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Tampoco Breton Woods es una marca de Whisky. Porque el periodismo internacional no es solo cosa de hombres, ocho mujeres ofrecen un punto de vista diferente sobre lo que pasa en el mundo.

A vueltas con el apartheid – baños segregados para negros

http://www.sowetanlive.co.za/news/2014/11/06/segregated-toilets-not-true-owner

http://www.conservativepapers.com

Es difícil de creer que tras 20 años de democracia en Sudáfrica aún haya informes sobre instalaciones o espacios reservados exclusivamente para “la gente blanca”.

La semana pasada el diario Sowetan denunció que el complejo comercial Vleissentraal de la ciudad de Louis Trichardt, Limpopo, ha habilitado baños segregados para negros. En esta ciudad, como en casi todo el país, la mayoría es negra, representa un 70% de la población y los blancos, un 20%.

Empresarios del complejo aseguraron al periódico que los treinta comerciantes negros que alquilan un espacio comercial en el inmueble deben usar un retrete diferente que el de los blancos y los mestizos. Según un comerciante “hay 4 baños en el edificio, uno para mujeres negras, otro para hombres negros, uno para mujeres blancas o mestizas y otro que es usado por un hombre blanco”. Otra persona afirmó: «Los baños están siempre cerrados y antes de que podamos usarlos debemos pedir las llaves a la mujer blanca que administra el edificio». Ambos pidieron el anonimato y junto a otros trabajadores se reunieron para encontrar un modo de acabar con esta “segregación y humillación”.

 La comisión de derechos humanos en  Sudáfrica (SAHRC) ha abierto una investigación para verificar estas informaciones. El propietario de las instalaciones lo ha desmentido.

Museo Apartheid, Soweto. / Flickr. Angaldo Pereira

Más de 500 casos de racismo fueron registrados el año pasado por la comisión de Derechos Humanos. Esta discriminación racial contra los negros se produce sobre todo en zonas rurales del país, donde los trabajadores de granjas, bajo propiedad de blancos, viven en condiciones precarias. Es común ver a trabajadores negros en los remolques de las camionetas de sus jefes blancos en vez de en los asientos libres del vehículo.

El sistema de segregación racial, el apartheid, desapareció en 1994 en Sudáfrica. Éste fue impuesto por la minoría blanca del país que representa menos del 10% de la población. Y aunque la palabra “apartheid” ya no aparece en el espacio público y debate político, los incidentes racistas siguen siendo habituales en Sudáfrica. A casi un año del aniversario de la muerte de Mandela, el apartheid vuelve a llamar la atención de los medios.

Nadie nace odiando a otra persona por razón de su piel, de su origen, de su formación o de su religión. La gente aprende a odiar, y si los hombres y mujeres pueden aprender a odiar, también pueden aprender a perdonar y a amar»- Mandela.

 

3 comentarios

  1. Dice ser Antonio Larrosa

    Hay gente pá tó

    Clica sobre mi nombre

    13 noviembre 2014 | 11:20

  2. Dice ser Sierra_1

    Yo sigo pensando si existe alguna razón para que existan baños segregados de mujeres y hombres… si al final te metes en tu cabinita y tan agusto oyga, hay un tío una tía o una animal de compañía.

    O es nuestra moral cristiana, o el hecho de que las mujeres no cagan solo van a empolvarse la nariz o un contubernio de los fabricantes de baños.

    13 noviembre 2014 | 12:27

  3. «La ideología tiene mala fama. Hay mucha gente que afirma convencidísima no tener “de eso”, con el mismo gesto que pondría para decir que no tiene piojos o tratos con la mafia. Pues bien: si está usted entre esas personas, sepa que en realidad sí tiene ideología, por poco articulada que esté y por escaso que sea el tiempo que dedique a pensar en ella. La tiene usted y la tiene todo el mundo. ¿Por qué? Porque todos contamos con una escala de valores, una noción de cómo deberían ser las cosas y unos planteamientos más o menos elaborados sobre la sociedad en la que vivimos. Este conglomerado nos orienta a la hora de opinar y, aunque sea en un sentido muy básico, tiene contenido político.

    Además de este concepto difuso de ideología, existe otro más concreto, que se refiere al conjunto de principios, valores e ideas que estructuran la visión del mundo de una determinada corriente política y ordenan el comportamiento y decisiones de los actores –partidos, representantes, militantes y simpatizantes- que se identifican con esa corriente. No se trata, como algunos sostienen, de una forma vulgarizada de filosofía, sino de una herramienta distinta, que posee un cuerpo doctrinal y una orientación esencialmente práctica, que evoluciona a través de su acción sobre la realidad en una interacción constante, y en la cual juegan un papel no despreciable los marcos narrativos y las emociones.

    La ideología –difusa y concreta- es consustancial a la política. Por eso resulta chocante la recurrencia con la que muchos representantes públicos tachan de “ideológica” una determinada acción o afirmación, abonando así la idea de que la ideología es per se una cosa rechazable. Es cierto que a menudo los motivos técnicos o económicos esgrimidos para defender ciertas decisiones son simples accesorios, concebidos para adornar lo que en realidad es fruto directo de un posicionamiento ideológico. La cuestión es que quien denuncia algo por ideológico, lanza su denuncia también desde una ideología, de signo contrario o como mínimo discrepante en ese punto. En lugar de calificar algo de ideológico sin más, sería clarificador señalar que lo que se agazapa tras ese algo es la ideología fulanita o menganita, con sus nombres y apellidos; que al denunciante esa ideología no le convence ni le gusta y por qué. Es cierto que estas clarificaciones se omiten por mor de la brevedad o porque se consideran obvias, pero cada vez resulta más necesario especificar lo obvio, no sea que se nos olvide.

    Expresar las propias convicciones nunca es baladí, menos aún en un contexto donde proliferan opinadores, representantes públicos y hasta partidos que se postulan como “no ideológicos” y dicen no ser “ni de derechas ni de izquierdas”, credencial con la cual parecen querer situarse por encima del bien y del mal. Esta tendencia se da en España y fuera de España; no es una rareza patria. Los portavoces de la misma a menudo insisten en proclamar la superioridad de la técnica sobre la política –o de los técnicos sobre los políticos- y en presentarse como adalides de la racionalidad y el sentido común. Esta última pretensión denota una cierta altanería; es como si insinuaran que todos aquellos que se autoubican abiertamente en la derecha o en la izquierda son unos descerebrados. Sin embargo, en realidad quien se posiciona con nitidez en el espectro político hace un servicio a la transparencia, y a los demás nos ahorra el esfuerzo de ubicarle a base de hermenéutica. Tampoco sobra recordar, por cierto, que quienes dicen estar por encima de las ideologías suelen mostrar una persistente tendencia a alinearse con posiciones propias de una de ellas: la derecha.

    La fascinación por la política “no ideológica” –es decir, “no política”, si tal cosa es posible- florece con singular exuberancia en ese populismo que navega cómodamente de babor a estribor según sople el viento, presumiendo incluso de apoyarse en la objetividad de los datos. Sin embargo, la selección misma de los datos implica ya una preferencia, y tras cada preferencia hay un juicio de valor, una visión del ser y el deber ser que nunca es ideológicamente neutra. Los ladrillos de este populismo new age son tan ideológicos como los del más vetusto de los partidos tradicionales, sólo que resulta más arduo verlos bajo las luces de neón y el decorado de diseño.

    Para mucha gente, vacunada por las historias de terror que el fanatismo escribió durante el siglo XX, la palabra ideología se asocia automáticamente con sectarismo e intransigencia. Esa experiencia lúgubre ha ocultado, sin embargo, que en esos mismos cien años y también en nombre de ideologías, miles de hombres y mujeres lograron con gran esfuerzo romper las cadenas que les ataban o ataban a otras personas, ampliar los derechos humanos, civiles y políticos, poner en marcha el motor del progreso y el bienestar en muchos países. Claro que se puede tener ideología de forma consciente, convencida y activa sin ser un descerebrado, un fanático o un sectario, y mucho menos un criminal; lo que resulta cada vez más difícil es tenerla y no verse en la obligación de explicarse y justificarse todo el rato.

    Entre otras razones porque, para terminar de emborronar el panorama, el siglo XX se cerró con la eufórica proclama del fin de las ideologías por parte de una derecha que veía en la caída del muro de Berlín la demostración de su triunfo definitivo sobre cualquier otra interpretación del mundo. No es que estuviera en lo cierto, pero en la práctica tampoco parece que le saliera del todo mal la jugada. A fin de cuentas, las ideologías han acabado bastante desprestigiadas y el marcador de la valoración ciudadana se aproxima al política 0, tecnocracia 1. Un tablero de resultados que perjudica especialmente a la izquierda, porque a la derecha no le disgusta el escenario tecnocrático postpolítico. Pero ojo: el partido no ha terminado, y el marcador puede darse la vuelta si los jugadores -es decir, los ciudadanos- no abandonamos el terreno de juego».

    por Trinidad Noguera
    Follow @TriniNGM
    19/10/2013 Agenda Pública

    13 noviembre 2014 | 20:54

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