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Refugiados: un negocio xenófobo

Dos militares vigilan una valla cortante en la frontera entre Grecia y Macedonia / Nake Batev - EFE

Dos militares vigilan una valla cortante en la frontera entre Grecia y Macedonia / Nake Batev – EFE

Primero fue Marruecos, luego Grecia y Turquía y ahora también Macedonia. Los Estados tapón se han convertido en la barrera de contención de la inmigración que intenta establecerse en Europa. Esto es, fronteras donde el paso de los inmigrantes se topa con un “hasta aquí habéis llegado”, a pesar del frío, el hambre y la imposibilidad de dar media vuelta. Lo de siempre, al fin y al cabo, excepto por el hecho de que el grueso migratorio que llama a las puertas de Europa son refugiados con todo el derecho a recibir asilo. Y porque la represión que están recibiendo en las vallas fronterizas con gas lacrimógeno -los niños también- no permite un atisbo de piedad. Aún así, todos esos sirios, afganos, iraquíes, palestinos, eritreos y un largo etcétera de nacionalidades víctimas del horror que se agolpan en las vallas europeas saben que no es peor el remedio que la enfermedad de la guerra. O, al menos, tienen claro que no han llegado hasta donde han llegado para dar media vuelta.

¿Por qué Estados tapón?
Son denominados tapón aquellos Estados que, por su situación geográfica, sirven para retener a las personas migrantes de toda condición, una retención que puede alargarse meses o incluso varios años. «España es el laboratorio político de lo que se está haciendo en Grecia y Macedonia», señaló la doctora en sociología Antía Pérez Caramés el pasado viernes en un acto en A Coruña. En España, explicó, el tiempo medio de tramitación de una demanda de asilo ronda los 3 años y sólo en 2014 se recibieron alrededor de 6.000. Ese año se concedieron tan sólo 384 estatutos de refugiado y más de 900 peticiones fueron desestimadas. Actualmente hay más de 10.000 demandas pendientes de tramitación. Las posibilidades burocráticas que tienen los refugiados son muy limitadas, ya que no pueden solicitar asilo en embajadas y consulados, lo que evitaría gran parte del colapso, y no disponen de programas efectivos y coordinados de reasentamiento.

La existencia de dichos Estados de taponamiento conlleva que los refugiados no tengan otras vías de entrada: rutas antaño utilizadas como Siria-Argelia o Siria-Libia han quedado estratégicamente bloqueadas. Por este motivo, los Estados tapón se han convertido en la estrategia estrella de la política de contención de la Unión Europea, que mezcla tramposamente en sus discursos las políticas de asilo con el conglomerado general de las políticas migratorias. Como resultado, el mensaje que nos llega es que la UE está tratando de frenar una “avalancha”, eludiendo así su responsabilidad ineludible de dar asilo a quienes lo necesitan. Por no hablar de que la agencia europea Frontex lleva a cabo un ambiguo recuento de refugiados, contabilizando a una misma persona varias veces, una por cada país en el que ésta se registra.

Gracias a los centenares de voluntarios que se han desplazado a campamentos de refugiados como Lesbos o Idomeni sabemos que la realidad que allí se vive es más que cruda para los refugiados, que soportan unas condiciones extremas en unas fronteras que se han convertido, en palabras de Pérez Caramés, en puntos “donde se define lo que es ser humano”. Lo que provoca esta situación es una desorganización de tales dimensiones que las autoproclamadas ciudades refugio de toda Europa no están funcionando como esperaban.

Un negocio xenófobo
Bajo el maquillaje de una supuesta política migratoria que, según nos dicen, hace lo que puede, las nuevas fronteras se han convertido en un negocio. En primer lugar, porque los fondos europeos financian subcontratas para que se hagan cargo de los centros de detención de inmigrantes y, en segundo lugar, porque los Estados europeos han externalizado la gestión de sus fronteras cediéndosela a empresas privadas, como aerolíneas, que realizan deportaciones tras exigir una estricta documentación, papeles que, como sabemos, tardan mucho en tramitarse. Como se relata en el libro “El negocio de la xenofobia”, de la jurista francesa Claire Rodier, miles de millones de euros se mueven no sólo para el alojamiento de estas personas, sino también para la compra de armamento disuasorio y la venta de concertinas para las vallas, actualmente muy demandadas, según Pérez Caramés, para la nueva frontera entre Hungría y Serbia.

Existe un problema derivado de los Estados tapón que agrava todavía más la situación de los refugiados, y es que cuantas menos posibilidades tienen de moverse, más mafias se benefician de ellos. Cabe recordar el escalofriante dato de que más de 10.000 niños refugiados han desaparecido en Europa, y las sospechas de la Europol lo asocian con redes de tráfico de personas. Las mafias son, por otro lado, un manto tupido para difuminar la incompetencia europea, ya que dos traficantes sirios acaban de ser condenados por la muerte del pequeño Aylan en la costa turca, mientras que la UE no asume su responsabilidad sobre los millones de muertes en el mar de personas que intentan alcanzar las costas europeas.

¿Hay alternativas?
Sí, las hay. De acuerdo con la socióloga, urge eliminar el reglamento de Dublín (Protocolo Dublín 3), que consiste en dar potestad al primer Estado receptor de refugiados a decidir sobre su derecho al asilo, provocando que éstos opten por desplazarse de manera clandestina, esto es, en manos de las mafias, hacia su destino. En su lugar, muchos reclaman la aplicación de la Directiva 2001/55/CE del Consejo Europeo, que nunca se ha puesto en marcha, para la acogida temporal de refugiados en caso de un desplazamiento masivo. También se incide en la necesidad de revisar y diseñar programas de reasentamiento efectivos y abrir a embajadas y consulados la potestad de tramitar peticiones de asilo. Hay alternativas para mejorar la situación de los refugiados y darles asilo en Europa. Lo que cabe preguntar a nuestros gobiernos es por qué no se aplican.

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