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París y su gente tres días después: ni rastro de odio

"En el acceso a la sala de conciertos Bataclan, una chica se acerca para dejar un ramo de flores en recuerdo por los 80 muertos, se detiene frente al objetivo sin saber qué hacer" / Xosé Bouzas

«En el acceso a la sala de conciertos Bataclan, una chica se acerca para dejar un ramo de flores en recuerdo por los 80 muertos, se detiene frente al objetivo sin saber qué hacer» / Xosé Bouzas

Casi se ha contado todo sobre París. Casi, porque lo que le sucede a estos hechos es lo que a todos los acontecimientos que cambian la Historia: que no se acaban nunca. Todavía no hemos cerrado, desgraciadamente, la lista de fallecidos, ni la de culpables. Aún necesitamos mirar mapas de París para señalar las catedrales del horror y nos quedan, desafortunadamente, muchos vídeos inéditos con los que asustarnos, otra vez. Quedan infinitas historias anónimas de héroes, víctimas e hijos de puta. Pero aunque los atentados de París lo cambian todo, no ponen remedio a la inevitable vuelta a la vida real. A la rutina. Los parisinos, sea cual sea su origen, tuvieron que levantarse ayer al ritmo de su despertador, poner los pies en el suelo, la máscara de la normalidad y lanzarse a la escuela, el trabajo, la universidad, el supermercado. De eso hemos hablado con algunos de ellos.

Coinciden en que el ambiente es menos tenso de lo que aparece por televisión. La sociedad del espectáculo nos ha repetido tantas veces la estampida del domingo en la Place de la République que la vida de la ciudad se nos antoja el minuto antes del vaciado de revólver en las películas. Hay miedo, pero sobre todo hay dolor. Y ninguno de los entrevistados ha hablado de rabia, más bien lo contrario: responder al ataque con bombardeos a Raqqa, la ciudad siria base de operaciones del Daesh, es considerada una cucharada más en la boca del odio.

Xosé Bouzas es fotógrafo y vive en el distrito 11, destino de todos los atentados excepto el del Stade de France. El viernes escuchó las ambulancias. El sábado y el domingo salió a pasear, a hacer reconocimiento de daños, a respirar la ciudad para sacudirse la angustia. Había gente llorando por la calle. Al final de la calle Keller, donde reside el primer ministro Manuel Valls, vio un bar que se llama Los chicos furiosos , de música heavy. En él, un grupo de amigos también lloraba: «imagino que por alguien que habrá muerto en el concierto».

"La Plaza de la República está prácticamente desierta aunque a lo largo del día se van acercando grupos de personas para dejar flores o encender velas" / Xosé Bouzas

«La Plaza de la República está prácticamente desierta aunque a lo largo del día se van acercando grupos de personas para dejar flores o encender velas» / Xosé Bouzas

«Los pocos transeúntes se miraban a los ojos buscando respuestas. Parecían las mismas miradas que se cruzaban el 8 de enero, tras los asesinatos de Charlie Hebdo», relata Xosé. Para este fotógrafo, que ha cedido su material para este artículo, lo más importante a la hora de planear una respuesta es saber a quién se ha atacado. Ante la rapidez con la que «corresponsales de medios españoles subrayan su convicción en la necesidad de responder con bombardeos a los ataques en Francia», Xosé reflexiona y estima que merece la pena «pararse un momento y preguntarse quién ha sido atacado en estos atentados antes de aventurarse a afirmar cuál debería ser la respuesta». Una pista: el 11 es, en sus palabras, «un barrio popular, multicultural e inconformista que no responde fácilmente a las propuestas unilaterales, ni comulga con consignas militares».

Además de fotógrafo, trabaja también en una escuela en el vecino distrito 19. En la clase de ayer sacó el tema de los atentados porque quería «animarles a exteriorizar un poco lo que pensasen» y una de las alumnas confesó que tenía miedo de morir. El estado de sus alumnos, preadolescentes, resume el sentir general: «están un poco nerviosos, pero ríen, que es lo importante». La vida sigue.

«No había ni un alma por la calle el domingo por la noche», cuenta Laura Álvarez, otra española residente en París que, por suerte, pasó fuera el fin de semana. No es que suela haber mucha gente por la calle la tarde-noche de un domingo, pero el silencio le penetró los oídos. Sin embargo, el día de ayer fue tranquilo, casi como cualquier otro lunes por la mañana. Laura trabajaba como redactora web hasta verano y ahora está montando su propia empresa en la red. En seguida añade: «no sé cómo tomármelo, porque no puedes vivir con miedo pero tampoco puedes hacer como si no hubiese pasado nada».

"Un ciclista se acerca cadencioso hasta la estatua de Marianne en la Plaza de la República, símbolo de la libertad. Recuerda la frase 'No pedaleo para subir, doy pedales para no caerme'" / Xosé Bouzas

«Un ciclista se acerca cadencioso hasta la estatua de Marianne en la Plaza de la República, símbolo de la libertad. Recuerda la frase ‘No pedaleo para subir, doy pedales para no caerme'» / Xosé Bouzas

Le preocupa especialmente el estado de urgencia declarado por el presidente François Hollande. Como anunciaba esta tarde ante el Parlamento reunido en Versalles, lo amplía a tres meses. La situación de emergencia permite registros domiciliarios y detenciones sin que sea necesaria una orden judicial. «Este tipo de cosas no me convencen», expresa Laura, que ve una clara diferencia entre España, donde «sabemos las consecuencias de ese tipo de medidas» tras años de terrorismo, y Francia, donde a pesar de «tener en alta estima el principio de libertad, este tipo de cosas no les resultan familiares, y no las interpretan como nosotros».

Laura no le tiene miedo al terrorismo del Daesh, pero sí a que sus golpes provoquen «el deterioro de la democracia francesa» si sigue legislando en consecuencia. Con su pareja ha ido a conciertos de Eagles of Death Metal y observa: «lo raro es que cualquiera de nosotros podía haber estado en esas terrazas, o en ese concierto, pero no tengo una sensación de miedo o persecución». El objetivo de los terroristas yihadistas es, según esta periodista, «minar la democracia». Y a juzgar por la solemnidad del gobierno, puede que esté ocurriendo.

Lejos del centro, en el campus de la Escuela Politécnica, vive Cristina Martín, estudiante de un máster de física de partículas. El viernes estuvo en casa, pero sus amigos estaban en el estadio y se enteraron por ella y otros amigos de lo que estaba ocurriendo. La universidad amanecía así ayer:

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La escuela politécnica es muy selectiva, cuenta Cristina, especialmente en el programa de ingenieros -el mejor de Francia-, y está asociada al ministerio de Defensa. Esto se traduce en que los estudiantes preparan paralelamente el servicio militar obteniendo el título de soldados e ingenieros al finalizar los estudios. Así las cosas, la preocupación por la seguridad nacional ha estado especialmente presente en el campus, que está a 20km de París.

La universidad ha adoptado distintas medidas de seguridad: se mantiene abierto sólo un acceso al campus y en él hay que mostrar ahora la identificación. También cuando se entra al restaurante o a la biblioteca. «Nos obligan a ir constantemente con el carné universitario encima», comenta Cristina. También se han visto afectadas las conexiones con el exterior; los autobuses que llevan del campus a la estación de tren más cercana no están funcionando y el camino a pie también está cerrado. «Y no sabemos hasta cuándo será así», lamenta esta estudiante. A pesar de la lejanía, nota el ambiente «bastante triste» y ve a sus compañeros «bastante afectados en general» aunque se esfuercen por mostrar una imagen de «fuerza y unidad».

Entender cómo funciona una sociedad que acuñó su propio término, el chovinismo, para definir su ensalzamiento patriótico, después de una herida así es un reto considerable. Pero Céline Llaves, una estudiante francesa que ahora reside en Toulouse pero tiene familia y amigos en París, sintetiza en unas líneas el carácter que ha marcado el día después. Aunque el país está «muy afectado y triste por las familias de las víctimas» sigue adelante: «seguramente hay mucho miedo, pero nadie quiere demostrarlo. Porque si tenemos miedo, significa que Daesh ha ganado». Por eso están las terrazas de los cafés y restaurantes llenas otra vez.

2 comentarios

  1. Dice ser marian

    A lo mejor lo que hay que hacer es NADA, como si no hubiera pasado, ni atacarles ni postdramatizar con flores, estatuas, homenajes, difusión en medios etc…
    Dicen que no hay mayor desprecio que no hacer aprecio, sería una forma de ninguneo que tal vez hiciera más efecto y menos daño

    17 noviembre 2015 | 11:20

  2. Dice ser franco39

    pues muy mal por Francia, hay que tener odio contra la gentuza que les ha invadido para matarlos, deben notar en sus caras el rechazo a ver si asi al menos consiguen que alguno se marche bien lejos o al menos que no vengan mas «refugiados», porque siendo simpáticos y amables lo que consiguen es que vengan mas asesinos a acomodarse en su sociedad.

    18 noviembre 2015 | 18:24

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