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“Mark Twain tendría hoy un blog, pero jamás habría escrito gratis”. Robert Hirst, estudioso de Mark Twain

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Las cinco reglas de Botsford para los editores de textos

Gardner Botsford

Hace unos días, el periodista Daniel Burgui recordó en Twitter un texto que publiqué en mi (abandonado) blog personal hace un año. Se trata de un extracto de Life of Privilege, Mostly, un libro donde Gardner Botsford expone unas reglas para editar texto.

Gardner Botsford fue editor de la revista The New Yorker durante casi cuarenta años. “Cogía algo que habías escrito y lo mejoraba, y resultaba muy difícil averiguar cómo lo había hecho“, explica el escritor Robert Angell. En sus memorias, “Una vida de privilegio, en general“, Botsford resume el trabajo del editor en cinco reglas que son muy útiles para los editores de textos y, por supuesto, para que quienes escriben no olviden que “cuanto menos competente sea el escritor, mayores serán sus protestas por la edición”.

La traducción es de Daniel Gascón.

UNA VIDA DE PRIVILEGIO, EN GENERAL

Gardner Botsford

A principios de 1948, la entrega de «Carta desde París» y «Carta desde Londres» se trasladó desde el domingo a un día más civilizado de la semana, y a mí me trasladaron con ella. Otra persona pasó a encargarse de las noches de domingo y empecé a dedicar la mayor parte del tiempo a editar largas piezas factuales: «Perfiles», «Reportajes» y textos de ese tipo. Seguí editando a Flanner y Mollie Panter-Downes –de hecho, a partir de entonces edité todo lo que cualquiera de los dos escribiese para la revista–, y también me asignaron a varios escritores de primera clase del New Yorker, con muchos de los cuales formé alianzas permanentes. Eso implicaba menos tiempo con los escritores de menor calidad con los que había empezado, los Helen Mears y Joseph Wechsberg. Helen Mears era una escritora olvidable; a Joseph Wechsberg lo recordaré siempre. Era un incordio, un Mal Ejemplo y un rito de paso para cada editor junior. Para empezar, era checo y en realidad nunca aprendió inglés. (Aquí hay una observación biológica de Wechsberg que he conservado intacta a lo largo de los años: «Sin los largos hocicos de los abejorros, los pensamientos y el trébol rojo no pueden ser fructificados».) Además, había empezado como escritor de ficción (ahora es más conocido, si es que se le conoce por algo, por algunos relatos que publicó en la revista antes de la guerra) y, cada vez que los datos que necesitaba resultaban elusivos, se los inventaba. Como su escritura estaba desvinculada de la gramática, el vocabulario y la cordura (ver arriba), podía escribir muy deprisa, y no había nadie más prolífico que él. Sandy Vanderbilt siempre decía que había editado más a Wechsberg que yo, y que había editado más a Wechsberg de lo que el propio Wechsberg había escrito, por culpa de una pesadilla recurrente en la que trabajaba en un manuscrito implacable e interminable de Wechsberg que seguía supurando por mucho que Sandy trabajara, pero cuando fuimos a la morgue y sacamos el archivo de Wechsberg, ninguno de los dos podía recordar quién había editado qué, o, para ser más precisos, quién había escrito qué. Lo que nos molestaba era que Wechsberg era inmensamente popular entre los lectores, lo que quería decir que nosotros éramos inmensa, aunque anónimamente, populares entre los lectores. Cuando llegaron algunos editores que eran todavía másjuniors que yo –Bill Knapp, Bill Fain, Bob Gerdy y un par de figuras más transitorias–, les asignaron a Wechsberg y yo quedé libre al fin. No totalmente libre, por supuesto.

Como la revista publicaba cincuenta y dos números al año, la mayoría de los cuales contenía (entonces) al menos dos piezas factuales, era demasiado esperar que los escritores de primera línea pudieran satisfacer esa demanda. Eso abrió la puerta a escritores de segunda fila y yo (como Sandy, Shawn y todos los demás) tenía que echar una mano. Era el tipo de trabajo que me llevó a una serie de conclusiones sobre la edición.

Regla general n.º 1: Para ser bueno, un texto requiere la inversión de una cantidad determinada de tiempo, por parte del escritor o del editor. Wechsberg era rápido; por eso, sus editores tenían que estar despiertos toda la noche. A Joseph Mitchell le costaba muchísimo tiempo escribir un texto, pero, cuando entregaba, se podía editar en el tiempo que cuesta tomar un café.

Regla general n.º 2: Cuanto menos competente sea el escritor, mayores serán sus protestas por la edición. La mejor edición, le parece, es la falta de edición. No se detiene a pensar que ese programa también le gustaría al editor, ya que le permitiría tener una vida más rica y plena y ver más a sus hijos. Pero no duraría mucho tiempo en nómina, y tampoco el escritor. Los buenos escritores se apoyan en los editores; no se les ocurriría publicar algo que nadie ha leído. Los malos escritores hablan del inviolable ritmo de su prosa.

Regla general n.º 3: Puedes identificar a un mal escritor antes de haber visto una palabra que haya escrito si utiliza la expresión «nosotros, los escritores».       

Regla general n.º 4: Al editar, la primera lectura de un manuscrito es la más importante. En la segunda lectura, los pasajes pantanosos que viste en la primera parecerán más firmes y menos tediosos, y en la cuarta o quinta lectura te parecerán perfectos. Eso es porque ahora estás en armonía con el escritor, no con el lector. Pero el lector, que solo leerá el texto una vez, lo juzgará tan pantanoso y aburrido como tú en la primera lectura. En resumen, si te parece que algo está mal en la primera lectura, está mal, y lo que se necesita es un cambio, no una segunda lectura.

Regla general n.º 5: Uno nunca debe olvidar que editar y escribir son artes, o artesanías, totalmente diferentes. La buena edición ha salvado la mala escritura con más frecuencia de lo que la mala edición ha dañado la buena escritura. Eso se debe a que un mal editor no conservará su trabajo mucho tiempo, mientras que un mal escritor puede continuar para siempre, y lo hará. La buena escritura existe al margen de la ayuda de cualquier editor. Por eso un buen editor es un mecánico, o un artesano, mientras que un buen escritor es un artista.

Jon Lee Anderson: «No sé si estamos en el final o en el principio de la edad del hielo del periodismo»

Jon Lee Anderson, reportero de The New Yorker, está considerado por muchos como el sucesor de Kapuscinsky. Durante los últimos treinta años ha seguido la actualidad internacional en primera línea, cubriendo conflictos de tanta trascendencia como Afganistán e Irak. Biógrafo del Che Guevara, imparte talleres para jóvenes periodistas en la Fundación García Márquez,  que tiene su sede en Cartagena de Indias.

«No sé si estamos en el final o en el principio de la edad del hielo del periodismo», aseguró en una reciente visita a España, invitado por la Fundación porCausa. En la entrevista, que se puede ver en su totalidad en el siguiente vídeo, muestra su inquietud por el futuro del periodismo, que considera «la esencia de la democracia«, y habla de la influencia de García Márquez en el boom de la crónica en Iberoamérica y sobre Fidel Castro, el Che, Obama, Chavez y Bin Laden, entre otros.

porCausa I Entrevista a Jon Lee Anderson from porCausa on Vimeo.

Las bodas de plata de El Mundo sin Pedro J.

El Rey Juan Carlos I entregó en 2009 el premio al periodista Ahmed Rashid

El rey Juan Carlos I entregó en 2009 el premio de El Mundo al periodista Ahmed Rashid.

El próximo lunes, 20 de octubre, El Mundo celebrará su 25 cumpleaños y la entrega de los XIII Premios Internacionales de Periodismo con una cena en el Hotel Palace. Por primera vez, Pedro J Ramírez no ejercerá de anfitrión. Solo le han faltado ocho meses y 21 días para alcanzar las bodas de plata como director del diario.

El Mundo festeja su cumpleaños con una cena donde los hombres llevarán traje oscuro y las mujeres vestido corto. En España, ya se sabe, no es habitual lo de pagar por asistir a un evento. No hay costumbre, vamos. Por eso los eventos organizados por medios están dirigidos a un público de corbatas que frecuenta los salones de los hoteles madrileños. En la mayoría de los casos, se trata de almuerzos y conferencias de políticos y dirigentes empresariales o sindicales que acuden a un hotel y sueltan una charlilla mañanera entre el tintineo de los zumos de naranja y los cafés con leche. En Estados Unidos, por el contrario, los eventos se han convertido en una importante fuente de ingresos para los medios de comunicación. The New Yorker organiza un  muy rentable festival anual. En Quartz, uno de los nuevos medios norteamericanos que despierta más interés, creen que “los eventos son una buena fuente de ingresos, también de los asistentes y no sólo de patrocinadores”. Además de conseguir el dinero de los patrocinadores, se trata de que los asistentes también contribuyan a financiar el acto al que asisten.

Pero volvamos a la celebración de El Mundo. ¿Cambiará la fiesta y la entrega de los premios con Casimiro García-Abadillo? De momento, llama la atención el numeroso grupo de empresas patrocinadoras, un exponente de que el Gobierno y los dirigentes del PP volverán a asistir a la fiesta de El Mundo junto con lo más granado de las clases política y empresarial.

Patrocinadores

Con lo justito que se anda de patrocinios a la hora de financiar eventos en España, tomen aliento antes de leer la lista de las empresas que colaboran en la cena del XXV aniversario de El Mundo: La Caixa, Correos, Iberdrola, Repsol, Santander, Telefónica, Altadis, Ferrovial, IBM, KPMG y Mar de Frades, una bodega de albariño de las Rías Baixas. Sí, once patrocinadores, a los que hay que añadir tres colaboradores, para sufragar una cena en el Palace. Por cierto, si la memoria no me falla, tres de los patrocinadores (Telefónica, Caixa y Santander) son accionistas de Prisa.

Asistentes

Esperanza Aguirre y Agatha Ruiz de la Prada durante la entrega de los Premios Internacionales de Periodismo en 2009.

Si ahora es Google el que no me falla, que hasta ahí podíamos llegar, el año pasado la representación de la dirección del PP en el premio se limitó a tres mujeres: Esperanza Aguirre, Ana Botella y Luisa Fernanda Rudí. Seguramente con motivo, Pedro J se quejaba del vacío institucional. Para este año, además de los Reyes, está previsto que asista más de un ministro. Si también acude Rajoy, no hace falta ser muy perspicaz para advertir que se trataría de un espaldarazo al nuevo director de El Mundo, Casimiro García-Abadillo.

Premiados

Pocas veces se concede un premio más merecido: “Premio Reporteros del Mundo a Javier Espinosa, corresponsal de El Mundo; Marc Marginedas, corresponsal de El Periódico, y Ricardo García Vilanova, fotógrafo independiente”.

Más sorpresa causó la concesión de un premio a Rosa Montero, columnista de El País. En El Mundo explicaban así los motivos: «El jurado ha destacado el hecho de que es una de las columnistas contemporáneas que mejor ha sabido conjugar periodismo y literatura. «Este galardón reconoce su trayectoria, en la que siempre ha sabido ser muy coherente y elegante«, ha reflexionado García-Abadillo. «Sus columnas no son un ejercicio retórico, sino que habla de casos concretos, de pequeñas injusticias», ha añadido Fernando Savater».

Jurado

 «El jurado de la edición de 2013 estaba encabezado por los directores de cuatro de los periódicos más influyentes de Europa: Pedro J. Ramírez, director de EL MUNDO, Ferruccio De Bortoli, director del Corriere della Sera –representado por su corresponsal en España Andrea Nicastro–, Alan Rusbridger, director de The Guardian –representado por su corresponsal Paul Hamilos y Fabrice Rousselot, director de Libération –representado por su corresponsal François Musseau–. Completan el jurado cuatro miembros independientes: Carmen Posadas, César Antonio Molina, Fernando Savater y Raúl Rivero, además de Aurelio Fernández, secretario general de la redacción de EL MUNDO, y Víctor de la Serna»

«El jurado de edición de 2014 ha estado compuesto por los responsables de cuatro de los periódicos más influyentes de Europa: Casimiro García-Abadillo, director de EL MUNDO; Ferruccio De Bortoli, director del Corriere della Sera –representado en el acto por Andrea Nicastro-; Alan Rusbdriger, director de The Guardian, representado por la corresponsal Ashifa Kassam-, y Laurent Joffrin, director de Libération, representado por François Musseau. Completaban el panel cuatro miembros independientes: Fernando Savater, Carmen Posadas, César Antonio de Molina y Raúl Rivero, además de Aurelio Fernández, director de Coordinación Editorial y Comunicación de Unidad Editorial, y el periodista Víctor de la Serna».

Se tarda poco tiempo en encontrar las diferencias entre el jurado de 2013 y el de 2014. Solo hay dos: la corresponsal de The Guardian y Casimiro García-Abadillo, que sustituye a Pedro J. Ramírez como director de uno de «los periódicos más influyentes de Europa».