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Europa y EE UU: dos maneras de informar sobre la masacre de ‘Charlie Hebdo’

Suele argumentarse, para explicar esa brecha que a veces separa Europa de Estados Unidos, que nosotros los europeos somos de Venus y ellos, los americanos, son de Marte. Es decir, su mentalidad es guerrera mientras que la nuestra tiende hacia un pacificismo intelectualizado. Pero estas convenciones, como tales convenciones, no siempre se cumplen. Ayer sin ir más lejos.

Sorprende la diferente reacción de los medios estadounidenses y europeos a la masacre de París. Los que la seguimos en directo, por trabajo o por puro interés horrorizado, asistimos a un fenómeno curioso: mientras las webs de los periódicos europeos se llenaban a un tiempo de información sobre el atentado y de caricaturas y portadas de Charlie Hebdo, los grandes medios estadounidenses informaban del ataque, pero sin reproducir las viñetas que todos damos por hecho que fueron el motivo de fondo del mismo.

Una de las portadas de 'Charlie Hebdo'.

Una de las portadas de ‘Charlie Hebdo’.

No es un fenómeno nuevo, pero sí una traslación de una práctica común. La habitual profilaxis que los medios estadounidenses aplican a las imágenes de los atentados terroristas es llevada aquí un paso más allá. ¿Autocensura? Es lo primero que uno piensa. Pero no es del todo cierto. Periódicos como NYT o WSJ han optado por describir con palabras a sus lectores los dibujos, lo que en una sociedad tan condicionada por la imagen puede parecer una osadía, pero es una decisión meditada y respetable.

Esta diferencia en el tratamiento puede explicarse, imagino, por las diferencias puramente profesionales de los medios en EE UU y en Europa (y por la cercanía del crimen y la amenaza, claro). Es decir, desde cómo se hace periodismo aquí y allí. Pero creo que en este caso esos matices académicos no son tan relevantes, porque se quedan cortos. El asunto es complejo y va más allá de la libertad de expresión y de su defensa: que cada uno la defienda según dicte su conciencia, su práctica y su costumbre. Ahí no hay mucho más que decir.

El fondo de la cuestión de esta brecha de sentido es, creo, de raíz sociológica. En Europa vivimos como si dios y la religión ya no existieran, y todos estos choques entre nuestro laicismo ilustrado y el fanatismo de origen religioso, nos producen urticaria. En EE UU, en cambio, la sociedad sigue tratando a la religión como un «hábito del corazón», por decirlo con Tocqueville. Esto explicaría, por ejemplo, por qué el ruidoso movimiento ateo estadounidense –los Dennett, Harris, Hitchens, etc– son contemplados por nuestros ateos como ingenuos: su ateísmo combativo es menos elegantemente filosófico, más de trazo grueso, de batalla.

Un europeo se sentiría insultado si su periódico de cabecera no trajese hoy las portadas de Charlie Hebdo en su edición. Es más, casi que ni se plantea que algo así no suceda. Un ciudadano americano, en cambio, no ve tan urgente aquello de ser intolerante con la intolerancia, y cuestiona lo oportuno de la blasfemia del hecho religioso, aunque no sea su hecho. Los europeos creen que a la religión, en general, le anima lo que Michel Onfray llama «pulsión de muerte». Todas compartirían el mismo desprecio hacia la libertad y la vida. La impía ateología de Onfray no tendría público en EE UU.

Europa, pasiva y callada frente a los drones

Los drones son baratos, asépticos y letales. EE UU lo sabe; la UE parece que no del todo. Desde hace unos años, Obama los viene usando con una ligereza y opacidad inéditas –más de 3.400 muertos, según Micah Zenko, experto del Council on Foreign Relations– en su guerra posmoderna y asimétrica contra el terrorismo. La historia de esta tecnología militar se remonta al siglo XX (en este documentado post del blog de Hernán Zin podréis leer un estupendo resumen), pero no ha sido hasta esta segunda década del XXI cuando los drones han adquirido el estatus de arma de guerra decisiva.

drones

No sé si como nuevo paradigma bélico o simplemente como ingenio mortífero, el desarrollo de la tecnología robótica para fines militares preocupa a todos, desde Estados e instituciones internacionales hasta juristas y ciudadanos. Así, el relator de la ONU Christof Heyns, en su Informe sobre las ejecuciones extrajudiciales, sumarias o arbitrarias, expone los riesgos de su proliferación, que van desde la «normalización de los conflictos armados» (por la distancia física y psicológica del atacante) a la «violación de la soberanía de los Estados».

Para especialistas en derecho como Pilar Pozo Serrano el debate sobre los drones implica tomar partido acerca de si su uso (especialmente por parte de EE UU) contraviene los principios de proporcionalidad y distinción, pilares del Derecho Internacional Humanitario. Conceptos en parte difusos como el de «ataques selectivos», «combatientes ilegítimos» o «legítima defensa» son claves. Urge una regulación transparente y conforme a derecho, recuerda Heyns en su informe, para evitar que el uso de drones de combate «no socave la capacidad del ordenamiento jurídico para preservar un orden mundial mínimo».

La opinión pública, mayoritariamente en contra

Europa está hecha un lío con los drones. Por una parte, está comenzando tímidamente a desarrollar tecnología robótica (tanto para uso militar como civil). En este informe técnico del Instituto Español de Estudios Estratégicos se detalla ampliamente: drones, minidrones, microdones; para control medioambiental y para control de incendios; seguridad pública y seguridad privada. «Las decisiones que se tomen al respecto en los próximos tres años», escribe en él Fernando Ruiz Domínguez, subinspector del Cuerpo Nacional de Policía, «marcarán el resultado para la UE durante al menos la siguiente década».

Por otra parte, la UE no oculta las diferencias importantes –legales y éticas– con EE UU sobre el uso de drones, sobre todo en lo relacionado con las ejecuciones extrajudiciales. Europa quiere una legislación más restrictiva, acorde con lo que desea la ONU, mientras que EE UU, pese a los movimientos anunciados en mayo por Obama en política de defensa, continúa justificando su uso en función de unos requisitos absolutamente unilaterales.

Algunos países de la UE –Reino Unido y Francia, entre ellos– están desarrollando individualmente tecnología militar robótica. Otros, están en vías de hacerlo. Pero más allá, no existe una posición común dentro de la UE, ni respecto a cómo deben usarse –como escribe Anthony Dworkin en un informe para el European Council on Foreign Relations– ni respecto a qué exigirle, en materia de legislación, a la Administración Obama.

Por último, 0tro factor agrava la situación todavía más. Los ciudadanos europeos, salvo los británicos, no quieren ni oír hablar de drones. Según una reciente encuesta de Pew Research, un 74% de españoles, un 63% de franceses y un 59% de alemanes dicen estar totalmente en contra de los ataques con esta clase de armas. Si a esto se añade que buena parte de la información secreta que EE UU maneja para localizar sus objetivos proviene de los servicios de inteligencia europeos, el resultado es un «silencio molesto», como escribe Dworkin, seguido de una «sospechosa y curiosa pasividad» de países e instituciones.

PD: La literatura académica sobre drones es ingente y sobrepasa de largo mi capacidad de asimilación. A los informes oficiales de la ONU se suman los artículos especializados de juristas, ingenieros e investigadores en RR II. Si queréis saber más, además de los hipervínculos de este texto, podéis acudir a la página web del Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado. Allí, el pasado mes de mayo, tuvo lugar una mesa redonda de expertos en la que se debatió sobre las implicaciones tanto militares como filosóficas y tecnológicas de este tipo de armas. Lamentablemente, las actas del encuentro aún no están publicadas, pero espero que lo estén en breve.