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Nanking, la herida que supura 75 años después

Por Cláudia Morán

Mucho se ha hablado de las atrocidades del ejército nazi en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, pero la historia no se escribe únicamente en base a la parte occidental del mundo. El 13 de diciembre de 1937, las tropas del ejército imperial de Japón tomaron la ciudad china de Nanking, en aquel momento la capital de China, y cometieron una de las atrocidades más cruentas de la historia, cebándose con la población civil y violando despiadadamente a mujeres y niñas. Hoy en día no está claro el número exacto de víctimas -se estima que unas trescientas mil- y Japón no ha reconocido nunca abiertamente la brutalidad de sus crímenes de guerra. La masacre de Nanking es, junto con la disputa por las islas Senkaku y los experimentos de la Unidad 731, un problema sin resolver que genera tensión, aún hoy en día, en las relaciones diplomáticas entre Japón y China.

Los soldados japoneses tomaron Nanking con el objetivo inicial de eliminar a los combatientes chinos disfrazados de civiles, pero terminaron asesinando indiscriminadamente a la población civil con un ensañamiento brutal: desde fusilarlos hasta quemarlos, pasando por enterrarlos vivos y herirlos hasta la muerte a golpe de bayoneta. Matar gente se convirtió en el entretenimiento de los soldados nipones, según indican diversos testimonios; como el caso publicado en 1937 por dos periódicos japoneses, en que dos oficiales competían entre ellos para ver quién lograba decapitar a cien chinos con una katana antes de la toma de la ciudad.

Durante la invasión de Nanking, los soldados sometieron a las mujeres a la esclavitud sexual, para después matarlas / http://www.china-mike.com/

Durante la invasión de Nanking, los soldados japoneses sometieron a las mujeres y niñas a la esclavitud sexual, para después matarlas / http://www.china-mike.com/

Pero además de torturar y asesinar, los soldados sometieron a las mujeres de Nanking a la esclavitud sexual. Las violaciones son un aspecto especialmente destacable en la masacre, ya que se estima que unas veinte mil mujeres fueron violadas: “Había niñas menores de 8 años y ancianas mayores de 70 que fueron violadas de la forma más brutal posible, golpeándolas bestialmente”, explicaba John Rabe, un alemán miembro del partido nazi que habitaba la zona de seguridad internacional neutral que se estableció en Nanking. Algunos, incluso, obligaban a las familias a cometer incesto (los hijos con sus madres, los padres con sus hijas) para diversión de los soldados. La violencia sexual iba demasiado lejos y en la mayoría de los casos terminaba con el asesinato de las mujeres y las niñas. Así, los japoneses no sólo barrieron Nanking destruyendo sus casas, sus monumentos y sus edificios emblemáticos, sino también castigando a aquellas que habían traído al mundo a sus gentes y a sus futuras madres.

La matanza se prolongó hasta febrero de 1938. Fueron casi dos meses de unas mil violaciones diarias y ejecuciones masivas de población, un balance que, a día de hoy, continúa sin estar claro. Después de la guerra, el ejército japonés declaró ante el Tribunal de Guerra de Tokio que todas las víctimas habían sido militares y el tribunal estableció el número de muertos en cien mil, mientras que el gobierno chino aseguró que el número de víctimas civiles superaba las trescientas mil. Sólo fueron juzgados los principales oficiales japoneses y ninguno de ellos recibió una condena severa, ni siquiera los principales dirigentes, el general Matsui y el príncipe Asaka, ya que el primero obtuvo finalmente su jubilación y el segundo nunca fue juzgado al pertenecer a la familia imperial japonesa.

Han pasado más de 75 años de todo aquello, pero el recuerdo permanece y la relación entre China y Japón continúa marcada por muchos cabos sin atar. Es cierto que Nanking forma parte del pasado, pero las demás partes enfrentadas en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, como Alemania y Francia, supieron curar sus heridas entonces. En cambio, las relaciones entre Japón y China sobrevuelan una herida que aún supura. El nacionalismo chino se alimenta hoy de argumentos como la masacre de Nanking y los sectores japoneses más conservadores continúan manteniendo que lo que sucedió se ha exagerado para perjudicar las relaciones diplomáticas con Japón. A todo ello se une la disputa por las islas Senkaku/Diaoyu, cuya soberanía es reclamada por ambos países: China asegura que son suyas desde el siglo XV y que se utilizaban para defenderse de los ataques de los piratas japoneses; Japón afirma que las descubrió deshabitadas en 1884 y que se las anexionó tras la primera guerra contra China (1894-1895). Tras la Segunda Guerra Mundial, Japón fue obligada a devolver todas sus conquistas imperialistas, pero no devolvió las islas por considerarlas parte del archipiélago de Ryuku.

Este año, Japón y China revivirán su hostilidad. Cada año por estas fechas, diplomáticos japoneses visitan el templo de Yasukuni, dedicado a los militares japoneses fallecidos, para rendir homenaje a los caídos en Nanking. Ese día, los diplomáticos chinos abandonan el país en señal de desacuerdo, conscientes de la rabia que genera esta celebración en la población china. Resulta escandaloso porque todo el mundo sabe que entre los soldados también se encuentran los criminales de guerra de la Segunda Guerra Mundial. China no puede perdonar a Japón sus tímidas disculpas después del conflicto armado y que pase de puntillas, todavía hoy, sobre lo ocurrido en Nanking.

CLÁUDIA MORÁN

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