José Manuel, Antonio y Ángel han vuelto a casa. Ese concepto, el regreso al hogar, no por casualidad ha sido tan recurrente en la literatura de todos los tiempos, desde las epopeyas de los héroes conocidos o anónimos que abandonaban su casa y a su familia para ir al campo de batalla. O, ya en las historias del día a día, el caso de los enfermos que regresan de pasar una larga temporada en el hospital, o de un largo viaje, o incluso después de un duro día de trabajo. Pero el caso de los reporteros Antonio Pampliega, Ángel Sastre y el fotógrafo José Manuel López, mucho más allá de la literatura, es digno de enmarcar en la memoria colectiva de todo un país, para su vergüenza.
Sí, he dicho vergüenza. Porque en medio de toda la heroicidad que nos despiertan estas tres personas, el rubor debería asomar por nuestras mejillas por no tener en cuenta en qué condiciones estaban trabajando. El fotógrafo y los dos reporteros son freelance, los autónomos del periodismo, el último resquicio de oportunidad de (sobre)vivir de su profesión después del tremendo golpe asestado a los periodistas y al periodismo por parte de los medios de comunicación y sus recortes. «Antes, los corresponsales cobraban un sueldo digno», repiten cada día en las facultades de periodismo, a sabiendas, qué duda cabe, de que aquella situación de bonanza, respeto y reconocimiento a la profesión muy probablemente ya no volverá. No para los que hacen lo que hacen López, Sastre y Pampliega. Quizá sí para los que dan su poco humilde opinión desde la tertulia de un plató de televisión o de una emisora de radio, los mismos que no tendrían nada que decir sin la información aportada por los primeros.