de un conflicto interno en el contexto de la Primera Guerra Mundial y que los musulmanes también sufrieron sus consecuencias. También rebajan la cifra de armenios asesinados a 300.000 personas. No obstante, decenas de analistas comparan la masacre de la población armenia con el holocausto judío tanto en su origen como en su evolución. ¿Acaso no se llevó a cabo el holocausto en el contexto de la Segunda Guerra Mundial?

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Hutus y tutsis

Hace veinte años ocurrió el genocidio más rápido de la historia, 800.000 muertos en tres meses. Sucedió en Ruanda. El país perdió el 11% de su población.

Cráneos en Ntarama. Diana Zileri, BBC Mundo

Cráneos en Ntarama. Diana Zileri, BBC Mundo

El conflicto estalló el 6 de abril de 1994 con el asesinato del presidente ruandés Juvenal Habyarimana, en un atentado al avión en el que viajaba junto al presidente de Burundi. Este fue el detonante de una matanza colectiva iniciada por hutus radicales en la que exterminaron a tutsis y hutus moderados. Con ocho millones de habitantes, el país se convirtió en una inmensa fosa común ante la pasividad del mundo. La ONU ha admitido repetidamente su fracaso al no prevenir esta matanza.

El partido que gobierna hoy era un grupo rebelde tutsi antes del genocidio. Su cúpula está formada por refugiados que crecieron en la vecina Uganda y que a principios de los noventa entraron por el norte de Ruanda para derrocar al Gobierno hutu. El actual presidente del país, Paul Kagame, era entonces el líder de esta rebelión, una insurrección que también sumó atrocidades en su historial, tanto antes como después del genocidio, aunque las hayan redimido con la victimización exclusiva reservada a los tutsis.

En Ruanda la población se divide ahora entre supervivientes y genocidas. Tanto en las escuelas como en los periódicos se salta la regla que prohíbe hablar de hutus y tutsis. Cuando se habla del genocidio se añade siempre “contra los tutsis”, aunque también miles de hutus murieron a machetazos. Convertidos en atracción turística, los macabros museos de la tragedia, con las ropas de los fallecidos, los cráneos e incluso cuerpos embalsamados a medio descomponer, dejan mudos a los visitantes.

El país africano cuenta con el Parlamento más femenino del mundo —el 64% de los escaños están ocupados por diputadas, la única asamblea en el mundo dominada por mujeres—, esto permite a las autoridades vender una imagen de igualdad y democracia. Hoy Ruanda es uno de los estados más prósperos del África subsahariana, con un crecimiento medio anual del 8% y, según el Banco Mundial, ofrece «las mejores oportunidades de negocio en el continente», aunque la inmensa mayoría de sus habitantes dependan de la agricultura. La organización Transparencia Internacional lo etiqueta como el menos corrupto de los países africanos. Sin embargo, Ruanda todavía sufre las consecuencias del genocidio y de la guerra de 1994, permaneciendo sometida a un régimen muy escasamente democrático, bajo el férreo control de una minoría tutsi que ejerce una intensa represión política, y está directamente involucrado en las guerras sucias por el control de las riquezas mineras del vecino Congo. Dependiente de las ayudas y, oficialmente, de las exportaciones de café y de té, sigue existiendo la pobreza rural, sobre todo en el sur, donde se concentra la población hutu, mayoritaria.