Goldman Sachs is not an after shave Goldman Sachs is not an after shave

Tampoco Breton Woods es una marca de Whisky. Porque el periodismo internacional no es solo cosa de hombres, ocho mujeres ofrecen un punto de vista diferente sobre lo que pasa en el mundo.

La derecha vuelve a ganar las elecciones en Bulgaria, aunque sin mayoría absoluta

Por Elena González

El ex primer ministro búlgaro Boiko Borisov, que dimitió en febrero de 2013 ante una violenta ola de protestas sociales, con un 32,7% de los votos, duplica a su más cercano contrincante para encabezar el gobierno del país, pero deberá pactar para conformar una coalición que gobierne.

El segundo partido más votado, con un 15,4% de los votos, el Partido Socialista de Bulgaria, ha caído 11 puntos en relación a las pasadas elecciones, seguidos de cerca por el Movimiento por los Derechos y la Libertad, de centro derecha, con el 12,2% de los sufragios.

Diecinueve meses después de la caída de aquel ejecutivo, regresa al poder el partido de Borisov, Ciudadanos por el Desarrollo Europeo de Bulgaria (GERB), un regreso a los orígenes de una crisis que ha mantenido al país más pobre de la Unión Europa en una permanente tensión política.

Boiko Borisov en el congreso de Dublin del PPE. FLICKR/ European People´s Party

Boiko Borisov en el congreso de Dublin del PPE. FLICKR/ European People´s Party

El líder de GERB, un ex guardaespaldas y karateca, ya ganó las elecciones anticipadas de mayo de 2013, aunque un pacto entre los socialdemócratas y el partido de la minoría turca puso en el poder a un ejecutivo de tecnócratas.

“Me voy a jugar la cabeza, voy a gobernar yo personalmente. Y voy a sacar al país de la crisis junto con los demás partidos”, dijo el candidato de GERB. Borisov de 55 años, es conocido como “Batman” por sus seguidores. Ha sido bombero, policía, guardaespaldas del último dictador comunista, alcalde de Sofía y, entre 2009 y 2013, primer ministro de Bulgaria. A su apodo de “Batman”, gracias a la época en la que participó en operaciones contra el crimen organizado, se suma el de «bate» una palabra que en búlgaro significa «hermano mayor» y que sus incondicionales emplean para mostrarle su devoción. Los opositores lo critican por su populismo capaz de conquistar audiencias pero en absoluto de resolver los problemas del país. Además, denuncian que es autoritario y que ejerce el poder de forma unipersonal.

Lo cierto es que la situación económica del país no mejoró durante el gobierno de Borisov, aunque la pobreza, los bajos salarios y la corrupción no son patente suya, sino que llevan décadas enquistados en la sociedad búlgara. Bulgaria celebró este domingo las segundas elecciones generales anticipadas en año y medio, marcadas por la apatía, la decepción con la clase política y las escasas perspectivas de salir de la crisis y de la pobreza.

La alta abstención, de al menos un 46%, según datos oficiales, refleja la apatía de la población. Los votantes están cada vez más decepcionados con la clase política, acusada de corrupción y de servir al interés de oligarcas económicos, en vez de a los ciudadanos.

En Bulgaria el salario medio oscila entre 350 y 400 euros y las pensiones no superan los 100 euros, mientras que una de cada cinco familias vive bajo el umbral de la pobreza, el crecimiento económico es lento y modesto y la única perspectiva que ven los jóvenes es emigrar a Europa Occidental.

Manifestación en Sofía

Protestas en verano de 2013 que hicieron dimitir a Borisov. FLICKR/ Georgi C

Borisov vuelve al primer plano de la política en un momento en que las reformas de la salud, la educación y las jubilaciones son ineludibles. La crisis ucraniana amenaza el suministro de gas ruso durante este invierno al país, que no tiene otra opción para calentarse y hacer funcionar sus empresas.

Además, la UE ha suspendido el pago de cientos de millones de euros de fondos europeos por irregularidades en los mercados públicos. Por si fuera poco, el Banco Comercial Corporativo, cuarto banco del país, se halla al borde de la bancarrota y los clientes no han podido retirar dinero desde junio. A todo ello se añade la gran cantidad de refugiados sirios que llegan desde Turquía.
Según el instituto Alpha Research, seis de cada diez búlgaros no cree que su vida mejore después de las elecciones. Entre ellos figuran los manifestantes de 2013, decepcionados de que su movilización no haya hecho emerger una alternativa.

3 comentarios

  1. Dice ser Trabajo serio

    Lo cierto es que entre la caida de la economia en occidente y lo poco que crecen estos…. mala pinta

    http://www.trabajoserio.ws

    08 octubre 2014 | 10:49

  2. «Desde hace tiempo, pueden leerse noticias y análisis frecuentes sobre el crecimiento exponencial de la extrema derecha en Europa. En lo que hace a España, el goteo de atropellos contra los derechos y bienes de personas y colectivos por parte de grupos fascistas parece no cesar.

    Con amenazas y agresiones, se revientan actos públicos en reconocimiento de la nacionalidad catalana. Locales y sedes de partidos de izquierda y de asociaciones que denuncian el racismo aparecen con destrozos y pintadas intimidatorias. Son numerosas las personas que por su orientación sexual o política, o por su condición nacional o económica, han sufrido coacciones, vejaciones, lesiones o incluso han sido asesinadas por el terrorismo ultraderechista. Dadas estas dosis regulares de violencia y contemplado el contexto europeo de crecida fascista, ¿hasta cuándo hay que esperar para recordar que el derechismo integrista es un peligro de primer orden para la sociedad?

    El problema entre nosotros -y en países como Grecia- cuenta con un punto más de gravedad, pues de ser una corriente política deleznable seguida por cada vez mayor número de fanáticos, puede que se esté infiltrando o se encuentre directamente viva entre efectivos de cuerpos policiales y militares, al menos en lo que hace a su núcleo vital racista, jerárquico, ultranacionalista y ajeno a la humanidad de quien es considerado como enemigo. Suele pasarse por alto que un Estado constitucional y democrático debe contar con fuerzas de seguridad imbuidas de respeto escrupuloso a los valores cívicos del constitucionalismo y la democracia, no adoctrinadas en prejuicios patrioteros o en convicciones primarias excluyentes.

    Desde posiciones liberales, se sostiene que la misma sociedad se basta y se sobra para generar los mecanismos morales y culturales necesarios para marginar el fascismo. Quienes secundan este parecer olvidan que justamente el pretendido desenvolvimiento “espontáneo” de la sociedad liberal es el que está creando las condiciones propicias para el resurgimiento fascista.

    Otros creen que el hecho de ser el Partido Popular la formación absorbente de toda la derecha española nos salva de posibles despeñaderos ultraderechistas. Varios son los descuidos en este diagnóstico tranquilizador. No solo existen ya formaciones de extrema derecha, que, visto el hondo desprestigio del partido en el Gobierno y la celeridad de los tiempos de crisis, bien pueden ver multiplicados sus apoyos en breve lapso. También existe el notorio peligro de que, para evitar esa posible fuga de adhesiones, el sector más extremista concluya por marcar la agenda popular, algo patente en engendros legislativos como los que preparan sobre el aborto o la seguridad ciudadana.

    En definitiva, ambas lecturas coinciden en recetar la inacción, actitud muy poco recomendable en este escenario europeo y dada nuestra situación particular, de falta persistente de condena unánime de la dictadura franquista.

    En círculos más conscientes del peligro se exige represión. Como potenciales terroristas que son, se trataría de prohibir sus publicaciones, disolver asociaciones, liquidar partidos, suspender actos, perseguir a miembros y condenarlos por profesar creencias funestas para la sociedad.

    Esta salida no lleva a solución alguna. No solo se cuenta con el peligro de extender el mal, incitando posibles reacciones compensatorias que vengan a legitimar lo que se pretende erradicar. También se corre el riesgo de pagar la persecución del fascismo con la inoculación en el propio Estado de prácticas fascistas. Por ahora, al Estado le basta para combatir los exabruptos ultraderechistas con los recursos penales disponibles, entre los que figura la agravante general aplicada a los delitos cometidos por motivos discriminatorios de toda índole (art. 22.4 del Código penal).

    El problema hay que combatirlo en su origen, que no es sino cultural y, fundamentalmente, económico. Empieza por ayudar muy poco la representación espacial y circular del espectro político que, de manera simplista, identifica “los extremos populistas” de uno y otro signo. Basta recorrer los idearios ultraderechistas y ultraizquierdistas para apercibirse de que muy poco tienen que ver el racismo y la multiculturalidad, las jerarquías con la igualdad absoluta, las fobias violentamente excluyentes con el discurso de la inclusión total, o el fundamentalismo nacionalista con el más abierto de los internacionalismos. Equiparar fascismo y antifascismo puede parecer una estrategia neutral y equidistante que redunde en favor del borroso centro político, pero en la práctica solo termina beneficiando a la extrema derecha. Podría aducirse que tanto unos como otros se abrazan en su común justificación de la violencia, pero las diferencias siguen siendo insalvables entre su ejercicio efectivo contra minorías y su alusión retórica en proclamas revolucionarias, o su recurso defensivo precisamente contra la amenaza fascista.

    Que combatir de raíz el virus ultraderechista sea asunto cultural conecta con una de las dimensiones fundamentales de la “memoria histórica”. Ha de concebirse ésta como la debida justicia y reparación a las víctimas del fascismo, pero también como el recuerdo socializado permanente de la barbarie, pues solo una conciencia colectiva despierta en este particular, transmitida entre generaciones, nos puede salvar de tropezar de nuevo con tan abominable error. De hecho, el creciente olvido entre los más jóvenes de lo que supuso el terror fascista es directamente proporcional a la intensidad de su reaparición. Por eso deben celebrarse disposiciones como la incluida en el anteproyecto de ley andaluza de memoria histórica, que inserta en el currículum educativo de la enseñanza no universitaria la materia de “memoria democrática”.

    Arrostrar a la extrema derecha en el plano cultural implica otra obligación de mayor envergadura. En su valioso opúsculo sobre Educar después de Auschwitz, Theodor Adorno identificaba como la «condición psicológica» fundamental del Holocausto «la incapacidad de identificarse» con el otro. Solo un sentimiento extendido de indiferencia hacia qué ocurría en los campos de concentración explica que en éstos se pudiera aniquilar burocráticamente a centenares de miles de personas. El predominio absoluto del interés propio, la deshumanización ulterior de nuestros semejantes y el consiguiente desprecio hacia su suerte son las bases culturales que conducen al fascismo, y deben contrarrestarse a través de la educación, promoviendo los valores opuestos de la igualdad, la cooperación, la solidaridad y el humanismo.

    El problema es que tales bases son las propias de la antropología capitalista. La acostumbrada afirmación de que los camisas pardas, azules o negras fueron la infantería del capital tiene una carga de profundidad mayor de la esperada. No es que el capitalismo se defienda a través del fascismo; es que lo produce de forma ineluctable. Tanto es así que vuelve a resucitar sin contar con el “enemigo comunista” enfrente, desmintiendo con ello el canon interpretativo según el cual el fascismo fue el morboso antídoto segregado de forma natural por la sociedad burguesa para defenderse del veneno comunista. Aun sin presencia probable de revolución social, el ultraderechismo vuelve a crecer, mostrando que su esencia no radica en su función contrarrevolucionaria sino en participar del desenvolvimiento del propio capitalismo.

    Los testigos más perspicaces de la opresión lo vieron claro. El gangsterismo nacionalsocialista fue una consecuencia natural de la concentración de poder característica del capitalismo de monopolio. El aislamiento individualista y la enajenación respecto de la propia vida que conlleva la integración capitalista contribuyen, por necesidad, a añorar la pertenencia a un cuerpo colectivo místico y la protección (dominio) de un líder omnipotente. Por su parte, los que asistieron a la fundación del Estado social y democrático fueron conscientes de que sus exigencias de homogeneidad económica y distribución del poder eran ante todo un medio para prevenir la recaída en el fascismo.

    Por eso, combatirlo es también una tarea económica, consistente en la desoligarquización de la sociedad, en el reparto del poder político y social. Justo lo opuesto de lo que hoy marca las prioridades, condenándonos a que sea demasiado tarde para sacrificar a la serpiente que descuidadamente incubamos».

    por Sebastián Martín
    13/03/2014
    eldiario.es

    08 octubre 2014 | 12:58

  3. Dice ser Al Sur de Gomaranto

    Que Dios les coja confesado
    y con una epidemia de
    lo que llaman, inapetencia,
    pasará ese pueblo más hambre
    que la que pasamos en el país
    los años cuarenta y cincuenta,
    y si no lo remediamos
    con decisión en las urnas,
    los que nos quedan por vivir.

    08 octubre 2014 | 20:07

Los comentarios están cerrados.