Europa inquieta Europa inquieta

Bienvenidos a lo que Kurt Tucholsky llamaba el manicomio multicolor.

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¿Hacia una nueva Guerra Fría?

Clichés retóricos que emergen del pasado. Movimientos de tropas y armamento que escenifican antiguas polarizaciones. Amenazas y sanciones. Alineaciones ideológicas que, sin estar del todo claras, perpetúan concepciones políticas con décadas de recorrido. En nuestro intento compulsivo por ordenar los acontecimientos mundiales reluce un concepto caduco, que se dio por amortizado y ahora vuelve. Los politólogos y los expertos lo han bautizado como nueva Guerra Fría.

En un reciente artículo en el esperado y prometedor diario Ahora (todavía está en beta), Ramón González Férriz expone su preocupación por nuestro lenguaje político, dominado por los caducos clichés de la Guerra Fría. González Férriz demanda un nuevo lenguaje para una nueva realidad. Herramientas de pensamiento novedosas para enfrentarnos a problemas que también lo son. Coincido con él. El debate público está repleto de tics políticos de un pasado que ya no se nos parece (‘fascista’, ‘comunista’… son reliquias que exhumamos para hacer frente a nuestros enemigos, pero de poco más nos sirven).

Pero existe un matiz. Quizá la realidad también conspira (y no solo nuestro perezoso cerebro) para inducirnos a pensar sobre la base de esquemas mentales del pasado. Es un hecho que la Rusia de Putin se ha lanzado a una carrera contra Occidente. También sabemos que todos nos espiamos compulsivamente, incluso entre aliados. Es cierto, por último, que hay regiones del planeta donde la lucha por los recursos y la geoestrategia son el pan nuestro de cada día. Claro que hay otros factores de desestabilización, y también de esperanza, pero se dan condiciones objetivas para hablar de un revival del teatro mundial de la segunda mitad del siglo XX.

Rusia

El conflicto ucraniano ha sido el detonante final, pero los mimbres venían tejiéndose desde tiempo atrás. De Gorbachov a Chomsky, el término ha hecho fortuna entre políticos, analistas y comentaristas varios. Aquí está la completa entrada de Wikipedia, que data de 2014. Y si queréis saber más, el blog Guerras Posmodernas lleva unos meses dedicándole una sección muy interesante, donde entre otras cosas se analizan algunas contradicciones y se matizan otras, como por ejemplo su naturaleza incomprendida: «La ausencia de una ideología fuerte en el bando anti-occidental es lo que quizás haya impedido que el concepto de Nueva Guerra Fría sea entendido».

El otro día Pew Research publicó un estudio significativo. Iba sobre la visión de la política y la economía de la Administración Obama fuera de EE UU. Los resultados refrendan el comportamiento bipolar del mundo. Los países de la Unión Europea siguen considerando satisfactorias las políticas de Obama (aunque, curiosamente, España es el país donde menos valoración tienen: ¿nuestro secular antiamericanismo?), pero en Rusia el vuelco es descomunal (ver gráfico) hacia lo negativo. También sucede algo parecido en países alineados con Rusia y en Oriente Medio (aunque aquí me remito al entrecomillado del anterior párrafo).

Esta conspiración de hechos y esta voluntad de pensamiento global (parece que es más sencillo pensar en términos de grandes bandos en permanente enfrentamiento que de multipolaridad) dejan a Europa en un lugar delicado. En plena crisis (todavía) de modelo, la UE se puede ver sin potencia ni decisión para servir de nexo entre potencias y discursos rivales. La nueva guerra fría pilla a Europa, después de todo, ensimismada en sus propias cavilaciones.

 

Europa 2014: lastres de un lustro negro

Como afortunadamente este blog no predispone a las listas, os ahorraré el trance de leer «las diez noticias europeas del año», «los cinco mejores políticos europeos de 2014»  o las infinitas variedades de chorradas que pueden ponerse una a continuación de la otra. Lo que sí quería, porque creo que da una visión panorámica muy nutritiva, es hacer un  resumen del año que hemos dejado. No un resumen del tipo fecha, dato, etc, que es muy fácil y muy estéril, sino un esbozo de movimiento de lo que ha sido Europa en este año decisivo.

(Foto: GTRES)

(Foto: GTRES)

¿Decisivo porque ha sido año electoral? También por algo más. La guerra ha vuelto a Europa en el centenario del comienzo de la Primera Guerra Mundial. Ha vuelto por donde lógicamente habría de tener que venir. Por el flanco más débil de su movedizo vecindario oriental. Rusia ha iniciado, como recordaba Xavier Colás en un bonito post hace unos días, el mayor movimiento de fronteras en el continente desde la Segunda Guerra Mundial. Europa pese a su eficiente y taimada pasividad, se ve de nuevo inserta en la corriente de la Historia.

La complejidad. Europa ha suturado las heridas causadas por la crisis financiera y por la crisis de modelo. No confudamos. No es que no haya ya desigualdades y no vaya a seguir habiendo fatalidades, pero la tela de araña de la que se compone la UE, rota en mil pedazos hace cuatro años, parece haberse recompuesto. A pesar de que el drama griego no ha escenificado todavía su último acto, de que todos dicen que la anemia económica es más una realidad que un riesgo, se ha extendido la sensación de que Europa ha entrado en otra fase.

El tránsito de Gobierno continental, aun a pesar de los escándalos (algunos tan vergonzantes como LuxLeaks), se realizó como la firma de un acto notarial. Sin sobresaltos y con algo más de política y menos de policy, lo que siempre es de agradecer. Por el contrario, el fantasma de la extrema derecha, los partidos xenófobos y populistas vaga a sus anchas por casi todos los países de la Unión, la rica Alemania incluida. Es curioso que sea precisamente ahora, cuando la crisis más grave que ha vivido el proyecto europeo en décadas parece en vías de solventarse, cuando los extremismos antieuropeos amalgaman más partidarios.

Así pues: por un lado Europa ha conocido de nuevo aquello tan antiguo de las disputas territoriales y geopolíticas, ha renovado su ejecutivo y legislativo para afrontar cinco años de reformas en profundidad (eso se espera), ha sentido la amenaza de los valores que niegan su propia razón de ser y sigue soportando los lastres de un lustro negro, como la desigualdad económica entre sus miembros y la desconfianza ciudadana. Europa, un año más, ha vivido en proyecto. Y así seguirá viviendo.

Europa según el pesimista George Soros

Quien más quien menos sabe quién es el especulador George Soros, cómo logró amasar su fortuna y cómo luego, durante décadas, la ha ido generosamente distribuyendo –en una suerte de remedo de sí mismo: por eso le llaman filántropo– en diferentes proyectos políticos, sociales y culturales.

Judío de origen húngaro, aunque nacionalizado estadounidense, ha mostrado y sigue mostrando hoy una extraordinaria preocupación por los asuntos europeos. Aquí radican algunas de sus fundaciones, como la Open Society Foundation, y a las vicisitudes nuestro continente le dedica regularmente análisis certeros.

George Soros, en una imagen de archivo (20minutos.es).

George Soros, en una imagen de archivo (20minutos.es).

El último, una extensa entrevista (merece la pena leerla) publicada en el New York Review of Books donde Soros es preguntando por lo divino y por lo humano dentro de lo que atañe a la UE: desde la letra pequeña de la unión bancaria, la gravísima cuestión migratoria o la crisis en Ucrania y el creciente poder de Rusia.

Todas las respuestas que da Soros tienen su miga. Su opinión respecto de cómo se está llevando a cabo la unión bancaria –mi compañero Nico lo explicó perfectamente en un post hace pocono es demasiado optimista. Soros denuncia que se ha vendido su éxito de una forma orwelliana, y que «la unión bancaria se ha transformado en algo que es casi lo opuesto: el restablecimiento de ‘silos’ nacionales».

Según argumenta Soros, el mecanismo desarrollado para hacer efectiva la unión bancaria es «tan complicado, tiene tantos actores y entidades envueltos que será prácticamente inservible en caso de emergencia». Es una opinión de alguien que sabe cómo llevar bancos a la quiebra, así que, aunque no todas las opiniones merezcan respeto (las personas sí), habría que tenerla en cuenta.

Pero más allá de esto, me quedo con uno de los argumentos de Soros, conciso y que apunta en la línea de lo que muchos venimos pensando de la UE en los últimos tiempos. Dice Soros, a propósito de la integración política, el auge del populismo, etc: «Creo en la búsqueda de soluciones europeas para los problemas de Europa; las soluciones nacionales solo empeoran las dificultades». Pues eso.

La geopolítica y los clichés: el ‘caso Ucrania’

Con todo lo de la movida ucraniana (que diría mi compañero Víctor Navarro) están proliferando los expertos en geopolítica como si fueran níscalos cuando llega el otoño. Muchos tocan de oído, otros simplemente se equivocan o exageran. Pero hay una modalidad más refinada: la de los que hablan sin saber, pero como si supieran.

Freddy Gray, periodista de The Spectator, ha recopilado diez clichés sobre esta crisis política que te harán quedar —a ti, periodista, o a ti, comentarista televisivo— como un informado especialista en relaciones internacionales. El post, que descubrí gracias a un tuit del entrañable Javier García Toni,  me hizo mucha gracia, porque hasta yo he usado, quién no, alguna de estas frases vacuas y totalmente mistificadas para salir del paso.

Soldados ucranianos. (EFE)

Soldados ucranianos. (EFE)

«Es demasiado simplista pensar en término de ‘este’ y ‘oeste’ es un mundo multipolar»; «A lo que asistimos aquí es aun retorno de la geografía»; «Los ortodoxos tienen una forma diferente de mirar estas cosas»… Son algunos de los cutres argumentos de autoridad que se han elaborado sobre el conflicto. Pero el cliché más certero, y por desgracia más usado —he leído artículos de opinión de esta naturaleza en la prensa española— es el que acude a la siempre socorrida, aunque inexacta, analogía histórica.

Estamos ante el retorno de la guerra fría, de la política de bloques. Europa, pergeñando un anacronismo de cien años, está al borde de un conflicto que, como el de los Balcanes en 1914, produciría una reacción en cadena similar a la de entonces. Nada de esto me lo estoy inventado. Está escrito. Como también está escrito que todo esto está ocurriendo, otro cliché, porque Europa (y EE UU) han olvidado que el tablero mundial no es un pacífico juego posmoderno, sino un lugar cruelmente hobbesiano, de choque constante de fuerzas. En fin.

Muchas veces los politólogos, como los sociólogos o los economistas, se equivocan. La mal llamada Primavera Árabe, por ejemplo. O la crisis económica, que ya es un lugar común del fracaso de los sabios. Hay variables que son muy difíciles de predecir, y analizar lo que está pasando —mientras está pasando— tiene sus riesgos. Personalmente, creo que hay un exceso de análisis, una inundación de porqués que acaba por sepultar a los hechos. Pero entre tanta ganga, la mena.

Os propongo algunos enlaces a artículos sobre el conflicto alejados del cliché:

 

 

 

La ideología del ‘putinismo’: del KGB al capitalismo fuera de la democracia

De Anne Applebaum estoy estos días leyendo El Telón de Acero: La destrucción de la Europa del Este (Debate, 2014), un libro soberbio, minucioso y del que espero traeros en breve una reseña, dado que es una pieza clave para conocer el pasado del continente y, además, entronca de algún modo con nuestro presente, y más estos días.

El caso es que de la misma autora, que es periodista, premio Pulitzer e investigadora de la London School of Economics, acabo de leer un artículo en el que disecciona con agudeza la biografía política de Vladímir Putin, desde ese extraño magnetismo oscurantista que le rodea —y que tan caro era de los dirigentes de la URSS— a su visión del orden, la vigilancia y la retórica democrática occidental.

De sus mentores en la KGB, en especial de Yuri Andrópov —que dirigió la policía secreta rusa durante 15 años—  Putin aprendió, dice Applebaum, «el orden y la disciplina», cierto sentido de la modernización, pero no de la democracia. Matiza Applebaum que esto no quiere decir que Putin, pese a la deliberada deformación del pasado soviético que suele acometer, quiera regresar a la Unión Soviética y sin más.

Putin, tomando un refresco en Sochi (EFE).

Putin, tomando un refresco en Sochi (EFE).

Pero sí que Putin, en su afán por controlarlo todo, o casi todo, tiene aversión hacia los principios democráticos (en especial la libertad de prensa) y la sociedad civil. Dice Applebaum que para él, a cualquier oponente político lo considera un «siniestro agente de los poderes extranjeros». Una retórica de la Guerra Fría que estos días parece haber tenido una vía de continuidad con su política militar, tan del siglo pasado.

Cuando los occidentales, dicen Applebaum, trata de calificar el sistema que ha ido confeccionando Putin en sus años de poder —la investigadora dice que podría permanecer en el Kremlin hasta 2025: un cuarto de siglo gobernando Rusia— hablan de «democracia dirigida» o de «capitalismo corporativo» o, en cualquier caso, una mezcla de los dos anteriores. Ella lo prefiere llamar, simplemente, ‘putinismo’.

El ‘putinismo’ se caracterizaría por el control exhaustivo de los procesos electorales (en Rusia, dice, «no hay candidatos accidentales»), la creación de falsos partidos de oposición, el diseño de think tanks antioccidentales con bastantes similitudes con las antiguas organizaciones soviéticas y el recurso a la ‘targeted violence’ para aquellos casos de opositores o periodistas que se pasan de la raya, como sucedió con la gran Anna Politkovskaya, cuyo Diario ruso os recomiendo leer.

Por otro lado, internamente, Putin busca la legitimación del pueblo ruso en la crítica de la retórica occidental, en especial la de los derechos humanos estadounidenses y Europeos, el revisionismo histórico en las escuelas y cierta dosis de nostalgia del comunismo (El comunismo era estable y seguro; el post-comunismo ha sido el desastre: un argumento que se puede escrutar muy bien en Limónov, la novela o lo que sea de mi admirado Emmanuel Carrère).

Por último, Anne Applebaum habla de la falta de ‘soft power’ de la Rusia de Putin. Lo que es cierto solo a medias, en el sentido de que, como dice ella, «la corrupción del estilo del putinismo» es una forma extendida de entender la relación entre el capitalismo, la democracia y el presente complejo de la política que otros países, en Asia central sin ir más lejos, también practican.

¿Hay una historia inmediata de Europa?

El pasado reciente de Europa es una región bastante transitada y relativamente en paz. Hasta aproximadamente la guerra de los Balcanes, la historia del continente —aunque quede mucho por profundizar— es un todo más o menos consensuado. Por un lado el proceso de convergencia económica, por otro, el final de la guerra fría y el lento desacoplamiento de EE UU.

Pero hay un vacío que tiene que ver con nuestro presente, y que hace poco un buen amigo historiador (arqueólogo y profesor universitario) me comentó. La historia inmediata, también llamada historia del tiempo presente, es una disciplina historiográfica relativamente joven que trata de analizar, con las herramientas propias del historiador, la misma realidad en la que este vive.

Una mujer, en el aniversario de la matanza de Srebrenica. (EFE)

Una mujer, en el aniversario de la matanza de Srebrenica. (EFE)

Es una disciplina que yo estudié someramente con uno de sus grandes representantes en España, el fallecido profesor Julio Aróstegui, y que sé que tiene discípulos en varias universidades del país. Pese a esto, como mi amigo me dijo aquel día, la historia del presente está de capa caída. Prueba de ello, quizá, es este manifiesto impecable en su defensa… y en la búsqueda de un reconocimiento académico que aún le es en parte esquivo (¡ si fuera bien no harían falta manifiestos!)

Aquella conversación y los recientes sucesos en Ucrania me han hecho pensar de nuevo en la historia del presente, en este caso cómo sería una aproximación a una historia inmediata de Europa. La historia, al contrario que el periodismo (y que buena parte de la sociología) tiene una particularidad respecto del presente: lo trata de forma compleja. Es decir, lo aborda no a través de ‘claves’ o ‘teorías’, sino poniendo en relación hechos e informaciones que en principio no tienen por qué tener una ligazón coherente.

Europa está en uno de esos momentos complejos, donde a la crisis de crecimiento y de modelo se suman otras circunstancias locales, propias de cada una de sus variadas regiones, como la situación política en el este, la desafección ciudadana en el sur, el crecimiento desmesurado, de nuevo, de Alemania o el languidecer inexorable de Francia como potencia continental.

Está claro cómo aborda el periodismo esta Europa. Pero, ¿cómo lo hace la historia, en concreto la historia del tiempo presente? Lo primero de todo sería consensuar una fecha clave que dé sentido al periodo, si es que estamos en un nuevo periodo… lo que también podría ser objeto de debate. ¿La fecha de la entrada en vigor del Tratado de Lisboa? ¿La fecha del primer rescate de Grecia? ¿La puesta en marcha del euro como moneda común?

Partiendo de alguna de estas fechas, estoy simplemente elucubrando, se podría tratar una historia del presente de Europa que tuviera en cuenta muchas de las peculiaridades que hoy nos amenanazan: desde la incompleta unión económica a la crisis de representatividad y pasando por la pérdida de influencia internacional. Estoy convencido de que hay muchos factores que, puestos bajo el foco de las herramientas históricas, nos harían cambiar la percepción del presente.

En cualquier caso, esto de hoy es solo una introdución a algo que continuaré madurando, espero que con vuestra ayuda y con la de expertos en la materia. Con este post quería por un lado dar a conocer la historia del presente de una forma general —hay mucho teorizado al respecto, desde Koselleck a Montserrat Huguet—y haceros ver que Europa puede abordarse desde otros enfoques que no son solo la economía o solo el periodismo.

Luchas de poder en el espacio postsoviético: pragmatismo ruso frente a valores europeos

La aceleración de la historia —que no revolución, todavía— que vive estos días Ucrania es examinada desde dos ópticas. Una óptica microoscópica, la elegida por la prensa, más humana y menos contextualizada, muy apegada a los sucesos de la calle, la plaza, a la violencia represora y las luchas internas por el poder. Y otra óptica macroscópica, generalizadora y abstracta, la preferida por los expertos, que se centra en analizar los intereses geoestratégicos de los diferentes actores (Rusia, la UE, los estados del Este) y prever el desarrollo de acontecimientos futuros.

Dos banderas, una ucraniana y otra de la UE, durante las protestas en Kiev (EFE)

Dos banderas, una ucraniana y otra de la UE, durante las protestas en Kiev (EFE)

Ambas son necesarias, pero dadas mis limitaciones —de todo tipo—, os voy a tratar de simplificar y resumir la segunda (si también estáis interesados en la primera, podéis empezar leyendo este útil y preciso resumen de mi compañera Sara Ríos). No voy a regocijarme en el subidón de europeína (mezclado con algo de envidia) que te entra al ver a las masas de proeuropeístas —con matices— enarbolando la bandera azul con las estrellas por el centro de Kiev. Tampoco lo haré sobre la paradoja que supone para nosotros, europeos aturdidos, la visión de unos ciudadanos —de los que poco sabemos, seamos sinceros— entusiasmados por entrar a formar parte de un club del que somos casi amargamente socios.

La situación es más o menos la que sigue. Europa habría topado de nuevo, por citar la tesis del último libro de Robert D. Kaplan que ya os reseñé hace unos meses, con su «inmutable estructura geográfica». Ucrania, como Bielorrusia, Georgia y otros estados pertenecientes a la histórica órbita de influencia rusa son al mismo tiempo frontera de los intereses de la UE. El conflictivo espacio post-soviético es hoy, tras las sucesivas ampliaciones europeas hacia el Este, un territorio en disputa. A un lado, el antiguo propietario de estos territorios, ahora solamente administrador pasivo, la Rusia del inexpugnable Vladimir Putin. Al otro, la diplomacia humanitaria y a menudo deslabazada de la UE.

El primero actúa desde la experiencia del pragmatismo de vieja gran potencia. Usa la fuerza cuando cree que debe usarla; recurre a su supremacía energética cuando considera que sus intereses están en peligro y se vale de su ascendencia entre las élites locales cuando su influencia decae. El segundo apela, como escribe Borja Lasheras, director asociado de la sede en Madrid del ECFR, a la «diplomacia normativa» y confía mucho más en su característico ‘poder blando’ que en la geopolítica pura y dura.

Policías antidisturbios desplegados por orden gubernamental en 'Euromaidán'. (EFE)

Policías antidisturbios desplegados por orden gubernamental en ‘Euromaidán’. (EFE)

Así pues, de una parte, un actor que quizá abusa de una «mentalidad colonial», como dice Álvaro Gil Robles, pero que prefiere un juego de suma cero a no quemar todas sus naves; y de otra, una entidad supranacional que tienta con sus bazas democratizadoras de hoy y siempre: bienestar, estabilidad económica y derechos humanos.

Con una Rusia actuando simplemente como Rusia —esto es lo que hay— y con una UE estricta con las palabras pero demasiado blanda con los hechos, Ucrania y el resto de estados de la zona (también las regiones olvidadas, como Transnistria) encaran de forma desigual su futuro. Situados entre dos placas tectónicas —la política de vecindad europea, el denominado Partenariado Oriental, y la lábil unión euroasiática comandada por Moscú— las sociedades civiles locales afrontan varios retos, según los especialistas: convencer a la UE de su apoyo sin fisuras a una futura integración, la reconversión de sus élites políticas, la modernización de sus estructuras administrativas (reducción de las desigualdades, frenar de la corrupción, efectiva separación de poderes), etc.

Por otra parte, la UE debe realizar un significativo viraje diplomático —que debería concretarse en las próximas cumbres internacionales: el fracaso de la cita de Vilna no debe repetirse— que, sin dejar de lado su decisivo apoyo normativo (en pos del ansiado tratado de Asociación y Libre Comercio, en el caso de Ucrania) preste más atención a cuestiones diplomáticas clásicas, de intereses abiertamente enfrentados… ese campo donde los rusos —y este resumen cronológico de las últimas décadas lo demuestra— se mueven con muchísimos menos corsés.

 

La Unión Europea mira a Transnistria: así es el país que no existe

El siglo XX no ha acabado en Transnistria. Las imponentes estatuas de Lenin se mantienen en pie, relucientes. El Soviet Supremo sigue siendo el órgano oficial del Gobierno y la imaginería soviética, desprovista del terror eso sí, continúa presidiendo el paisaje de este estrecho territorio situado entre Moldavia –país del que se independizó en 1992 tras una breve guerra– y Ucrania.

Transnistria sería como cualquier otro Estado soberano del mundo –tiene su propio escudo, su himno nacional, su bandera y acuña moneda– salvo por una detallito menor: ningún miembro de la comunidad internacional reconoce su existencia como país. Ni siquiera Rusia. Solo lo hacen, y no es mucho, varios territorios igualmente invisibles, que juntos forman una peculiar alianza, informalmente conocida como la Commonwealth of Unrecognized States.

Puesto fronterizo en Transnistria Credit Image: © Amos Chapple/zReportage.com via ZUMA Press

Puesto fronterizo en Transnistria Credit Image: © Amos Chapple/zReportage.com via ZUMA Press

Pero Transnistria, que depende económica y militarmente de Rusia, es un tema jugoso para este blog: la frontera Este de Europa está cada vez más cerca de los transnistrios, y en las conversaciones internacionales a cinco bandas que tratan desde hace años de solventar un conflicto territorial espinoso (repleto de intereses cruzados) la UE está cada vez más implicada.

El principal problema de los casi 700.000 transnistrios (étnicamente heterogéneos, pero de mayoría rumana) no es el formol del tiempo, sino su casi ruina económica. Una tasa de paro exorbitante (según Nicu Popescu, investigador del European Council on Foreign Relations, la población empleada no llega al 25%), una industria obsoleta (en Transnistria se asentaba la mayor parte de la producción de acero soviético de Moldavia) y un sector servicios raquítico e infradesarrollado.

A esto hay que sumar la existencia de un complejo monopolístico de negocios, denominado Sheriff, que lo controla casi todo: el negocio del gas ruso, las líneas telefónicas y hasta el deporte (el reluciente estadio de fútbol de la capital, Tiraspol, lleva el nombre de la empresa, como se muestra este interesantísimo documental de la BBC de hace unos años).

Transnistria, y he aquí lo peor de todo, es un agujero negro de corrupción, de lavado de dinero del crimen organizado y del comercio ilegal de armas (su armamento obsoleto, como plasmó Jordi Mumbrú en un reportaje para La Vanguardia, se cotiza alto en las guerras africanas). Si a esto se le suma un Estado de derecho raquítico, con maneras autoritarias y violaciones habituales de los derechos humanos –ver este artículo del think tank FRIDE– el panorama resultante es bastante desolador.

Pugna estratégica entre Europa y Rusia

Pese a su irrelevancia internacional, su pobreza y su falta de recursos para progresar sin la ayuda de terceros ( el 14º ejército ruso sigue en su territorio), Transnistria está en el centro de un rompecabezas geoestratégico que tanto Rusia como la UE observan con preocupación. En juego está uno de los últimos restos de la desmembración de la URSS y una zona de fricción entre la expansión europea hacia el Este y la histórica influencia rusa.

La bandera oficial de Transnistria, con la hoz y el martillo soviéticos (WIKIPEDIA)

La bandera oficial de Transnistria, con la hoz y el martillo soviéticos (WIKIPEDIA)

Desde que Transnistria se convirtió de facto en un territorio independiente, la UE ha estado presente, con el estatus de observadora, en las conversaciones que tratan de resolver el conflicto (la última reunión tuvo lugar precisamente en Bruselas) y evitar una posible, aunque es verdad que poco probable, vuelta a las armas (como se explica en el artículo de Popescu y Leonid Litra del ECFR ya referido)

Con el crecimiento hacia el Este, y significativamente con la incorporación de Rumanía como Estado miembro, Bruselas ha ido poco a poco interesándose más por el devenir de Transnistria. La crisis económica en la UE y el mayor influjo económico y diplomático ruso en la zona son factores que han atenuado el interés europeo, pero pese a todo, las instituciones comunitarias y los gobiernos nacionales –en especial el de la alemana Angela Merkel– siguen muy interesados sentar las bases de un futuro acuerdo.

Además, algo muy importante para el statu quo en la zona está a punto de suceder. En noviembre, la UE y Moldavia firmarán un acuerdo de libre comercio y circulación. Un compromiso que acerca cada vez más a esta pequeña exrepública soviética –pobre, lejos aún de cumplir los requisitos de entrada al club europeo– a occidente, y que preocupa en Moscú.

Los rusos piensan que cuando el tratado entre en vigor (lo que está previsto que suceda en 2014) haya un aluvión de solicitudes de pasaportes  moldavos por parte de los ciudadanos transnistrios. Además, en reacción a este histórico acuerdo que extiende cada vez más la zona de influencia europea, el Gobierno de Tiraspol ha decretado unilateralmente nuevas delimitaciones fronterizas con el estado vecino y hermano.

Quizá pronto, los medios de comunicación occidentales empiecen a incluir en su agenda Transnistria.

 

PARA SABER MÁS:

Si tenéis curiosidad y queréis saber más de Transnistria, os dejo varios enlaces y una recomendación de lectura. Lo primero es este informado y ameno artículo de mi amigo Diego González en su estupendo blog Fronteras. Por otro lado, el libro Una educación siberiana (Salamandra, 2009). Una novela de tintes autobiográficos que relata la severa vida cotidiana en Transnistria de un joven descendiente de una familia de urcas, comunidad de bandidos, díscola y violenta, que Stalin acabó deportando de Siberia a esta región entonces llamada Besarabia. Por supuesto, también están los enlaces que salpican el texto, aunque estos conducen a artículos más académicos que aquí ya he ido tratando de simplificar y resumir.